(Cuento macabro inspirado en una leyenda urbana)
A finales de los años 70, vivía en un pequeño pueblo canadiense una joven pareja con un hijo pequeño, de apenas un año y medio de edad.
La tremenda vivacidad del infante sí que era un verdadero dolor de cabeza para estos padres primerizos, quienes constantemente debían evitar que metiese sus deditos en el enchufe o se bebiese los líquidos limpiadores del baño y la cocina.
Día y noche el niño correteaba por toda la casa, rehusando dormirse a sus horas, apenas pudiendo quedarse quieto por un par de minutos pese a las cada vez más desesperadas súplicas de su madre, quien empezaba a verse sobrecogida por un terrible estrés.
—No sé si pueda seguir con esto… —habría de confesarle la mujer a su marido, luego de que ambos tuviesen una agria discusión, producto de su tensión acumulada—. ¡Juro por Dios que si no me tomo aunque sea un día de descanso voy a terminar volviéndome loca!
Por esos días, una vieja señora sin hijos que vivía en el mismo vecindario iba de casa en casa repartiendo volantes con la foto de “Missy”, una perrita de raza Pomerania que acaba de perdérsele recientemente.
— ¡Si la ven, comuníquenmelo inmediatamente, por favor! —Suplicaba la anciana, con gesto lastimero—. Mi pobre Missy, ¿En dónde estará…?
En más de una oportunidad, dicha mujer se presentó en casa de los sufridos padres primerizos, quienes a pesar de todo la recibieron con bastante cortesía en cada oportunidad, invitándola incluso a tomar el té, conmovidos de su soledad.
Fue precisamente durante una de esas visitas que esta vieja señora se enteró del problema por el que pasaban sus jóvenes amigos, a quienes ya había empezado a considerar como parte de su familia. Y deseando ayudarles, se ofreció a cuidar del travieso chiquillo mientras ellos dos se tomaban unos cuantos días de vacaciones.
Al principio los jóvenes esposos tuvieron sus reservas al respecto, pero por fin, terminaron dejándose convencer por la dueña de la todavía desaparecida Missy, empezando a realizar sus preparativos de viaje con destino a una de esas playas tropicales de los anuncios televisivos, todo un sueño hecho realidad para ambos.
Sin embargo, un pequeño contratiempo habría de producirse durante el día fijado para la salida de su avión: Pasaban las horas, y la dueña de Missy seguía sin aparecerse.
La espera de los ansiosos padres fue finalmente interrumpida por una llamada telefónica de parte de la niñera ausente, quien les informó que justamente ese día había tenido que acudir a un compromiso en la ciudad: Se trataba de la lectura del testamento de un pariente lejano que había fallecido recientemente, quien le había dejado como herencia una buena suma de dinero.
—Justamente acabo de cobrar el cheque en el banco —les dijo la señora—. En media hora estaré de vuelta, lo prometo…
Media hora. Los jóvenes padres no podían darse el lujo de esperar tanto, faltando ya muy poco tiempo para la salida de su avión. Por este motivo, ellos optaron por dejar una nota para la anciana en la cocina, dejando a su hijo sentado en una sillita mecedora dispuesta en la sala.
Al ver que sus padres estaban a punto de irse, el chiquillo armó un tremendo escándalo, teniendo que ser tranquilizado inmediatamente por sus padres, quienes le prometieron que volverían muy pronto, hablándole de la buena señora que vendría a cuidar de él mientras ellos estaban de viaje.
Ellos le prometieron además traerle un bonito regalo en cuanto estuviesen de vuelta, pero con la condición de que él se portase muy bien, esperando quietecito en la silla hasta que llegase la dueña de Missy a casa.
Solamente así el infante aceptó quedarse tranquilo, sin armar ningún berrinche luego de que sus padres se despidiesen de él con un beso en la frente.
