Todos tenemos historia (VIII)

Incluso en su escuela lo confundían con una chica; su cabello largo, su cuerpo delgado, sus rasgos finos y que siempre usara cubrebocas no ayudaba mucho. Era distinguido por su cabello con algunos mechones blancos, la mayoría de los doctores lo atribuían a una enfermedad del cabello, probablemente hereditaria, que se manifestó desde finales de secundaria.

—¿Entonces quieres entrar a atletismo?

Quien hablaba era un profesor robusto, tenía una barba descuidada y usaba lentes que mantenía un poco más bajos de lo que debería. Tras la petición del joven revisó los papeles que apenas le había entregado.

—Bueno, no tienes reportes de mala conducta y no pareces presentar ningún impedimento médico.

El profesor siguió leyendo los papeles, en la sección de notas tenía algo escrito a mano: “Víctima de acoso escolar”. Reflexionó su decisión por un momento, cuando vio al chico a la cara entendió por qué se veían curitas en su frente y bajo su ojo derecho.

—¿Puedes quitarte el cubrebocas?

El chico obedeció la orden al instante, tenía una cortada que apenas cicatrizaba en la comisura derecha de su boca y marcas cafés en su mejilla izquierda, no tenían forma definida, pero parecían completar varios círculos pequeños.

—Quería ver si eras el de la foto de tu identificación, es todo —dijo el profesor, en cuanto vio las cicatrices entendió la situación en la que se encontraba el joven—. Bueno, no veo ninguna razón para negarme a tu solicitud, mañana preséntate en la pista de atletismo a las cuatro, ahí el capitán te explicará más del asunto.

Una sonrisa se marcó en el rostro del joven,

—¿Debo usar un uniforme especial o con el deportivo está bien? —preguntó el joven con algo de pena, sin embargo, se seguía mostrando feliz.

—El deportivo está bien. Ten tus papeles.

El chico tomó los papeles que le regresaron, volvió a ponerse el cubrebocas y salió de la oficina del profesor. Una vez fuera vio el pasillo iluminado de naranja por el atardecer, tres chicos un poco más altos que él lo interceptaron.

—Así que atletismo —dijo uno de ellos, tenía el cabello lacio y bien peinado—.Quedarás muy bien en el equipo femenil.

Con descaro se recargó sujetando el hombro del chico que había salido de la oficina.

—Pensé que ya me habían molestado hoy.

Dio esa respuesta con la mirada baja, conocía a aquel grupo desde hace tiempo.

—Vamos, Ino —dijo otro de los chicos, estaba rapado—. No creerás que venimos a molestarte, ¿o sí?

Se quedó en silencio, prefería evitar conversar con ellos.

—Venimos porque nos dio curiosidad a qué venías a la oficina del profesor de deportes, por un momento creímos que nos acusarías —dijo el chico de cabello lacio—. Pero qué buena sorpresa nos diste, decidiste unirte al equipo de atletismo.

—Qué mal que no estemos inscritos —dijo el chico rapado—. Sino disfrutaríamos más tiempo como amigos.

—Otra vez ustedes.

Una voz femenina se escuchó cerca, los cuatro se giraron y vieron a Dai, una estudiante de segundo año con cabello rubio y reconocida por su belleza y amabilidad. Este último rasgo provocó un gesto de disgusto en los chicos dispuestos a molestar a Ino.

—Queríamos felicitarlo por entrar al grupo de atletismo —dijo el chico que no había hablado—. Ya nos íbamos.

Los tres chicos se alejaron al lado contrario de donde llegó Dai. El último en irse, de cabello lacio, dio un empujón a Ino y le dirigió la palabra.

—Te dejo a solas con tu novia, mañana nos vemos.

Una vez se fueron, Dai se acercó a Ino y le quitó el cubrebocas con cuidado.

—Antier no tenías ese corte —dijo la chica al ver la herida de la comisura de la boca.

—Día nuevo —dijo Ino y rápidamente volvió a cubrir su rostro con el cubrebocas.

—Deberías de reportarlos —dijo Dai, intranquila tras ver la herida de su amigo.

