El deseo de las rosas blancas

Abrió la puerta por tanta insistencia y lo vio con un gran ramo de rosas blancas y una caja de chocolates; además de la gran sonrisa que tenía en la cara.

– ¡Buenos días, amor mío! ¿Cómo amaneciste? –dijo con un tono bastante alegre.

– ¿Qué te pasa? –preguntó extrañada.

–Nada en especial, sólo vine a ver la mujer más hermosa del mundo y a tener una cita con ella. Ten, son para ti– dijo ofreciéndole las rosas.

Ella seguía mirándolo extraña.

–Hoy no es nuestro aniversario, ni mi cumpleaños, ni ningún día festivo como para tener una cita; menos que me traigas flores, ¿qué ocurre? Estás raro.

–Sé que esto no suele ser muy común conmigo últimamente, cariño, pero no nos hemos visto mucho y hoy tengo ganas de pasar todo el día contigo, ¿qué me dices?

Ella volteó disimuladamente para ver el reloj: eran las 8:30 de la mañana, no estaba arreglada ni había desayunado.

– ¡Te espero! –dijo él leyendo sus pensamientos–. Ve a bañarte y ponerte linda. Te llevare a desayunar luego. Después, tendremos nuestra cita, por favor.

Sonrió ante tal inesperado hecho y accedió a recibir las rosas que eran sus flores preferidas.

La llevó a desayunar en una tranquila cafetería donde pidió panquecas bañadas en mantequilla y sirope de fresa, su desayuno preferido, con un vaso de jugo de naranja. Ella vestía con un hermoso conjunto juvenil, sin mangas, y con una falda que no era ni corta ni larga, de color azul y llevaba suelto su pelo negro. No lo había notado antes, pero él llevaba puesto unos jeans negros con una camisa color crema junto con una chaqueta, algo inusual, ya que siempre solía verlo de un tiempo para acá en traje. Estaba tomando un café mientras observaba el televisor de la cafetería.

– ¿Está bueno? –preguntó él con una sonrisa.

–Sí –le contestó un poco tímida.

–Y espera a ver todo lo que haremos más tarde en nuestra cita.

Ella no dijo nada, seguía creyendo que estaba raro.

Fueron al centro comercial, miraron muchas tiendas, e, increíblemente, él la animo a probarse ropa, zapatos y joyas. Se divirtieron mucho mientras se probaban las prendas, ya que él también se unió. Al rato a la librería, luego a la tienda de música, y después terminaron dando vueltas por el centro con varias compras en las manos. Fue una sorpresa cuando vieron que el reloj marcaba más de la una.

– ¿Tienes hambre?

–No realmente.

– ¿Quieres ir a dar una vuelta en el parque central? Si mal no recuerdo, hay un restaurante en una de sus salidas.

–Sí, me apetece ir –dijo sonriendo con entusiasmo.

Él tomó su mano y se dirigieron a la salida del centro comercial.

El restaurante tenía un ambiente acogedor, nada elegante ni nada simple en su decoración, y poseía una bonita vista del parque que hace poco habían transitado tomados de la mano.

–¿Crees que fue seguro haber guardado nuestras compras en una casilla del metro? ¿Y si se las roban?

–No te preocupes. Las he usado varias veces y no ha pasado nada. Podemos recogerlas al regresar o mañana, incluso.

–Definitivamente, estás raro hoy.

Él se quedó mirándola sin decir nada.

–La última vez que intentamos salir discutimos tontamente para saber adónde ir; y lo que me parece más raro, es que no te he visto con tu celular en la mano en ningún momento, ¿por qué?

–Es cierto, pero quería hacerte sentir especial el día de hoy porque me di cuenta que hay cosas más valiosas en esta vida que el arduo trabajo, aunque tardé en darme cuenta de ello– explicó él con cierta extrañeza en la voz como si le pesara algo.

–Esto me parece tan inusual que tengo la impresión de estar dentro de un sueño.

– ¿Te disgusta?

–Para nada. Siendo honesta, me gusta mucho– dijo sonriendo.

– ¡Qué bueno!

–¿Qué es lo que sigue en la lista?

–Ir al cine. Podemos ver dos películas. ¿Recuerdas que antes hacíamos eso? Íbamos al cine por todo el día, hasta seis funciones.

–Sí, recuerdo que en una ocasión te enfermaste del estómago por tantas palomitas bañadas en mantequilla. Pero, ¿qué vemos? Hace mucho que no vamos al cine.

–Ya lo veremos allá, total, todavía tenemos tiempo.

– ¿Tiempo para qué? ¿Tienes algún compromiso después? –preguntó extrañada.

–Nada en especial. Pongámonos en camino –dijo levantándose.

Estaba empezando a hacer frio cuando salieron del cine, ya casi no se percibía el sol, sólo fragmentos anaranjados de su presencia. Salieron tomados de la mano y riéndose con sus propios comentarios.

–Yo creía que la película de acción que elegiste me iba a aburrir, pero resulto mucho más interesante y entretenida.

–La comedia estuvo buena también, no dejaba de reírme –dijo él.

–A mi me pareció tonto cómo terminó, todo era por un malentendido y el protagonista lo resolvió de lo más sencillo al final.

–En las comedias, todo siempre son asuntos triviales y simples, sin mucha profundidad, para que la parte cómica no se vea opacada– explicó él –. Pero, ¿me hubieses perdonado como hizo la protagonista?

–Tendría que pensarlo y dejar que el tiempo pasará un poco, no de una– dijo ella frunciendo un poco el ceño –. A menos que fuera de vital importancia para la nación.

Él sonrió y miró luego el reloj.

– ¿Tienes frio?

–Para nada. ¿Qué hora es?

–Las 9:20 pm. ¿Te apetece ir por un helado? Tengo antojo de algo dulce.

Ella lo miró extrañada.

– ¿En serio? ¿No vas a decir algo como que “hay que cuidar la salud”, “son malas por el azúcar”, “te hacen engordar”?

–No, el día de hoy solo quiero complacerte, nada de negativas. Es más, yo también pediré algo para mí con mucho chocolate. Vamos, cariño, todavía nos queda tiempo –dijo y, técnicamente, la llevó arrastrando.

Ella volvió a sentirlo raro, pero no le dijo nada.

–Señores, disculpen las molestias, pero ya vamos a cerrar– les dijo una bonita camarera en la terraza donde estaban instalados.

–Discúlpenos usted a nosotros por lo tarde. Tendrás que terminar tu merengada afuera –dijo mirándola a ella y sus mejillas se pusieron rojas.

–Siempre he visto que cuando comes algo dulce los ojos te brillan como los de un niño como hace un momento –dijo él mientras caminaban por las calles transitadas.

– ¡Por supuesto que no! –dijo ella avergonzada.

Él se rio por lo bajo.

–Con todo esto se nos pasó la hora de la cena que era lo siguiente en la lista– refirió.

–Estoy bien con todo lo que comimos, no te pasa nada – dijo ella dándole un abrazo –. Estoy cansada, fue un día divertido, llévame a casa, por favor.

–Claro –dijo él dándole un beso en la frente –. ¿No te gustaría ir un rato a la plaza?

– ¿A la plaza? ¿Te refieres a esa plaza? –preguntó.

–Si, en la que te pedí que fueras mi novia hace cinco años.

–Ya son las once de la noche, estará sola y oscura. ¿No será mejor otro día? –dijo ella nerviosa.

–No te preocupes– dijo tomando sus manos –. Yo estoy aquí para protegerte. No nos pasará nada malo, es sólo que la luna esta hermosa esta noche y vale la pena mirarla.

–Está bien. Si es contigo, puedo sentirme segura.

La plaza era pequeña y de forma cuadrada con una fuente en el centro y unos cuantos bancos que no se separaban mucho entre sí. En esos momentos, estaba solo iluminada por la luna y unas pocas farolas. Ellos estaban sentados en uno de los bancos, cerca de la fuente, mirando el cielo.

–Realmente es una hermosa luna –dijo ella –. ¿No quieres que te devuelva tu chaqueta? Debes estar sintiendo frio también.

–Está bien. Se te ve mucho mejor a ti que a mí– dijo bromeando.

Ella se rio ante sus palabras.

–Volví a hacerte reír. Eso me gusta mucho.

–Sí, como antes –dijo ella mirándolo fijamente.

Él le sostuvo la mirada; sus ojos se tornaron algo tristes.

–Sí, como debió de haber sido siempre. Sé que las explicaciones sobran en momentos así, pero quería enmendarlo. De verdad, lo siento tanto– dijo y unas lágrimas salieron de sus ojos.

Ella se las limpió con sus manos antes de que cayeran.

–¿Por qué estás triste? Sólo estamos pasando por una etapa, como todos. Te sigo queriendo porque eres un buen hombre; te amo. Me hizo feliz que pasáramos el día juntos, aunque no entiendo las circunstancias.

Él la abrazo y se quedaron así. No obstante, ella comenzó a sentir mucho más frio de forma inesperada, por lo que se aferró más a su pecho para sentir su calor.

–Quiero irme a casa, no me estoy sintiendo bien.

–Todo estará bien, no te preocupes, pasará dentro de poco. Te amo –dijo pasándole una mano por el cabello.

Ella iba decirle algo, pero no pudo, era como si hubiese perdido la voz. No sentía miedo, no sentía nada. Lo último que hizo fue intentar mirarlo a él, pero las fuerzas la abandonaron a la mitad.

Él se quedó inmóvil por un momento, luego miró el reloj, las 12:05, la medianoche había entrado. Separó el cuerpo de ella del suyo y vio que sus ojos estaban abiertos, se los cerró después de darle un beso en cada parpado y la recostó inerte sobre el banco.

–Estaremos juntos a partir de ahora y por siempre –volvió a decir.

Entre las sombras de la plaza, una figura se iba acercando. Era tan oscura que parecía no estar ahí. No se divisaba su rostro y sus manos eran del mismo color que el de la oscuridad. En ese momento, lo que más destacaba era un ramo de rosas blancas que llevaba en la mano derecha.

–Nunca imagine que lo vería con algo así. Pensaba que por fin mostraría su guadaña –dijo él cuando la tuvo cerca.

–Antes se les solía poner rosas blancas a los muertos –dijo la figura –. Por lo que se les consideró un símbolo de muerte. Es curioso que tu mujer las haya elegido como sus favoritas.

–El blanco siempre fue uno de sus colores preferidos, ella decía que transmitía pureza y sinceridad.

–Una explicación típica de los seres humanos. En cuanto a nuestro asunto –dijo mirándolo fijamente–, ¿resultó?

–Sí, perfectamente; gracias –dijo él.

–Han pasado siglos desde la última vez que usé mis poderes para concederle un deseo a un ser humano. ¿Se siente satisfecho?

–Ahora parece un vendedor de seguros –dijo sonriendo–. Usted no es como lo retratan en las leyendas.

–El día de hoy, hace tres meses –dijo la figura mirándolo sin prestarle atención a sus palabras –, esta mujer murió en un accidente de tráfico. Usted, lleno de pesar, me invocó para que le concediera un deseo por medio de un trato; sus palabras fueron: “deseo verla otra vez. Deseo ver su sonrisa y escuchar su voz una vez más. Daria lo que sea para estar con ella, aunque sólo fuera por un día”. Aunque sabía que usted no creía que funcionaria, ¿cierto? –dijo emitiendo un extraño sonido que podía considerarse su risa.

–Lo admito; casi me da algo cuando la vi con vida tras abrir la puerta, pero me contuve de alguna manera –la sonrisa de su rostro se volvió una expresión triste –. Ese deseo fue una forma de disculparme y sentirme mejor, aunque es tarde para venir con eso – la miró y le acarició el pelo –. Ella tenía razones para sospechar porque todo lo que dijo era cierto, pero aquel día cuando me dieron la noticia sentí un golpe en el pecho como si me rompiera por dentro.

–Las cosas cambian con el paso del tiempo, nada permanece igual –dijo la figura apenas acabo de hablar –. Hay cosas que ya no son iguales a cómo eran en el pasado y muchas otras se han perdido ya. Puedo decir también que no hay criatura más extraña que el ser humano; a pesar del tiempo que tengo observándolos, todavía no los comprendo.

–Sí, así es –dijo formando una pequeña sonrisa.

La figura oscura miró hacia arriba por un instante.

–Ya es la hora. Un trato en un trato sin importar la condición. Este mundo sólo les pertenece a los vivos, no a seres como nosotros.

–De acuerdo, no me arrepiento de nada. Ese fue el pago después de todo –dijo levantándose del banco. A ella la tomó en sus brazos con suma delicadeza y se puso a seguir a la figura que iba al frente.

En ningún momento, miró hacia atrás, lo siguió por los estrechos y oscuros ámbitos de la plaza que parecían más fríos con cada paso que daba.

–No te preocupes –le dijo a ella a pesar de saber que no le respondería–. Nos veremos pronto en el otro lado.

Y desaparecieron en la oscuridad como si nunca hubiesen estado ahí.

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