1- Contemplando el pasto: 

Merodeo entre las palabras del amanecer.

Buenos días, hasta las buenas tardes y hacia la noche. Dos saludos invisibles, uno dado por el que conoce la psique del desdichado.

En arrapos de lujo y sonrisa de celo. El final del día se torna ciego y la alegría de la noche se revuelca en deseo.
¿Cuántas veces me revuelco en este maldito suelo? Olía a la putrefacta y moribunda plasta de heces en la esquina. Algunos segundos era normal, en minutos se tornaba adecuado y los años lo volvían un desperdicio de tiempo.

Perdía el liso de la piel y daba la bienvenida a las arrugas de la vejez, o del martirio, de la rabia hasta el estrés.

Maldito papel en el que escribo, maldigo las palabras que salen transeúntes por mi mente en el trafico del desdicho.

Conocía lo que era en el primer día, y ellos sabían más desde el momento cero del encuentro. La luz de el sol no se apagaba, la luz de la luna no se levantaba.

Empecemos desde el principio para acabar en el comienzo, no hay fin, en la muerte ni en la vida nos vemos en un ferrocarril. Express a su destino, con carbón infinitos para un viaje sin rumbo, sin ola y perdición, pero tampoco ganancia.

Nacido del amor apasionado, que arrinconada cada centímetro de ambos en el actor, el sudor transformado en desplantes, y el siguiente día, en planes de huida, de responsabilidad o inclusive, abandono.

Nada era estipulado, ni la vida misma, pero el descaro era algo latiente, inquebrantable y presente. La vergüenza se iba de vacaciones por siglos y volvió a ser pateado por ser sagaz. No eras rival para la poca pena.

En un segundo naces, en otro instante caes, sin que reviente tu cabeza, pero el tiempo construyendo tus rencores. Apilado en el piso cubierto de pasto, en una fase era suave, en otro era crudo y puntoso. Las hortalizas me lastimaban, aquellas caricias de una nodriza que la sangre fluía en sentidos diferentes del uno al otro. Levantándote en recuerdos, haciendo esferas memorizas del acolchado y oscuro rincón.

Lleva esta consigo un viaje a las nubes rojas de tristezas, a la maldad perpetua.

El pecado carente de mi día opuesto a lo negativo del optimismo improvisto. Viéndome dañado en el ojo de la regadera en silabas andantes por el salón. Amoríos resurgían, elogios terminaban. Errores cometía con las hormonas regurgitando, con el placer desfondados en dolor y soledad.

Era solo, era el lucifer del satanás, del Dios del olvido a la cancha que atrapaba el deshojase de el alma ennegrecida por palabras del creador.

Un bastardo pataleando cada paso con sus sandalias bañadas en monedas finas y verdes. Los dólares del nuevo mundo me daban la comodidad, era rico en vida, estaba muerto en alma.

Veía la violación del alcohol entre el piso chasqueando por undécima vez, pequeño en los ojos, en manos y pies, chaparro en gritos y limpio en piel.

Acusaba y serias acusado.

Una tras otra la oscuridad de la montaña se volvía brillante en las ventanas de un cobertizo soldado, forzado para detener los afueras. Se veía viajando. Conllevado a ser aterrizado devuelta del viaje de ida de regreso a casa.

¿Qué se siente estar muerto? Alguien lo sabia, conocía que lo estaba, lo juraba, aquel lo dictaba y prometía haber enterrado una carne sin esqueleto. Quemando recuerdos sin imagen, fundido por las llamas.

Era culpable de morir, y cada día de ese lugar pasado, me aseguraba de que se cumpliera dicha profecía, la muerte me esperaba todas las semanas, a cada minuto.

¡Oh fui cobarde de no morir! ¡Fui un necio por encontrar el amor!

Continuaría entonces la alegría danzando con el dolor… por unos años más, hasta nuestro presente.


2- Lobregura:

En la distancia. Acostado en un refugio interno de pensamiento inertes, secos. Las ganas de agua traían regados los recuerdos deshidratados del solado.
La orilla del rio del martirio no estipulado. Provocaba que girara, que viera la luz que se presentaba a las albergadoras. Los trozos rotos de madera. Nebulosos de mi mente.