—Lo hice, sin embargo, no ayuda que uno de ellos sea hijo del director. Los profesores no harán nada por evitarlo si su empleo está de por medio.

Dai miró algo decepcionada a Ino, con prisa entró a la oficina que tenía a lado. Tan pronto se encontró con el profesor que recién había atendido a Ino, le dirigió la palabra con un toque alterado.

—¿Es cierto que Ino entró al equipo de atletismo? Si es así no dejará que los tontos esos entren, ¿o sí?

—Obviamente no —dijo el profesor para la sorpresa de Dai, tenía un tono cansado—. Había escuchado que lo molestaban, es todo lo que me han dicho, pero ahora que vi las heridas que tiene, me es inevitable sentirme responsable.

—Yo… —Dai no esperaba tal respuesta, se calmó un poco tras las palabras del profesor—. No tenía idea, pensé que todos sabían de lo que pasaba.

El profesor soltó una ligera risa y negó con la cabeza.

—No estoy en las juntas, si sé algo es por los reportes escolares, la actividad física es “una actividad secundaria”.

Dai salió de la oficina y volvió con Ino, mismo que la esperaba fuera.

—¿Todo bien? —preguntó Ino mientras ladeaba la cabeza, sintió algo de preocupación tras ver a su amiga tan alterada.

—Sí, todo bien.

Dai respondió y por un momento puso esa mirada que se pone al estar iluminada por una gran idea. Tan pronto como procesó su idea entró de nuevo a la oficina, salió a los pocos minutos.

—Iré a casa —dijo Ino y empezó a caminar del lado que había llegado Dai.

—Bueno, estoy de paso —dijo Dai y siguió a su amigo.

Ella era su vecina, por eso llevaban una buena relación desde que eran pequeños. Cuando sus madres se reunían para platicar ambos se dedicaban a ver caricaturas en la televisión o jugar juegos de mesa, pronto, cuando estaban en secundaria, se hizo normal ver a uno en casa del otro sin necesidad de que sus madres se reunieran.

Ino se despidió de Dai con un movimiento de mano, era tan inexpresivo como aparentaba. Entró a su casa, solitaria y silenciosa.

—Ya llegué —dijo en voz alta, incluso a sabiendas de que nadie lo recibiría.

El chico caminó hasta su sala, donde dejó la mochila en uno de los sillones y aprovechó para deshacer la coleta que tenía. Su casa era de dos pisos, sin embargo, la mayoría de las habitaciones se encontraban desocupadas. Fue al tocador del baño en el segundo piso y se quitó el cubrebocas, lo puso a un lado.

—Ya mejorará —dijo Ino al ver su cicatriz.

Tomó un frasco de crema de un cajón y la untó en su mejilla izquierda y en su cortada. Se quitó los aretes que colgaban a unos centímetros de su oreja, tenían la forma de una estrella de color blanco y con borde negro. Entró a su habitación y se quitó la camisa, su cuerpo era delgado, pero no desnutrido, no tenía mucha grasa corporal y su piel estaba algo pálida. Una venda cubría su abdomen y su pecho, la retiró y dejó ver rasguños que aún no cicatrizaban. Tomó una playera algo vieja que estaba sobre su cama, un pans holgado que usaba de pijama y un bóxer como pieza de ropa interior, se acercó al baño y, tras corroborar que la toalla estaba ahí, entró y tomó una ducha. Un poco más tarde el chico se preparaba algo de cenar, cocinaba dos piezas de chuleta.

—Si tengo arroz y aún me queda carne, debería llegar hasta el viernes.

Había acostumbrado a hablar solo, se había acostumbrado a no tener compañía. Cuando la carne estuvo lista sirvió dos platos, uno de ellos lo dejó en la mesa. Con el otro plato en sus manos se acercó a la puerta de la cochera, la abrió con una llave que estaba puesta, puso el plato en el suelo y lo deslizó al interior, tan pronto como lo hizo volvió a cerrar la puerta con llave. Ino se dispuso a comer, cuando estuvo cercano a sentarse alguien llamó a su puerta.

