En vez de dedicarme a ese pasatiempo tedioso de imaginar las incontables formas en las que podría yo asesinar a mi jefe o encajar su posible muerte en las mil maneras de morir más ridículas del mundo, creo conveniente usar ese tiempo en asuntos más productivos y recreativos, e.g: cuestionar cómo coño llegó a ser jefe.

¿Será acaso por su dotes de macho lomo plateado e inteligencia de erudito cuatro ojos?

No, imposible, lentes no usa, esos ojos saltones son similares a los de un sapo estreñido, suficiente para ver su aparente dignidad herida, aunque dignidad no tiene. Cuando el dinero toca la puerta del ego, cuidado, en ese momento la dignidad sale volando por la ventana. Volviendo al tema, lomo plateado, tiene lomo de orangután con artrosis lumbar. Tal vez, por su inteligencia singular, por supuesto, tiene el don del engaño; nunca viste a alguien convencer al otro con tanta rapidez de que necesita con urgencia sacarse el páncreas y tragárselo acompañado con una salsa de ceftriaxona y metronidazol, aquel plato solo lo tragaría alguien después de una explosiva publicidad subliminal.

Después de recaer en todas esas alucinaciones respecto a cómo llegó a ser jefe mi jefe, comprendo que en este mundo bizarro cualquiera puede ser jefe, siempre que tenga ese pequeño don para imponer la estupidez y esa pizca pícara para convencer a la vida que tiene sabor a muerte.

Pero bueno, después de todo, estos pensamientos no son sanos, son pecaminosos, el buen Dios debe estar al borde del colapso respecto a mi cerebro, pero bueno, le agradezco por este pedazo de carne creativo que me dió, que se está atrofiando aquí en este pequeño rincón. Rincón en el que el tonto quiere hacerle competencia a la muerte respecto a cuánto más puede sostener el alma a la carne y la carne al hueso. El tonto que juega a ser sabio, abogado del diablo y hasta ángel de aquel que ya tiene boleto comprado para cruzar el charco de la vida.

El jefe, el jefe, sus diagnósticos maestros, su agonía inminente mientras diagnóstica, su competencia con la muerte, su sapiencia equivalente a la voz de prostituta de esquina que…

Esperad un segundo, me llama el jefe…

Como les decía, el jefe, la magnificencia convertida en persona, hombre de amplia sabiduría, de liderazgo, dirección, rectitud, disciplina y honestidad…

Ya se fue, estuve a dos segundos de morir ahogada en mi veneno adulador. El jefe, maldita hipocresía la mía de seguir en esta atrofiada entelequia de seguirle la corriente a cambio de unos céntimos. Venga a mí la muerte, que este pusilánime destino de obedecer burradas y seguir gastando mi cerebro en imaginarlo muerto apuñalado por el culo por un trans o ahogado en sudor después de una noche de pobre rendimiento pasional o quizá con un paro cardíaco al subir el segundo peldaño hasta la oficina.

El jefe… ¡Larga vida al jefe! 

¡Larga vida, tanta como la vida de una mosca!

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