Jenna despertó, en la radio de la camioneta sonaba una canción que le era conocida: “Wonderwall”. Tuvo el recuerdo de estarla escuchando con su padre en varios viajes que habían hecho juntos. La chica despertó, Roman continuaba manejando.

—¿Cuánto dormí? —preguntó Jenna mientras se acomodaba en el asiento. El cinturón fue lo único que evitó que se cayera.

—Casi las dos horas —dijo Roman y sonrió—. Llegaremos a la primera parada en unos diez minutos.

Jenna no despegó su rostro de la ventana, veía casas con varios metros de separación que se habían construido cerca de zonas de cultivo, no eran parte de la civilización, algunos negocios ambulantes permanecían a lado de la carretera y otros que venían de los dueños de las casas. La camioneta se estacionó frente a una zona rodeada por un muro de concreto, en una de las paredes tenía escrito: “Renacimiento”. Bajaron de la camioneta, el Sol empezó a quemarlos casi al instante. Roman le lanzó una botella a Jenna.

—Bloqueador con repelente, por esta zona hay muchos mosquitos.

Jenna se colocó bloqueador en los brazos y piernas, no vestía el uniforme de la escuela de hechicería, usaba una blusa blanca y un short de mezclilla. Le devolvió la botella a Roman cuando pasó a lado de ella, él la guardó en su mochila.

—¿Qué es aquí? —preguntó Jenna mientras seguía el paso de Roman.

—Un cementerio —dijo Roman y se acercó a la entrada.

Había una puerta formada por barrotes que estaba abierta, cerca de ella un guardia con una gorra negra descansaba en una silla mientras comía un elote. Vio a los dos visitantes de reojo y se quedó en silencio. Cuando Jenna cruzó la puerta vio un campo de cruces de piedra con placas de piedra que tenían los nombres de quienes perecían ahí. La mayoría de las cruces estaban decoradas con arreglos de flores, algunas tenían juguetes u otros objetos. No había gran separación entre ellas, parecían estar lo más pegadas posibles para no perder espacio. Roman había caminado hasta un pequeño puesto cercano, habló con una señora que hacía arreglos de flores.

—¿Qué precio tienen? —preguntó Roman con una sonrisa en el rostro.

—La que quieras por cien —dijo la señora.

Jenna se acercó, vio con asombro el detalle de los arreglos de flores y lo coloridos que resultaban.

—¿Cuáles te gustan? —preguntó Roman y volteó a ver a Jenna, le dirigió una sonrisa de amabilidad.

—Las azules son lindas —dijo Jenna, seguía asombrada con la calidad de los arreglos.

Roman sacó un billete de su bolsillo y se lo entregó a la señora, tomó el arreglo de flores y le agradeció a la señora.

—Puedes llevar una cubeta de agua —dijo la señora y le dio una cubeta vacía—. Toma agua del bote de ahí.

El hombre le dio las flores a Jenna, tomó la cubeta y la llenó. Empezaron a caminar por el camino de pavimento que nacía desde la entrada, llegó un momento donde Roman se desvió a la izquierda y se adentró al terreno donde yacían los ataúdes enterrados. Jenna se mantenía en silencio, no sabía por qué habían comprado flores, pero no sentía que era una atmósfera en la que fuera adecuado hablar. Conforme caminaban, la chica no dejaba de ver el suelo que pisaría, fueron varias veces que casi cae por resbalar con la tierra o tropezar con las placas de piedra incrustadas en el suelo. Pasado un rato de recorrido, Roman empezó a leer los nombres en las piedras del suelo, parecía buscar alguno. Jenna se acercó, al seguir sin la necesidad de hablar, se limitó a ver los decorados y los nombres a su alrededor. Un extraño sentimiento de calma y respeto la invadió.

—Jenna, aquí.