—¿Hola? —Fueron las palabras con las que Ino recibió a la persona que llamó a la puerta.

Era un chico de cabello negro, usaba un uniforme extraño con un pantalón amplio y una sudadera que se abrochaba en diagonal.

—Hola, me llamo Gabriel, mi compañera de aquí es Vanesa.

Ino no había notado a la chica hasta que fue revelada por Gabriel. Ambos se veían como estudiantes ordinarios de alguna escuela que el chico no conocía. Lo primero que llamó la atención de ambos fueron las cicatrices en su rostro.

—¿Es una encuesta o algo así? —preguntó Ino sin entender por qué dos estudiantes llamaban a su puerta.

—Bueno, buscamos a Linda, nos dijeron que vive aquí.

Ino mostró un gesto de disgusto, miró al suelo y respondió con un tono triste.

—Ella no está aquí.

—¿Hay alguna hora a la que podamos venir o día? ¿O quizá tengas su dirección?

Gabriel se mostraba insistente.

—No. Ella ya falleció.

La respuesta de Ino paralizó a ambos jóvenes, pronto empezaron a pedir disculpas por su indiscreción.

—No se preocupen, tampoco fue algo que se supo —dijo Ino con una sonrisa fingida—. Por mera curiosidad, ¿para qué la ocupaban?

—Nos enviaron a buscarla para contratarla como maestra —dijo Gabriel y pronto miró con curiosidad al chico—. ¿Tú eres su hijo?

Ino asintió, el gesto de Gabriel se tornó algo más serio.

—¿Quieres venir a comer? Me gustaría preguntarte algunas cosas. No te preocupes, no son sobre tu mamá, son sobre ti.

Ante la pregunta, el chico se giró al interior de su casa, vio un plato vacío sobresalir de la parte inferior de la puerta de la cochera y su plato sobre la mesa.

—Seguro —dijo Ino y se giró hacia dentro de su casa—. Iré a cambiarme, no creo que deba salir con el pijama puesto.

—Aquí esperamos —dijo Gabriel con simpatía.

Cerró la puerta principal, los jóvenes que esperaban afuera se alejaron y tomaron asiento en la banqueta.

—¿Estás seguro? —preguntó Vanesa a su compañero.

—Si su madre era una hechicera ten por seguro que él lo es.

—Pero no es fiable, sabes que la única forma en que un hijo sea si o sí hechicero es que ambos padres tuvieran técnica ritual. Si sólo uno de ellos la tenía es la mitad de probabilidad.

—Ya vas con tus matemáticas. A veces la vida se trata de corazonadas, no todo debe tener un argumento lógico.

Los estudiantes se quedaron en silencio un rato, pronto Ino salió con ellos, vestía mezclilla y una sudadera. Gabriel y Vanesa se pusieron de pie, así, los tres tomaron rumbo a un restaurante de comida rápida cercano.

—Pide lo que quieras —dijo Gabriel con seguridad, estaba consciente que el pago por las misiones que había hecho era suficiente—. Nosotros pagamos.

No era normal que a un estudiante de la Escuela Superior de Hechicería le pagaran por las misiones, al menos no hasta llegar a Grado Puro. A pesar de ello, Gabriel contaba con un registro de misiones catalogadas para Grado Puro por las que le pagaron. Tras pedir comida, Gabriel se dispuso a iniciar su interrogatorio.

—¿Vives solo?

—Así es, no veo a mi padre tampoco, se limita a mandarme dinero.

Gabriel esperaba una respuesta más limitada, se sorprendió al pensar que su siguiente pregunta era sobre su padre.

—¿A qué escuela asistes?

—A la local del pueblo, no hay muchas más que sean públicas.

—¿Por qué tienes esas heridas?

Ino se quedó un momento en silencio, sin embargo, de algún modo inexplicable parecía preparado para la situación.

—Unos tipos —dijo el chico y se limitó a ver a otro lado—. Hay uno afuera.

Gabriel y Vanesa dirigieron su mirada a donde el chico lo había hecho, ambos vieron un ente maligno fuera, colgaba de un poste y tenía su parte inferior como una serpiente que se agrandaba en la superior, también contaba con un único ojo. Pronto se voltearon a ver entre ellos.

