STEPHEN KING: Carrie

STEPHEN KING: Carrie

STEPHEN KING

19/01/2024

PRIMERA PARTE 

DEPORTE SANGRIENTO

Noticia publicada por el semanario Enterprise de Westover, Maine, el día 19 de agosto de

1966:

Lluvia de piedras en Chamberlain

Fuentes fidedignas nos informan que el 17 del presente se produjo una lluvia de piedras en

la calle Carlin, en circunstancias en que el cielo se presentaba totalmente despejado. Las piedras

se precipitaron principalmente sobre el inmueble que habita Mrs. Margaret White. Causaron

considerables daños en el tejado y estropearon dos canalones y un tubo de desagüe. Los destrozos

fueron evaluados en 25 dólares. Mrs. White es viuda y vive con su hija, Carietta de tres años de

edad.

Nuestros esfuerzos para localizar a Mrs. White resultaron infructuosos.

Nadie se sorprendió cuando ocurrió, no verdaderamente, no en ese nivel subconsciente

donde nuestras vivencias más brutales. En apariencia todas la muchachas que estaban en las

duchas se sintieron anonadadas, estremecidas, avergonzadas o simplemente felices porque esa

cerda de la White había vuelto a recibir una buena. Incluso algunas de ellas podrían haber alegado

que el hecho las había sorprendido, pero, por su supuesto, esa afirmación habría sido falsa. Carrie

había asistido a la escuela con algunas de ellas desde el primer año, y esto se había estado gestando

desde entonces, gestándose en forma lenta e inmutable, según todas las leyes que gobiernan la

naturaleza humana, gestándose con la exacta regularidad de una reacción en cadena que se acerca a

la mesa crítica.

Lo que nadie sabía, desde luego, era que Carrie White tenía poderes telecinéticos.

Inscripción tallada en un banco de la escuela primaria de la calle Barker, en Chamberlain:

Carrie White come mierda

Los gritos, los ecos y el ruido subterráneo del chapoteo del agua de las duchas sobre las

baldosus llenaban el vestuario. Las muchachas habían estado jugando a voleibol .durante la

primera hora, y había algo apremiante en su ligero sudor matutino. Se estiraban y retorcían bajo él

agua caliente, chillando, lanzando agua y pasándose de mano en mano las barras de jabón blanco.

Carrie se hallaba en medio de ellas, impasible, una rana entre los cisnes. Era una muchacha

robusta, con granos en el cuello, la espalda y las nalgas. Su cabello mojado no parecía tener color

alguno: se pegaba a su rostro con una obstinación empapada y abatida.. Estaba allí parada

simplemente, con la cabeza ligeramente inclinada, dejando que el agua se precipitara sobre su

cuerpo y cayera al suelo. Parecía la típica cabeza de turco, el perpetuo blanco de las bromas, la

chica capaz de tragarse las historias más inverosímiles, objeto de todas las malas jugadas. Y lo era.

En forma desesperada y constante deseaba que la «Escuela Secundaria Ewen» tuviera duchas

individuales -y por lo tanto privadas- como las escuelas de Andover y Bosford. Porque se

quedaban mirándola… Ellas siempre se quedaban mirdndola.

Las duchas se fueron cerrando una a una, mientras las chicas se quitaban sus gorros de baño

en tonos pastel, se secaban, se ponían un spray desodorante y dirigían miradas al reloj que había

sobre la puerta. Se abrocharon los sujetadores y se ajustaron las bragas. El vapor parecía

suspendido en el aire y todo el lugar podría haber sido un estableciento de baños egipcios, a no ser

por el ruido sordo del estanque para baños de remolino, situado en un rincón. Los gritos y los

silbidos rebotaban en las paredes como el golpe seco y vibrante de las bolas de billar.

-…entonces Tommy me dijo que me veía horrible con eso y yo … .

-… voy a ir con mi hermana y su marido. A él le gusta hurgarse la nariz, y a ella también, así

que…

-…demasiado tacaño para gastarse un maldito centavo, de modo que Cindi y yo…

Stephen King Carrie

Miss Desjardin, la profesora de gimnasia, de pecha piano, entró en el vestuario, estiró el

cuello, echó una rápida mirada en derredor y dio unas vigorosas palmadas.

-¿Qué esperas, Carrie? ¿El juicio final? La campana sonará dentro de cinco minutos.

Sus shorts eran de un color blanco deslumbrante y sus piernas, quizá demasiado derechas, se

destacaban por su discreta musculatura. Un silbato de plata, que había ganado en una competición

de tiro con arco, colgaba de su cuello.

Las muchachas sofocaron una risita y Carrie levantó los ojos, la mirada lenta, aturdida por el

calor el ininterrumpido martilleo del agua.

Fue un sonido extraño, parecido al croar de una rana que resultó grotescamente apropiado.

Una vez más las chicas ahogaron la risa. Sue Snell se había quitado la toalla de la cabeza con la

velocidad de un prestidigitador que va a realizar un truco y comenzó a peinarse rápidamente. Miss

Desjardin hizo un irritado gesto de impaciencia en dirección a Carrie y salió.

La muchacha cerró el grifo y la última ducha se extinguió con una gota y un gorgoteo.

Antes de que diera el primer paso, nadie habla visto la sangre que le corría por la pierna.

De Explosión en las Sombras: Hechos comprobados y conclusiones específicas obtenidas

del caso de Carietta White, por David R. Congress (Tulane University Press, 1981), pág. 34:

Es indiscutible que la falta de fenómenos concretos de telecinesia durante la infancia de

Carietta White tiene su explicación en las conclusiones presentadas por White y Stern en su ensayo

Telecinesia: Nuevo análisis de un extraño talento. Es decir, que la capacidad para mover objetos

mediante el uso exclusivo de la voluntad sólo se manifiesta en momento de extrema tensión. Esta

capacidad se encuentra, de hecho, perfectamente escondida; ¿de qué otra manera, si no, podría

haber permanecido sumergida durante siglos dejando al descubierto solamente la cima del iceberg

en medio de un mar de charlatanería?

Las pruebas de que disponemos son escasas y se basan en rumores, pero, aun así, bastan para

señalar que Carrie White poseía un potencial telecinético de inmensa magnitud. Lo trágico de la

situación es que no podemos dejar de pensar en toda la experimentación que habríamos llevado a

cabo si, en su debido tiempo…

-¡Re-gla!

Chris Hargensen lanzó el primer grito, éste fue a estrellarse contra los azulejos de la pared,

rebotó y volvió a estrellarse. Sue Snell ahogó la risa en la nariz y sintió una extraña e incómoda

mezcla de odio, repugnancia, exasperación y lástima. La chica tenía un aspecto tan idiota parada

allí, sin saber lo que le estaba ocurriendo. Santo Dios, cualquiera pensaría que nunca…

-¡RE-glal

Se estaba convirtiendo en una salmodia, en un conjuro. Alguien en el fondo (quizás

Hargensen otra , Sue no podía distinguirlo con precisión en esa selva de gritos) chillaba con ronco

desenfado: ¡Que se lo tape!

-¡REgla, RE-gla, RE-gla!

Aturdida, Carrie permanecía inmóvil en el centro del circulo que empezaba a formarse, las

gotas de agua se deslizaban por su cuerpo. Se quedó parada como un buen paciente, sabiendo que

la broma era a su costa (como siempre), muda y desconcertada, pero no sorprendida.

Sue experimentó un asco creciente cuando las primeras oscuras gotas de la sangre de la

menstruación golpearon las baldosas del piso y formaron círculos del tamaño de una moneda.

-¡Por el amor de Dios, Carrie, tienes el período! -gritó Sue-. ¡Límpiate!

-¿Ah?

Lanzó una mirada bovina en derredor suyo. El pelo pegado a sus mejillas seguía una línea

curva que le daba la forma de un casco. Tenía una erupción de acné en un hombro. A los dieciséis

años, la huidiza marca de la persona que ha sido hondamente herida ya aparecía claramente en sus

ojos.

Stephen King Carrie

-¡Cree que se usan para el lápiz labial! -gritó de repente Ruth Gogan con enigmático regocijo

y luego se echó a reír a carcajadas. Más tarde, Sue recordó la exclamación y la incorporó al cuadro

total, pero, en ese momento, era sólo otro sonido sin sentido en medio de la confusión. Tiene

dieciséis años -pensaba- Tiene que saber qué es lo que le está sucediendo…

Más gotas de sangre. Carrie seguía parpadeando y mirando a sus compañeras con lenta

perplejidad.

Helen Shyres se dio vuelta y simuló que iba a vomitar.

-¡Estás sangrando! -gritó de repente Sue, furiosa-. ¡Estás sangrando, mamarracho estúpido!

Carrie bajó la vista y se miró.

Dio un alarido.

El sonido se oyó con fuerza en el húmedo vestuario.

De repente, un tapón la golpeó en el pecho y cayó a sus pies con un ruido sordo. Una mancha

como una flor roja apareció en el algodón y se expandió.

Entonces la risa, despectiva, horrorizada, asqueada, pareció alzarse y estallar para convertirse

en algo horrible, punzante. Las chicas estaban bombardeándola con tapones y compresas

higiénicas, algunos sacados de sus bolsos, otros de la estropeada expendedora automática. Caían

como nieve. La salmodia se convirtió en: Que lo tape, que lo tape, que lo tape, que lo…

Sue también los lanzaba y repetía la salmodia junto con las demás, sin saber muy bien qué

estaba haciendo: una frase mágica había acudido a su mente y resplandecía allí como un anuncio

de neón: No haces daño a nadie. Realmente no haces daño a nadie. Las palabras todavía brillaban

tranquilizadoras cuando, repentinamente, Carrie comenzó a aullar, mientras retrocedía agitando los

brazos, gruñendo e hipando.