La joven pareja apenas si alcanzó a abordar su vuelo, pero aún con todo, aquel fin de semana fue algo simplemente maravilloso mientras duró: Era como si el tiempo hubiese vuelto repentinamente atrás, a los primeros años de su noviazgo cuando todavía ambos estaban completamente libres de las obligaciones que la vida cotidiana habría de imponerles con los años, bien fuera en el hogar o en el trabajo.
—Quisiera que este fin de semana nunca terminase… —habría de confesarle la mujer a su marido, ya estando próxima la fecha de su regreso, programada para el martes en la tarde.
Desde luego, a ambos les extrañaba no saber todavía nada de la dueña de Missy, pero ellos asumieron que de producirse alguna eventualidad, ella no tardaría en informarles al respecto, habiéndole dejado una nota con el número del teléfono del hotel en el que se encontraban hospedados.
Y puesto que el pequeño teléfono negro dispuesto en su habitación jamás sonó durante esos tres días magníficos, no podían sino convencerse a sí mismos que todo marchaba bien en casa.
—Recuerda que prometiste dar a nuestro hijo un regalo por haberse portado tan bien el día de nuestra partida —le haría acordar el joven marido a su mujer, justo cuando faltaba ya muy poco para que emprendiesen el viaje de vuelta a casa.
En una tienda de regalos, la mujer habría de escoger apresuradamente un perro de peluche para llevarle a su travieso vástago, comentando entre risas lo mucho que aquel juguete se parecía a la desparecida Missy.
De vuelta en su hogar, los esposos llamaron a la puerta, esperando que la vieja señora les abriese, pero tal cosa no ocurrió. Y lo más extraño de todo, es que un olor terriblemente desagradable parecía provenir del interior de la casa.
Llenos de temor, aquellos dos cónyuges se dispusieron a ingresar a la vivienda con tanto apuro que ni siquiera se percataron del periódico que se hallaba sobre el felpudo, cuyo principal titular mencionaba un trágico accidente de tránsito acontecido un par de días atrás en la ciudad: Un ómnibus que venía al pueblo había sido embestido por un camión, pereciendo en el accidente casi todos los pasajeros, entre los cuales se encontraba la pobre dueña de Missy.
Y fue precisamente la perrita Missy quien salió a recibir a los recién llegados: Se le veía bastante más delgada y con el pelo cubierto de polvo y suciedad, pero todas maneras se presentó muy alegre ante los dueños de casa, moviendo la cola con aire juguetón.
Sin embargo, sus patas y hocico estaban manchados de sangre.
—Oh Dios… —fue lo único que alcanzó a musitar la madre del niño al momento de descubrir los restos de su retoño, que ahora yacía inerte sobre el suelo de la sala con el cráneo destrozado.
El día de la partida, el chiquillo se había quedado profundamente dormido.
Varias horas después, sin que nadie viniese a casa, él se habría despertado en medio de la noche, Luego de llamar repetidas veces a sus padres sin obtener respuesta alguna, el niño fue presa del miedo y empezó a sacudir con mucha fuerza la sillita mecedora. Pero un mal movimiento habría ocasionado que la silla se volcase sobre la mesa de centro en la sala, estrellándose su frágil cabeza contra el borde de la misma, muriendo al instante.
Por alguna clase de irónica crueldad del destino, la perrita Missy, desaparecida desde hace un par de semanas atrás, encontró finalmente el camino de vuelta tras haber vagabundeado por quien sabe qué rumbos.
Imposibilitada de acceder al hogar de su dueña ausente, dicho animal siguió explorando el vecindario, y atraída por el olor de la sangre, habría de llegar hasta la morada de los jóvenes esposos, que en el apuro de su salida se habían olvidado de cerrar con llave la puerta trasera de su vivienda.
Hambrienta como estaba, Missy pudo darse entonces un magnífico banquete mientras los padres de aquel infortunado niño seguían de vacaciones, deseando que ese fin de semana tan especial jamás terminase…
OPINIONES Y COMENTARIOS