Nos encontramos hoy en un día que no es simplemente un recuerdo, sino una llama viva, una chispa que arde en el corazón del pueblo guatemalteco: el 20 de octubre de 1944, cuando hombres y mujeres valientes, hartos de la opresión y de la miseria, decidieron poner un alto y se levantaron contra la tiranía. Aquella revolución fue la expresión más pura de la voluntad popular, del deseo profundo de transformar un país que durante siglos había sido saqueado, explotado y sometido.
Pero la Revolución del 44 no fue un hecho aislado, no fue simplemente un momento en el que se cambió un gobierno por otro, al contrario, fue mucho más. Fue el despertar de una conciencia, el despertar de un pueblo que comprendió que su destino no debía estar en manos de oligarcas, de terratenientes, ni de potencias extranjeras, sino en sus propias manos, en las manos de quienes trabajan la tierra y de quienes construyen el futuro día a día.
Sin embargo, 80 años después, ¿dónde estamos? ¿Acaso las promesas de aquella revolución se han cumplido? ¿Acaso Guatemala se ha liberado de las cadenas del imperialismo y la miseria? No, no nos engañemos. Hoy, Guatemala sigue siendo un país atado, sometido, un país donde unos pocos deciden por las mayorías, donde la riqueza sigue concentrada en manos de unos cuantos y donde las grandes potencias, especialmente el imperio norteamericano, siguen dictando nuestras políticas, nuestros caminos, nuestras vidas.
¿Y qué ha hecho el gobierno actual? ¿Qué ha hecho este gobierno que se arrodilla ante el extranjero, que obedece órdenes de Washington como si fuéramos una colonia? Se nos impone un modelo que no responde a los intereses del pueblo guatemalteco, sino a los intereses del capital extranjero, de las grandes corporaciones que saquean nuestros recursos, que explotan a nuestros trabajadores, que destruyen nuestro medio ambiente. ¡Eso no es independencia! ¡Eso no es libertad!
Nos hablan de una nueva primavera, pero ¿qué clase de primavera es esta? Una primavera donde las instituciones están al servicio de los poderosos, donde la corrupción es la norma, donde la única universidad pública del país esta cooptada por las mafias y donde el pueblo es ignorado y reprimido cuando levanta la voz para exigir justicia. Esta no es la primavera que soñaron los revolucionarios del 44. No fue para esto que lucharon, ni por lo cuál entregaron sus vidas.
La pobreza en Guatemala sigue siendo una herida abierta, un insulto a la dignidad humana. Millones de campesinos, de indígenas, de trabajadores siguen sumidos en la miseria, en la marginación. Mientras tanto, los grandes capitales extranjeros y las oligarquías locales disfrutan de fortunas construidas sobre el sudor y la sangre de nuestro pueblo. ¡Esa es la verdadera cara de este sistema.
Y lo más indignante, lo más insultante, es que aquellos que deberían defender a nuestra patria han entregado nuestra soberanía a los pies del imperio norteamericano. Han aceptado las condiciones del Fondo Monetario Internacional, han firmado tratados que solo benefician al capital extranjero, y han permitido que nuestro país siga siendo un peón en los juegos de poder de los Estados Unidos.
«No se puede confiar en el imperialismo, ni tantito así». ¡No debemos confiar! ¡No debemos aceptar la dependencia ni la sumisión! decía el Che y cuánta razón tenía.
Compañeros, la Revolución del 44 fue traicionada, fue arrebatada por los mismos intereses que durante siglos han mantenido a Guatemala encadenada. Pero la historia no ha terminado, la lucha no ha terminado. Hoy más que nunca, debemos recordar que la revolución no es un acontecimiento del pasado, sino un deber del presente. La verdadera revolución es la que llevamos en nuestros corazones, es la que se construye cada día con la resistencia, con la organización, con la firmeza de un pueblo que no se arrodilla y que no se rinde.
Guatemala necesita una nueva revolución, una revolución que retome las banderas de justicia, de igualdad, de soberanía. Una revolución que no tema enfrentarse al imperialismo, que no tenga miedo de desafiar a las élites locales, y que esté dispuesta a construir una patria verdaderamente libre y justa.
¡Que nadie nos diga que es imposible! ¡Que nadie nos diga que es utópico! Porque los pueblos, cuando están decididos a luchar, cuando están decididos a ser libres, son invencibles. ¡Lo demostramos en 1944 y lo demostraremos de nuevo! Porque mientras haya pueblo, habrá revolución. Así lo dijo Oliverio.
“Algún día serán vencidas las fuerzas oscurantistas que hoy oprimen al mundo atrasado y colonial”
-Jacobo Arbenz
¡Viva Arbenz!
¡Viva la Revolución del 20 de Octubre!
¡Vivan las y los guatemaltecos que murieron en la lucha por una Guatemala más justa!
¡Viva la lucha de los pueblos por su liberación y autodeterminación!
¡Viva una Guatemala libre, justa y soberana!
¡Hasta la victoria siempre!
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