Aquel BMW del 75

Aquel BMW del 75

CARONTE

26/04/2024

Aquel coche casi me arrolla cuando me disponía a cruzar el paso de cebra. Tuve tiempo de tirar instintivamente hacia atrás, a la par que también tiraba de la correa de mi perra, aterrizando ambos sobre un montículo de escombros que un desaprensivo dejó tirados al lado de los contenedores de basuras. Dana, que así se llama mi peluda, ladró nerviosa, pero sus ladridos se confundían con las risas del ‘ intrépido’ conductor del BMW.

Un BMW. Sí, estaba completamente seguro; a pesar de que la noche hacía rato que vagaba por el barrio y la oscuridad reinaba sobre amplias parcelas de la calle, solo sitiadas por altas y plateadas farolas que mantenían su feudo de luz a toda costa. Pero el característico logotipo del vehículo no dejaba lugar a dudas: redondo, con los colores azul y blanco semejando una hélice en movimiento…Un soberbio automóvil, de un negro brillante y deportivo. Con toda probabilidad lo pilotaba un niño pijo o un idiota forrado de bitcoin buscando emociones fuertes.. – ! Vete a saber ! –

La marca del vehículo me trasladó, desde mi incómodo asiento de sacos de escombros, a un lugar mucho más idílico. Una heladería, en mi juventud. Entraba por la enorme puerta de estilo colonial, mi tío Pablo (a quien yo llamaba «Renault»). Llevaba su inconfundible cazadora de verano, de un color celeste fosforescente, con el redondo logo de BMW en el lugar donde latía su corazón

Mi tío Pablo, el aventurero, era uno de mis referente de crío. Sus historias de cuando vivió en Larache, durante el Protectorado Español en Marruecos.  Huérfano de padre, un legionario que falleció en unas maniobras, como consecuencia de un error cometido por un oficial francés. Tuvo por ello que trabajar desde los quince años para ayudar en la arruinada economía familiar: mozo de almacén, en la estiba del puerto, ladrón por encargo…. Mi abuela cayó en una profunda depresión; incapaz de superar la muerte de ‘su Aurelio’ . Una mañana de invierno decidió que no quería seguir viviendo. Su cuerpo inerte, apareció en el malecón del puerto, entre rocas forradas de conchas de mejillones y con las olas suaves del mar meciendo su sueño eterno. De entre sus manos, fue difícil quitar el chapiri legionario de su marido. Tenía mi tío diecisiete años por aquel entonces y su hermana pequeña, (mi madre) trece. 

El Colegio Militar de Huerfanos de la Marina, a petición de los mandos del Tercio de Ceuta se hicieron cargo de los chicos. El problema era que sólo admitían varones con lo que decidieron enviarla al Colegio Femenino de San José en Deusto que estaba regentado por la congregación de religiosas de la Sagrada Familia. Pero ‘Renault’ tenía sus propios planes.. La noche antes de partir hacia Málaga, mi tío despertó a mi madre. La abrazó con fuerza y la besó en la frente. – «perdóname»- fueron las únicas palabras que pronunció. La arropó de nuevo y se durmieron. Al día siguiente, cuando llegó la monja que se iba a ocupar de ellos para acompañarlos al barco, ésta se encontró con la niña abriendo la puerta y, con el mensaje entre lágrimas, de que su hermano Pablo se había ido, pero que un día volverían a encontrarse y esta vez, estarían juntos para siempre.