La narrativa cambiaba a una pasión de adyacentes. Pegados en un mismo altercado, la situación lo ameritaba. Ella veía la escapatoria. Él el fin de los tiempos, el reinicio de los péndulos del reloj retrocediendo en la colgadura de mármol. Protegiendo de tiempo que se imposibilitada regresar, procediendo adelante al monstruo afilado de dientes. Oscuro en presencia.

Gotas esparcidas por el pavimento. Manchas negras maliciosas en color, en intención. Colgábamos de las manecillas del tiempo. Yo abajo en el frio infierno. Ella en el ardiente cielo.

Tu padre te arrastro a la tumba, con dos besos en la frente de despedida y fuego volviendo cenizas tus recuerdos. Como los sacerdotes antiguos, bailando en un bazar de fuego purificador, a los desleales, sucios de fé.

Tener una lapida con mi nombre era una suerte. Empezar otra vida desde el aire contaminado por las cenizas, difícil. Aquel que quemaba mi rostro. Hablaba conmigo, con el fantasma del pasado, en palabras cifradas que solo yo del antes entendía, pero sabia que estaba desfallecido.

Dos nombres tenia, pero con uno debía quedarme, ese el cuál no murió. En rincones viajaba, a trabajar con la sangre que desbordaba por las heridas de mis manos. Aunque suficiente no era. Sin embargo, la copa no se llenaba, intentado alcanzar la mitad. Me bebía la sangre para seguir produciendo inclusive más.

Solo quedaba apreciar las bonitas vistas. Coloridos arboles en el desierto de un estado lejano. Alejado de otros demonios, de los errores de un antes incierto, equivocado y guardado. Arrepentido, acobijado y subyugado con la danza. Los pasos de tango con la muerte. Cada vez subían sus niveles, a ser agresivos, constantes.
Sabia que en los terrenos donde estaba parado se encontraba la maldita respuesta. Enterrada seiscientos metros bajo tierra. Pudriéndose por ser encontrada.

Lo difícil de encontrar un final, por siempre y para siempre. Donde veía mirar, donde más buscar. El lugar, donde llorar.

¡Oh madre! ¡Oh padre! ¡Oh muerte! La luz me mostraban, el brillo me quitaban.

Deja que acabe, deja que acabara. ¿Qué es eso? Pregunte. Sañoso, con la voz raspada en oscuridad chorreando por mis ojos, con cada cortada en las muñecas, flotando desde la garganta.

Rezaba al Dios, y lo traicionaba con la muerte. Me clavaba un cuchillo en el corazon, aquel lo sanaba.

Era un plan. ¿Cuál preguntaba? Corriendo en círculos. Sonriente y con lagrimas despues en ojos predispuestos a ver. Oídos oyentes. Siendo sordos a lo que continuaba detrás de una puerta, llena de odio.

La pesadillas que me albergaban. La luz que encendía al estar asustado. Temía por mi vida antes, ahora no.

Me despertaba mi amada, preguntándome preguntas ridículas. Respondía con rabias internas, destrozando mi alrededor, lo que construía y quitaba, por un lamento injustificado.

El musical nos invitaba a bailar mientras odiábamos, entristecidos sin fin y con charcos de sangre, combinados con la maldad de nuestras intenciones, en pozos de una sustancia negra. Embúllense, decía.

He perdido todo, y con el tiempo. Ha regresado.

Los monstruos seguían ahí, viéndome.

Tenían mi rostro y era de noche. Persiguiéndome, a veces. Detrás de cualquiera que leyera tan amargas palabras.

Por siempre.


3- Pésame:

La brigadas de la lluvia lastimaban. Era improvisto el mensaje que recibiría. Dolía con el acontecer de los segundos en el hueco. Aquel marchito por el camino de los recuerdos perdidos. Sin embargo, no faltaba anécdotas las cuales contar.

Cuatro despues de un sufrir mezclado con dolores ajenos. El olor alcohol que desaparecía con esas noches, escondidas. No disfrutaba las fiestas. Tampoco la soledad. Amaba la incivilidad. Odiaba tenerla todo el tiempo.

Un sin fin de mares de contradicciones, debido a la edad o la estupidez. Un viaje de sensaciones donde la escritura cambiaba para mal a bien, bien a mal y viceversa.

¿Qué era lo que buscaba? Fama plantada en un árbol sin riego alguno, sin agua la cuál respirar.