La chica se acercó a Roman con el arreglo de flores, el hombre puso la cubeta en el suelo y tomó las flores, mismas que acomodó a lado de la cruz de piedra. Jenna bajó la mirada para leer el nombre: “Zarina”. Para ella fue peculiar que no tuviera apellidos o los años durante los que vivió como el resto de las piedras, sin embargo, no comentó nada. Roman, una vez acomodó las flores, tomó la cubeta, la mitad la usó para regar las flores y el resto para limpiar la piedra con el nombre. Se quedó en silencio por un momento mientras miraba la cruz. Jenna hizo lo mismo.

—Era mi hermana —dijo Roman, seguía mirando la cruz—. No nacimos de la misma madre, ni del mismo padre. De hecho, ni siquiera estamos seguros de haber nacido de alguien.

Jenna volteó a ver a Roman mientras daba su monólogo.

—Nos conocimos en la calle. Ella tenía diez años cuando me encontró abandonado en un callejón. Crecí con ella hasta los catorce años, nunca la vi ser cuidada por un adulto o alguien más, éramos ella y yo contra el mundo. Ella me dio mi nombre, me dijo que se llamaba Zarina. Nunca había traído a nadie a su tumba, pero estamos de paso.

—¿Por qué falleció? —preguntó Jenna con el miedo de sonar insensible.

—Estuvo en el lugar incorrecto —dijo Roman, hizo una mueca con su boca, no era por la pregunta de Jenna, era por el amargo recuerdo—. Fue por la guerra de hace siete u ocho años, contra Niko.

Jenna tomó especial interés al escuchar el nombre.

—El chico asesinaba hechiceros a diestra y siniestra, así que Zarina y yo nos escondimos, ambos teníamos técnicas rituales. Aún recuerdo ese día, jamás olvidaré la gran confusión que tuve.

—¿Confusión?

—Esa pelea se llevó a cabo en el territorio de la actual Escuela Superior de Hechicería. La que conocen como segunda generación de hechiceros se había preparado para sellar a Niko.

—Claro, me dijeron en clase que Niko llegó y atacó a los hechiceros, aunque dicen que no saben el por qué fue a ese lugar específicamente.

—No siempre fue una escuela, antes era una zona residencial, no había muchos habitantes, pero era una zona tranquila donde varios hechiceros tomaron escondite.

—¿Niko fue por los hechiceros?

—No. Te daré una clase de historia, Jenna. Zarina no me dejará mentir.

Roman se acercó a la cruz y la acaricio por un momento, cuando empezó a hablar dirigió su mirada al atardecer que se formaba.

—Niko no fue el primero en llegar al pueblo. Fue una mujer de cabello corto, su rostro era delgado, pero usaba una vestimenta extraña. Tenía un vestido corto que dejaba ver sus hombros, su cuello estaba cubierto, pero había una separación respecto al torso que dejaba ver su piel. Su vestido tenía mangas que cubrían hasta sus manos, recuerdo que se veían esqueléticas. Líneas doradas, unos aretes que colgaban y tenían una forma de atrapasueños.

—¿Por qué la recuerdas tanto?

—Ella mató a Zarina. Yo estaba en una pequeña casa maltratada por el tiempo, esperaba a que Zarina llegara, pero fuera empezaron a escucharse gritos y a toda la gente moverse de un lado a otro. Cuando salí a ver vi a la mujer, caminaba como si supiera a dónde quería llegar. Me vio asomarme desde la puerta de mi casa, sus ojos eran grises, estaban vacíos. Quise correr y salir por la ventana, pero mis piernas no reaccionaron.

—¿Era una hechicera?

—No… Eso de ahí era algo peor. Cuando empezó a acercarse a mi casa sólo pude ver como mi hermana la atacó con su técnica ritual, ella podía usar unas extrañas lanzas, creo recordar que desaparecían al contacto. Estoy seguro de que una lanza atravesó su cabeza, cuando desapareció esa mujer se tapó la herida con la mano y cuando volví a ver, la herida mortal había desaparecido.

