Había entrado muchas veces a su casa como si fuese la mía y me había sentado en su cocina a comer con ella o a acompañarla mientras ella comía, porque vivía sola y no sabía o le costaba servirse a ella misma.
Yo utilizaba frases salameras como:
– Eres mi familia, Me he peleado con todos mis hermanos
Y ella se complacía. Me escuchaba y me ayudaba a organizar las ideas y a defenderme de mi misma de mis propios embates y reproches porque como me comportaba con los demás, me comportaba conmigo misma: era hostil, intolerante y me llenaba de continuos reproches. ella me consolaba con frases como estas:
– Tu si eres una buena mamá Es que tu marido no te valora. Tuviste la razón en eso, pero trata de tratar mejor a la gente. todos somos objeto de derechos.
Pero un día le mostré los dientes. Se hizo que le dolía. Creo que el millón de pesos que le había dado a guardar y que no se dignó devolverme, saldó la cuenta de su amistad.
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