—¿Qué son esas cosas? —preguntó Ino, al momento de su pregunta interrumpió a Gabriel de hacer una.

—Se llaman entes malignos. Su puedes verlos es porque…

—Porque mi madre podía. Tiene que ver con algo llamado técnica ritual y eso.

Gabriel se quedó sorprendido por lo que dijo Ino, ya que era lo que le iba a decir.

—Llegó la comida, genial —dijo Ino.

La mesera apareció de detrás del chico, era imposible que la hubiera podido ver. Gabriel tuvo una pequeña sorpresa sobre él. Tras comer y platicar sobre otros temas no relacionados con la hechicería, Ino se puso de pie y se dispuso a irse del lugar.

—Les agradezco mucho la comida, pero es oscuro para volver a casa y quisiera volver algo temprano —dijo con una ligera sonrisa.

Ino salió del lugar antes de que pudieran hacerle más preguntas. Llegó a su casa varios minutos después, al entrar lo primero que volteó a ver fue la puerta de la cochera, estaba abierta y el plato que tenía sobre la mesa ya no estaba.

—Mierda —dijo el chico y cerró los ojos por un momento.

Cuando abrió los ojos se tiró al suelo, un ser de cuatro brazos y cuerpo pequeño se había lanzado en esa dirección. Logró esquivarlo.

—Te di de comer para que te quedes dentro —dijo el chico y corrió hacia las escaleras, pronto fue perseguido por el ente.

Ino se encerró en su cuarto y se colocó sobre su puerta para bloquearla, sólo sentía cómo la criatura golpeaba con fuerza. Sintió cómo la puerta empezó a romperse, entonces se lanzó debajo de su cama. La puerta se rompió, pronto la criatura empezó a buscarlo, tiraba las cosas que encontraba y emitía un extraño sonido similar a un gruñido. Cuando la criatura se agachó y se posó en sus cuatro brazos, logró ver al chico bajo la cama. La ventana se rompió y llamó la atención de la criatura, que pronto fue atravesada por un arma extraña formada de una masa oscura.

—Puedes salir.

El chico reconoció la voz, era Gabriel. Ino salió de debajo de la cama y vio al chico, después dirigió su mirada al cadáver de la criatura.

—¿Te persiguió de afuera? —preguntó Gabriel.

—No. Estaba en la cochera, ha estado ahí un tiempo. Antes mamá era la que se encargaba de esas cosas, yo no puedo.

Vanesa entró por la puerta rota y vio a ambos chicos.

—Así que los ve —dijo Vanesa cuando vio a Ino con la mirada fija en el cadáver.

—Quisiera que vinieras a la Escuela Superior de Hechicería, nos encargamos de…

—No. —Ino habló de forma cortante, tenía los ojos cerrados y pronto los abrió, se volteó hacia Gabriel—. No iré. Estoy bien aquí.

—¿Con acoso escolar? No creo —dijo Vanesa.

—No se trata de eso, se trata de lo que me pidió mi madre —dijo Ino—. Ella no me dijo que no quería que yo fuera un hechicero.

Gabriel se giró hacia Vanesa con una mirada de decepción, pronto caminó hacia fuera de la habitación.

—La escuela pagará todo —dijo Gabriel y se encaminó a las escaleras.

Mientras caminaba con la mirada al suelo, chocó con Dai, quien rápido le soltó un puñetazo en el rostro.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde está Ino?

—Aquí estoy —dijo Ino y salió de su habitación—. Estoy bien, son amigos.

Gabriel se sobaba la cara, pronto la chica se disculpó. Gabriel y Vanesa dejaron la residencia.

—¿Qué pasó? —preguntó Dai.

La chica abrazaba con fuerza a su amigo.

—Nada, sólo un juego de escondidas.

—¿Por qué la ventana está rota?

Ino se giró hacia la ventana, los cristales estaban esparcidos por el suelo. El chico intentó evadir el tema, pero su amiga no se lo permitiría.

