Fronteras Invisibles

Fronteras Invisibles

Rodriac Copen

07/10/2024

Sofía despertó con los primeros rayos del sol filtrándose a través de las cortinas. Una extraña sensación de desorientación la perturbó, como si no perteneciera completamente a este mundo. Esa misma sensación le acompañaba todas las mañanas al despertar, una ligera confusión que duraba apenas unos minutos y que la dejaba agotada. Sentía que estaba viviendo dos vidas.

La realidad de la mañana la devolvía siempre a su rutina agotadora y solitaria. Era viuda, y aunque había sido joven cuando su esposo murió, el peso de esa pérdida seguía aplastándola. Su vida se había convertido en una secuencia monótona de días grises en una oficina anodina, mecanografiando documentos, rellenando formularios. Pasaba las horas frente a la pantalla, desconectada, observando el reloj con la esperanza de que el día avanzara rápido.

Orville, su hija, era su única luz en medio de esa vida sombría. Pero incluso su presencia no lograba arrancar la tristeza que sentía arraigada en su pecho. Orville tenía apenas diez años, y a pesar de que Sofía hacía todo lo posible para que su hija no sintiera la ausencia de un padre, la soledad las envolvía a ambas. A veces, al ver la sonrisa de Orville mientras jugaba, Sofía se preguntaba cómo podía ser tan feliz en medio de todo aquello.

Sin embargo, todo cambiaba en las noches.

Cuando Sofía cerraba los ojos y se sumergía en el sueño, se encontraba en otro mundo. Era una vida completamente distinta, casi perfecta. Estaba casada con un hombre amoroso, alguien que la adoraba, que compartía su vida con ella de una forma que nunca había experimentado en su vida real. En ese universo, Sofía sentía una dicha tan intensa que temía despertar, deseando que el sueño no terminara nunca.

Pero en esos sueños había algo extraño. En su vida soñada, no podía tener hijos. El vacío de la maternidad la acechaba en esa realidad onírica, y aunque su esposo la amaba incondicionalmente, ambos vivían con la pena de no poder formar una familia.

Orville, sin embargo, no estaba completamente ausente de ese mundo. Aparecía de una forma inusual: como una niña etérea, casi translúcida. En los sueños de Sofía, Orville era una figura fantasmal, una niña que surgía en momentos de silencio, en los rincones de su hogar soñado, observándola en silencio desde las sombras.

La primera vez que soñó, Sofía no comprendió lo que estaba ocurriendo. Despertó en una vida idílica, en una casa cálida y acogedora, sentada junto a su esposo en la sala. Estaban hablando en voz baja, disfrutando de una tranquila tarde, cuando de repente sintió una presencia en la habitación. Giró la cabeza y pudo ver a la niña. No parecía estar fuera de lugar, pero algo en su apariencia le resultó inquietante.

—»¿Quién es ella?»— Le preguntó a su esposo, señalando a la figura espectral.

Él la miró, extrañado, como si no viera a nadie.

—»¿Quién?»—
Preguntó, frunciendo el ceño.

Sofía sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La niña estaba allí, observándola fijamente, pero nadie más podía verla. Era Orville, pero no la Orville de su vida diaria, sino una versión etérea, un reflejo de la niña que ella conocía.

En los días siguientes, la niña fantasma seguía apareciendo en sus sueños. A veces se quedaba cerca, observándola desde una esquina de la habitación, y otras veces desaparecía por completo. No hablaba, pero su presencia era constante. Sofía no sabía si debía sentirse reconfortada o perturbada por esa aparición.

Al despertar, se encontraba de nuevo en su monótona realidad. La transición era dolorosa, como si la felicidad que experimentaba en sus sueños se desvaneciera de golpe, dejándola aún más vacía. Observaba a Orville, su hija real, con una mezcla de amor y desconcierto. -«¿Por qué Orville estaba presente en ambos mundos?»- Pensaba.

Una tarde, mientras cenaban juntas, Orville rompió el silencio con una confesión inesperada.

—»Mamá, anoche vi un fantasma»— Dijo Orville, mientras jugueteaba con su comida.

Sofía, sorprendida, dejó caer el tenedor.

—»¿Qué?»—
Preguntó, intentando mantener la calma.

—»Sí, un fantasma. Era una señora… se parecía mucho a ti, pero no estaba triste»-

Sofía sintió que el corazón le daba un vuelco. La descripción de su hija era inquietante. -«¿Podría ser que Orville también estuviera viviendo una especie de conexión entre estos dos mundos?»-
Su mente pensaba a mil por hora.

—»¿Y qué hacía esa señora?»— Sofía trató de sonar despreocupada, pero su voz temblaba ligeramente.

