Despues de comer…

Despues de comer…

Sofia Gonzalez

31/10/2024

Era tarde y mi vieja estaba trabajando

Estaba sólo en casa mirando una película en el sillón del living. Me gustaba estar solo, encontraba que tenía espacio y tiempo para mi, me arreglaba bien. Mi mamá dejaba la comida preparada, decía que no me iba a cocinar y era importante que comiera, ella es médica especializada en nutrición.

Me estresaba que su preocupación fuese tan asfixiante, me sentía acorralado, no podía respirar, en casa actuaba de manera que no levantara sospechas, si comía chatarra fuera o si ni llegaba a almorzar por que se me armaba el tole tole. Yo la amo pero le dije que bajara un cambio. Ella me responde siempre con lo mismo. “Tu cuerpo te lo va a gradecer”.

Ahí estaba frente al televisor, la única luz que parpadea era la del aparato, estaba hipnotizado, no pensaba en nada. Sólo que debería limpiar los rastros de la caja de pizza que había pedido. Después de eso siempre iba a mirarme al gran espejo del placard de mi madre, me veía y me desagradaba tanto mis piernas, regordetas, sin forma, ella me diría que haga ejercicio “si no te gusta” 

Yo pienso que será lo que le agradará de mi, alguna vez me dará algún cumplido, ¿mi cuerpo va a ser siempre el mismo?

No tenía paciencia, tampoco ganas de ir al gimnasio.

¿Cuál es el vínculo con ella? Ella cumple dos roles en mi vida o por lo menos lo intenta. Mamá me crió sólo y así y todo, ella siguió su carrera, es una profesional de la medicina reconocida en Buenos Aires. Va a la tele habla de la felicidad y de estar bien con el cuerpo, si supieran que es tan perfeccionista que hace ayunos por que dice que subió de peso. Yo siento que nunca fue feliz. 

Me acuerdo cuando no tenía ganas de comer, la pasaba mal en el secundario, me cargaban, ahora le dicen bullying. En ese momento eran bromas pesadas por mi apariencia, mi forma de ser. 

No se lo conté a ella, era algo mío que quería resolverlo o que quedara ahí. No sentía que pudiera entender lo que me pasaba a los 17 años, a ella siempre le preocupó lo que veía, lo que estaba ahí ante sus ojos. Nunca se ocupo por lo que me pasara en término de emociones. Tampoco lo entendió cuando decidí decírselo, cuando le dije que jamás me iba a casar con una mujer.

Sentí que había convivido con una desconocida los 20 años que estuve con ella, no solo por ese maltrato que al principio no lo entendi asi pero con el tiempo lo procese. Comprendí que ella ya no me aceptaba por lo que era, un gordo y encima gay. No me lo dijo pero lo entendí. 

Nunca sentí el cuerpo de mi mamá, no recibí un abrazo, una caricia, una palabra de aliento. No podía poner en palabras lo que me provocaba, era incómodo. Lo que sentí fue el asco de que sea mi madre y culpa a la vez.

Sentía rechazo, dentro de mi se estrujaban mis tripas, a la vez que se empañaron mis ojos cuando ella me decía de todo. 

Se hace un silencio, Ricardo agarra un pañuelo de papel que estaba en la mesa ratona del consultorio.

Alicia procede a preguntar que sentía ahora después de decírselo a su madre, que había avanzado y que esto ayudaría a destrabar muchas cosas que le venían pasando, alentando, esto es algo que venimos trabajando a vos te costaba mucho y pudiste avanzar un montón.

Ricardo con las manos en la cara, se calma y vuelve en sí y con una voz quebrada dice: me siento culpable por no quererla, quiero entender pero me siento con impotencia y cansado por no poder comprenderlo.

¿Por qué no me quiere? Hasta pensé que lo que había hecho estaba mal, que caí tan bajo como ella.

Alicia pregunta con una voz suave y comprensiva, si se sentía mal por poner un límite. Ricardo automáticamente levanta la mirada y clava sus ojos a los ojos de su psicóloga, quien tiene unos diez años menos que su madre, se queda sin palabras pero luego responde que nunca había sentido esa adrenalina, jamas crei que podia tener fuerza ni convicción, ella a mi nunca me escuchó, ella me decía que yo era un huevon sin futuro.

¿Y vos pensas que lo sos? -arremete A

Lo creía, hasta que recordé que ella introdujo eso en mi, como un veneno sin cura, dentro de mi.

Tenía cuidado de que no me descubriera, no quería que empiece con el discurso moral y de la estética, que yo si quería podía ponerme las pilas, pero no tenía “iniciativa”. Descubrí hace poco que yo canalizaba esto con la comida, me daba ansiedad, ella me llamaba para pesarme. Yo había subido 15 kilos en un mes, me dijo que cómo era posible si me había dado la dieta que no iba a seguir así, contrató en ese momento al profesor de educación física, casi que le rogó para que me diera clases de entrenamiento.

Los sábados por la mañana me media con una cinta métrica de esas de costurera, el único acercamiento con mi madre era ese, en ese momento tenía 11 años.

Se hace un silencio y agacha la cabeza mirando al piso, Alicia le ofrece agua. El toma la mitad del vaso y respira hondo y suelta con violencia e indignación el aire.

Hasta que escupe como casi vomitando que él sufría acoso constante de su madre, recordaba que sintió medio dormido como su madre le media la panza. Se queda callado, no recordaba eso, iban saliendo de su boca recuerdos que creía haber soñado.

Siento asco, siento mucho asco acá-señala la boca del estomago- de mi propia madre siempre cuidando mi imagen y la de ella. En algún intento de querer encajar en su puta sociedad de médicos reconocidos, para mi son una manga de pelotudos y ella una fracasada.

Otra vez el silencio, Alicia intercede – creo que te venís manejando bien, estas teniendo un avance muy bueno Ricky, creo vas a ir descubriendo y sólo dándote cuenta de cosas, aceptándolas o no pero de esto se trata la terapia.

El había quedado inmóvil ante la revelación de ese recuerdo y prosiguió. Nunca voy a ser lo que esperan los demás, eso lo entiendo, me siento herido, decepcionado y siento que abrí los ojos a partir de eso, me dí cuenta que lo de mi mamá no tiene que ver con la salud, es más una obsesión, la cual me la hizo parir, me obsesioné también y me culpe tanto hasta que decidí por mi, como una luz que ilumina en la oscuridad de mi cabeza, me libere y sentí que salí de la crisálida, como una oruga que estuvo años encerrada ahí.

Mi cuerpo se siente liviano, siento que mis hombros no pesan y mi humor cambió. Y de alguna manera me agradezco eso.

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