—¿Crees que haya una magia de curación tan fuerte?

—No puedo decir que no después de verlo. Pero no es lo peor. Se giró a mi hermana, le sonrió, una maldita sonrisa que sería hermosa en cualquier otra mujer, tocó su rostro y sin más, mi hermana cayó muerta. Siguió su camino, ni siquiera hubo algún ataque o algo, sólo tocó su rostro. Como pisar a una hormiga por accidente. Entonces Niko llegó.

—¿Quién era la mujer? No creo que haya registro de una hechicera así de poderosa.

—Ninguno de los hechiceros la vio, sólo Niko. Sentí miedo cuando lo vi acercarse, esos dos juntos serían una fuerza imparable. Pero me quedé confundido, Niko estaba atacando a la mujer y protegía a los hechiceros que ella casi mataba como daño colateral.

—¿No era un asesino de hechiceros?

—Eso pensé, pero cuando estaba protegiendo a los hechiceros, se veía diferente a las historias que conocía. No vi mucho de la batalla, en cuanto Niko distrajo a la mujer corrí al cuerpo de mi hermana, sólo corroboré que estaba muerta. Lo arrastré con ayuda de un vecino hasta fuera de la zona, él también fue el que me dio transporte. Después llegué aquí, me dieron permiso de enterrarla y vengo de vez en cuando.

—¿Culpas a Niko de no llegar antes?

—No. En realidad, gracias a él sigo vivo. Seguro que si no llegaba esa mujer nos mataba a todos. De todas formas, me preguntó qué pasó realmente en esa pelea.

—Si Niko fue sellado, ¿qué habrá sido de esa mujer?

Roman quitó la mirada del amanecer, tomó la cubeta y empezó a caminar de regreso al camino principal. Jenna lo siguió. Antes de regresar siguieron el camino principal hasta llegar a una pequeña capilla.

—Leí la misión —dijo Roman.

—Limpieza en la capilla al final del camino —dijo Jenna—. Creo que será más rápido si es así de pequeña.

Jenna apoyó la mano sobre la puerta de la capilla, cerró los ojos.

—Técnica ritual, bendecir.

La chica se mantuvo así por unos minutos, después de los cuales abrió los ojos y miró a Roman.

—¿Y ya? —preguntó Roman incrédulo.

—Bueno, descubrí que si los entes malignos entran en contacto con mi energía ritual son eliminados fácilmente. Entonces si lleno un lugar de mi energía, puedo limpiarlo por completo.

—Eso explica por qué haces que cualquier objeto sirva de arma, tiene sentido, tu técnica es imbuir cualquier cosa con tu energía.

Jenna asintió. Volvieron al comienzo del camino, a su alrededor ya estaba oscuro. Devolvieron la cubeta y subieron a la camioneta. Roman arrancó.

—¿Puedes buscar algún lugar para dormir cercano? No quiero llegar de noche al siguiente destino.

Jenna tomó su celular e intentó hacer una búsqueda en internet, sin embargo, no había señal en la zona.

—Está retirado —dijo Roman.

Tras manejar un poco encontraron un mercader ambulante con su puesto de comida, se dispusieron a tomar algo de cenar antes de seguir.

—¿Qué edad tienes? —preguntó Jenna, ambos esperaban a que les sirvieran la comida—. Sin ofender, pero no me cuadran las cuentas, te ves como de treinta.

—Eso es ofensivo —dijo Roman y empezó a reír—. Es demasiado ofensivo, ¿cómo pudiste sumar nueve años? ¿Qué tú tienes cincuenta?

—Tengo diecinueve —dijo Jenna sin dejar de reír—, no te creo que sólo me lleves dos años.