—»Solo me miraba. No daba miedo, solo parecía… feliz»- Contestó Orville despreocupadamente.

Sofía sintió un escalofrío. Tragó saliva, intentando procesar la confesión de su hija. -«¿Acaso Orville veía a la versión de ella que vivía en los sueños?»-

—»¿Cómo… cómo es esa señora?»— Preguntó con cautela.

Orville dejó de dibujar y la miró fijamente, con una serenidad que parecía impropia de su edad.

—»Es amable. «- Dijo como pensando en ello.

Sofía preguntó -«¿Le has visto antes?»-

La niña asintió con la cabeza -«Oh, si. A veces se sienta conmigo y me cuenta historias. Me dijo que está muy feliz, pero que me echa de menos.»-

Sofía no sabía qué responder. Su mente estaba llena de preguntas. -«¿Qué significaba todo aquello? ¿Por qué ambas, madre e hija, parecían estar conectadas de manera inexplicable a ese otro mundo?»-
Se levantó de la mesa, sintiendo que el peso de ambos universos comenzaba a caer sobre ella.

Esa noche, en sus sueños, se encontró con la versión fantasmal de Orville. Esta vez, la niña habló por primera vez.

—»¿Por qué estás triste, mamá?»-

Sofía intentó responder, pero las palabras se le atascaron en la garganta.

—»Te echo de menos ¿Sabes?»— Dijo la niña, y su voz resonaba como un eco suave —»En este mundo, no puedo estar contigo»-

Sofía despertó bañada en sudor frío. Sabía que algo no andaba bien. Su vida, o vidas, estaban comenzando a entrelazarse de formas que no comprendía. Necesitaba respuestas, pero la pregunta principal seguía ahí, latente y aterradora: -«¿Cuál de estas dos realidades era la verdadera?»-

A medida que los días pasaban, Sofía comenzó a dudar de todo lo que creía real. No podía ignorar el contraste entre ambas realidades. Sabía que debía ser un sueño, pero la intensidad y coherencia de esa vida onírica la inquietaban.

Sus nervios empezaron a alertarle, y sintió que la realidad se desmoronaba. Durante meses había intentado racionalizar sus experiencias, pero aquello cruzaba cualquier límite de la lógica. -«¿Cómo podía Orville ver algo que sólo existía en sus sueños? ¿Es que acaso le leía la mente?»-

Aquella noche, cuando llegó a su otro mundo, estaba su esposo, amoroso y atento.

—»He estado pensando»— Dijo Sofía mientras él le acariciaba el cabello —»¿Por qué no tenemos hijos?»-

Su esposo la miró con una expresión de dolor. Sabía que esta era una pregunta que nunca les había dejado en paz.

—»No pudimos, Sofía. Simplemente no pudimos. Pero aquí estamos, tú y yo. Eso es lo importante.»-

De pronto, la figura de Orville apareció, como siempre, como una sombra en el sueño. La niña fantasma se acercó a Sofía.

—»Mamá»—
Dijo la niña —»Es hora de despertar»-

Durante semanas, Sofía se sumergió en una búsqueda desesperada de respuestas. Visitó médicos, psicólogos y psiquiatras, cada uno de ellos más desconcertado que el anterior. Le realizaron pruebas neurológicas, exploraron su historial clínico y emocional, y la sometieron a innumerables sesiones de terapia. La respuesta siempre era la misma: estrés, agotamiento emocional, o tal vez una forma de duelo no resuelto por la muerte de su esposo.

Pero Sofía sabía que había algo más. No era solo un producto de su imaginación. La nitidez de sus sueños, la conexión tangible entre ambos mundos y la aparición fantasmagórica de Orville no podían reducirse a simples alucinaciones o fantasías subconscientes. No era solo un estado mental, era algo mucho más profundo. ¿Cómo explicar, entonces, la confesión de su hija sobre el fantasma?

Justo cuando sentía que estaba perdiendo la esperanza, cuando las noches empezaban a traerle más angustia que consuelo, Sofía tomó una decisión. Si la medicina convencional no podía darle respuestas, tal vez la ciencia más allá de los límites conocidos de la conciencia podría hacerlo.

En una tarde lluviosa, encontró en internet un artículo que hablaba sobre un instituto de investigación especializado en neurociencia avanzada y física cuántica. El Instituto Kessler, ubicado en una zona remota a las afueras de la ciudad, exploraba lo que muchos consideraban las fronteras más especulativas de la mente humana: la posibilidad de que la conciencia pudiera existir simultáneamente en múltiples realidades.