Las muchachas se detuvieron al darse cuenta de que finalmente se había llegado a la fisión y

la explosión. Fue en este momento cuando, según sus recuerdos, algunas de ellas manifestaron su

sorpresa. Sin embargo, ahí estaban todos esos años de «acortemos las sábanas de la cama de

Carrie» en el campamento de la Juventud Cristiana y encontré esta carta de amor de Carrie para

Flash Bobby Pickett, hagamos copias y repartámoslas» y «escóndele las bragas en alguna parte» y

«ponle esta culebra en el zapato» y «zambúllela otra vez, zambúllela otra vez»; todos esos años en

que Carrie, siempre lenta y rezagada, participaba con obtinación en los paseos en bicicleta, un año

conocida como «adefesio» y el siguiente como «mamarracho», oliendo siempre a sudor, incapaz

de alcanzar a las demás; esa vez que contrajo una afección a la piel por orinar entre los matorrales

junto a una hiedra urticante, sin poder impedir que todo el mundo se diera cuenta (Oye, rascaculos,

¿te pica el trasero?); la tarde que se quedó dormida en la sala de estudio y Billy Preston le echó

mantequilla de cacahuete en el pelo; los pellizcones, las piernas estiradas en el pasillo entre los

bancos para hacerla tropezar, sus libros desparramados por el suelo, la fotografía obscena metida

en su bolso; ese día en la iglesia cuando se arrodilló torpemente para rezar y la costura de su vieja

falda de madrás se abrió junto a la cremallera con el ruido de una vela que se rompe; Carrie, la que

era incapaz de coger la pelota en las manos aunque se la lanzaran de una distancia mínima; la que

se cayó de bruces en la clase dé danza moderna y se partió un diente, la que se estrellaba contra la

red en los partidos de voleibol, la chica que usaba medias que siempre tenían una carrera o estaban

a punto de tenerla, la que mostraba siempre una mancha de sudor bajo las mangas de sus blusas; la

chica a quien Chris Hargensen llamó después de las clases desde la «Kelly Fruit», en el centro, y le

preguntó si sabía que «pedo de cerdo» se escribía C-A-R-R-I-E. Repentinamente se alcanzó todo

esto y la masa crítica. Se encontró la definitiva y. largamente buscada humillación, la última burla:

la fisión.

Retrocedió chillando en ese nuevo silenció, con sus gruesos brazos sobre el rostro y un

tapón. metido en medio del vello de su pubis.

Las muchachas la observaban con ojos brillantes y solemnes.

Carrié continuó hasta llegar al costado de uno de los.cuatro grandes compartimientos de las

duchas y lentamente se desplomó hasta quedar sentada. Gemidos lentos e impotentes la sacudían.

Sus ojos giraban mostrando su húmeda blancura, como los de un puerco en el matadero.

Stephen King Carrie

-Creo que debe de ser la primera vez que… -comenzó Sue, de manera lenta y vacilante.

En ese momento la puerta se abrió con un golpe rápido y terminante y Miss Desjardin

penetró violentamente a ver qué ocurría.

De Explosión en las Sombras, pág. 41.

Los médicos y psicólogos que han escrito sobre este tema están de acuerdo con que esta

tardía y traumática iniciación del ciclo menstrual. puede muy bien haber sido el elemento

desencadenante de su capacidad latente.

Parece increíble que Carrie hubiese llegado hasta el año 1979 sin saber nada del ciclo

menstrual de la mujer madura. Casi tan inle como que su madre le permitiera alcanzar casi los

diecisiete años sin consultar a un ginecólogo a causa de que no menstruaba.

Sin embargo, los hechos son incontrovertibles. Cuando Carrie White se dio cuenta de que

sangraba por el conducto vaginal, no sabía qué le estaba sucediendo. Ignoraba completamente todo

el concepto de menstruación.

Ruth Gogan, una de las compañeras de curso que la sobrevivió, cuenta que, un año antes de

los sucesos, vio a Carrie White, en el vestuario de la escuela «Ewen», emplear un tapón para

quitarse el exceso de lápiz labial. En ese momento, Miss Gogan le preguntó: «¿Qué diablos estás

haciendo?» Carrie White replicó: «¿Qué tiene de malo?a Miss Gogan contestó entonces: «liada,

por supuesto.» Ruth Gogan contó esto a algunas de sus amigas (más tarde manifestó en una

entrevista que le hice personalmente que le había parecido «como divertido») y si en el futuro

alguien intentó informar a Carrie del verdadero propósito de aquello que estaba usando para

corregir su maquillaje, lo más probable es que descartaron la explicación, pensando que intentaban

tomarles el pelo. Tenía una extrema cautela respecto de cualquier tema que se relacionara con el

sexo…

Cuando las muchachas hubieron desaparecido para asistir a su segunda hora de clase y la

campana dejó de sonar (algunas de ellas se escabulleron silenciosamente por la puerta trasera,

antes de que Miss Desjardin comenzara a anotar nombres), la profesora de gimnasia empleó la

táctica normal en los casos de ataque de histeria: le propinó una vigorosa bofetada en la cara.

Difícilmente hubiese admitido el placer que esto le proporcionó y ciertamente hubiese negado que

consideraba a Carrie una bolsa de grasa, gorda y quejumbrosa. En su primer año de profesora,

toda-. vía creía que pensaba que todos los niños eran buenos.

Carrie la miró con expresión estúpida. Su rostro deformado no dejaba de estremecerse.

-Mi …ss D-D-Des-Di…

-Levántate -la interrumpió Miss Desjardin, con frialdad-. Levántate y límpiate.

-¡Me estoy desangrando! -chilló Carrie.

Una mano ciega se alzó a tientas, se aferró a los shorts blancos de la profesora y dejó una

mancha de sangre.

-Voy a… Eres… -masculló la profesora con el rostro contraído en un gesto de repulsión y

repentinamente se abalanzó sobre Carrie- y la alzó de modo violento-. ¡Ponte de pie!

La muchacha se quedó allí, oscilando entre las duchas y el muro en el que estaba la máquina

de paños higiénicos, encorvada sobre sí misma, con los pechos apuntando hacia el cielo, y los

brazos colgando flácidamente. Parecía un mono. Sus ojos brillaban sin expresión.

-Vamos -dijo Miss Desjardin con tono sibilante, agresivo-, coge uno de esos paños… No, no

te preocupes de las monedas, de todos modos está estropeada… Coge uno y… maldita sea, vamos,

¡hazlo, estúpida! Parece como si nunca en tu vida hubieses tenido una regla.

-¿Regla?

Stephen King Carrie

Su expresión de total incredulidad era demasiado auténtica, estaba demasiado llena de

estúpido y desesperado horror como para ser ignorada o rechazada. Una idea negra y terrible se

formó en la. mente de Rita Desjardin. Resultaba increíble, no podía ser. Ella había tenido su

primera menstruación poco después de cumplir once años y se había acercado a la escalera para

gritar a su madre, llena de excitación: Oye, mamá, ya manché el paño.

-¿Carrie? -dijo, y avanzó hacia la muchacha-. ¿Carrie?

La chica retrocedió asustada. En ese mismo momento, una repisa sobre la que se

amontonaban los bates para jugar softball se precipitó al suelo con un gran estruendo que resonó

por el vestuario. Rodaron en todas direcciones y Rita Desjardin no pudo evitar un sobresalto.

-Carrie, por favor, ¿es la primera vez que tienes la regla?

Pero ahora que la idea había penetrado en su mente, realmente no necesitaba preguntar. La

sangre tenía un color oscuro y fluía con una terrible densidad. Las piernas de Carrie estaban

manchadas como si hubiese vadeado un río de sangre.

Me duele… -gimió Carrie-. El estómago me…

-Se te pasará -dijo Miss Desjardin. En su mente, la lástima y la vergüenza de sí misma se

mezclaron con inquietud-. Tienes que… eh, detener el flujo de la sangre. Tienes que…

Se produjo un brillante relampagueo sobre su cabeza seguido por lo que pareció una ligera

detonación mientras la bombilla crepitaba y se apagaba. Miss Dejardin dio un grito de sorpresa y

pensó (todo este maldito lugar se está viniendo abajo) que parecía que ese tipo de cosas siempre

ocurrían cerca de Carrie cuando estaba alterada, como si la mala suerte siguiera obstinadamente

sus pasos. La idea desapareció con tanta rapidez como había llegado. Cogió uno de los paños

higiénicos de la máquina y lo desenvolvió.

Mira -le dijo-, tienes que hacerlo así…

De Explosión en las Sobras, pág. 54:

La madre de Carrie, Margaret White, dio a luz a su hija el 21 de setiembre de 1963, en

circunstancias que sólo pueden ser descritas como insólitas: De hecho, una revisión del caso de

Carrie White deja al investigador minucioso con una impresión que predomina sobre las demás:

Carrie era el único vástago de una de las familias más extrañas que se han dado a conocer al

público.

Como mencionábamos con anterioridad, Ralph White falleció en febrero de 1963, víctima

del golpe que recibió al caer una viga de acero desde una correa transportadora, cuando

desempeñaba su trabajo en una construcción, en Portland Mrs. White continuó viviendo sola en su

apartamento de las afueras de Chamberlain.

A causa del carácter casi fanático de sus creencias religiosas fundamentalistas, Mrs. White

no permitió que sus amigos la visitaran durante su periodo de luto. Y cuando comenzaron los

dolores del parto, siete meses más tarde, se encostraba sola.