—Enserio, ¿qué pasó? Empecé a escuchar cosas que se rompían y de repente un cristal. Me asusté más cuando vi tu puerta principal abierta.

“Así entró la amiga de Gabriel”, pensó Ino.

—No te apures, enserio, todo está bien. Los chicos de antes me ayudaron.

—¿Quiénes eran?

—Unos estudiantes, comí con ellos.

Cada comentario que el chico hacía confundía más a su amiga, quien decidió dejar el tema de lado por un momento al ver que no podría obtener respuestas claras.

—No puedes dormir con la ventana rota, además tu puerta está destruida.

La chica poco a poco se daba cuenta del mal estado en que de repente se puso la casa.

—Dormiré en el cuarto de invitados —dijo Ino.

—¿Y si alguien entra por tu ventana? Mañana le diré a mi papá que te ayude a arreglar la ventana, hoy ven a mi casa a dormir.

Ino aceptó la invitación, de todas formas, no creía poder dormir por su cuenta tras ver a la criatura. Cerró la puerta principal con llave, fue a dormir al cuarto de invitados en la casa de su amiga. Cuando abrió los ojos estaba en el pasillo de la escuela.

—De nuevo —dijo Ino y empezó a caminar.

El pasillo parecía terminar en una puerta de un salón, tenía anotado “19-E”. Cuando llegó al salón abrió la puerta, frente a él había un salón con el suelo cubierto de sangre y los cuerpos de sus compañeros de clase en el suelo. Al verlos, Ino inevitablemente despertó. Estaba alterado, sus ojos inundados en lágrimas, salió del cuarto y fue al baño de la planta baja, conocía la casa porque había ido varias veces a ella. Se vio al espejo por un momento y vomitó sobre el lavabo. El dolor por las contracciones que tenía se combinó con el dolor de los rasguños, había olvidado vendarse y ponerse la crema para reducir el dolor.

—¿Ino?

El chico se giró ante la voz conocida, era Dai, quien lo veía con preocupación. El chico respiraba por la boca, estaba alterado y tomaba aire de más, parecía estar a punto de ahogarse. Volvió a vomitar. Dai se acercó a su amigo y lo sostuvo por la espalda, pronto él se alejó, ella había tocado una de las heridas en su espalda.

—Perdón, sólo tuve una pesadilla —dijo Ino y cerró los ojos.

—¿Qué pasa? —dijo Dai con un claro tono de preocupación —. Te ves raro desde que pasó lo de tu mamá, entiendo que estés triste, pero puedes hablar conmigo.

Ino reflexionó durante un momento, abrió los ojos y se vio en el espejo, sus ojos estaban rojos y con lágrimas. En el fondo quería contárselo, sin embargo, algo se lo impedía.

—Debió caerme mal la cena —dijo Ino y se lavó la cara.

Dai se acercó y tomó la muñeca de Ino, lo hizo con suavidad. El chico se volteó a verla, ella tomó una toalla, la mojó y empezó a limpiarle el rostro.

—Puedes confiar en mi —dijo Dai, limpiaba la boca de Ino para evitar que hablara—. Quizá no sea tan inteligente como tú, pero nos conocemos desde hace tiempo, no le contaré de tus problemas a nadie. Mi mayor deseo es que vivas una larga y feliz vida.

Las lágrimas caían por la cara del chico, sobre todo al recordar el cadáver de su amiga en el sueño que tuvo.

—Yo… Soy diferente, Dai.

—¿Por qué lo dices? Para mí eres especial por ser diferente al resto.

—Lo que veo. Sé que no es normal, pero ellos también lo veían.

Dai entendió que se refería a los chicos que previamente había visto en su casa, terminó de limpiar su rostro y tomó la mano del chico, lo llevó a su habitación en el segundo piso. Dai cerró la puerta y la ventana con seguro, se sentó a lado de Ino en su cama.

—¿Qué ves exactamente?

Ino tenía la mirada baja, sin embargo, se dispuso a revelarle la verdad a su amiga.

