De súbito me vi en un mundo que no era el mío, ahora que lo sé y lo he vivido, lo puedo llamar: Un mundo atemporal.

Para los habitantes de este particular universo el tiempo no transcurre, de hecho para nada ni nadie que esté en él. Pero esto no quiere decir que no sucedan cosas, hay personas, ciudades y pueblos como en mi mundo. Pero las cosas no suceden igual, nada sucede igual. He aquí mi historia.

Ese día tenía mi peor episodio de depresión. Decidí no tomar mis píldoras, me dejé llevar por el tormento de las malas ideas. Acostado en mi cama, mirando hacia arriba, el techo comenzó a girar, primero lentamente y después de forma descontrolada. Con la cara bañada en llanto grité desesperado que parara ya, que el mundo se detuviera. Y eso fue lo que hizo.

Lo primero que noté, con horror, fue la falta total de percepción del movimiento, estaba paralizado, no me podía mover, tumbado inmóvil en la cama de mi habitación, y cuando digo paralizado es inanimado, no respiro mi corazón no late, y mi sangre no circula. La desesperación y el miedo se adueñaron de mí. La conclusión a la que llegué inmediatamente fue que había quedado cuadripléjico.

Quise salir de la habitación y correr a la calle.

De inmediato me encontré en la acera frente a mi casa, de pie, pero igualmente inanimado, observando a los transeúntes que al igual que yo, no se movían. Tuve la sensación de estar atrapado en una tira cómica. Quise saber cómo había llegado allí, e instantáneamente recordé haberme levantado y caminado hacia la calle, cada detalle, cada movimiento de mi cuerpo lo podía ver con todo detalle, me di cuenta de que lo podía revivir, no recordar. El terror se apoderó de mí, no podía soportarlo y me desmayé.

Es extremadamente difícil que el cerebro se adapte a una realidad para la cual no fue diseñado. Millones de años de evolución han dado forma a lo que somos, a lo que sentimos y a como pensamos. Nosotros, como seres conscientes, somos nuestra realidad. Al mismo tiempo que percibimos continuamente a través de nuestros sentidos todo tipo de estímulos se va creando una zona de confort a la cual nos adaptamos y hasta podemos llegar a lograr a sentirnos felices con lo poco o mucho que nos rodea.

Ahora bien, si esa realidad cambia abruptamente, para el promedio de las personas es muy probable que se produzca un colapso, que el cerebro se apague esperando despertar en su zona de confort. Evidentemente ese no fue mi caso.

Abrí los ojos lentamente pero no percibía el movimiento de mis parpados, otra vez sucedió lo mismo, traté de recordar como los abrí y pasaron por mi mente de manera exacta multitud de imágenes de mis parpados abriendo, cada imagen con mis ojos con un milímetro de diferencia más abiertos, toda la información estaba allí. Sí, abrí mis ojos; solo que no se movieron al hacerlo. Me volví a desmayar.

El proceso de adaptación fue muy lento, eterno, pero aparentemente no existía un límite de tiempo para llevarla a cabo. Puedo revivir exactamente cuántas veces mi cerebro se apagó, sesenta y tres, antes de tratar otra vez de levantarme y entrar en contacto con lo que me rodea. Trataré de explicarlo lo mejor posible.

Esta vez me levanté, sin entrar en pánico me vi de repente en pie, mire mis manos y estaban al instante ante mí, las voltee y mire los dorsos, eran mis dorsos, era yo, no había duda.

Es muy importante en este punto para la comprensión de mi situación entender las limitaciones de nuestro lenguaje; fue hecho para describir un mundo en movimiento. No puedo expresar que por ejemplo fui del punto A al punto B sin que se asuma que me moví desde A hasta B, ¡no me moví! Simplemente estaba en A y ahora estoy en B, físicamente me trasladé, pero no me moví. Por tanto en adelante si me refiero a que fui a alguna parte o hice cualquier actividad está absolutamente implícito que la acción no acarreó ninguna clase de movimiento.

Desde hace mucho vivía solo en mi departamento y esto no parecía haber cambiado, recorrí entera la casa y todo estaba en orden, mis muebles de siempre, la radio, la TV. Entonces fue cuando me impactó la gran interrogante, como un formidable mazazo asestado mientras más desprevenido estaba: ¿Cómo me comunico?