Aproximadamente a las 17.30 horas del 21 de setiembre, los vecinos de la calle Carlin

comenzaron a escuchar gritos que procedían del apartamento de Mrs. White. Sin embargo, no se

llamó a la Policía antes de las seis de la tarde. Existen dos explicaciones posibles y quizá poco

plausibles para justificar ese retraso: o los vecinos no querían verse implicados en una

investigación policial o la antipatía hacia ella se había hecho tan intensa que deliberadamente

decidieron esperar y ver. Mrs. Georgia McLaughlin, la única de las tres actuales residentes que ya

vivía en la calle Carlin en esa época y que accedió a hablar conmigo, manifestó que no había.

llamado a la Policía porque pensó que los gritos tenían algo que ver con «prácticas religiosas».

Cuando finalmente llegó la Policía, a las 18.22, los gritos se habían hecho menos regulares.

Mrs. White se hallaba en su cama en el piso superior. El agente Thomas G. Mearton, encargado de

la investigación, pensó en un primer momento que la mujer había sido víctima de una agresión. La

cama estaba empapada en sangre y había un cuchillo carnicero en el suelo. Sólo en ese momento

vio al bebé, todavía parcialmente cubierto por la placenta, sobre el pecho de Mrs. White. Al

parecer, había cortado el cordón umbilical con el cuchillo.

Stephen King Carrie

Sería desafiar a la razón y a la imaginación sentar la hipótesis de que Mrs. Margaret White

no sabia que estaba embarazada y que ni siquiera comprendía lo que suponía esta palabra,

Recientemente, algunos investigadores como J. W. Bankson y George Fielding han presentado una

serie de argumentos, que parecen más razonables, en favor de la hipótesis según la cual el

concepto, unido irrevocablemente en su mente con el «Pecado» de la relación sexual, había sido

totalmente bloqueado en su cerebro. Es posible que, sencillamente, se negara a creer que le podía

ocurrir algo parecido.

Tenemos noticia por lo menos de tres cartas que escribió a una amiga en Kenosha,

Wisconsin, que parecen probar en forma concluyente que Mrs. White pensó, desde el quinto mes

en adelante, que tenía «cáncer en las partes femeninas» y que pronto se uniría a su marido en el

cielo…

Cuando Miss Desjardin llevó a Carrie a la oficroa, quince minutos más tarde, los pasillos,

gracias a Dios, estaban vacíos. Las clases se desarrollaban monótonamente tras las puertas

cerradas.

Finalmente, Carrie había dejado de gritar, pero seguía llorando con imperturbable

regularidad. La.profesora había terminado poniéndole el paño higiénico ella misma y la había

limpiado con toallas de papel mojadas y, por último, conseguido que se pusiera sus bragas de

algodón.

Dos veces intentó explicarle la prosaica realidad de la menstruación, pero Carrie se tapó los

oídos con las manos y siguió llorando.

Mr. Morton, el subdirector, salió al momento de su oficina cuando se acercaron. Billy de

Lois y Henry Trennant, dos muchachos que esperaban la amonestación correspondiente por

haberse escapado de la clase de francés, giraron en sus sillas para seguir con ojos desorbitados lo

que ocurría. -Pasen -dijo Mr-. Morton con energía-. Pasen de inmediato.

Por encima del hombro de Miss Desjardin, miró furioso a los muchachos que se habían

quedado examinando fijamente la mancha en los shorts y añadió:

-¿Qué están mirando?

-Unas huellas de sangre -replicó Henry, y sonrió con una especie de estúpida sorpresa.

-Dos horas de arresto -les lanzó Morton. Miró la mancha de sangre y parpadeó.

Cerró la puerta y comenzó a buscar un formulario para accidentes en el cajón superior de su

fichero.

-¿Te sientes bien, eh…?

-Carrié -le informó la profesora-. Carrie White. -Mr. Morton había encontrado finalmente el

formulario, mostraba una gran mancha de café-. No lo va a necesitar, Mr. Morton.

-Supongo que fue en el trampolín. Vamos a tener que… ¿No lo voy a necesitar?

-No. Pero creo que deberíamos mandar a Carrie a casa hasta mañana. Ha sufrido una

experiencia bastante espantosa.

Sus ojos le enviaron una señal que él captó, pero no comprendió.

-Sí, de acuerdo, si usted lo dice. Bien, muy bien.

Morton devolvió precipitadamente el formuIario al cajón y lo cerró olvidando quitar el dedo

pulgar. Se escuchó un gruñido. Giró airosamente hacia la puerta, la abrió de un tirón, lanzó una

despiadada mirada a Billy y Henry y dijo en voz alta:

-Miss Fish, prepare un permiso para ausentarse,por favor: El nombre es Carrie Wright White

-dijo Miss Desjardin.

-White -concedió Mr. Morton.

Billy de Lois se rió disimuladamente.

-¡Una semana de arresto! -ladró el subdirector. Se le estaba formando una ampolla de sangre

bajo la uña del pulgar. Le dolía como los demonios. El monótono llanto de Carrie parecía que no

iba a terminar nunca.

Stephen King Carrie

Miss Fish trajo la papeleta amarilla y Morton garabateó sus iniciales con el lápiz de plata.

Hizo una mueca de dolor al ejercer presión sobre el pulgar.

-¿Necesitas un coche, Carrie? -preguntó-. Podemos llamar a un taxi si quieres.

Ella hizo un gesto negativo. Morton observó con desagrado que se le había formado una

burbuja de moco en una de las ventanillas de la nariz; miró por encima de la cabeza de la chica

hacia Miss Desjardin.

-Se pondrá bien, estoy segura. -dijo la profesora-. Carrie sólo tiene que llegar hasta la callé

Carlin. El aire fresco le hará bien.

Morton entregó la papeleta amarilla a la muchacha y le dijo, magnánimo:

Ya puedes irte, Carrie.

-Yo no me llamo así -chilló repentinamente la muchacha.

Morton se echó hacia atrás y Miss Desjardin saltó como si la hubieran golpeado en la

espalda. El pesado cenicero de cerámica que estaba sobre la mesa de Morton (era El Pensador de

Rodin con la cabeza inclinada sobre un receptáculo para las colillas) se precipitó súbitamente sobre

la alfombra como si hubiese querido ponerse a salvo de la fuerza del chillido. Las colillas y los

restos del tabaco de pipa de Morton se desparramaron por la alfombra verde pálido.

-Escúchame bien -dijo Morton tratando de reunir algo de severidad-. Sé que estás alterada,

pero eso no quiere decir que voy a soportar que…

-Por favor -murmuró Miss Desjardin.

Morton parpadeó y luego asintió secamente. Él trataba de dar la imagen de un John Wayne

simpático mientras llevaba a cabo las funciones disciplinarias que constituían la tarea principal del

subdirector, pero no le daba mucho resultado. La dirección (generalmente representada en las

cenas de la Cámara de Comercio, en las funciones de la Asociación de Padres y Profesores y en las

ceremomias de entregas de premios de la Legión Americana, por el director Henry Grayle)

habitualmente lo llamaban «el simpático Mort». Los alumnos solían llamarlo más bien «ese culo

charlatán de la oficina». Pero como muy pocos estudiantes del tipo de Billy de Lois y Henry

Trennant hacían uso de la palabra en las funciones de la Asociación de Padres y Profesores o en las

reuniones del municipio, el punto de vista de la dirección tendía a imponerse.

Por eso en aquel momento el simpático Mort, que a escondidas protegía cuidadosamente su

dolorido dedo, sonrió a Carrie y le dijo:

-Puede irse si quiere, Miss Wright. ¿O quizá prefiere sentarse un momento hasta que se

reponga?

-Prefiero irme -replicó entre dientes, y bruscamente se llevó la mano a la cabeza para

arreglarse el pelo. Se levantó y se volvió para mirar a la profesora. Tenia los ojos desorbitados y

oscuramente conscientes-. Se rieron de mí. Me arrojaron cosas. Siempre se han reído de mi.

Miss Desjardin sólo pudo mirarla con una expresión de impotencia.

Carrie se alejó.

Se produjo un silencio. El subdirector y la profesora la observaron mientras salía. Luego, con

un sonoro y extraño esfuerzo por aclararse la garganta, Mr. Morton se puso en cuclillas

cuidadosamente y comenzó a reunir en un punto los restos del cenicero.

-¿Qué fue lo que pasó?

La profesora de gimnasia suspiró y miró con desagrado la huella color marrón que empezaba

a secarse sobre sus shorts.

Le vino la regla. Su primera regla. En la ducha.

Morton se aclaró la voz una vez más y sus mejillas adquirieron un tono rosado. La hoja de

papel que utilizaba para reunir los trozos comenzó a moverse con mayor rapidez.

-¿No es un poquito… eh?

-¿Mayor para que sea la primera vez? Sí, es cierto. Eso fue lo que convirtió la experiencia en

algo tan traumático. No logro entender por qué su madre… -comenzó y luego la idea se desvaneció,

olvidada momentáneamente-. Creo que no dominé muy bien la situación, Morty, pero no

comprendí lo que estaba sucediendo. Ella creyó que iba a morir desangrada.

El subdirector levantó la cabeza con brusquedad y la miró fijamente.

Stephen King Carrie

-Creo que hasta hace media hora -continuó ella- esa chica no sabia que existiese la

menstruación.

-Páseme ese cepillo que está allí, Miss Desjardin, por favor. Si, ése.

Le entregó un cepillo pequeño sobre el que se leía La Compañía de Maderas y Ferretería

Chamberlain siempre se encarga de usted. Ayudándose con él, depositó el montón de cenizas

sobre el papel.