—¿Recuerdas los dibujos que hacía en secundaria? —preguntó el chico, la respuesta de la chica fue asentir—. Bueno, no eran exactamente de mi imaginación, los veía como pesadillas, pero de algún modo desaparecían. Era gracias a mi mamá. Desde que falleció, aparecen en todos lados para atormentarme. Entiendo que creas que estoy loco, pero sé que es real.

—¿Te atormentan monstruos?

—Si lo dices así suena infantil, pero sí. Creo que existen los hechiceros para eliminarlos, Gabriel y Vanesa son parte de ese grupo. Deben tener algún poder o habilidad especial, eliminaron al que estaba en mi cochera.

—¿Tenías uno en tu cochera? —preguntó Dai alterada.

—No fue a voluntad, no pude deshacerme de él. Los cuchillos no parecían herirlo, pero cuando vi que ese chico de antes lo eliminó con un arma rara, entendí que necesitabas algo especial para eliminarlos.

Dai estaba confundida, sin embargo, decidió creer cada palabra de su amigo a sabiendas de que eso lo haría sentir mejor.

—Yo también tengo algo diferente. Dai, entiendo que no me creas, hasta ahora no he dicho más que cosas dignas de cuentos.

—Bueno, tal vez sea raro y difícil de creer, pero eso explicaría el alboroto de tu casa, a menos que esos dos chicos de antes lo hayan hecho, pero no parecía el caso.

—Lo que te diré es más difícil de creer. —Ino se detuvo por un momento, respiró profundamente y miró a los ojos a Dai—. Puedo ver el futuro.

La chica se sorprendió por la declaración de su amigo. Esperó a que detallara un poco más lo que acababa de decir.

—En realidad empezó a ocurrir desde que mi madre falleció. Esa debe ser la razón de mi cabello, cuando empecé a manifestar este “poder” mi cabello se volvió blanco de poco a poco.

Dai tomó el cabello de Ino entre sus manos y empezó a acariciarlo, se mostró curiosa al recordar cuando empezó a verlo tan diferente.

—Bueno, a finales de secundaria tu cabello empezó a cambiar de color —dijo la chica mientras acariciaba el cabello, con un énfasis en los mechones blancos—. ¿Desde entonces ocurre? Ya pasaron casi dos años. Pero ¿cómo tu cabello creció tanto?

—Mi mamá me preguntaba lo mismo —dijo Ino y rio un poco—. Ni siquiera ella sabía por qué crecía tanto, se quejaba de que me tenía que cortar el cabello muy seguido, hasta que se resignó y me dejó tenerlo largo.

—Bueno, te queda bien. Es raro todo lo que me cuentas, pero te creeré cada palabra. Aunque, no me explico por qué te pasa a ti.

—Según Gabriel tiene que ver con que mi mamá era hechicera.

—Espera, ¿tú mamá era una hechicera?

Ino asintió. Entonces tuvo una idea.

—Sé cómo hacer más creíble mi historia —dijo el chico y se puso de pie.

Dai iba a preguntar, sin embargo, se quedó callada cuando el chico se quitó la camisa. Al principio sintió algo de pena, sin embargo, cuando lo vio no pudo evitar notar las heridas.

—Me las hizo una de esas cosas, uno de los monstruos que veo.

La chica se puso de pie y empezó a ver de cerca las heridas, parecían estar hechas con garras por lo irregulares que resultaban en los bordes. Ino se puso la camisa y vio a su amiga. Tras lo que le contó, Ino pudo dormir con mayor tranquilidad, eso agregado a que Dai lo invitó a compartir cama.

Las clases habían terminado, Ino salió del salón en dirección de la cancha de atletismo. A punto de salir del edificio principal fue interceptado por los mismos tres chicos del día pasado.

—Parece que vas a atletismo —dijo el chico de cabello lacio, su nombre era Marlon—. ¿Nos das un minuto antes?

Ino bajó la mirada, se quedó callado. Cuando otro de los chicos se disponía a intimidarlo más una voz conocida hizo aparición.

—¿Pueden dejar a mi amigo?

Todos giraron, ninguno a excepción de Ino reconoció a la chica que apareció. Era Vanesa, con el uniforme deportivo de la escuela en lugar del uniforme de la Escuela Superior de Hechicería que llevaba el día anterior.

