La tecnología de la involución, 

nos obsesiona  inmortalizar momentos,

haciéndonos olvidar el disfrute de lo que está a la vista de nuestros propios ojos. Olvidamos mirar con el corazón y nos limitamos a observar a través de una fría pantalla o del objetivo de una cámara. 

Viajamos obsesionados con hacer fotos, olvidando disfrutar del lugar, de los olores y los colores que nos ofrece la realidad. Perdemos momentos que no quedarán inmortales en nuestra memoria, ya que solo los vivimos con barreras tecnológicas. 

Curiosamente, dedicamos la mayor parte del tiempo a grabar, hacer fotos y guardar archivos que nunca volveremos a mirar, con suerte un par de veces. Lo hacemos para que queden en la memoria de un móvil o cámara, de los que algún día, tarde o temprano, nos desharemos. Y ya será demasiado tarde para retenerlos en nuestro cerebro y alma. Observamos desde el prisma de la tecnología, ¿para qué lo hacemos? ¿Para mostrar una «felicidad» que nos venden? No lo sé. Quizás deba madurar para entenderlo. 

Vivimos relaciones a través de WhatsApp, Facebook.., expresamos emociones con emoticones,  olvidando que cada uno le da un significado diferente, dejando la puerta abierta a la duda. Nos olvidamos que tenemos cinco sentidos.  Dejamos de reír de verdad, y lo hacemos usando emoticones. Olvidamos dar besos que no sean de corazones, ni abrazos que reconstruyan el alma. Olvidamos que una mirada enamora, y una risa cura el alma. Dejamos que se malinterpreten palabras por un chat. Dejamos de llamar, olvidando que una llamada puede alegrar tu día y una conversación tras un insólito botellín de agua ensancha el alma. 

Olvidamos la importancia de dar coherencia a las palabras y dejamos que estas se conviertan en vapor, o lo que es peor, en humo. Pero aún puede ser peor, ya no hay un cara a cara, ni llamadas para decir lo que se siente, es cualquier aplicación social la que refugia cobardes emociones y palabras, aún muriéndonos de ganas de sacarlas de nuestra alma y ver como la otra persona se le dibuja la más bonita curva de su cara, su sonrisa, las escondemos para que nadie pueda herirnos. 

Dejamos marchar a quien nos importa antes de llegar. Estamos tan llenos de filtros que dejamos de amar por no atravesar el filtro de una pantalla.  En esencia, dejamos de vivir y abandonamos nuestra alma.

¿Y tú? ¿Amas, ríes, sueñas, lloras, compartes de verdad… o usas el filtro de tu pantalla?

Etiquetas: tecnología

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