El enamorado es el sujeto que, mediante el sucedáneo de alguien más, se enajena de la realidad. Eso es porque la realidad lo aplaca y lo agobia. Todos los caminos se parecen, la ruta a casa, casa, el ritual de la cena, el de levantarse para ir a trabajar. Su cuerpo está aletargado, anestesiado. No siente suficiente dolor ni suficiente satisfacción. Ya nada le importa demasiado y anda por la vida medio frustrado, inventando personajes, rutinas para distraerse y unas cuantas frases moralistas de bolsillo. Es un negador sistemático de la realidad.
Pero un buen día, casando de su mundo poco sensual, decide soltar amarras y hacerse a la mar. Se ha enamorado perdidamente de alguien. Su aventura por aquel océano quizás sea apacible los primeros meses. No obstante, a poco de comenzar viaje lo asestará una colosal tempestad, que lo dejará a la deriva y solo. El enamorado capitanea su propio barco y no repara en estudiar las coordenadas de ruta, ni tampoco las condiciones climáticas. Tampoco escucha consejos de su tripulación. Lleva a su amada como invitada preferencial, y disfrutan “juntos” del navío mientras el mar está dormido y el sol golpea cubierta.
Su amor únicamente florece sin adversidad. En su delirio fantasioso, extasiado de placer y de muerte, evitará del cielo las nubes que ya deslucen al sol. Es así que entonces, negando advertencias, el mar se pondrá tempestuoso. Su barco no tiene donde anclar ni donde naufragar. Para colmo, persiste en su obstinación, y como buen capitán, no abandonará el vehículo para salvarse a sí mismo. Sin previo aviso, su amada, que tenía un sistema de radio escondido, dará la señal de rescate, y un buque pesquero que estaba cerca se la llevará a salvo. Ella no se esforzará sobremanera por llevarse al enamorado, a quien observa abrazado al timón, volanteando para la izquierda y para la derecha, sin remedio. En efecto, no le deja ni una carta de despedida en el camarote, y aborda el buque, una nave más segura y tecnológica.
Tan ciego y sordo estaba el enamorado, que no llegó a advertir el ruido del buque pesquero, ni tampoco el naufragio de su amada. Sólo cuando pasó la parte más cruda de la tormenta, y tuvo un respiro para abandonar temporariamente el timón, se le hizo presente el abandono. Toda clase de sentimientos lo invadirán, y no alcanzaría un libro entero para dar revista de ellos. Lo poco que le queda de racionalidad, de frialdad calculatoria, debe utilizarlo para tomar las riendas del barco, que a sus ojos se transformó ahora en una barcaza de cartón. Su destino es derivar hacia alguna isla cercana, cuya dirección no conoce. Es su única esperanza. Deberá pilotear la nave en la tormenta, más solo de lo que estaba antes (su invitada era ornamental, en realidad), o sino deberá dejarse morir.
Los primeros días siente que será imposible la empresa, y por momentos lo abandona su pobre fuerza de voluntad. Luego, con mucho tiempo de flagelo a cuestas, la imagen de su amada comienza a deslucirse, el abandono y la ausencia del objeto amado comienzan a ser percibidos como hechos irremediables, y recupera tímidamente el contacto con sus sentidos. Empieza a sentir el viento en el rostro, y eso le ayuda a predecir rumbos futuros. Comienza a saborear las comidas que prepara, y eso lo hace recobrar energías. Fantasea con llegar a alguna isla, y que lo reciban nativos/as con manjares y júbilo. Vuelve a fantasear, y eso lo hace sentir vivo también.
Sin embargo, esta vez parece haberse recuperado de su delirio. Antes de enamorarse no sentía nada o sentía poco, y –a decir verdad- durante los meses del encuentro entre los cuerpos, sentía el placer y la muerte sin poder trazar fronteras. Todo ese ciclo placebo y macabro debía acabar. Ahora, luego de desafiar al Eros y al Tánatos, está un poco más preparado para seguir el viaje, que será de aguas revueltas todavía. Pero es mejor capitán que antes; quién sabe, cuando llegue a la isla (si llega), que en poco se parece a aquel mundo que dejó cuando soltó amarras, se sabrá más liviano, tomará consejo de otras aventureras y amará de nuevo, pero distinto.
Hernán Caneva (13/11/2020)
OPINIONES Y COMENTARIOS