La comida de ambos fue servida, empezaron a comer. Terminaron rápido, ya que habían caminado una hora bajo el sol no dudaron en comprar bebidas frías, incluso si la noche prometía ponerse más helada. Jenna miró a su alrededor, sintió una extraña tranquilidad. Después de la comida preguntaron por algún lugar para dormir cercano y recibieron indicaciones de un hotel de carretera cercano. Llegaron a él y pidieron una habitación para dos. En cuanto entraron Roman se dejó caer sobre la cama.

—El Sol estuvo horrible hoy —dijo Jenna—. Espero que mañana esté nublado.

—Ojalá que sí —dijo Roman, no despegaba la cabeza de la almohada.

Jenna se quitó los zapatos, miró la habitación, estaba hecha en su mayoría de madera, tenía poca decoración y un televisor. La chica encendió el televisor, no había ningún canal con señal. Jenna se recostó y quedó dormida al instante. Por la mañana Jenna volvió a revisar si tenía señal, seguía sin cobertura.

—Creo que podremos irnos después de desayunar —dijo Roman.

—Creo que olvidamos algo importante —dijo Jenna mientras miraba su celular—. Pero no viene a mi mente.

—Debe ser una bobada que puedes posponer, me pasa todo el tiempo y al final olvido que algo siquiera me preocupaba.

Roman mantuvo su mirada fija en Jenna, misma que no dejaba de ver la pantalla de su celular. Ambos desayunaron en un local cercano al hotel, tras comer y pagar la cuenta volvieron a la camioneta, llegaron a la ciudad donde Jenna vivía.

—El regreso fue mucho más corto —dijo Jenna y rio un poco—. ¿Por qué vinimos aquí? Pensé que nos acercaríamos a la escuela y después me llevaría la camioneta.

—Bueno, te dieron tres días para completar la misión y lo hiciste en una, así que tienes dos días de vacaciones —dijo Roman con una sonrisa en el rostro—. ¿Estás tan presionada que lo olvidaste?

Jenna reflexionó un poco las palabras de Roman, creía que tenía un día para la misión. Sin embargo, su reflexión se vio interrumpida.

—Deberías ir con tu amiga, mira, está comiendo sola ahí.

La chica miró por la ventana, frente a ella estaba el lugar de comida en el que había dejado a Sabina repentinamente, su amiga estaba comiendo sushi mientras revisaba su celular. No lo pensó mucho, bajó de la camioneta.

—Sabi —dijo Jenna y se sentó frente a su amiga—. ¿Me pido algo o ya te vas?

Su amiga sonrió al verla, se veía más alegre que el día anterior. Después de pedir algo de comer empezó a platicar con su amiga.

—¿Cómo te fue en tu misión de ayer? —preguntó Sabina—. ¿El cementerio fue difícil?

—En realidad fue muy rápido —dijo Jenna y rio un poco—. Pero no hay que hablar de trabajo, creo que hay que aprovechar el tiempo que tenemos.

Sabina sonrió con gran felicidad a su amiga. Más tarde Jenna llegó a casa, su padre y su madre esperaban en la mesa, en cuanto la vieron cruzar la puerta se acercaron a abrazarla. Pronto la llevaron a la mesa para platicar.

—¿Qué haces aquí? Pensé que estarías en la escuela —dijo Carla mientras sujetaba la mano de su hija.

—Mamá, te diré la verdad —dijo Jenna, se mostraba llena de confianza—. Soy una hechicera.

Su madre la miró sorprendida por un momento, pronto sujetó su mano y mostró una sonrisa.

—Mientras eso te haga feliz, yo te apoyo, seguro serás la mejor.

La chica se levantó a abrazar a su madre, le fue inevitable no llorar ante la reacción tan positiva. Tomó sus dos días de descanso en los que estuvo con sus padres y con Sabina. En el último día Roman la recogió para volver a la escuela de hechicería.

—¿Qué tal tu descanso? —preguntó Roman mientras manejaba.

—Lo necesitaba.

Cuando estuvieron algunas calles alejados de la escuela, Roman bajó del vehículo y Jenna tomó el puesto de piloto. Gabriel le dio la bienvenida.