Fue un auténtico truhán en los años previos a su ingreso en la Legión. Se rumorea en la familia que lo hizo porque estaba huyendo de un oscuro asunto de robo de obras de arte, que no tuvo un final feliz y que al parecer había que subsanar con su pellejo. En la Legión, fue destinado a Melilla, donde no perdió ocasión de seguir con sus trapicheos; entre ellos el contrabando de alcohol. Ideó la forma de colarlo por la valija militar que iba en el novísimo y recién adquirido avión Hércules Lockheed Martin C-130 del Ejercito del Aire, que partía hacia Almería regularmente. Un teniente con sus mismos escrúpulos, lo recogía y se encargaba del resto de la operación.  Fue descubierta la red corrupta dos meses más tarde, siendo arrestado y con él todo el entramado que había montado. Las malas lenguas dicen que lo delató la despechada hija de un capitán de la Guardia Civil de Melilla. El sargento Espinel, – que lo apreciaba mucho – vio en él un enorme potencial como mecánico. Consultándolo con la oficialidad y con ánimo de salvaguardar el honor del Tercio ante la prensa mediática de entonces, y también porque le caía bien…, decidieron correr un tupido velo. Espinel, con afecto pero con dureza, lo puso entre la espada y la pared; dándole a elegir entre la incierta vida civil o seguir en el Tercio formándose como mecánico auxiliar. No tuvo muchas alternativas. Con el tiempo, supo encontrar su vocación entre motores y bielas convirtiéndose en un experto mecánico de «cualquier cosa que tuviera ruedas o alas» – según sus propias palabras -, en muy poco tiempo. 

Lo destinaron temporalmente a la isla de Fernando Poo, en Guinea Ecuatorial, entonces provincia española, con la doble intención de alejarlo de las tentaciones y de que formara a dos soldados de la tropa indígena que estaban en el parque móvil del cuartel de la Guardia Colonial. En los dos años que estuvo en la isla, ascendió a sargento primero.  Allí, conoció a un importante distribuidor alemán de BMW llamado Abelard Muller; que a la postre, se convertiría en su íntimo amigo. No tardó mucho en comprar el innovador BMW 1500, que significaría el despegue y consolidación de la marca a nivel mundial. En ese año, 1962, mi madre se casó con un estibador del puerto de Ceuta; mi padre. No pudo asistir a la boda, pero mis felices progenitores no olvidarían jamás el regalo que recibieron de él:  una motocicleta R27 con su motor de 247 cc de un sólo cilindro, con sidecar incorporado.  

Unos años antes de la independencia de Guinea en el año 1968, tuvo conocimiento de que en la República Federal Alemana, los norteamericanos buscaban personal civil con conocimientos cualificados de mecánica. El idioma no suponía ningún problema para mi aventurero tío que  se defendía bastante bien con el alemán, el inglés y algo menos el francés. Llevaba bajo el brazo una carta de recomendación que el Teniente Coronel  Sanz Arias, de la División Acorazada Brunete y amigo personal, le enviaba al capitán Thomas Anderssen, de la base norteamericana de Ansbach en Alemania; donde más tarde se especializó en mecánica y mantenimiento de carros de combate.

Después de varios años de duro trabajo, pero también de inolvidables momentos en la base, se empleó en la Casa Matriz de BMW en Munich, de la mano de su buen amigo Abelard.

Los veranos, mi tío venía a vernos a Ceuta.  Recuerdo sus BMWs, distintos cada año. Se los dejaba la empresa para probarlos,…- decía -. Ese año de 1975 vino con un flamante E21 se la serie 3, de los primeros de su clase, con sus dos puertas y su motor de cuatro cilindros en línea y ocho válvulas con árbol de levas movido por cadena. Mi padre y yo nos maravillábamos mirando esas joyas sobre ruedas.  Mi tío ‘Renault’ no podía disimular su felicidad cuando nos ofrecía las llaves para que lo probáramos. Siempre fue muy generoso. Su cartera; llena de marcos alemanes y dólares estadounidenses, se abultaba el doble cuando hacia el cambio de divisas a pesetas en la Caja de Ahorros de Ronda. Risueño, alegre, dicharachero y con una sonrisa pícara tras su fino bigotillo, al igual que su impecable peinado con brillantina y perfecta raya en el lado izquierdo. Yo, para burlarme de él, le llamaba ‘Renault’, como el gendarme francés que hostigaba a Rick, papel que interpretaba Humprey Bogart en la película ‘Casablanca’, por el enorme parecido que tenía con mi tío, no sólo físicamente sino también por su ironía y extraño sentido del humor.

