Es difícil saber bajo que circunstancias, sentimientos y pensamientos, buenos o malos, el panadero amasa la vida misma. Es fácil juzgar al panadero en base al pan mismo.
Hay un pan lleno de lagrimas. Este pan específico culpa al panadero por su forma, su sabor y consistencia. Maldice día y noche al panadero por el tiempo que lleva en la repisa.
Si tan solo este pan hablara.
Si pudiera dirigir palabra alguna al panadero, ciego, sordo y mudo, podría entrar en cuenta que el panadero hace con amor, y mas aún, con indiferente al hecho de que este pan sea capas de saberse que existe, le diría lo mucho que sufre. Si pudiera hablar con el panadero, entraría en cuenta que el pan, el panadero y el acto de hornear forman parte de la misma naturaleza. No existe uno sin el otro.
Verdad oculta por un recelo de niño rencoroso.
Sin poder caer en cuenta que el panadero y el pan forman parte de la misma materia, organizada en maneras diferentemente complejas, lo culpa por su mala forma. Resentido con los demás panes, bollos, cuernos, alfajores y pasteles, los maldice a todos sin prestar atención al único fin que es el ser comido. No piensa en la materia, la técnica, herramientas, ni en el esfuerzo y nada automática atención con el que fue amasado. Pero el panadero tenía un plan. Un plan que en la escala de esta mantecada no se alcanza a apreciar. Ignora que su naturaleza es el simple y romántico acto de la práctica, en la que el panadero en una hora más joven, aprendía a enjutar la masa.
Demacrada, ya, con grietas y algo duro. El fin de este pan que tanto se queja nunca fue el ser comido. El mismo es el creador del panadero, que sin su proceso, todo el pan de la canasta seria simple masa sin forma. Fue elegido por el asar de la mano intrépida del no muy diestro aun, para convocar la destreza.
El reflejo del panadero impreso en éste pan imperfecto. Su existencia misma es el testimonio y la veracidad de el, de el panadero, de Dios. Y seguirá así, ignorando su importancia en el que, a la escala del panadero, muestra la relevancia y la justificación de toda la panadería. Seguirá ignorando su sabor exquisito y perfecto que provee el primer cacho de masa.
Así el panadero se hizo panadero. El pan no cree en el panadero pero, incuestionablemente , el panadero cree en el pan. Con amor profundo lo coloca en el piso más alto de la repisa. Pues es él, ese pan, únicamente él, el dueño de toda la panadería.
OPINIONES Y COMENTARIOS