La leyenda de los nueve cuadros.

La leyenda de los nueve cuadros.

1


Mis intereses han sido tan dispares que no he podido más que odiar mis últimos tres cuadros. Mis amigos me han dicho que son los mejores que he pintado. Lo que odio es, por ejemplo, empezar pintando la soledad de Claudia y terminar pintando la desesperación de Mariela.

Puedo concentrarme, pero pierdo el interés demasiado rápido; constantemente necesito empezar con algo nuevo. Seguramente volveré a la soledad de Claudia y a la desesperación de Mariela, pero tengo enfrente todavía más, mucho más: el egocentrismo de Miguel, la indiscreción de Juan, la amargura de María, la indiferencia del mundo, etc.

Mis pinceladas son completamente acertadas, pero es absurdo y me llena de bronca tener que mezclar la soledad de Claudia, que nada tiene que ver con la desesperación de Mariela. Y me da bronca tener que pensar tanto en los otros, nunca me veo reflejado en ellos. Mis mejores cuadros son los basados en mi soledad, en mi desesperación, en mi odio, en mi amargura, en mi felicidad, en mi vida, en mi yo. Lo otro lo quemaría todo.

2

Estaba en el bar cultural al que siempre voy, donde, entre otras cosas, hay clases de tango, salsa, noches de ajedrez, mesas de idiomas, etc. Yo iba a tomar cerveza. Me senté en una mesa casi en el medio del bar, no había tanta gente.

Al bar iba con frecuencia mucha gente que me conocía, otros artistas, otros locos y hasta personas bastante normales. Yo pagaba cervezas, la gente se me acercaba y me hablaba, todo gracias al alcohol, gracias a la plata, gracias a ese bar en el que me podía sentir cómodo casi siempre. De lo contrario, me quedaría encerrado, o caminaría solo, casi siempre sin destino alguno, por las calles. Sin embargo, tenía vida social, siempre mi vida fue más o menos igual. Sin una gran vida social, pero lo suficiente como para distraerme y tener amigos. Eso sí, los amigos no me duraban mucho, en cuanto uno dejaba el alcohol, desaparecía de mi vida o lo veía mucho menos; sería yo una mala influencia con mi billetera pagando cerveza tras cerveza.

Constantemente conocía gente nueva, los que me conocían (y los que no también) hablaban de mí, contaban mis anécdotas a todo el mundo, pero no todas eran ciertas; algunas eran inventadas y las inventadas, incluso a veces se acercaban mucho en cuanto a locura a las que de verdad sucedieron. Por ejemplo, es verdad que hace siete años pinté todas las paredes de mi departamento con imágenes surrealistas en una sola noche exactamente una semana antes de que se me terminara en contrato de alquiler y tener que devolver ese departamento. Y lo devolví así, eso sí, tuve que pagar trescientos pesos extras para que lo hicieran pintar todo de blanco ellos mismos. Han dicho que en una ocasión un auto me atropelló después de salir de un bar y que con dos costillas rotas fui hasta mi departamento y me puse a pintar. Según esta leyenda, en esa noche pinté nueve cuadros sangrientos con mi propia sangre mezclada en las acuarelas. El remate de esta historia es todavía más absurdo, después de pintar el noveno decidí que era el momento de ir al médico, así que simplemente fui caminando hasta el hospital público más cercano (a treinta y siete cuadras y media, aunque otras versiones aseguran que este recorrido lo hice en taxi) y que los médicos no querían atenderme porque tenía olor a temperas y pensaban que solo era un loquito.

En fin, como se darán cuenta, soy algo extravagante. No tanto como me pintan, pero sí tanto como me pinto y pinto.

3

La cerveza estaba muy rica y yo estaba solo. Iba el segundo vaso, la noche prometía algo, aunque no sabía qué. Un mozo de rastas se paró al lado mío y empezó a cambiar de canal el televisor. Dejó el control remoto sobre el mostrador y se puso a cantar. Yo carezco de tanta extroversión; la cerveza me hacía efecto y le hablé. Le dije que cantaba bien, sonrió y lo negó.

Después, el televisor estaba apagado y había música electrónica, me gustaba más así. Empecé a pintar un cuadro en mi mente. Miré a todos alrededor, nadie es como yo. Los trazos eran perfectos en mi cerebro, cuadros que nunca serán pintados, que serán olvidados rápidamente, no porque carezca de memoria, sino porque perderé el interés en pocos instantes. Igual, tengo mala memoria; será por eso mismo, porque pierdo el interés rápidamente por todo.

Pero no soy un hijo de puta. Aunque no me guste darle monedas a la gente que pide, no soy una mala persona. Así como me ven, soy muy crítico de mí mismo. Y como se habrán dado cuenta, paso más tiempo interesado en los otros que en mis propios deseos. Pero la gente se olvida de mí con facilidad, más bien deja de verme con facilidad; simplemente un día el compromiso se diluye de una vez y para siempre. Y si nos volvemos a cruzar, hay cierta incomodidad, como si nos hubiésemos traicionado mutuamente y ya toda amistad hubiese acabado.

4

Se ven los viejos ladrillos oscuros en las paredes, hay un cartel con el nombre del bar, y otro cartel luminoso que dice BAR con colores azul y rojo, es mi peor cuadro. Hay dos chicas hablando en una mesa para dos, las dos son muy altas. Como estaba aburrido las miraba, las veía pintadas en mis cuadros. Seguí tomando de mi vaso, pronto me aburrí de ellas y dejé de pintarlas, llamé al mozo y le dije que les llevara una cerveza, que no dijera quién la pagaba. Eso hizo, sonrieron, miraron alrededor suyo y no se dieron cuenta de dónde provenía la amable atención. Ambas hicieron un gesto como si no importase, como si tomar la cerveza no las comprometiera a nada

Alguien me ofreció jugar una partida de ajedrez. Rechacé. Cuando era más joven me gustaba el ajedrez, pero durante muchos años no tuve con quién jugar, así que no practiqué nada, en absoluto. Prefiero no jugar; seguramente sería muy lento y no tendría ni idea jamás de qué jugada me están intentando hacer.

Seguí solo en mi mesa cuando terminé la primera cerveza. Fui al baño, y al volver alguien ocupaba mi mesa. Me volví a sentar y el mozo trajo la segunda botella.

-Hola.
-Hola -respondí-
-Yo fui el que te atropelló.- El mozo trajo la botella, le dije que trajera otra más y un vaso.
-¿Así que fuiste vos? -dije indiferente.
-Sí. Necesitaba disculparme.
-Estás disculpado.
-Me enteré de que sos pintor.
-Sí, desde hace algún tiempo.
-Desde siempre… por lo que leí.
-A los tres años hice una copia exacta de la Mona Lisa.
-Quería ofrecerte comprar algunos de tus cuadros.
-¿Algunos en especial?
-La verdad no conozco tu obra, pero me gustaría comprarte «los nueve cuadros».
-Jajaja, los nueve cuadros no existen, son solo un mito.- Seguí riéndome, pero de pronto me entró algo de miedo, supe que la leyenda quizás se haría realidad esa misma noche, me asustaba que me fuese a atropellar él cuando saliese, pero más me asustaba tener que pintar nueve cuadros con las costillas partidas.
-Yo, aunque lo sigas negando, lo creo. Es más, lo sé, porque fui yo quien te atropelló y huyó como un cobarde, por eso me gustaría verlos. Eso sí, a mí no me gusta mucho la sangre, aunque claro sería una inversión, ¡¡Esos cuadros están hechos con tu propia sangre, valdrán millones!! Por eso los quiero, sino podría comprarte algunos cuadros más nuevos.
-Siempre lo mejor está por venir.- Fue la primer frase, completamente inoportuna, que se me vino a la mente.
Sin darme cuenta estaba terminando una de las botellas, el tipo de aspecto serio ni siquiera le había prestado atención al vaso de vidrio transparente que tenía abajo de su jeta. Así que le serví cerveza, cuando le llené el vaso me saludó y se fue. La puta madre, qué loco está este mundo, qué mundo está este loco, pensaba.

5

A la mierda, tenía dos vasos para mí solo. Empecé a llamar un poco la atención, hablaba solo, la bebida me hacía algo alegre de todas formas, me imaginaba pintando los gloriosos nueve cuadros y siendo el artista extravagante del milenio.

Mi ego y mi orgullo estaban por el suelo gracias a la cerveza, por lo tanto dudo mucho que me negase a ir al hospital si tuviese un accidente, y más aun siendo de tal gravedad. Eso me daba tranquilidad. La segunda cerveza estaba casi por la mitad cuando un grupito se sentó en mi mesa. Había dos chicas y Hernán, un buen amigo escritor. A las chicas las conocía de alguna vez que me las había presentado él. Una tenía el pelo casi blanco y era joven, la otra era más vieja y de pelo colorado. Las miraba deseando algo, pero más que nada necesitaba urgente la total paz de las paredes que encierran el espacio perteneciente a mi departamento, quería de una buena vez terminar con la total incertidumbre de si iba o no a ser atropellado esa noche, aunque también tenía algo de necesidad de la suavidad de la piel que encierra al cuerpo de esas mujeres.

Eso era lo que realmente importaba, no tener que sentir el dolor insoportable de las costillas. Apareció mi poder, tres vasos vacíos y uno o tres porrones más. Hernán me hablaba, criticaba a los mismos de siempre, a las editoriales, a los medios de comunicación, al gobierno nacional, provincial y municipal y a los opositores, me hablaba de un escritor que todos conocemos y que publicaba como cinco o cincuenta libros por año, no me importaba nada. La mujer más grande me coqueteaba, me generaba algo positivo, me daba comodidad dentro de los 4 bordes de la mesa que encierran la conversación, o más bien el discurso de Hernán, las sonrisas de dos chicas, y mi paranoia. Pero ya no podía soportar más.

A la mierda con todo, lo mejor está por venir. Me tengo que ir para asegurarme lo antes posible de no tener que ir al hospital, romperse uno las costillas es algo que no te puede evitar llevarte al hospital. En ese momento me daba lo mismo parecer un pobre loquito, así que solo hablé sin pensar.

Me saludaron como un sobrino saluda al tío que se hace el gracioso. O por lo menos eso quiero recordar. Me levanté, estaba un poco mareado, fui al baño otra vez. Salí. Recordé por tercera vez desde que me había levantado que tenía que pagar, saqué la billetera, me olvidé otra vez y me volví a acordar, saqué doscientos pesos y se los di al mozo de rastas. Antes de poder salir, un grupo de jóvenes me paró y me preguntaron si yo era capaz de pintar un cuadro con mi propia sangre. Me horroricé, me puse rojo de vergüenza y sin responder seguí mi camino, me sentía un dios, el protagonista de la vida, del mundo.

Atravesé la salida, había un auto azul encendiendo el motor. Tenía las luces encendidas. Estaba a dos cuadras y media de mi casa. A mí nadie me iba a atropellar y menos a dos cuadras y media de mi casa. El auto asesino rompedor de costillas hacía un ruido infernal, agarré a contramano y me metí por Montevideo, caminé dos cuadras, agarré Paraguay y después 9 de Julio hasta Roca, caminé por Roca hasta 3 de Febrero y volví a Paraguay, la cuestión es que di más vueltas que la mierda. Llegué a micasa, abrí la puerta de entrada al edificio, me temblaban las manos. Mientras subía por el ascensor decidí que si se quedaba parado me suicidaba. Llegué, abrí sin problemas, había tanta paz… Recordé que no tenía una gota de alcohol. No importaba. Tenía mis temperas, y todavía toda mi sangre dentro de mí.

Etiquetas: arte pintura

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