Intentó leer todo lo que pudo sobre sus investigaciones. Uno de sus estudios más comentados hablaba sobre la ‘conciencia cuántica entrelazada’, una teoría exótica que sugería que, bajo ciertos estados, la mente humana podía conectarse con versiones alternativas de sí misma en otros universos paralelos.

El artículo detallaba que el Instituto Kessler estaba a cargo del Dr. Nathan Harrison, un neurocientífico y físico cuántico cuyas ideas desafiaban los límites de lo aceptado por la comunidad científica tradicional. Su trabajo estaba repleto de especulaciones y críticas, pero Sofía sentía que esa era la única dirección que aún no había explorado.

Decidida, solicitó una cita. La primera reacción de la recepcionista del instituto fue de escepticismo.

—»Lo siento, señora, pero no atendemos casos clínicos regulares. Nos dedicamos exclusivamente a la investigación experimental.»-

—»No es un caso clínico regular»— Insistió Sofía, casi con desesperación —»Creo que lo que estoy experimentando tiene que ver con su investigación. Por favor… solo necesito hablar con el Dr. Harrison. Si después de eso no puede ayudarme, lo dejaré.»-

Hubo un silencio en la línea. Tras unos segundos, la recepcionista accedió.

Unos días más tarde, Sofía se encontraba frente al imponente edificio del Instituto Kessler. Era un complejo moderno, de paredes blancas y amplios ventanales que contrastaban con el paisaje boscoso que lo rodeaba. Al entrar, la atmósfera le resultó extraña, una mezcla de calma científica y una energía subyacente que le recordaba que allí se exploraban los misterios más profundos de la mente.

—»El Dr. Harrison la recibirá en unos minutos»- Le dijo una asistente, guiándola hacia una sala minimalista.

El Dr. Nathan Harrison resultó ser un hombre de mediana edad, con el cabello despeinado y gafas que caían levemente sobre su nariz. Su aspecto no era el de un científico distante; más bien, parecía curioso y ligeramente excéntrico.

—»Sofía, ¿cierto?»— Dijo el doctor con voz pausada —»Por favor, siéntese. Entiendo que ha estado experimentando algo inusual.»-

Sofía, nerviosa, comenzó a relatar sus vivencias. Habló de los sueños, del hombre con el que estaba casada en ese otro mundo, de la aparición fantasmal de su hija Orville en ambos planos. El doctor la escuchaba con atención, sin mostrar signos de juicio o incredulidad.

—»Lo que describes, Sofía, no es del todo descabellado si consideramos ciertas teorías —comentó finalmente Nathan, mientras se recostaba en su silla —»Hemos estado explorando la idea de que la conciencia humana no está limitada únicamente a esta realidad. Existen hipótesis sobre lo que llamamos ‘entrelazamiento cuántico de la conciencia’. La teoría sugiere que, bajo ciertos estados mentales, como el sueño profundo, es posible que la conciencia salte entre diferentes ramificaciones de la realidad. En otras palabras, es posible que estés conectada con otra versión de ti misma en un universo paralelo.”-

—»¿Y mi hija?»— Preguntó Sofía —»¿Cómo es posible que ella también esté presente en ambas realidades?»-

El doctor se levantó y caminó hacia una pizarra donde comenzó a esbozar un esquema.

—»Podría estar ocurriendo algo aún más interesante. Orville, tu hija, podría tener una conexión entre ambas realidades más fuerte de lo que imaginamos. Si aceptamos la teoría de los múltiples mundos, de las branas y universos paralelos, cada bifurcación de la realidad puede representar decisiones o circunstancias diferentes. En una realidad, eres viuda y tienes a Orville. En la otra, estás casada felizmente, pero no puedes tener hijos. Sin embargo, la conciencia de Orville, como entidad, puede estar trascendiendo esas bifurcaciones, existiendo en ambas realidades de manera distinta: en un mundo como tu hija física, en otro como una manifestación etérea.»-

Sofía se llevó una mano a la cabeza, tratando de procesar todo lo que estaba escuchando.

—»¿Qué puedo hacer?»— Preguntó, con un susurro —»No quiero perder a Orville… pero tampoco quiero abandonar esa otra vida.»-

El Dr. Harrison le miró con compasión.

—»Aquí es donde las cosas se complican. Si ambas realidades están entrelazadas de manera tan profunda, tu mente podría no soportar esa tensión indefinidamente. Es posible que, si continúas existiendo en ambas realidades, tu conciencia comience a fragmentarse. Ya has empezado a notar las consecuencias: la confusión al despertar, los episodios de desorientación. Llegará un momento en que tendrás que elegir.»-

Sofía sintió que el suelo se abría bajo sus pies -«¿Cómo elegir entre dos vidas?»-
Pensó para sí misma.

—»¿Y si no lo hago?»— Preguntó casi con ansiedad —»¿Qué pasará si no elijo?»-

El Dr. Harrison la miró a los ojos con una expresión grave.

—»Podrías perder ambas realidades, Sofía. La fragmentación podría llevarte a un colapso mental irreversible. Si decides mantener esta realidad, podríamos intentar estabilizar tu conexión, asegurando que tu conciencia permanezca íntegra. Si eliges mantener la realidad de tus sueños, con tu esposo y sin tu hija, deberá ser mediante una internación permanente y sedacion. Actualmente no conocemos medios para trasladar a nadie entre realidades o universos paralelos.»-

Sofía permaneció en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Dos vidas, dos amores, dos versiones de su hija… y solo una elección.

—»¿Es decir que no importa nada si lo que vivo en mis sueños no es solo un sueño, sino otra realidad? No tengo forma de escapar a mi viudez con Orville…a la soledad…»- La mujer habló para sí misma mientras terminaba la frase en un susurro.

—»Quizá lo sea y tal vez estás experimentando ambas líneas de tiempo, aunque con algunas limitaciones. La mente humana puede percibir estos universos alternos en estados alterados de conciencia, como el sueño. Pero si este fenómeno persiste, tu mente podría fragmentarse. Debes tener mucho cuidado. Una cosa es que percibas el universo paralelo, pero aún no hay medios para saltar entre esas realidades.»-

Sofía reflexionó en silencio. -«De verdad me siento conectada a otro mundo…»- Si esa vida era real en un universo paralelo, entonces, ¿quién era ella en cada una?

Esa noche, al caer en el sueño, se enfrentó a su marido con una verdad ineludible.

-«No eres real»— Le dijo con tristeza —»Este lugar no es real»-

Él la miró, pero no parecía sorprendido.

—»Sofía, esto que vives en un sueño es tan real como tu vida de vigilia. Creí que lo sabías. Ni una vida ni la otra son reales. Orville no existe. Todo lo que experimentas son simulaciones creadas por el Instituto Kessler. Eres voluntaria en un experimento neurocientífico»-

Ante las palabras de su esposo, el horror se apoderó de Sofía. Replicó -«¡No puede ser! Orville me necesita»— Se despertó sollozando mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

Al abrir los ojos, un sonriente Dr. Nathan Harrison estaba al lado de su cama. Le acompañaba una enfermera joven. Ambos le miraban relajados y sonrientes.

-» Buen día, Sofía. Hemos llegado al último tramo del experimento»- El doctor parecía complacido.

Poco a poco al despertar en lo que era un laboratorio del sueño, recordó que había sido parte de un experimento para explorar los límites de la conciencia humana.

Todo lo que había vivido, en la vida con Orville o con su esposo, no eran realidades paralelas, sino simulaciones creadas por un experimento neurocientífico en el Instituto Kessler. Su vida real, aquella que había olvidado por completo, nunca incluyó ni a su hija ni a su esposo.

En parte, su mente tuvo una explosión de regocijo. Su mente estaba bien, nada estaba disgregándola. Pero por otra parte, tuvo que enfrentar la dura verdad de su verdadera existencia, que estaba marcada por la soledad absoluta.

Después de una entrevista que duró alrededor de una hora, el Dr Harrison se frotó las manos con emoción. Le dijo: -«Ha sido una experiencia maravillosa. Le agradezco su colaboración a la ciencia»- Le estrechó efusivamente las manos.

Al salir, la secretaria le entregó un cheque generoso. Dirigiéndose a Sofía, le comentó: -«La semana que viene comenzaremos otro experimento. Tiene altas calificaciones para lograr ser elegida entre los posibles candidatos.»- La secretaria le despidió con una sonrisa.

El resto del día se sintió como una presa liberada, libre de sus ataduras mentales que la habían perseguido. ¡Todo se había sentido tan real! El doctor le advirtió de algunos efectos secundarios. El entrelazamiento de las dos realidades se desvanecería al quitarle los medicamentos que inducían el sueño.

No dejó de sentirse incómoda, como una usurpadora de su propia vida. Era una sensación extraña y quiso hablar con Harrison por teléfono. El Doctor le dijo que Orville y su esposo ideal probablemente eran sus propios anhelos, que se habían manifestado en forma de sueños.

Por la noche seguía pensando en su mundo como viuda, en Orville, la hija que en este universo no podía tener y en el otro universo, con un esposo amoroso. El cansancio cerró sus ojos. Mientras estaba internándose en un sueño profundo y reparador, sintió la voz de Orville susurrándole al oído:

-«Mamá, no tienes que estar triste. La felicidad no está en lo que vives, sino en como interpretas tu realidad»-

FIN


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