De todas las cosas que podría haber terminado haciendo, esta era la que más tenía probabilidad de suceder. Aislándose en el lugar más remoto que pudo encontrar; y dicho y hecho, había hecho de un pequeño faro en Sicilia su hogar.
No era un don nadie en el pueblo junto al faro. Había escuchado a gente muchas veces referirse a él como «el viejo Alfie». Su aceptación por tal apodo no estaba clara, le disgustaba un poco. pero supuso que tuvo suerte con él al no haber oído peores. Su nombre real era Alfred, naturalmente. Orgullosamente inglés pero naturalizado italiano.
También tenía fama de amargado, obstinado, pesimista e incluso maleducado. Solo visitaba el pueblo cuando necesitaba comestibles y esas cosas, y en realidad no se partía la cabeza tratando de hacer amistades. Algunas noches, bajo la intensa luz giratoria del faro y un silencio abismal que observaba desde abajo, le invadía un sentimiento horrible de lo irremediable y del vacío; pero era pronto a desecharlo, porque su edad avalaba autocontrol emocional.
Que su apodo no te engañe, Alfie no era ningún viejo. Pronto llegaría a los cuarenta, pero seguía con el mismo vigor de hace unos diez años. Corría, andaba, subía y bajaba escaleras, ataba nudos, cortaba madera, reparaba faros; cualquier cosa.
Pero esta noche el tiempo resolvió perturbar su sueño con vendavales y una lluvia torrencial como si el segundo diluvio universal estuviera tocando la puerta. La madera chillaba al compás del viento y las ventanas se estremecían con cada liento golpe contra ellas. Trataba de volver a cerrar los ojos, pero cada relámpago surcando el cielo lo despertaba de nuevo.
Decidió entonces levantarse y dirigirse a la pequeña cocina para hervir agua y hacerse un café. Si no podía dormir ya por culpa del tiempo, ¿qué más daba?
Gracias a la necesidad del faro de funcionar sin importar las incontinencias del clima, el suministro eléctrico difícilmente fallaría por un poco de lluvia. Apoyó su peso contra la barra de la cocina y la contempló, como si no viviera ahí todos los días, bajo la débil luz de la bombilla en el techo. Los lujos no eran algo recurrente en su vida, pero nadie podría decir que vivía mal o que fuera pobre.
La copiosa lluvia no daba señal alguna de que fuera a aminorar pronto y eso ponía a Alfie de nervios. Ahora estaba en la sala, sentado tomándose su taza de café. La taza que estaba usando había sido un regalo por parte de su hija, Abby. La había hecho ella misma, con sus propias manos, pintándola con colores vivos. Alfie consideraba a esa taza como una de sus posesiones más preciadas, pues todo lo que su hija le regalara contenía un valor incuantificable para él.
Lástima que Abby en la actualidad no pensara tan afectuosamente de él. Alfie suele culpar a las influencias de la universidad como las culpables del cambio tan drástico en la actitud de su hija con él. Ya no era la misma, ya no quería pasar tanto tiempo con él ni hacer cosas juntos (alfarería, por ejemplo) como lo hacían antes. Buscaba por doquier a la alegre pequeña que hacía su vida más fácil de llevar, pero hace mucho se había perdido en su búsqueda. Tal vez a quien buscaba simplemente ya no estaba ahí.
Una sensación húmeda en los pies lo jaló fuera de su mohína ensoñación. Volteó rápidamente hacia abajo solo para encontrarse con que el suelo estaba lleno de charcos de agua. Al parecer, la lluvía ya estaba inundando su casa.
—¡Mierda! —profirió, apresurándose a despegar los pies del piso y usar las escaleras en espiral para subir a lo más alto del faro. Para su infortunio, el agua lo hizo resbalar y caerse, dejando caer la taza que malamente no había soltado antes, provocando que ésta se rompiera, manchando de café el agua alrededor.
Volvió a maldecir, viendo con enojo y desesperación los restos de su taza, pero tuvo que levantarse e ir hacia las escaleras con más cuidado, no sin antes recoger una foto de su hija que tenía enmarcada en la sala.
Una vez arriba, se quedó en el cuarto de servicio, inmediatamente abajo del foco. Ahí se encontraban el combustible y algunos otros suministros para el funcionamiento del faro. Se recargó contra la pared y se dejó caer al suelo, apretando con fuerza el portaretrato entre las manos e intentando no titiritear por el frío que le empezaba a llenar el cuerpo. La desgracia de la taza y el pensar en todo lo que quedaría arruinado en su casa por el agua hizo que empezara a lagrimear. No era la primera vez que había tormenta, pero ninguna había sido así de desastrosa; y ninguno lo hacía ponerse así de sentimental.
De repente, escuchó un golpe y luego el sonido del cristal rompiéndose desde arriba. Algo debió haber sido acarreado por el viento y terminó golpeando el cristal que protegía el faro. Pronto, la escotilla que separaba el cuarto del servicio del faro se empezó a levantar, producto del vendaval de fuera. Se apresuró a dejar el retrato en el suelo y fue a revisar arriba:
Efectivamente, el vidrio tenía un hoyo, solo que no pudo encontrar el objeto que lo causó. Disminuyó la potencia del faro para no encandilarse con él y se puso a tapar el agujero con una bolsa negra y un pegamento fuerte; de todas formas tendría que cambiar el panel entero.
Cuando el trabajo estuvo hecho, regresó al cuarto de servicio con prisa y, con la poca luz que había, no vio dónde había dejado el retrato y lo pisó por accidente. Casi se tropezaba y otra vez escuchó vidrio quebrándose.
—Oh, no… No, no, no… —gimoteó, una y otra vez, al ver lo que había hecho. —¿Por qué son tan torpe! —se cuestionó con ira.
Recogió la foto y pateó sin cuidado los restos del portaretratos hacia la pared. La foto era una de las pocas cosas que le quedaban para recordar a su hija. No es como que sufriera de su memoria, pero aún así quería sentir la tangibilidad de sus recuerdos.
Y de nuevo se tiró al suelo, esta vez incapaz de frenar sus lágrimas; era inminente. Abrazó sus dos piernas con ambos brazos, haciéndose un ovillo contra la pared, que era el único refugio que tenía de la apaleante lluvia. No quería levantarse; de hecho, no tenía fuerzas de hacer nada más. Hizo caso omiso del ruido de afuera y acabó por quedarse dormido, pernoctando en el cuarto de servicio.
OPINIONES Y COMENTARIOS