Esperé como todas las tardes ver tu rostro. Sí, ese que me iluminaba la vida, esos ojos llenos de brillo y ese abrazo que me hacía sentir protegido y amado al mismo tiempo.
No llegaste, y al final entendí que nos faltó tiempo. Solo compartimos 5 años.
Dicen que el amor de adolescentes es el más loco, pues de pronto hay algo dentro de ti que puede llenarte de poderes increíbles. Bailas hasta el amanecer, la lluvia no te enferma, el frío es igual que el calor, los chocolates tienen más sabor, las caminatas en las que conquistas montañas son una forma de sentirse vivo a pesar de perder la respiración mientras más alto estas.
Entonces no, no creo que se hayan equivocado. Lo experimenté y me gustó.
Cada día era diferente, no tenía máscaras. Podía reír sin preocupaciones, comer mi comida favorita y aprender de ti. Siempre tenías una plática distinta. Un día era tu perro el gran protagonista de tus historias, al siguiente era un abuelito que falleció, pero te enseñó sobre la lealtad, el amor y el respeto. Al siguiente imaginabas conmigo lo que le dirías a tu abuelita cuando volviese a verla. Así, pasaron los días, meses y años. Lo que nunca se hizo raro para mí fue que jamás mencionabas alguna aventura o algo gracioso junto a tus padres.
Alguna vez quise hablar de ellos, tú solo cambiaste de tema. Odio ser sincero, pero me faltan tantas cosas por decirte. A pesar de tomarme varios años, me convertiste en ese hombre al que no le aterra decir «te amo». Te convertiste en la ladrona perfecta, hurtaste mi corazón. Aunque no fuiste muy astuta porque dejaste huellas, me encantó que lo hicieras.
Al final, tu recuerdo regresa. Nuestro último martes, lucías un vestido rojo combinado con unas zapatillas blancas, sonreías, jugabas con tu cabello suelto y me regalaste una rosa roja. No entendí por qué lo hacías, pero mira que fue algo diferente. Los hombres también reciben rosas, dijiste.
Quizás el remedio más fácil y perfecto para poder aceptar que dejaste de existir fue beber alcohol. Un día llegaste a mis sueños. Pensé que sobreviviste y que la página del colegio al que asistíamos se equivocó al publicar «Paz en la tumba de quien en vida fue… Natalia Martínez».
No, no fue así. Yo estaba equivocado. No lograba olvidarte, me dolía el corazón. Tenía que soltar tus recuerdos, tu presencia en mi vida. Eras el amor de mi vida, que como lo sé, pues dime tú si el ser amado no es quien te inspira a ser mejor en sus hobbies, con la familia y amigos, a tener nuevas habilidades, a ser espontáneo y disfrutar de cada cosa que hagas por más sencilla que sea.
El destino se equivocó con nosotros, éramos perfectos el uno para el otro. Te convertiste en mi amiga, cómplice y novia. Aquellos 5 años fueron un regalo para mí. Tarde en reconocerlo, pero hoy, cada vez que miro al cielo, le agradezco a la vida por haberme permitido conocerte.
Aún me palpita sin control el corazón cada vez que recuerdo cuando leí tu parte mortuorio en la página del colegio. Te confieso algo, sigo tratando de entender qué me faltó para lograr que tú pudieras contarme todos tus problemas. Todos tus familiares decían que una discusión con tus padres fue la causa de tu muerte, y yo, yo me quedé con mis preguntas sin respuesta.
Me rompí el corazón, y ahora tengo demasiado tiempo de vivir engañado por alguien que conocí. Me ha quitado las ganas de volver a amar y a pensar que sin ti no podré volver a ser quien era. No sé qué hago mal, o definitivamente lo sé, pero no quiero aceptarlo. Jamás me aterró la idea de estar solo, y mírame, ahora me cuesta dejar a esa persona que tanto daño me está haciendo. Ya ni llorar es bueno, porque me desconozco.
Dejamos tantos planes inconclusos, ojalá hoy me visites cuando duerma. Sé que así es la vida, pero por favor ayúdeme a recuperar a ese hombre del cual un día te enamoraste y tanto me gustaba a mí también. Pues en aquel entonces, tenía, amigos, familia y era parte de una sociedad.
Aunque no lo leas, me gustó escribirte hasta el cielo…
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