—¿Cómo te fue? —preguntó Gabriel al ver a la chica.

—Bien, aprendí mucho —dijo Jenna—. Creo que tengo una buena pista sobre Niko.

—Eso suena genial, pero sería mejor si lo habláramos con todos, ¿no?

Jenna asintió. Fue llevada a la oficina de Mirko, donde ya esperaba Adrián, Vanesa, Mirko, RIko, Roman y Gabriel.

—Falta alguien —dijo Jenna, no estaba segura de lo que decía, pero sentía que debía haber alguien más en ese lugar, también la presencia de Roman la sorprendió, apenas hace unos minutos estaba varias calles atrás.

—Estamos todos —dijo Roman.

—No, estoy segura de que falta una persona —dijo Jenna, miraba a cada uno de los presentes, no lograba llegar a su mente el nombre que necesitaba.

—Jenna, estamos todos —insistió Roman con una sonrisa en su rostro.

Poco convencida, Jenna se quedó en silencio.

—¿Cuál es el secreto que nos ibas a decir? —preguntó Vanesa.

—Cierto —dijo Jenna—. Les quería contar que…

Jenna volteó a ver a Vanesa, en sus ojos se veía la preocupación que ninguno entendía más que ella.

—Pero… —dijo Jenna sin reflexionarlo mucho—. El único que sabía que les contaría un secreto era Gabriel.

La canción de “Wonderwall” empezó a sonar, no parecía provenir de ningún lado. Jenna despertó en la camioneta a lado de Roman, lo miró confundida.

—¿Qué pasa? —preguntó Roman sin despegar la vista del camino—. ¿Tuviste un mal sueño?

Jenna se quedó en silencio, pronto llegaron a un hospital abandonado. Jenna bajó de la camioneta, siguió a Roman que entró al hospital.

—Tuve un sueño muy extraño —dijo Jenna mientras caminaba—. Pasaban cosas raras, incluso tenía un descanso.

—Pero tuviste un descanso —dijo Roman.

Jenna se detuvo, un dolor de cabeza empezó a molestarla. Al inicio creyó que era el cansancio o alguna técnica ritual, pero Roman no parecía estar afectado.

—¿Reviso aquí y tú arriba? —preguntó Jenna, necesitaba deshacerse de su compañero por un rato.

Roman aceptó, se dirigió a las escaleras y empezó a subir varios pisos. Jenna se dirigió a la habitación más separada de las escaleras, quería tomar un descanso. Llegó a una sala de operaciones donde tomó asiento, recargó sus brazos en sus piernas y miró el suelo. Una sombra apareció en la entrada, Jenna se limitó a hablarle sin mirarla.

—Pensé que irías arriba.

La figura se acercó sin responder, se sentó a lado de Jenna.

—También estás cansado, eh.

La chica levantó la mirada, se lanzó a un lado cuando vio que no era Roman quien se había acercado a ella. Era un chico poco fornido de cabello negro un poco largo, ojos grises y aretes de cruz. Vestía una camisa blanca y un pans negro.

—Hola —dijo el chico, permaneció sentado mientras veía a Jenna tirada.

La chica se levantó y se sacudió.

—¿Quién eres? —preguntó alterada, se acercaba a él con lentitud.

—¿Eres Jenna? —preguntó el chico sin quitarle la mirada, tenía el rostro serio, pero no parecía estar molesto, era una mirada entre cansancio y aburrimiento.

—¿Cómo lo sabes?

El chico se puso de pie y con su mano izquierda sujetó su copete mientras que estiraba la derecha en dirección a Jenna para saludarla.

—Soy Iván, pero mejor dime Niko.

Jenna quedó impactada con la revelación, a pesar de lo que había escuchado de él, aceptó el saludo.

—Sé que puede que no me des respuesta, pero ¿dónde estamos?

—En un hospital abandonado.

—No me refiero a eso —dijo el chico—. ¿Es una prisión o algo así?