Una vez concluía en mano, terminaba con una patada fuera del recinto del éxito. Eso lo que le hice a alguien especial, para luego arrepentirme de los hechos que te lleva la oscuridad.

Sigo en la oscuridad de los caprichos, justificándome en viejos fantasmas que permitían que me atormentara. Sin embargo, nadie entendería. Sabia bien que no importaba, naces una vez solo, te limitas a estarlo. Entre oído que se voluntariosa a ser oyente, existía la boca que interrumpía el soliloquio. Era falsa, tratando de alimentar una carpeta de chismes los cuales esparcir por la cuadra, para darle significado a su voluptuosa vida de materialismo. De certeza madura de haber cumplido sus años en la vida terrenal.

En la muerte no tomas lo superficial, solo te vas al mas allá. Aunque eso no lo detenía de practicar lo opuesto a lo que hablaba el sujeto de las pesadillas, el cuál deje entrar a mi casa, para que quitara lo que en realidad servía de la mente.

Dudaba al entrar por esa puerta y salir. Por eso conseguí otra a la que observar, y traer devuelta a lo que había alejado. Nunca la religión me zambullía en las miles de paginas, pero si del sentir de que algo se comunicaba, con cada letra, cada párrafo.

Encontrando entonces algo que me entendía sin hablarle. A pesar de ello, la lluvia se volvía más pesada, como aquel día que justificaba el dementar contra un sujeto que ahora consideraba un gran apoyo. No era del fruto con el que era pareja. Tampoco la mejor figura de su tiempo. Era como todos, pero adentro no.

La violencia era lo que perseguía mis sueños, lo que conocía. En lo más interno. No nevaba por aquí en los atardecerás, el frio se sentía en las manos. De las acciones cuando acelerabas el motor de la motocicleta a un más allá, pero ya no mas. Desapareció hace tiempo.

Viejos deseaban por que volara por el balcón a las estrellas. Otros que colgara como una lampara recién puesta. Pocos en una fuente de rojo carmesí intenso. En la pileta blanca donde los sueños duermen eternamente.

Era frio pero ahora todos lo era. Había conseguido entonces ser parte de la civilización, a la que todos eran sonriente, felices sin mascaras las cuales se quebrantaban con la mínima brisa encima de el rostro.


4- Sin saber, si es el fin. 

Estrechado en cuatro paredes. Sin posibilidad de respirar aunque fuera el polvo del afuera.
Los ligamentos de mi acontecer se marchitaban, se podrían en un intento fatídico diario de permanecer en forma. Encerrado en cuatro paredes.

Argollado a las paredes, lo estaba.
Aquello ni siquiera era lo que soy.

Los beneficios rápidamente se conviertan en vísperas de odio. Donde se encontraba una razón mundana por luchar la tranquilidad de la tormenta que fue y he de ser eterna.
Del cuerpo surgimos, la mente. El destino tal cual, nos lo quita. El fin se ha completado, la continuidad incierta me arrulla las noches.

Veo paz y calma a la superficie de los ojos que todo lo veían. Dentro, aún el quemante odio hacia eco desde el poco oxigeno que se le proveía. Ardiendo con una mecha corta, con la cuál se extinguía segundo por segundo.

Las paredes goteaban de un griseado color. Las luces fugases teñidas de blanco se movían una y otra en revés.
Rostros se presentaban. Otros, deseaba descarnar por dentro la sustancia de su espíritu que en vez de estar marchitado, percutía un olor, un color de putrefacción. Era una infección.

Entre colores morados oscuros. Viles y sin sentido.

Rostros se presentaban. Esos, los cuáles eran pintados poco a poco o extinguidos por la maldita infección. Por donde salía, era así la ciudad. Miraba cada silueta, edificio y columna.

Nada había por salvar, y el odio se acrecía.

Dentro de mi.

Volvía amanecer en las frías noches. Estrelladas contra el musgo. Permanecía la pregunta, que respondía con cada hipótesis.

¿Estaba infectado?

La calma no era tranquilizante y cuando al mirar esa puerta me encontraba. Escuchaba la incertidumbre.

¿Vida sin objetivo? O ¿Gloria eterna? Comprendía la pregunta y volvía al comienzo.
Infectado lo estaba. No sabia como o con qué.

Quedara esperar paciente, por otro día.

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