-Supongo que, de todos modos, va a quedar algo para la aspiradora. Esta alfombra con tanto

pelo es un inconveniente. Me parecía que había colocado el cenicero lejos del borde. Es curioso

cómo se caen las cosas. -Se golpeó la cabeza contra el escritorio y se irguió bruscamente-. Me

cuesta creer que una chica en esta u otra escuela secundaria pueda pasar tres años sin enterarse en

absoluto de que existe la menstruación, Miss Desjardin.

A mi me cuesta mucho más -replicó ella-. Pero no se me ocurre otra manera de explicar su

reacción. Además, siempre ha hecho de cabeza de turco entre sus compañeros.

-Humm. -Dejó caer cuidadosamente las rolillas y cenizas en la papelera y se sacudió las

manos-. Creo que ya sé de quién se trata. White. La hija de Margaret White. Tiene que ser ella; eso

lo hace un poco menos increíble. -Se sentó detrás de su escritorio, sonrió y agregó como para

disculparse-: Son tantos. Después de unos cinco años, todos los rostros empiezan a parecerse. Uno

termina llamando a los chicos con los nombres de sus hermanos, y cosas así. No es fácil.

-Por supuesto que no.

-Espere a que lleve veinte años de trabajo como yo -dijo taciturno, mirándose la ampolla de

sangre-. Uno se encuentra con chicos que le parecen conocidos y descubre que dio clases a sus

padres el año que comenzó a enseñar. Marga ret White es anterior a mi época y estoy

profundamente agradecido por eso, una vez le dijo a Mrs. Bicente, que en paz descanse, que el

Señor le estaba reservando un lugar especial en el infierno porque dio a los chicos un resumen de

las ideas de Darwin sobre la evolución. Fue suspendida dos veces mientras estuvo aquí: una de

ellas por golpear a una compañera con su bolso. Según la leyenda, Márgaret la había visto

fumando un cigarrillo. Extrañas creencias religiosas. Muy extrañas. -Adoptó su expresión a lo John

Wayne y dijo bruscamente-: ¿Y las otras chicas, estaban realmente riéndose de ella?

-Peor todavía. Cuando entré, le estaban gritando cosas y arrojándole paños higiénicos. Se los

tiraban como… copio si fueran cacahuetes.

-Oh. Vaya, vaya. -John Wayne desapareció Mr. Morton se puso rojo-. ¿Pudo tomar algunos

nombres?

-Sí. No todos, -pero creo que se acusarán entre ellas. Christine Hargensen parecía ser la

cabecilla…, como siempre.

-Chris y sus secuaces -murmuró Morton.

-Sí. Tina Blake, Rachel Spies, Helen Shyres, Donna Thibodeau y su hermana Fern, Lila

Grace, Jessica Upshaw. Y Sue Snell. -Frunció el ceño-. No me habría esperado eso de Sue. Nunca

me ha parecido el tipo de persona capaz de hacer una cosa así.

-¿Les habló a las culpables?

Miss Desjardin sonrió sintiéndose muy desgrariada.

Las hice salir de inmediato. Me puse demasiado nerviosa y Carrie tenía un ataque de histeria.

-Humm. Juntó las puntas de los dedos de ambas manos-. ¿Piensa hablarles?

-Sí -respondió. con cierta reluctancia.

-Me parece advertir un tono de…

-Probablemente -replicó ella con expresión abatida-. Pero tengo techo de vidrio,

¿comprende? Sé cómo se sentían esas chicas. En medio de la situación, yo sólo quería coger a la

muchacha y sacudirla. Quizás exista algún instinto relacionado con la menstruación que- hace que

las mujeres sientan deseos de gruñir, no lo sé. No puedo olvidar el rostro de Susan Snell y la

expresión con que miraba.

-Hummm -repitió prudentemente Mr. Morton. No comprendía a las mujeres y no tenía

ningún deseo de hablar sobre la menstruación.

Stephen King Carrie

-Les hablaré mañana -prometió ella y se levantó-. Tendré que hacerlas polvo por un lado y

reconstruirlas por otro.

-Muy bien. Procure que el castigo corresponda a la falta que han cometido. Y si estima que

debe enviar a alguna de ellas a mi despacho, no tenga…

-Lo tendré en cuenta -replicó ella con amabilidad-. A propósito, una bombilla se apagó

mientras estaba tratando de calmarla. Fue el toque que faltaba.

-Enviaré un empleado de inmediato -dijo-. Y gracias por su preocupación, Miss Desjardin.

Por favor, dígale a Miss Fish que haga pasar a Billy y Henry.

-Por supuesto -dijo y salió.

Se echó hacia atrás, se apoyó en la silla y dejó que todo el asunto resbalara de su mente.

Cuando Billy de Lois y Henry Trennant, expertos en escabullirse a ciertas horas, entraron

cabizbajos, Morton, feliz, los miró ceñudo y se preparó para hablar con severidad.

Como le decía a menudo a Hank Grayle, a la hora del almuerzo devoraba alumnos que

habían escapado de clase.

Inscripción tallada en un banco de la escuela secundaria de Chamberlain:

Las rosas son rojas, el cielo es azul, el azúcar es dulce, pero Carrie White come mierda.

Bajó por la avenida Ewin y cruzó hacia la calle Carlin, en el semáforo de la esquina. Tenia la

cabeza inclinada y trataba de no pensar en nada. Los calambres aparecían y desaparecían en

oscuras oleadas que la oprimían y la hacían andar más despacio o apurarla marcha, como un coche

que tiene problemas con el carburador. Llevaba la mirada clavada en el suelo: cuarzo que brillaba

en el cemento, un rayado para jugar a la pata coja con un espectral contorno de tiza deslavado por

la lluvia, bolitas de goma de mascar aplastadas contra el suelo, trozos de papel de estaño,

envoltorios de caramelos. Todos odian y nunca dejan de hacerlo. Nunca se cansan de ello. Una

moneda metida en una grieta. Le dio una patada. Imagínate a Chris Hargensen cubierta de sangre

y clamando piedad. Con ratones correteando por su rostro. Bien. Bien. Qué bueno sería. El

excremento de un perro con la huella de un zapato, tapas de botellas que algún chico había

aplastado con una piedra, colillas. Estréllale la cabeza contra una piedra, contra una roca.

Aplástales el corazón a todos. Bien. Bien.

(Jesús nuestro salvador manso y humilde)

Eso estaba bien para mamá, muy apropiado para ella. No tenia que andar entre lobos todos

los días del año, en medio de un carnaval de risas, de bromas, de dedos que te señalan, de sonrisas

despectivas. ¿Y no decía mamá que un día llegará el Juicio Final (el hombre de esa estrella será

hiel y amargura y ellos recibirán el azote de los escorpiones) y un ángel con una espada?

Ojalá fuera hoy, y Jesús no viniera con un cordero y un cayado de pastor, sino con una roca

en cada mano para aplastar las risas y las burlas, para arrancar el mal y destruirlo en medio de los

alaridos: un Jesús terrible cargado de sangre y de justicia.

Si ella pudiera ser su brazo y su espada.

Había tratado de ser como las demás. Había desafiado a su madre de mil pequeñas maneras,

había intentado deshacer el círculo que la rodeaba como a una playa desde el primer día que salió

del controlado ambienté de su pequeña casa de la calle Carlin para dirigirse a la escuela primaria

con su Biblia bajo el brazo. Todavía recordaba el día, las miradas, el silencio espantoso y repentino

que se había producido cuando se hincó de rodillas antes de la comida, en el comedor de la

escuela; las risas habían comenzado ese día y ha bía seguido escuchando su eco a través de los

años.

El círculo que la rodeaba era como la sangre: podías limpiarla una y otra vez y estaría

siempre allí, indeleble, sucia. No había vuelto a arrodillar-, se en un sitio público, aunque no se lo

había dicho a su madre. De todos modos, ella conservaba el recuerdó de la primera vez y ellos

también. Había luchado encarnizadamente a propósito del campamento de verano de la Iglesia

Stephen King Carrie

Cristiana y ella misma había conseguido el dinero haciendo trabajos de costura. Su madre le

había dicho gravemente que era Pecado, que era metodista y baptista y congregacionista y que era

Pecado y Reincidencia. Le prohibió practicar natación en el campamento. Sin embargo, aunque

había nadado y se había reído cuando la zambulleron (hasta que ya no podía respirar y seguían

manteniéndola bajo el agua y se aterró y comenzó a gritar) y había intentado participar en las

actividades del campamento, le habían hecho cientos de bromas pesadas y había vuelto a casa en el

coche de línea, una semana antes de lo previsto, con los ojos hundidos y enrojecidos de tanto

llorar. Mamá la había recogido en la terminal y le había dicho sombríamente que debía conservar

siempre el recuerdo de ese castigo como una prueba de que su madre sabía, de que tenía razón, de

que la única posibilidad de salvación estaba dentro del circulo rojo. Porque la puerta es estrecha,

había dicho en el taxi. Al llegar a casa había encerrado a Carrie durante seis horas en el armario.

Su madre, por supuesto, le había prohibido que se duchara con las otras chicas; pero Carrie

había escondido las cosas que necesitaba en el cajón con llave que tenía en la escuela y lo había

hecho de todas maneras y había participado en pese ritual desnudo que le resultaba incómodo y la

llenaba de vergüenza, con la esperanza de que el circulo se difuminara un poco, sólo un poco…

(pero, hoy, oh lo que había sucedido hoy)

Tommy Erbter, de cinco años, paseaba en su bicicleta por la acera de enfrente, un niño

peqúeño de mirada intensa que montaba una «Schwinn»

de 50 centímetros con ruedas adicionales de un brillante color rojo. Canturreaba en voz baja;

cuando vio a Carrie su rostro se iluminó y le sacó la lengua.

-¡Hola, santurrona cara de caca!

Carrie le lanzó una mirada feroz cargada de incontrolable furia. La bicicleta se tambaleó

sobre sus ruedas adicionales y súbitamente se precipitó al suelo. Carrie sonrió y siguió caminando.

El sonido del llanto de Tommy era una música dulce y estridente para sus oídos.

Si tan sólo pudiera hacer que ocurriera algo así cada vez que se le antojara.

(acababa de suceder)

Se quedó totalmente inmóvil siete casas antes de llegar a la suya, mirando el vacío sin

comprender. Detrás, Tommy, lloroso, volvía a subir a su bicicleta mientras se llevaba la mano a la

rodilla que se había lastimado. Gritó algo pero ella lo ignoró; había sido insultada por expertos.

Había estado pensando:

(cáete de esa bicicleta, chico, cáete y pártete tu maldita cabeza) y algo había sucedido.

Su mente se había… se había… buscó la palabra. Se había doblado. No era eso exactamente,

pero se parecía. Se había producido una curiosa flexión mental, casi como doblar una barra de

acero con la fuerza del codo. Tampoco era eso exactamente, pero no se le ocurría otra cosa. Un

codo sin fuerza. El débil músculo de un bebé.

Doblégate.

De pronto miró intensamente el gran ventanal de la casa de Mrs. Yorraty. Pensó:

(vieja zorra espantajo estúpido ventana rómpete)

No ocurrió nada. El ventanal brilló sereno en el fresco resplandor de las nueve de la mañana.

otro calambre oprimió el estómago de Carrie y la siguió caminando.

Pero…

La luz. Y el cenicero; no olvides el cenicero.

Dirigió su mirada.

(la vieja zorra odia a mi mamá)

por encima del hombro. De nuevo pareció como si algo se doblara… pero muy débilmente.

El flujo de sus pensamientos se sacudió, como si se hubiese producido un burbujeo en un

manantial profundo.

El ventanal pareció ondear. Nada más. Podrían haberla engañado sus ojos. Podría haber sido

eso.

Su mente empezaba a sentirse cansada, a nublarse, y notaba el comienzo de un dolor de

cabeza. Le ardían los ojos como si hubiera leído el Apocalipsis de una sentada.

Stephen King Carrie

Siguió caminando hacia la pequeña casa blanca con postigos azules. La conocida sensación

de odio-amor-temor comenzaba a agitarse dentro de ella. La hiedra trepaba por el costado oeste del

bungalow (siempre la llamaban el bungalow porque decir la casa blanca sonaba como un chiste

,político y mamá decía que todos los políticos eran maleantes y pecadores y que, con el tiempo,

entregarían el país en manos de esos Rojos Ateos que mandarían al paredón a todos los que creían

en Cristo, incluso a los católicos) y la hiedra era pintoresca y ella lo sabía, pero a veces la odiaba.

Algunas veces, como en ese momento, parecía la grotesca mano de un gigante, recorrida por

grandes venas, que había brotado del suelo para asir firmemente la casa. Se acercó arrastrando los

pies.

Por supuesto, también estaba lo de las piedras.

Volvió a detenerse y parpadeó mirando de forma inexpresiva. Las piedras. Mamá nunca

hablaba, de eso. Carrie ni siquiera sabía si recordaba todavía el día de las piedras. Ella era muy

pequeña entonces. ¿Qué edad tendría? ¿Tres años? ¿Cuatro? Recordaba esa chica del traje de baño

blanco y después habían caído las piedras. Y, en la casa, algunas cosas se habían disparado en

distintas direcciones. En ese momento, el recuerdo se hizo súbitamente claro y luminoso, como si

hubiese estado todo el tiempo allí, inmediatamente bajo la superficie, esperando una especie de

pubertad mental.

Esperando quizás el día de hoy.

De Carrie: El negro amanecer de la Telecinesia, por Jack Gaver (publicado por la revista

Esquire el 12 de setiembre de 1980):

Hace doce años que Stella Horan vive en el impecable barrio de Parrish, en San Diego y, a

juzgar por las apariencias, es la típica californiana evolucionada: lleva camisas estampadas de

colores brillantes y gafas de sol color ámbar, tiene el cabello rubio con mechas oscuras, conduce

un inmaculado «Volkswagen» Fórmula 5 color marrón con una sonriente calcomanía en la tapa de

la gasolina y un eslogan ecológico en la ventanilla trasera. Su marido es un alto ejecutivo de la

sucursal del «Banco de América» en Parrish; su hijo y su .hija son destacados miembros del alegre

grupo de amantes del sol y la playa del sur de California, dos bronceadas criaturas marinas. Hay un

hibachi en el hermoso y cuidado jardín posterior y el carillón que cuelga junto a la puerta hace oír

una tintineante frase del estribillo de Hey, Jude.

Pero Stella Horan todavía lleva dentro de sí la frágil y difusa marca de su Nueva Inglaterra

natal, y cuando habla de Carrie White su rostro adquiere un aspecto pálido y singular que hace

pensar más en Lovecraft, en Arkham, que en un Kerouac del sur de California.

-Por supuesto, era extraña -me dice Stella encendiendo su segundo «Virginia Slim» un

momento después de haber apagado el primero-; toda la familia era muy extraña. Ralph trabajaba

en la construcción, y la gente del vecindario decía que todos los días llevaba su Biblia y una pistola

del «38»; la Biblia para leerla a la hora del café y durante la comida, y la pistola por si se

encontraba con el Anticristo. Recuerdo haber visto la Biblia; lo del revólver…, ¿quién sabe? Era un

hombre alto, de piel olivácea y que llevaba el cabello muy corto. Siempre me pareció un mal tipo.

Y una jamás se atrevía a mirarlo a los ojos; tenían una expresión tan intensa que parecían echar

chispas. Cuando una lo veía venir, se cambiaba de acera y jamás le sacaba la lengua a sus espaldas,

jamás. Ya se puede imaginar el susto que nos causaba.

Hace una pausa y lanza nubes de humo hacia las vigas de imitación secoya que cruzan el

techo. Stella Horan vivió en la calle Carlin hasta los veinte años y asistió al «Instituto Comercial

Lewin», en Motton. Recuerda claramente el episodio de las piedras.

-Hay momentos en que me pregunto si no habré sido yo la causante de todo. El patio trasero

de ellos colindaba con el nuestro y Mrs. White había plantado un seto vivo, pero todavía no había

crecido. Solía llamar a mi mamá docenas de veces a causa del «espectáculo» que yo daba en el

patio. Pero yo usaba un traje de baño muy decente, incluso remilgado para lo que se lleva ahora, un

«Jantzen» muy sencillo de una pieza. Mrs. White hablaba durante horas sobre el escándalo que eso

Stephen King Carrie

era para su «bebé». Mi madre…, bueno, ella trata de ser amable, pero tiene un temperamento

tan explosivo… No sé qué fue lo que Margaret White dijo, el hecho es que mi madre perdió el

control (supongo que debió llamarme la prostituta de Babilonia). En todo caso, mi madre le gritó

que el patio era nuestro y que si a ella le daba la gana yo podía bailar desnuda la danza del vientre.

Le dijo también que era una mujer de mente sucia y que dentro de la cabeza sólo tenía un montón

de gusanos. También hubo otros gritos, pero el resultado final fue ése.

»Yo quería suspender de inmediato mi baño de sol. Odio las complicaciones; me producen

trastornos estomacales. Pero cuando mamá decide luchar por una causa, hay que tenerle miedo. Un

día volvió a casa con un pequeño bikini blanco que había comprado en «Jordan Marsh». Me dijo

que ahora podía tomar todo el sol que quisiera. Después de todo, agregó, nuestro patio es un lugar

privado.

Stella Horan esboza una sonrisa al recordar y apaga el cigarrillo.

-Intenté discutir con ella, hacerle ver que no quería más problemas, que no deseaba que me

utilizara en su pequeña guerra. Pero no sirvió de nada. Tratar de detener a mi madre cuando se le

mete una idea en la cabeza es como intentar parar un camión «Mack» que baja sin frenos por una

cuesta. Además, eso, no era todo; yo le tenía miedo a los White. No se puede andar con bromas

con estos fanáticos religiosos. Es cierto que Ralph había muerto, pero ¿y si Margaret tenía todavía

la pistola?

»Pero, con todo, ahí estaba yo un sábado por la tarde, tendida sobre una manta, empapada de

loción bronceadora y escuchando en la radio un programa de los últimos éxitos musicales. Mi

madre odiaba ese tipo de música y normalmente, un par de veces por lo menos en cada ocasión,

me gritaba que bajara el volumen porque se estaba volviendo loca. Pero, ese día, por el contrario,

ella personalmente lo subió dos veces. Yo ya empezaba a sentirme la prostituta de Babilonia.

»Pero nadie salió de la casa de los White, ni siquiera la madre a colgar la ropa. Eso es otra

cosa: nunca colgaba ropa interior en el patio, ni siquiera la de Carrie, que entonces sólo tenía tres

años; siempre dentro de la casa.

»Comencé a sentirme más relajada. Supongo que pensé que Margaret había llevado a Carrie

al parque para que pudiera adorar a Dios en la Naturaleza, o algo así. En todo caso, después de un

rato me recosté de espaldas, me puse un brazo sobre los ojos y me quedé dormida.

»Cuando desperté, Carrie estaba parada junto a mí y examinaba mi cuerpo.

Se interrumpe y frunce el ceño mirando al vacío. Desde afuera llega el ruido sibilante del

interminable paso de los coches. Escucho el sonido suave y regular de mi magnetófono. Pero todo

parece demasiado frágil, demasiado brillante, sólo una pátina barata que oculta un mundo más

tenebroso; un mundo real donde tienen lugar las pesadillas.

-Era una chica tan bonita -continúa Stella Horan, encendiendo otro cigarrillo-. He visto fotos

de ella cuando estaba en la escuela secundaria y esa horrible y borrosa foto en blanco y negro que

apareció en la cubierta del Newsweek. Las miro y no puedo dejar de preguntarme qué le pasó en el

camino. ¿Qué le hizo esa mujer? Y luego me siento deprimida y me da lástima. Era tan bonita con

sus mejillas sonrosadas y sus brillantes ojos color castaño y su pelo de ese tono rubio que uno sabe

que se va a oscurecer y poner pardusco. Tierna es la única palabra adecuada para describirla.

Tierna, despierta e inocente. Las locuras de su madre no la habían tocado profundamente todavía.

»Me desperté con cierto sobresalto y traté de sonreír. No sabía qué hacer; me sentía un poco

atontada por el sol y mi mente funcionaba con lentitud, con una torpeza increíble. «Hola», dije.

Carrie llevaba un vestidito amarillo, muy bonito, pero terriblemente largo para una niñita en

verano; le llegaba a media pierna.

»Ella no me sonrió. Se limitó a apuntar con el dedo y decir. «¿Qué son ésos?»

»Bajé la vista y vi que la parte superior de mi bikini se había corrido mientras dormía. Lo

puse en su lugar y respondí: «Son los senos, Carrie.»

»Y ella dijo…, con mucha solemnidad: «Yo también quisiera tenerlos.»

Stephen King Carrie

»Le dije: «Debes esperar, Carrie. No comenzarás a tenerlos hasta dentro de unos…, oh, ocho

o nueve años.»

»» No, no, yo no -respondió ella-; mamá dice que a las chicas buenas no les salen.» Había

algo extraño en esa niña de tres años, una mezcla de tristeza y mojigatería.

»Apenas pude creer lo que oía, y lo primero que se me ocurrió fue también lo primero que

dije: «Bueno, yo también soy una chica buena. ¿Y acaso tu madre no los tiene?»

»Bajó la cabeza y murmuró algo tan quedamente que no lo oí. Cuando le pedí que lo

repitiera, me miró desafiante y me dijo que su madre había sido mala cuando la trajo al mundo y

por eso los tenía. Los llamó bultoscochinos, como si hubiese sido una sola palabra.

»Yo no podía creer lo que había escuchado. Me quedé muda de asombro. No sabía qué decir.

Sólo nos miramos fijamente y lo único que yo quería era coger a la pequeña y llevármela a alguna

parte.

»Fue ése el momento en que Margaret White salió de su casa y nos vio.

Permaneció allí un momento como si no pudiera dar crédito a sus desorbitados ojos. Luego

abrió la boca y dio un alarido, el sonido más horrible que he oído en mi vida. Me pareció que era

como el ruido que haría un caimán en el pantano. Daba alaridos de

furia, una furia descontrolada, enloquecida. Se puso roja, con el color de las bombas de

incendios, dirigió sus puños al cielo y siguió dando gritos. Tiritaba toda entera; pensé que sufría un

ataque. Su rostro estaba totalmente contraído y parecía una gárgola.

»Pensé que Carrie se iba a desmayar… o a morirse ahí mismo. La pobre aspiró todo su

aliento y se puso blanca como el papel.

»Su madre chilló: «¡CAAAARRRIIIEE!»

»Yo me levanté de un salto y le lancé: «¡No le grite así! ¡Debería darle vergüenza!» O alguna

tontería parecida; no recuerdo. Carrie comenzó a caminar en dirección a su casa, y se detuvo un

momento y luego continuó y justo antes de cruzar la línea que dividía los patios, se volvió hacia mí

y me dirigió una mirada…, oh, espantosa. No puedo explicarlo; llena de deseos, de.odio, de

temor…, de desdicha. Como si, a los tres años, la vida hubiese caído como una piedra sobre ella.

»Mi madre salió a la escalinata de la entrada y su rostro sencillamente se demudó al ver a la

pequeña. Y Margaret…, oh, ella gritaba cosas de putas y rameras y de los pecados de los padres

que caerían sobre sus hijos hasta la séptima generación. Yo tenía la sensación de que se me había

secado la lengua.

»Durante un segundo, Carrie osciló entre los dos patios y entonces Margaret White levantó

la vista y juro por Dios que esa mujer le ladró al cielo. Y luego comenzó a… a hacerse daño, a

castigarse. Se arañaba el cuello y las mejillas provocándose rasguños y manchones rojos. Se rasgó

el vestido.

»Carrie chilló: «¡Mamál»» Y corrió hacia ella.

»Mrs. White se puso en cuclillas… como una rana, y abrió los brazos. Pensé que la iba a

triturar y di un grito. La mujer sonreía con una. mueca, sonreía y la baba le corría por el mentón.

Yo tenía una sensación de asco, santo Dios, qué asco sentí.

»Cogió a la niña y entraron. Yo apagué la radio y pude oírla. Cogía algunas palabras, pero no

todas. Pero no necesitaba entender todas las palabras para saber qué estaba sucediendo. Oraciones,

llantos, chirridos, sonidos estrafalarios. Y Margaret que le decía a la pequeña que se metiera en el

armario y rezara. La pobre lloraba y gritaba que se arrepentía, que se había olvidado. Y luego nada.

Mi madre y yo nos quedamos mirando: Nunca la había visto tan alterada, ni siquiera cuando murió

mi padre. Dijo: «La niña…», y eso fue todo. Entramos en la casa.

Stella se levanta y se dirige a la ventana. Es una hermosa mujer con su vestido de verano sin

espaldas.

-Es como vivirlo todo de nuevo, ¿sabe? –me dice sin volverse-. Interiormente vuelvo a

sentirme trastornada por el suceso.

Sonríe un instante, cruza los brazos y lleva las palmas de las manos hacia los codos.

-Era tan bonita. Uno no se la puede imaginar viendo esas fotografías.

Stephen King Carrie

Afuera los coches van y vienen, y yo permanezco sentado y espero que prosiga. En ese

momento Stella me recuerda al atleta que va a hacer un salto de pértiga y se pregunta F, si acaso el

listón no está demasiado alto.

dijo que fuera a llamar a la Policía, pero yo no podía moverme; me sentía clavada en el lugar.

Mr. Kirk y su esposa Virginia salieron al patio a mirar. Los Smith también. Múy pronto todos los

vecinos que se encontraban en sus casas habían salido, incluso la anciana Mrs. Warwick que vivía

más arriba y que era sorda de un oído.

»Las cosas comenzaban a estrellarse, a tintinear y a romperse. Botellas, vasos, qué sé yo. Y

entonces la ventana lateral se partió en pedazos y vimos aparecer un extremo de la mesa de la

cocina. Dios es testigo. Era un enorme mueble de caoba que arrancó la rejilla. Debía pesar más de

cien kilos. ¿Cómo podría una mujer, incluso una mujer fuerte, arrojar eso con tanta falicidad?

-¿Qué quieres insinuar? -pregunto.

-Yo sólo se lo estoy contando -insiste ella, repentinamente turbada-. No le pido que me

crea…

Parece recobrar el aliento y luego continúa en tono categórico:

-No sucedió nada por espacio de unos cinco minutos. El agua corría por las canaletas de la

casa. Y el césped de los White estaba cubierto de hielo. Empezaba a derretirse rápidamente.

Se ríe en forma breve y cortante y apaga su cigarrillo.

-¿Por qué no? Después de todo, recuerde que estábamos en agosto.

Camina inciertamente hacia el sofá y luego se desvía.

-Y entonces las piedras. Salidas de un cielo azul, completamente azul, silbando como

bombas. Mi madre me gritó: «¿Qué es esto, en nombre de Dios? », y se cubrió la cabeza con las

manos. Pero yo no pude moverme. Lo vi todo y no pude moverme. En todo caso no importaba;

sólo caían en la propiedad de los White.

»Una de ellas golpeó un tubo de desagüe y lo hizo precipitarse al suelo. Otras perforaron el

techo y cayeron al desván. Con cada golpe, el techo producía un enorme crujido y se alzaba una

columna de polvo. Las que golpeaban el suelo hacían vibrar todo. Uno sentía el golpe en los pies.

»Nuestra porcelana tintineaba y nuestro elegante aparador de estilo se sacudía. La taza de mi

madre cayó al suelo y se rompió.

»Al estrellarse, hacían grandes hoyos en el césped. Cráteres. Mrs. White contrató a un

chatarrero del otro extremo del pueblo para que se las llevara y Jerry Smith, que vivía un poco más

arriba, le pagó un dólar para que le dejara sacarle un pedazo a una. La llevó a la Universidad, la

examinaron y le dijeron que era granito común y corriente.

»Una de las últimas golpeó una mesita que tenía en el patio posterior y la hizo pedazos. Pero

no alcanzaron nada, nada que estuviera fuera de su propiedad.

Se interrumpe y se vuelve desde la ventana para mirarme y su rostro muestra el cansancio de

recordarlo todo. Una de sus manos juega despreocupadamente con su cabello, cortado con

descuidada elegancia.

-Muy poco de todo esto salió en el periódico local. Cuando Billy Harris apareció para

dar un vistazo (era el encargado de las noticias de la ciudad) ella ya había hecho arreglar el

techo, y criando la gente le contó que las piedras lo habían atravesado, creo que pensó que le

estaban tomando el pelo.

