Seguí el camino,
fui en busca de su encuentro,
otra vez.
La noche cayó sobre mí lentamente
como gotas de rocío deslizándose en hojas
víctimas de aquel otoño fresco y amarillento.
Seguí el camino y
la encontré, radiante, pura.
Su cabello y su vestido bailaban
al compás de la brisa marina.
Naufragué en su mirada como un barco sin capitán.
Me deje llevar por su perfume a rosas
y sin darme cuenta, acabé perdido
en los peligrosos senderos de su tersa piel.
Las estrellas parpadeaban como nunca en lo alto del firmamento.
La luna fiel testigo de aquella noche apasionada,
tan solo brillaba.
Debajo, nuestros cuerpos iluminados se ligaban,
y no paraban de hablarse en el silencio
de aquella noche azulada.
Otra vez.
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