Es interesante para mi estar en un país diferente, experimentando cosas día con día.
En menos de un año: me enamoré, me caí (literal y figurativamente), aprendí que la familia no tiene que tener la misma sangre, reí como una tonta, canté por las calles de Madrid, bailé perdida en una calle en Barcelona después de despedirme a besos de telenovela, me bañé en otro océano, lloré desconsolada en el metro, me abrazaron cuando más lo necesitaba, tuve estrés “burocrático”, encontré trabajo, camino porque quiero a la oficina, y voy a trabajar mientras aprendo que el frío también huele. La lista es interminable. Cada día experimento una cosa diferente, y eso mueve mi mente a lugares impensables (siento que esa frase suena redundante o se niega a sí misma… felizmente no soy lingüista).
Cada vez que me planteo ir a la oficina o no por la mañana, pienso en “El Retiro”. Sólo las ganas de mirarlo me dan el primer impulso para levantarme de la cama y dedicar unos minutos extra a existir para poder estar presente. Mis amigos se ríen y dicen que “se me pasará” y voy a comenzar a quedarme más en casa. Yo disfruto salir. Mi mente divaga, vuela, a veces canta, a veces recuerda.
Lo que más me gusta de España, en cada ciudad en la que he estado, es mirar el cielo, las ventanas, los balcones y los pisos altos. Creo que si la gente supiera las historias que me invento mientras levanto la cabeza, me meterían en un asilo de locos. Pienso en cuántos años tendrá esa casa. Quién viviría en esa habitación que da al balcón. ¿Alguien alguna vez habrá sacado la cabeza por ahí y se habrá enamorado por primera vez mientras otro alguien pasaba a caballo y gritaba su nombre, desesperado de amor?
Dicen que el amor se disipa, que la ilusión se acaba y que toda emoción, por excitante que fuera al inicio, se apaga. También dicen que las plantas se mueren si no las riegas y yo, que no se cuidar plantas, digo que es igual. Si no riegas y cuidas el amor y las emociones, se van a morir. Incluso cuando una hoja muere, la cortas y la haces parte de la tierra, y lo que está allí sigue creciendo. Yo salgo de casa y sigo mirando el cielo, la diferencia de los techos de noche y de día, las ventanas y el rostro que espero salga un día por alguna de ellas. De todas las cosas que se disipan estos días, por lo menos esto que hago cada día, no quiero que muera.
Quizás un día yo viva esa historia. Saldrá por la ventana y sonreirá, y yo diré su nombre lo más fuerte que pueda (no creo que grite, no quiero que me deporten) y subiré los escalones tan rápido como pueda para decirle que me moría de amor y un beso.
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