»Todo el mundo se resiste a creerlo, incluso en este momento. Usted y toda la gente que lea

su artículo sólo querrá descartarlo con una carcajada y pensar que soy una deschavetada más que

ha permanecido demasiado tiempo al sol. Pero ocurrió. Muchos de los que vivían en la misma

calle vieron cómo sucedía y era tan real como el borracho que llevaba de la mano a la pequeña que

tenía una hemorragia nasal. Y ahora tenemos esta otra cosa. Nadie puede desechar eso con una

sonrisa; ha muerto demasiada gente. Y esta vez no se limitó a la propiedad de los White.

Stella sonríe, pero sin un vestigio de humor. Agrega:

Stephen King Carrie

-Ralph Vhite estaba asegurado y Margaret recibió mucho dinero cuando falleció…, una doble

indemnización. El dejó la casa asegurada también, pero ella nunca recibió un centavo por eso. El

daño fue causado por un acto divino. Justicia poética, ¿no le parece?

Ríe brevemente, pero tampoco hay humor esta vez…

Frases que se encontraron escritas repetidas veces en una página de un cuaderno de la

«Escuela Secundaria Ewen Consolidada» y que pertenecía a Carrie White:

Todo el mundo ha comprendido / que el bebé no puede ser bendecido / hasta que finalmente

mente haya visto / que es igual a los demás…

-Carrie penetró en la casa y cerró la puerta tras ella. La brillante luz del día se vio

remplazada por oscuras sombras, una sensación de frescu ra y el olor sofocante de los polvos de

talco. Sólo escuchaba el tictac del reloj de cucú de la selva Negra, que estaba en la sala. Su madre

lo bía obtenido reuniendo los cupones que recibía por cada una de sus compras. Una vez, cuando

etaba en la sexta primaria, Carrie se había propuesto preguntarle si acaso no era pecado juntar esos

cupones, pero le había faltado valor.

-Atravesó el vestíbulo y colgó su abrigo en el armario. Un cuadro luminoso, colocado sobre

los anchos para colgar la ropa, mostraba un Jesús fantasmal suspendido inexorablemente sobre una

familia sentada alrededor de una mesa. En el borde inferior del cuadro se podía leer la frase

ttambién en caracteres luminosos): El huésped invisible.

Penetró en la sala y se detuvo en medio de la descolorida alfombra que ya empezaba a

vertraída. Cerró los ojos y contempló las manchas ue se destacaban en la oscuridad. Su dolor de

beza latía pesadamente en sus sienes.

Sola.

Su madre trabajaba en la sección de planchado de la lavandería «Blue Ribbon» en

Chamberlain Center. Trabajaba allí desde que Carrie tecinco años, cuando se habían comenzado a

erminar el subsidio y el seguro que cobró por la muerte de su marido. Su horario era de siete y

media de la mañana hasta las cuatro de la tarde. La lavandería era impía. Su mamá se lo había

dicho muchas veces. Mr. Elten Mott, el encargado, era particularmente impío. Mamá decía que

Satán había reservado especialmente un azulado rincón del infierno para Elt, como lo llamaban en

la lavandería.

Sola.

Abrió los ojos. En la sala había dos sillas de respaldo recto, y una mesa para costura con una

lámpara. A veces, por las tardes, Carrie cosía allí sus vestidos mientras su madre hacía pañitos de

encaje, y hablaba de La Venida. El cucú de la Selva Negra estaba colocado en la pared más

distante.

Había muchos cuadros religiosos, pero el preferido de Carrie estaba colocado sobre su silla.

Representaba a Jesús conduciendo los corderos por una colina que era tan verde y suave como el

campo de golf de Riverside. Los otros no eran tan apacibles: Jesús expulsando a los mercaderes

del templo, Moisés arrojando las Tablas sobre los adoradores del becerro de oro, Tomás el

escéptico metiendo la mano en la herida del costado de Cristo (!oh, qué horripilante fascinación le

producía ése y las pesadillas que le había provocado cuando era pequeña!), el Arca de Noé

flotando por encima de los angustiados pescadores que se ahogaban, Lot y su familia huyendo de

la destrucción de Sodoma y Gomorra.

En una pequeña mesita había una lámpara y un montón de folletos. El panfleto de encima

mostraba a un pecador (el estado de su alma resultaba obvio a causa de la agonizante expresión de

su rostro) que se arrastraba intentando meterse debajo de una roca. El título rezaba: ¡Ni la roca lo

esconderá ESE DIA!

Pero lo que realmente dominaba la habitación era un enorme crucifijo de yeso de 1,20 m. Su

madre lo había encargado especialmente a St. Louis por correo. El Cristo clavado sobre él se veía

petrificado en un rictus de dolor grotesco y contraído, la mandíbula inferior colgaba curvada en un

Stephen King Carrie

gemido. La corona de espinas hacía que cayeran chorros de sangre sobre la frente y las

sienes. Los ojos estaban vueltos hacia arriba con la inclinada expresión medieval de agonía. Las

manos estaban también empapadas de sangre y tenía los pies clavados sobre una pequeña

plataforma de yeso. Ese cuerpo también había provocado a Carrie interminables pesadillas en las

que el malherido Cristo la perseguía por unos fantasmagóricos corredores, con un martillo y unos

clavos y le pedía que tomara su voz y lo siguiera. Recientemente, esos sueños se habían convertido

en algo menos comprensible pero más siniestro. El propósito no parecía ser el asesinato, sino algo

más espantoso.

Sola.

El dolor en las piernas, el estómago y sus partes había disminuido un poco. Había dejado de

pensar que iba a morir desangrada. La palabra era menstruación, y de inmediato pareció lógica e

inevitable. Era su Día del Mes. Sofocó una risita extraña y asustada en medio de la quietud de la

sala. Parecía el nombre de un concurso televisivo. Usted también puede ganar un viaje a Bermudas

con todos los gastos pagados en Su Día del Mes. Como el recuerdo de las piedras, el conocimiento

de la menstruación parecía haber estado siempre allí, bloqueado pero a la espera.

Se dirigió a la escalera y subió pesadamente.

El baño tenia un piso de madera que habia sido fregado hasta dejarlo casi blanco (la limpieza

nos acerca a Dios). La bañera tenia patas en forma de garras; habia unas mancha s de moho bajo la

llave de cromo, y no habia instalacion para la ducha. Su madre sostenia que ducharse era pecado.

Carrie entro y abrió el armario de las toallas y comenzó a hurgar en forma cuidadosa y

decidida, sin dejar ninguna cosy fuera de su sitio; a su mama no se le escapaba nada.

La caja azul estaba al fondo, detras de las toallas viejas, que ya no usaba. En un costado se

veia la borrosa silueta de una mujer que vestia una larga Bata transparente.

Sacó uno de los pañitos y to miró con curiosidad. Con eso se habia quitado el exceso de lápiz

labial, que ocultaba en su cartera, a la vista y ante el asombro de todo el mundo…, una vez en una

esquina. En ese momento recordaba (o se imaginaba que recordaba) miradas burlonas, de sorpresa.

Su rostro se encendió. Ellas se lo habian dicho. El rubor se desvanecido hasta convertirse en un

pálido furor.

Penetró en su pequeño dormitorio. Alli habia muchos más cuadros religiosos, pero

abundaban los corderos y habia menos escenas de ira divina. En la pared, sobre el tocador, habia

un banderin de «Ewen» clavado con una chincheta. Encima del tocador habia una Biblia y un

Cristo que brillaba en la oscuridad.

Se desvistió: primero la blusa, luego esa odiada falda que le llegaba a la rodilla, en seguida la

enagua, la faja, las largas bragas, el liguero, las medias. Miró ese montón de ropa gruesa con sus

botones y sus elasticos, con una expresión de desdicha feroz. En la biblioteca habia montones de

núneros atrasados de la revista Seventeen y a menudo las hojeaba poniendo en su rostro una

expresidn de estupida despreocupacibn. Las modelos se veian tan bien y tan comodas con sus

faldas cortas y elegantes, sus pantys y su ropa interior con vuelos y en telas de distintos disenos.

Por supuesto que incitante era la palabra favorita de su madre para describir esa ropa (sabia que

ella to diria, no tenia ninguna posibilidad). La haria sentirse espantosamente cohibida, lo sabia.

Desnuda, perversa, manchada con el pecado de exhibicionismo, y la brisa que subiria

obscenamente por la parte posterior de sus piernas incitando la lujuria. Y también sabia que ellas

se darian cuenta de cómo se sentia. Nunca se les escapaba. Se las arreglarian para. que se sintiera

avergonzada, la empujarian salvajemente para que volviera a ser el payaso. Asi eran ellas.

Pero ella podria estar, sabia que podria estar

(qué)

en otro lugar. Tenia la cintura gruesa sólo porque a veces se sentia tan desgraciada, tan vacia

y aburrida que la única manera de llenar ese hueco ancho y anhelante era comer y comer y

comer…, pero el resto del cuerpo no era tan grueso; su organismo no le permitía pasar cierto limite

y pensaba que sus piernas eran realmente bonitas, casi tanto como las de Sue Snell o las de Vicky

Hans com. Ella podría ser

Stephen King Carrie

(qué, por favor, qué)

podria dejar de comer bombones y disminuirían sus granos; siempre ocurría. Podria

arreglarse el pelo. Comprar pantys y pantalones ajustados verdes y azules. Hacerse faldas cortas y

vestidos según los modelos de «Butterick» y «Simplicity», por el precio de un billete de autobús o

de tren.

Ella podría estar, podría estar, podría estar…

Viva.