Salí de nuevo a la calle, a 20 metros un hombre de mediana edad se dirigía hacia mí con su bolsa de la compra, descubrí en ese instante que mi cerebro podía recrear el movimiento del hombre si cerraba mis ojos por un instante, al abrirlos el hombre ya estaba mucho más cerca, repetí la operación y ya estaba frente a mí, traté de hablar, pero nada salió de mi boca, no había sonido, ¡Dios mío, el sonido!, estoy ahora en un mundo totalmente silente, o por lo menos era eso lo que yo creía ya que lo siguiente que vi fue la cara del hombre mirándome fijamente en expresión de saludo. Me dijo: ─Hola vecino. ─En realidad no lo escuché, pero sé que me lo dijo, y también sabía que debía responder, ¿pero cómo?

Pensé como si estuviera hablando, o no sé si hablé como si estuviera pensando, pero no dio resultado ya que mi vecino cambio la expresión de su rostro y ahora mostraba un gesto de extrañeza. Tenía que actuar rápido si no quería ser descubierto como un impostor en ese extraño mundo. Que ahora era también el mío.

El gesto inamovible que ahora tenía frente a mí se tornaba más extraño por momentos y no podía remediarlo, estaba desesperado. Desde el fondo de mi alma grite: ─HOOOLAAAA VECINOOO.

Lo siguiente que vi fue a mi vecino sonriéndome amablemente mientras se alejaba, lo había logrado, no sabía muy bien como pero pude hacerme escuchar. Es de destacar el hecho de que no hubo ningún sonido involucrado en todo ese proceso de comunicación. Debía seguir practicando y me dispuse a caminar por la calle de mi vecindario.

A cada parpadeo, un paso, esa fue la manera de como mi cerebro desarrolló un mecanismo para darme una sensación de movilidad y de traslación entre espacios, y al mismo tiempo no enloquecer. Pues cada vez que mi conciencia notaba un atisbo de adaptación, sobrevenía invariablemente un ataque de pánico, que a decir un chiste: me dejaba paralizado.

Sea la verdad dicha, y sin incluir la falta absoluta de todo movimiento, las cosas que me rodeaban se veían exactamente igual a como yo las recordaba; el mismo quiosco de revistas en la esquina; la misma carnicería de mi amigo Fred, a quien no me costó mucho reconocer, ya que siempre tuvo una eterna sonrisa pintada en su rostro. Pero me daba terror interactuar. Un miedo dentro de un terror, así se pueden resumir mis primeros pasos en mi nuevo hogar. Regresé a casa a reflexionar y analizar cómo podía salir adelante con todo esto.

Yacía en mi cama mirando el techo por lo que pareció una eternidad, hasta que una voz a gritos inundo mi cabeza: EL TIEMPO, ¿QUE PASA CON EL TIEMPO?Hasta ahora no había considerado esa nimiedad. ¿Cuánto había transcurrido desde que desperté aquí? ¿Diez o acaso quince horas? Pero es que fuera seguía haciendo un sol radiante. ¿Es que no anochece en este lugar? Me tardé mucho para darme cuenta, cogí mi reloj de la mesita de noche y lo observé: 10:30 de la mañana, ¿Cómo era esto posible? Otro ataque de pánico venía en camino aceleradamente.

Dado que el tiempo no transcurre no hay continuidad en las acciones, solo hay saltos entre momentos. Para ellos la vida es perfectamente normal, pero para mí, para mi cerebro era imposible de asimilar, tuve que viajar hasta los límites mismos de mi realidad y bordear la locura para poder entenderlo y vivir entre ellos.

Es un mundo atrapado en una mañana soleada, no hay principio ni final simplemente se repite eternamente, los habitantes no tienen vidas para ser vividas, tienen un momento para disfrutarlo a perpetuidad, aquí nadie muere, aquí nadie nace.

Ahora, después de transcurrido lo que parece ser alrededor de un año en este extraño mundo todavía me pregunto: ¿cuál es el sentido de la vida en este lugar? Todo el mundo parece aquí normal con diez minutos eternos, es más, ese tiempo transcurre solo para mí. Y sí, quiero quedarme. Si lo vemos correctamente, es la felicidad en su estado puro.

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