—¿Por qué lo sería?

Jenna se quedó callada al momento, recordó lo que mencionó a Roman que había olvidado. La misión era una finta para probar el objeto mágico, mismo que había sido creado por Niko, a quien tenía enfrente.

—Oye —dijo Jenna, el chico se giró hacia ella con los ojos un poco más abiertos que antes.

—Mande. —La voz de Niko no era como Jenna la imaginaba, era amable y relajada.

—Tú hiciste prisiones, ¿no? Unos cubitos mágicos.

—Entonces estamos en una.

—Existe la posibilidad, pero no sé por qué estarías aquí.

—Un residuo —dijo Niko—. Cuando imbuyo mi energía ritual en algo siempre quedan residuos. La energía ritual es…

—No te preocupes —interrumpió Jenna y sacudió sus manos—. Sé lo que es. Entonces eres un pedazo muy pequeño del alma de Niko, pero no tiene sentido que puedas manifestarte.

—¿Por qué no? Mi alma se dividió tantas veces.

Niko empezó a contar con los dedos, parecía contar de diez en diez, después de un rato bajó las manos.

—Perdí la cuenta —dijo Niko con una sonrisa en el rostro.

—¿Con quién hablas, Jenna?

Roman entró a la habitación, al ver al chico parado frente a Jenna se sobresaltó. La canción de “Wonderwall” volvió a sonar. Jenna había completado su misión con éxito, estaba en casa con sus padres.

—Entonces nos deshicimos de la plaga.

Cuando Jenna terminó esa frase se quedó paralizada por un momento, había olvidado de lo que hablaba. La puerta se abrió, Gabriel y Vanesa entraron con un pastel en sus manos. Lo pusieron en la mesa.

—¿Por qué? —preguntó Jenna, quien seguía en shock.

—Por ascender a Grado Puro —dijo Vanesa.

Jenna no respondió, vio la vela por un momento y la sujetó. La vela explotó frente a todos. Jenna despertó en medio de la oscuridad, por lo que podía sentir estaba sobre una base de piedra. La puerta se abrió frente a ella, la luz de la luna entraba y dejaba ver el exterior. Estaba dentro de la capilla que había limpiado.

La chica se levantó, salió de la capilla y vio el cementerio, parecía extenderse sin final. Caminó varios metros mientras sentía que no avanzaba por el camino principal del cementerio. Decidió acercarse a las lápidas. Tras caminar un momento por las lápidas, bajó la mirada y vio el nombre: “Zarina”. Miró la lápida de a lado, tenía grabado un nombre diferente: “Gabriel”. Así empezó a encontrar lápidas con los nombres de sus conocidos, Adrián, Sabina, Carla, Mark, Mirko, Riko, Mía. Cuando vio ésta última recordó la persona que faltaba en la junta, Mía. Intentó volver al camino principal, pero por más que caminaba el campo de cruces ya no tenía fin. Fue cuestión de tiempo para que tropezara.

Jenna volvió a despertar en el interior de la capilla, al menos eso supuso al ver nuevamente la total oscuridad y sentir la base de piedra. La puerta se abrió de golpe, Roman entró y abrazó a Jenna.

—Te estuve buscando por horas —dijo mientras la abrazaba.

Jenna se mantuvo en silencio, reflexionaba todo lo que había pasado. Tal vez fue la técnica ritual de algún ente maligno muy fuerte, sin embargo, muchas cosas no conectaban en su mente.

—Vámonos —dijo Roman, tomó la mano de Jenna y la jaló fuera de la capilla—. Terminamos la misión, ya no hay nada que hacer.

A punto de salir de la iglesia, Jenna dio un jalón que hizo que Roman la soltara. El hombre se volteó a mirarla con preocupación.

—¿Pasa algo? ¿Por qué no quieres irte?

—¿Dónde estoy? —preguntó Jenna.

—Pues aquí —dijo Roman—. Vamos rápido, tenemos que ir al hotel después de cenar.

Roman intentó tomar de nuevo la mano de Jenna, sin embargo, ella levantó la mano y disparó sus uñas a su rostro, sus manos empezaron a sangrar.

—¿Qué me delató? —preguntó Roman, herido por las uñas.

—Yo… Yo tengo miedo siempre…

Por última vez, Jenna despertó en la capilla, en su mano tenía “La Prisión”. Esta vez no se encontraba envuelta en oscuridad, ya tenía la puerta abierta y se veía el camino principal que daba a la salida. Se levantó de la base de piedra y se asomó fuera, el cementerio se veía normal. Jenna caminó unos metros, alcanzó a ver la salida. Giró a la derecha por la sensación de sentirse observada, esa extraña sensación que aborda a una persona cuando camina en soledad. Lo vio, una figura parada sobre la cruz más grande del cementerio miraba al lado contrario de donde estaba la chica. Mientras se acercaba sujetaba el objeto mágico, lo usaría si tuviera la necesidad.

—Pensé que así sería más fácil —dijo la figura sin girarse, por su voz, Jenna supo que se trataba de Roman.

—¿Por qué? ¿Por qué hiciste algo así?

—No pensé que escaparías —dijo y bajó de la cruz, cuando se giró hacia Jenna sus ojos ámbar brillaban entre la inmensa oscuridad, no era el color que tenían antes—. Pero cuando lo vi ahí, hablando contigo tan casual, lo entendí, mi plan aún funcionaría.

—¿Hablas de Niko?

—Así es. Me hubiese gustado encontrarlo yo, así le hablaría de mi plan y me apoyaría.

—¿Tu plan? No entiendo nada de lo que me estás diciendo.

—Usa la prisión si quieres, sé que no correré la misma suerte que tú. Mantenerla me costó.

—Espera, si tú la activaste… ¿Cómo?

Roman metió la mano a su bolsillo, cuando la sacó reveló una carta del Tarot, “El Emperador”, la volvió a guardar.

—Mira Jenna, no mentí en la historia que te conté sobre Niko y todo eso. Pero omití algo importante.

—¿Por qué me lo dirías? Después de encerrarme me quedó claro que no puedo confiar en ti.

—Bueno, no estaba seguro antes. Ahora lo estoy. No te haré esperar mucho.

Jenna se mantuvo alejada algunos metros, Roman comenzó a explicarse.

—El día en que Niko peleó contra esa mujer, ni siquiera se enfrentó a una hechicera, se enfrentó al Arcángel de la Muerte.

—¿Arcángel?

—Son una raza aparte de los humanos, capaces de crear magia inigualable, pero por alguna razón decidieron contener su poder en unas cartas que después un universitario tendría. Así Niko se convirtió en el hechicero más fuerte, pero empezó a ser manipulado por una carta, “La Muerte”. Después de cometer crímenes y toda esa historia, el chico terminó en un enfrentamiento contra el mismo Arcángel de la Muerte.

“Entiendo que no le veas sentido, pero la cosa está así. Ese enfrentamiento fue el más importante en el mundo de la hechicería, el hechicero más fuerte de la historia contra el Arcángel más fuerte jamás creado. Es un buen nombre, sin duda. Cuando los hechiceros de la segunda generación llegaron, sellaron a Niko junto al Arcángel, claro que ya estaba moribundo este último. Por eso todos queremos liberarlo, pensamos que quien lo haga y muestre la razón más justa obtendrá la ayuda del mejor de todos”.

—¿Para qué quieres su ayuda? ¿Y cómo sabes tanto?

—En la batalla varias cartas fueron destruidas, con ellas el Arcángel que las custodiaba.

