LOS OJOS

Cada mañana cuando desayunaba veía esos ojos en la mesa redonda de la cocina. “No son ojos” se lo dijeron todos como si ella fuera una tonta, “Son marcas de la madera, no ves, están salpicadas sobre toda la base, son redondas y oscuras”. Si obvio que son marcas, pero justo están mirando hacía donde yo estoy sentada.

Me miran todo el tiempo, no son ojos enojados, tampoco tienen miedo, son ojos con una gran tristeza, hasta a uno le veo una lágrima, son tan tristes, es como si pidieran piedad.

Al principio les hice caso y traté de ignorarlos, y comencé a poner manteles para almorzar, desayunar, pero al final cuando levantaba todo, aparecían ahí, firmes, sin moverse, hasta con signos de recriminación por no permitirles vernos a su alrededor.

A mí me parecía mucho atrevimiento que se tomara esa confianza de mirar y escuchar, aunque de esto último no estaba segura, digo si escuchaba todo lo que decíamos.

Se veían oscuros, luego de los manteles vino la pena, yo soy así, no soporto ver sufrir a nadie y todos pensaron que yo estaba totalmente loca, por eso dejé de compartir ese pensamiento, sin embargo yo continuaba con mis convicciones. Empecé a condolerme de esa tristeza y cuando colocaba la mesa para el almuerzo, o desayuno, me tomaba el tiempo y la planificación de colocar los platos, los cubiertos, las bebidas, el pan, la fuente en cualquier lugar, menos donde estaban los ojos.

Daban la impresión que cambiaban su expresión al final de cada reunión.

El tiempo pasó y ellos fueron testigos de cómo cambió mi vida, cada uno de mis hijos tomó su camino, uno se casó y aunque venía bastante seguido a visitarnos, ya no era lo mismo; otra se fue a vivir a Buenos Aires, esa venía de vacaciones y la tercera se fue a las Europas, siempre me corrige cuando digo Europas, hablamos por skype, pero tampoco es lo mismo.

Y quedó Juan, que estuvo conmigo mientras Dios lo permitió, él también se fue. Al final es cierto las mujeres vivimos más que los hombres. Amaneció como dormido sólo que ya no respiraba, la noche previa me dio un beso suave en la mejilla, me dijo “Hasta mañana” y se durmió. Tan simple como eso.

Aquí estamos los ojos y yo. Me siento y con una taza de café charlo con ellos. Le cuento de cuando conocí a Juan, de los chicos, de las novedades. Son esos ojos cansados ahora, quizás se cerraran junto con los míos. Son mi compañía en este momento, hemos visto demasiado, muchos recuerdos, yo también estoy cansada, me voy a dormir, hasta mañana…

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