Cierto día de julio, en el año 1975,  a mis diecisiete primaveras, iba con los colegas a la discoteca del puerto, cuando vi su coche cruzar lentamente hacia el espigón, muy cerca del faro. Iba con las luces de cruce apagadas, cosa rara en él que gustaba de tenerlas encendidas cuando conducía, incluso las luces antiniebla, adquiridas en el mercado negro de Marsella, con su potente luz amarillenta. Eso me inquietó. Me deshice de mis amigos y corrí a buscarlo, tanto por la leve preocupación como por el deseo de estar en su compañía. Vi el automóvil de mi tío, estacionado cerca de la garita cerrada de la Guardia Civil Aduanera. La brisa del mar, a la una de la madrugada de aquel verano, era suave y fresca. El salitre se colaba por mi nariz, con el consiguiente picor que amenazaba con provocarme un buen estornudo. La altísima farola de hierro emitía una luz anaranjada, que apenas podía iluminar varios metros. Todo en el ambiente parecía estático, como si el tiempo se hubiera dado una pausa y la luz del faro contara a cada vuelta, los segundos detenidos en ese momento.  Al fondo, pude divisar la  silueta de mi tío de espaldas, con las manos hundidas en los bolsillos de su cazadora.

Algo en su porte me decía que debía callar. Fui acercándome lentamente hacia él, por el empedrado camino húmedo del espigón; que junto al rompeolas, conducían a la oscura torre de piedra. Me detuve antes de llegar a los escalones de piedra que subía hasta el faro y me apoyé en la valla de hierro, corroída por el óxido que separaba el muelle del mar. ‘Renault’ me miraba fijamente, con esa sonrisilla socarrona. 

Bajó rápidamente los escalones, ennegrecidos, dirigiéndose hacia mí. Cuando me alcanzó, me abrazó con fuerza; varios segundos después me apartó con cierta rudeza. Sosteniendo mis hombros con sus manos, me miró con enorme afecto tras sus gafas de aviación con lentes amarillas, regalo de un teniente norteamericano de la Base por arreglar su viejo Mustang del 67. Había llorado,… era indiscutible, – eso explicaría porque llevaba puestas las gafas en plena noche -.  Me acongojé bastante, incluso me enfadé, era mi modelo a seguir, mi héroe… Aunque no se lo hice ver. Puso su pesado brazo moreno sobre mis hombros y juntos nos dirigimos hacia el BMW. Al llegar a su altura, con un gesto me dijo que esperase. Abrió la puerta y sacó unos documentos que firmó con un bolígrafo con el logo de la Legión, posteriormente sacó las llaves del vehículo de su bolsillo y junto con la documentación que firmó y metió en una carpeta de cuero me los extendió.

No podía articular palabra, ni entender nada, ni que significaba todo aquello. Sin dejar de sonreir, se quitó su cazadora celeste fosforescente, me pidió que me lo pusiera para ver como me quedaba. Me mostró su gordo pulgar, satisfecho y me palmeó la cara con afecto. Se marchó despacio hacia la ciudad vieja despidiéndose con la mano; llevándose consigo el misterio que, en él era parte de su personalidad. Se detuvo antes de doblar la esquina que daba a la Plaza de España, apoyó la mano en la pared y sonriendo desapareció tras ella. Al día siguiente, muy temprano, lo vi por última vez;  apoyado sobre sus brazos en la baranda metálica de aquel ferry que lo llevaba de vuelta a Málaga. 

Nada más poner el pie en la península, su corazón le dijo que la aventura que había sido su vida, terminó.

En el cementerio, al terminar, su madre le preguntó donde estaba su tío cuando le dio los papeles de propiedad del BMW. Al decirle que fue cerca de la escalinata del faro, se quedó mirándome fijamente. Ni siquiera parpadeó, cuando las lágrimas la asaltaron desde sus ojos verdes hasta desaparecer por el cuello sonrosado de su blusa. – Ahí falleció nuestra madre. Ella murió de pena .- Se limpió la cara con el dorso de la mano y me dio un beso. Se fue con paso decidido a la plaza de abastos a comprar los calamares y las almejas para el arroz del domingo.

El viento frío de la Sierra, me devolvió a la realidad, a la par que la bruma de mis recuerdos se disipaban entre los pasos firmes de madre alejándose y, el logo redondo, azul y blanco de un BMW.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS