LA TUTSI POP

A ver, entonces, ¿por qué escribes? Llevas días dándole vueltas a la misma pregunta y sigues sin tocar ni una tecla de tu computadora para contestarla. Si eres escritor tienes que saberlo, ¿no?

Mientras se te ocurre una respuesta, escribe que en este instante saboreas una tutsi pop y estás sintiendo cómo la saliva disuelve lentamente el caramelo inundando tus sentidos con el dulce de la paleta, y la textura rugosa de la goma de mascar se va descubriendo y, ¡claro!, escribes para llegar hasta ese centro chicloso del mundo, para descubrirlo en esa viscosidad de las palabras como el chicle y esa forma sin forma… y ahora ríes.

Vas de nuevo: ¿por qué escribes? Tu ídolo Rubén Bonifaz respondería: “para los que llegan a las fiestas ávidos de tiernas compañías”. Pero la pregunta no era para qué ni para quién sino por qué. ¡Carajo! Te estas adelantando sin responder la pregunta esencial.

Vas otra vez: ¿por qué escribes? Te lo preguntas de nuevo justo ahora que ya te pusiste la pijama y que estás a punto de dormir, así que casi por inercia brinca la respuesta en tu cabeza: para tener dulces sueños. ¡Claro! Es para soñar con universos posibles, con otros universos más dulces y hermosos, incluso mejores… Pero eso todavía es un para qué, no un por qué.

Meeeeh. Esto de escribir…

Para llenar un poco más esta página escribe que: aún tienes el caramelo de la tutsi pop pegado entre los dientes y que tampoco has escupido el chicle y que, antes de dormir, sugieren los dentistas ir a lavarse la boca, ¿no?

En cuanto sostuviste el cepillo de dientes y te miraste en el espejo sobre el lavabo de tu baño, se te ocurrió una idea y corriste para anotarla aquí (no fuera a ser que, por lavarte la boca, las palabras se te escapen): escribir tal vez es un acto natural, inconsciente y primario, casi como parpadear o comer. Es más, escribir es como el resultado de lo que ocurre después de comer: comes y luego expulsas, comes y luego escribes. Pero…

… ¿Qué comes, escritor?

Lo mismo que todo el mundo: la risa loca de las borracheras con tus amigos, los bostezos domingueros en las reuniones familiares, el agradable cosquilleo de recordar tu último orgasmo, la torcedura de corazón que te dejó La Innombrable, la ausencia de tu hermano, el triunfo de salir de casa, el cansancio de sobrevivir como escritor…

Todo eso tras ser digerido se convierte en: ese verso meloso con el que empiezas a escribir, ese cuento erótico que te eriza la piel con sólo imaginarlo, ese ensayo hecho con ideas revueltas y no resueltas, esa novela que se cocina a fuego lento porque el llanto se te desborda, o esa escena hecha con todo lo que hubieras querido hacer en tu vida real.

Por lo tanto, escribir diariamente es como ir diario al baño. ¡Tremenda liberación! El cerebro se relaja como el colon y tu cara ya no está apretada. Por eso se recomienda que mejor afuera que adentro: callar provoca estreñimiento. Hoy ya liberaste lo que traías atorado, ahora podrás dormir con una sonrisa en la cara.

No, esta incontinencia aún no acaba; traes rumiando esta idea y te roba el descanso; tienes que continuar por esta noche: si escribir es tan importante, entonces tal vez sea todavía más primario e involuntario que sólo comer alimentos y expulsarlos; en tal caso, escribir ha de ser como la sístole del corazón. Y el orden de las cosas en el cuento es la diástole. Así que una historia es un corazón que late gracias al escritor. Las historias viven gracias a las personas que las escriben. ¡Eres un genio…

…cursi!

Escribir es como comerte una tutsi pop: te gusta; y si en el camino hallas ese centro chicloso, pues te toma por sorpresa, lo que hace que te guste aún más. Además, has pasado tantas horas cagado de risa dándole vueltas al mundo cuando escribes que ¿por qué no habrías de repetir siempre que puedas la experiencia? Es decir, la literatura es una tutsi pop.

Ahora sí puedes decirlo: ¡eres un puto genio!


Derechos reservados. Fragmento del libro «Vestigios, remanentes y pruebas» de Ricardo J. Cruz Núñez.

contacto: ricardo.j.cruz.n@gmail.com

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