El Secreto

-Vamos, es un engaño- gritó Malcom desde la otra punta del bar.

– Son sólo unas monedas, déjalo en paz, no pierde nada, sólo nos estamos divirtiendo.- dijo el pelado.

Miré al hombre del gran sombrero a los ojos esperando su respuesta, las monedas con que debía pagarle ya estaban sobre la mesa. El hombre me miró y sonrió; describió con detalles exactos el día en que conocí a quien sería ahora mi ex esposa; cada aroma, cada palabra. Había logrado descolocarme, intrigarme. Lo que había comenzado como un juego era ahora en mí algo más serio.

Conocí al hombre del gran sombrero hace tres días pero nunca habíamos hablado hasta hoy. Había alquilado unas de las habitaciones de la casa y recién hoy, su última noche, se había sentado a tomar algo en el bar. Así comenzamos a charlar y nos contó lo que nos pareció la locura más extraña y divertida que habíamos escuchado. Nos dijo que su profesión era vender recuerdos.

-¿Sus recuerdos?- dijo el pelado, -disculpe, pero quién pagaría por escuchar sus recuerdos?

No eran sus recuerdos lo que vendía sino los de los demás. Nos reímos fuertemente cuando nos lo dijo. – ¿Y cree que vamos a creerle?- gritó Malcom ya casi borracho. Y así comenzó el “juego”. Comenzamos dándole un par de monedas por recuerdos tontos, pequeños, y él acertaba en todos, lo que lo empezó a hacer más divertido e intrigante. Fui yo quien subió la apuesta y cuando El Pelado vio que me había dejado pasmado al acertar de tal manera fue por más.

Cuando Malcom lo oyó se fue contra el hombre del sombrero pero su borrachera lo hizo caer antes de lograr nada, sólo gritaba que era un mentiroso, farsante y ladrón. El hombre del gran sombrero permaneció inmutable. No sabíamos nada de él. Era un hombre silencioso, de movimientos tranquilos y muy medido.

En el revuelo no pudimos escuchar el pedido de El Pelado pero la respuesta era larga y muy minuciosa y a medida que hablaba, El Pelado se iba poniendo cada vez más pálido. –Es imposible- musitó – nadie lo sabe.

A partir de ahí el bar se llenó de clientes dispuestos a jugar, como decían ellos, ya que no querían aceptar que una pequeña parte comenzaba a creer en el hombre del sombrero.

Mientras ellos dejaban sus monedas y se asombraban con las respuestas comencé a pensar en algo que me perseguía desde hacía muchísimo tiempo: el recuerdo que no recordaba. Pensé en la posibilidad, en que quizás podría, por fin, sacar de mi subconsciente las partes faltantes y más importantes de ese recuerdo que no era más que partes de un hecho que ni siquiera sabía cuándo había ocurrido, aunque creía haber tenido unos 18 años. Hasta soñaba muchas veces con él, pero sólo venían a mi mente rostros, imágenes aleatorias, olores, un grito de mujer desgarrador. Cuando el recuerdo venía mi cuerpo se helaba y un extraño y horrible sentimiento recorría mi interior. Decidí que lo haría,-¿qué podía pasar?- me pregunté. Le preguntaría al hombre del gran sombrero por el recuerdo que no era.

Esperé que todos preguntaran y en un momento en que el hombre estaba solo me acerqué a él, puse un billete de 25 sobre la mesa y le pedí por el recuerdo. Se quedó en silencio tanto tiempo que pensé que lo había pillado. Había logrado descubrir su farsa por fin. Malcom había tenido razón. El hombre sólo me miraba callado y muy serio.

De pronto se acercó a mí y comenzó a susurrar en mi oído la respuesta. Fue claro, conciso y detallista. Cuando terminó, se levantó y se alejó de la mesa dejándome solo.

No me di cuenta de lo mucho que estaba temblando. Todo, ahora recordaba todo. Con el cuerpo helado y con náuseas me levanté lentamente y casi sin poder caminar subí la escalera que me llevaba a mi cuarto. Entré, vomité en el baño de paredes color verde lima y luego me senté al borde de la cama en silencio, llorando. Tomé la caja que guardaba en una de las maletas bajo la cama.

La noche era fría y calma. Las calles solitarias. El hombre del gran sombrero se marchó de la casa y se alejó despacio bajo un cielo estrellado. Mientras sus pasos retumbaban en las calles silenciosas el disparo se oyó fuertemente a la distancia.

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