—Pero… Una carta no ha podido ser destruida en este tiempo…

—Puedes escalar el poder de esos dos. El caso es el siguiente, las cartas que no fueron destruidas tomaron dos destinos, perderse para ser encontradas o usar un recipiente. Como fue mi caso. La carta de “El Emperador” me usó de recipiente y me prestó su poder a cambio de liberar a Niko. El Arcángel que llamaré Emperador cree que Niko puede traer a la vida a la Emperatriz, cuya esencia quedó en Zarina. Me convenció, si me permite revivir a mi hermana, lo haré, será un buen trabajo en equipo con quien me convirtió en Arcángel.

—La muerte… Es demasiado…

—¿Me ayudarás?

Jenna reflexionó un momento, miró el suelo durante varios minutos hasta que tuvo una respuesta. Cuando estuvo dispuesta a darla, un muro de luz dividió en dos el cementerio, de un lado quedó Jenna y del otro Roman. Mía apareció frente a la chica.

—¿Estás bien?

—Sí —dijo Jenna—. ¿Cómo supiste?

—Conozco la magia de Niko, puedo identificarla en segundos cuando se activa.

El muro desapareció, Roman no se había movido.

—No sé por qué no lo supe al verte —dijo Mía mientras miraba al hombre—. Tal vez porque ni siquiera yo sabía nuestra naturaleza.

—Tuviste suerte —dijo Roman—. Niko te fusionó a la carta para que no te mataran.

—¿Por qué ella? —preguntó Mía.

—Mira, Sacerdotisa, ella tiene el mismo poder de Niko, si logra usar la carta de “La Muerte” para romper el sello, Niko volverá. ¿No quieres eso?

—Claro que sí —dijo Mía, en su voz se escuchaba enojo y tristeza—. Pero no por tus deseos, ella decidirá si liberar o no a Niko y a quién apoyará.

—¿Qué pasa si no quiere apoyarte a ti? —preguntó Roman.

—Que no lo haga. Niko querría que yo protegiera a esta chica.

—Lo decidiremos bien, entonces.

Roman estiró su mano a un costado, una espada apareció. Mía pasó a Jenna detrás de ella, dos orbes de luz aparecieron en sus brazos.

—Mía —dijo Jenna desde su espalda—. ¿También eres un Arcángel?

—Si su historia es cierta, sí, debo tener la misma naturaleza de Niko, pero no con la misma fuerza. Vete, pero antes dame mi carta.

Jenna le dio a Mía la carta de “La Sacerdotisa”.

—Cuando acabe con él te veré afuera —dijo Mía y le sonrió a Jenna.

Jenna salió corriendo para esconderse en la camioneta. La primera batalla registrada entre dos Arcángeles estaba por comenzar, la arena era el cementerio, lleno de lápidas de aquellos que sacrificaron sus vidas o las dedicaron a una causa, al filo de la noche. Una lucha de ideales, ordenar como un emperador, o cuidar como una sacerdotisa. Incluso si se había planteado ayudar, Jenna entendió que sería inútil. Llevaba apenas un año en el mundo de la hechicería y no pretendía enfrentarse a seres que ni siquiera pueden considerarse hechiceros. Sabía que quien saliera victorioso de esa batalla sería quien impondría sus ideales. Ella no estaba en condiciones de luchar con un Arcángel. La chica salió, del cementerio, no se detuvo a mirar la batalla que había empezado a su espalda. Cuando llegó a la puerta del cementerio notó que estaba cerrada y amarrada con una cadena.

—Perfecto —dijo Jenna, respiraba agitada, se recargó en la puerta mientras pensaba en la información que acababa de recibir.

En su mente se formaron varias preguntas, principalmente relacionadas con su rol en la escuela de hechicería. Cuando recuperó el aliento empezó a trepar la puerta aprovechando los barrotes que se lo permitían. Una vez salió fue a la camioneta y entró. Jenna quiso girarse a ver el cementerio, sin embargo, un sentimiento de miedo se lo impidió y se acostó en los asientos traseros de la camioneta, pronto quedó dormida.

Etiquetas: fantasía juvenil

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