—Es nuestro amigo también —dijo uno de los chicos y tomó a Ino por el hombro.

—Sí como no —dijo la chica y se acercó, la hostilidad se notaba en ella.

El chico rapado se le acercó.

—Mejor vamos a comer algo en lo que ellos hacen lo suyo.

Vanesa mostró su flexibilidad con una patada en el rostro del chico, lo derribó con ese único impacto. Los otros dos chicos se mostraron asustados y pronto salieron corriendo.

—Les dije que no quería ser hechicero —dijo Ino—. Gracias, por cierto.

—No es nada —respondió la chica y sonrió—. No venimos por eso, nos encargaron vigilarte y cuidarte un rato. Vamos, Gabriel está en la pista de atletismo esperando.

El chico llegó acompañado de Vanesa, la primera que lo notó fue Dai, quien un día antes, y sin que Ino se diera cuenta, se había inscrito en el equipo de atletismo. Pronto se acercó a ellos, notó que su amigo estaba acompañado de la chica del día pasado.

—Hola Ino —dijo Dai cuando se acercó al chico, lo tomó del brazo—. ¿Quién es ella?

Vanesa soltó una ligera risa.

—Es Vanesa, la chica que ayer me ayudó.

Gabriel se acercó al pequeño grupo, venía acompañado de otro chico alto y delgado, era Dilan, el capitán del equipo.

—Ustedes son los nuevos —dijo al ver el pequeño grupo—. Ino y Dai, que gusto verlos por aquí.

El chico sintió hospitalidad en las palabras de Dilan y sintió una pequeña alegría. En la mente de Dai estaba el mismo pensamiento desde que vio a Vanesa: “A ésta no la había visto estudiar aquí”.

Todos fueron puestos a prueba, Gabriel y Vanesa destacaron en su entrenamiento de resistencia, era de esperarse ya que las misiones como hechiceros requerían gran condición física. Dai obtuvo resultados normales y Ino tuvo los suyos un poco debajo de los de su amiga.

—Bueno, están muy bien para comenzar —dijo Dilan tras medir los tiempos—. Ustedes dos son monstruos y ustedes dos tienen mucho futuro.

El grupo salió de la escuela, entonces Dai se mostró curiosa.

—¿Ustedes estudiaban aquí?

—Definitivamente no —dijo Gabriel y empezó a reir—. Nos colamos para vigilar a Ino.

—No debes decirle eso —dijo Vanesa—. Es una civil ordinaria.

—¿Son hechiceros? —preguntó Dai, la pregunta alteró a sus tres acompañantes.

—Bueno, un poco —dijo Gabriel.

El grupo se vio frenado con la llegada de Marlon y sus amigos, que ahora sumaban a siete.

—¿Me dejan estar con Ino a solas? Quiero devolverle un dinero que le presté.

Ino, asustado por lo que podía ocurrir, dio un paso al frente, fue frenado por el brazo de Dai.

—No tiene ganas de hablar contigo, Marlon —dijo Dai enojada.

Pronto más personas se unieron al lado de Ino, eran los miembros del club de atletismo, Dilan se puso al frente y miró a Marlon con desprecio.

—¿Qué tal si lo dejas? No tengo ganas de pelear después del entrenamiento.

—Si no estuviera en tu club no lo defendieras, no quieras quedar como el bueno y quítate —dijo Marlon con un tono agresivo.

El chico intentó mover a Dilan, sin embargo, no fue capaz por la fuerza con la que se opuso.

—No me gusta que se metan con mis amigos, y los del club son mis amigos —dijo Dilan y empujó con fuerza al agresor—. Ni siquiera lo conocía, pero de conocerlo antes lo habría defendido de ti.

Marlon tronó los dientes, se retiró del lugar con su grupo. Dilan se giró hacia el grupo de Ino.

—Si te molestan me dices —dijo con una sonrisa en el rostro.

El equipo de atletismo se retiró. Ino sonrió al sentir que estaba incluido en algo. El grupo de Gabriel, Vanesa, Dai e Ino se retiró a la casa de este último.

—Te dije que pusieras el aceite primero, ahora se va a pegar todo —dijo Vanesa mientras regañaba a Gabriel—. El suyo está bien, se ve que son buenos cocinando.

Ino y Dai se mostraron alegres ante el cumplido de Vanesa, parecían niños pequeños después de que los felicitaran por hacer algo bien. Terminaron de cocinar y sirvieron una porción para cada uno. Tras cenar Vanesa y Gabriel miraban fijamente a Ino.

—¿Qué les pasa ahora? —preguntó el chico algo alterado por las miradas.

—¿Podemos quedarnos a dormir aquí? —preguntó Gabriel con algo de timidez, fingida, por supuesto—. La escuela queda lejos y nuestras casas todavía más.

—Seguro, está el cuarto de invitados —dijo Ino y se arrepintió al instante—. No, esperen como la ventana no sirve…

—Hablando de eso —interrumpió Vanesa al instante—. Antes de venir tomé prestado el ritual de Óliver.

—¿Por eso le dijiste que le quedaba bien la corbata? —preguntó Gabriel.

Vanesa asintió, los otros dos en la mesa no entendían nada.

—Vengan —dijo Vanesa y se puso de pie—. Les enseñaré algo genial.

Fueron al cuarto de Ino, la puerta seguía rota al igual que la ventana. Vanesa se acercó a la ventana y extendió su palma hacia ella, pronto se empezó a reparar por su cuenta hasta quedar como antes de estar rota, repitió el mismo proceso con la puerta.

—Vaya que es útil —dijo Gabriel, admiraba el ritual.

—¿Quién es Óliver? —preguntó Dai.

—Uno de los directivos —dijo Gabriel—. Casi nunca está, se me hace un milagro que nos haya traído. No lo veremos en un año o más probablemente. Y pensar que es el único que me cae bien.

—Bueno, ya está arreglado mi cuarto —dijo Ino, apenas entendía qué ocurría—. Pueden quedarse en la habitación de invitados, está abajo al lado contrario de la cocina, hay dos camas. Dai, ¿te llevo a tu casa?

—No. Le mandaré un mensaje a mi papá que me quedaré a dormir contigo —dijo Dai y sacó su teléfono.

Vanesa rio al recordar lo que pasó cuando llegó junto al chico al entrenamiento de atletismo.

—¿Son novios? —preguntó curiosa la chica.

—Bueno, no que yo sepa —dijo Dai algo apenada.

Ino no respondió nada, se limitó a mirar a otro lado mientras se ruborizaba. Tras instalarse en la habitación de invitados, Gabriel y Vanesa durmieron casi al instante. Ino y Dai platicaron un poco antes de dormir, nuevamente en la misma cama.

—Me recuerda a cuando éramos pequeños —dijo Dai—. Cuando íbamos a las fiestas de nuestros padres y nos quejábamos de que teníamos sueño.

—Nos acostaban en la misma cama y nos dormíamos —dijo Ino.

—Es raro, ¿no crees? Cómo de un día a otro puede cambiar la vida.

—Me alegro de haber entrado al equipo de atletismo, también de conocer a esos dos, son divertidos.

—Aunque, si nos ponemos a pensar, parece que nunca se ponen de acuerdo, aun así, parece que se han acompañado mucho tiempo.

—Es cierto. ¿Sabes de qué más me alegro? —Tras las palabras de Ino, Dai mostró una ligera curiosidad—. De haberte contado todo y de no haberme quedado en casa a dormir el día que te conocí en la reunión de nuestras madres.

—Seguro tarde o temprano nos conocíamos, podría jurarte que el destino nos quiere juntos.

Dai se ruborizó ante su última línea, Ino no se quedó atrás.

—Seguro que sí —dijo Ino y se acostó de lado en dirección a su amiga—. Buenas noches, Dai.

Pronto cerró los ojos y quedó dormido, en ese momento Dai se giró hacia su amigo, sonrió y se dispuso a dormir de nuevo.

Etiquetas: fantasía juvenil

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