Desabrochó su grueso sujetador de algodón y lo dejó caer. Sus pechos eran blancos como la

leche, suaves y firmes; los pezones tenían un color marrón claro. Los acarició con sus manos, y un

estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Malo, perverso, sí que lo era. Su mamá le había dicho

que había Algo. Ese algo era antiguo, peligroso, indeciblemente maligno. Podría hacerte sentir

débil. Vigila -había dicho mamá-. Viene por la noche y te hará pensar en las cosas horribles que

suceden en los coches aparcados en sitios oscuros y en los albergues de las carreteras.

Pero, aunque sólo eran las nueve de la mañana, Carrie pensó que ese Algo había venido.

Volvió a pasar las manos sobre sus pechos, (bultoscochinos) y la piel estaba fresca, pero los

pezones ardían y se habían endurecido y cuando apretó uno sintió que se debilitaba, que se

disolvía. Sí, eso era el Algo.

Sus bragas estaban manchadas de sangre.

De pronto sintió que tenía que estallar en lágrimas, aullar o arrancarse ese Algo del cuerpo y

golpearlo, estrellarlo, matarlo.

El paño que le había colocado Miss Desjardin empezaba a humedecerse y se lo cambió

cuidadosamente, sabiendo lo mala que era ella y lo malas que eran ellas y cómo se odiaba y las

odiaba. Sólo mamá era buena. Mamá había luchado con el Hombre Negro y lo había vencido.

Carrie lo había visto en un sueño. Mamá lo había echado por la puerta con una escoba y el Hombre

Negro había huido por la calle Carlin hasta perderse en la noche, sus patas hendidas sacaban rojas

chispas del pavimento. Su madre había arrancado de sí ese Algo y se había purificado. Carrie la

odiaba. Vislumbró su propio rostro en el pequeño espejo redondo que había colgado detrás de la

puerta, un espejo con un marco barato de plástico verde y que sólo le servía para peinarse.

Odiaba su rostro, ese rostro insulso, estúpido y bovino, los ojos sin expresión, los granos

rojos y brillantes, las aglomeraciones de puntos negros. Su rostro era lo que más odiaba.

Su reflejo se vio repentinamente partido por una grieta plateada e irregular. El espejo cayó al

suelo y se hizo pedazos a sus pies, dejando sólo el marco de plástico que la miraba fijamente como

un ojo cegado.

Del Diccionario de Fenómenos Psíquicos de Ogilvie:

La Telecinesia es la capacidad para mover objetos o causar transformaciones en ellos

mediante la fuerza de la mente. Las manifestaciones de ese fenómeno que parecen más dignas de

crédito sé han dado en tiempos de crisis o bajo una extrema tensión: la elevación de un coche para

liberar un cuerpo aprisionado, el movimiento de los escombros de un edificio derrumbado, etc.

A menudo se confunde este fenómeno con la actividad de los poltergeists, que son espíritus

juguetones. Debemos decir que los poltergeists son seres astrales de discutible realidad, mientras

que se estima que la Telecinesia es una función empírica de la mente, posible mente de naturaleza

electroquímica…

Cuando habían terminado de hacer el amor y ella se arreglaba la ropa lentamente, en el

asiento trasero del «Ford» 1963 de Tommy Ross, Sue Snell se encontró con que sus pensamientos

volvían a concentrarse en Carrie White.

Era un viernes por la noche y Tommy (miraba pensativo por la ventana trasera con los

calzoncillos todavía en los talones; el efecto resultaba cómico, pero a ella le despertaba una extraña

Stephen King Carrie

ternura) la había invitado a jugar a los bolos. Eso, por supuesto, fue una excusa mutuamente

aceptada. El acto sexual había estado en sus mentes desde el comienzo.

Salía con Tommy, irás o menos como su novia, desde octubre (ahora era mayo) y sólo hacía

dos semanas que eran amantes. Siete veces, contó ella. Esa noche había sido la séptima. Todavía

no había visto fuegos artificiales, ni escuchado una banda de música, pero había resultado un

poquito mejor.

La primera vez sintió un dolor infernal. Sus amigas, Helen Shyres y Jeanne Gault, lo habían

hecho, y ambas le aseguraron que sólo dolía durante un minuto -como una inyección de penicilinay que luego eso era el cielo. Sin embargo para Sue, la primera vez había tenido la sensación de qua

la atravesaban con el mango de un azadón. Más tarde, Tommy le había confesado, con una

sonrisita culpable, que además se había puesto mal el preservativo.

Esa noche era la segunda vez que había comenzado a sentir algo parecido al placer y, en ese

momento, todo había acabado. Tommy había aguantado todo lo que había podido, pero de

repente…, simplemente todo había terminado. Parecía demasiada fricción para sentir sólo cierto

calor.

Después del acto se había sentido abatida y melancólica, y con ese estado de ánimo pensó en

Carrie. Una ola de remordimiento la cogió con todas sus defensas bajas, y cuando Tommy apartó

la vista de Brickyard Hill, ella estaba llorando.

-Oye -exclamó alarmado-, oye, vamos. -La abrazó torpemente.

-Estoy bien -replicó ella sin dejar de llorar-. Tú no tienes la culpa. Hoy hice algo que no

estuvo muy bien. Me estaba acordando de ello.

-¿Qué? -preguntó Tommy, acariciándole suavemente la parte de atrás del cuello.

Se encontró de pronto embarcada en el relato de lo que había sucedido por la mañana, y

apenas podía creer que era su voz la que escuchaba. Afrontando la situación con franqueza, se dio

cuenta de que la razón principal por la que se había entregado a él era que estaba (¿enamorada?

¿encaprichada? No tenía importancia, los resultados eran los mismos) de él, y ponerse en esa

posición en ese momento participando en una repelente broma en las duchas- difícilmente era el

método establecido para enganchar a un tipo. Y Tommy era, por supuesto, Popular. Como ella

había sido una persona Popular toda su vida, casi estaba escrito que encontrarla y se enamoraría de

alguien que fuese tan Popular como ella. Estaban casi seguros de que serían elegidos rey y reina

del baile de la primavera de la escuela, y en el último curso ya los habían elegido la pareja del año

para el anuario. Se habían convertido en una estrella fija en el cambiante firmamento de las

relaciones humanas de la escuela, reconocidos como Romeo y y Julieta. Y supo con repentina

repugnancia que en todas las escuelas blancas suburbanas de los Estados Unidos había una pareja

como ellos.

Había conseguido lo que siempre había ansiado una sensación de seguridad, de que había un

lugar para ella, de prestigio- y se encontraba, sin embargo, con que todo ello llevaba consigo una

inquietud que la seguía como una hermana poco brillante. No era como ella había pensado. Había

cosas tenebrosas que se acumulaban alrededor de su tibio círculo de luz. La idea de que ella le

había permitido metérselo (tienes que decirlo de esa manera si esta vez sí) sencillamente porque él

era Popular, por ejemplo. El hecho de que se veían bien caminando juntos, o que ella podía mirar

su reflejo en un escaparate y pensar: Una bonita pareja. Estaba totalmente segura (quizá sólo

esperanzada) de que su debilidad no llegaba a ese punto, que no era capaz de caer dócilmente

víctima de las complicadas expectativas de sus padres, sus amigos e incluso ella misma. Pero

ahora había ocurrido eso de la ducha, en lo que había participado y puesto manos a la obra con

salvaje regocijo. La frase que estaba tratando de evitar es Ser como las Demás, en infinitivo, y

hacia surgir desdichadas imágenes de cabellos con rizadores, de largas tardes ante la mesa de

planchar mirando novelones televisados mientras el marido explotaba a otras infelices en una

anónima oficina; de entrar en la Asociación de Padres y Profesores y más tarde, cuando sus

ingresos tuviesen cinco cifras,. en el Club de Campo; de píldoras en innumerables cajitas circulares

Stephen King Carrie

amarillas para asegurarse de que no tendría que abandonar las tallas juveniles antes de que

fuera estrictamente necesario y que impidieran la intrusión de esos pequeños extraños repulsivos

que se ensucian en los pañales y chillan a las dos de la mañana; de luchas con desesperado decoro

para mantener a los negros fuera de Kleen Korners, luchando hombro a hombro con Terri Smith

(Miss Flor de Patata, 1975) y Vicky Jones (Vicepresidenta de la Liga Femenina), armada con

letreros y solicitudes y con una sonrisa dulce y ligeramente desesperada.

Carrie, la maldita Carrie; ella tenía la culpa. Quizás antes de ese día hubiese escuchado

pisadas distantes que giraban en torno de ese lugar iluminado en que ambos vivían, pero esa noche,

al escuchar su propia sórdida y lamentable historia, vio realmente las siluetas de todas esas cosas y

los ojos amarillos que brillaban como linternas en la noche.

Ella ya se había comprado el vestido para el baile de gala. Era muy hermoso; de color azul.

-Tienes razón -dijo él cuando Sue hubo terminado-. Malas noticias. Francamente, no te

reconozco.

Se había puesto muy serio, y ella sintió que se le incrustaba un helado fragmento de terror.

Luego él sonrió -tenía una sonrisa muy alegre- y las tinieblas se desvanecieron un poco.

-Una vez di una patada en las costillas a un chico que estaba inconsciente. ¿Te lo he contado

alguna vez?

Ella negó con la cabeza.

-Pues eso hice -dijo y se frotó la nariz pensando en el pasado. Su mejilla se estremeció con

un tic, de la misma manera que le ocurrió cuando confesó que la primera vez se había puesto mal

el preservativo-. El chico se llamaba Danny Patrick. Una vez me arreó cuando estábamos en la

sexta primaria. Yo le odiaba, pero también le tenía miedo. Le estaba echando. Ya entiendes lo que

quiero decir.

No lo entendía, pero asintió de todos modos.

-Bueno, finalmente se metió en una pelea un año más tarde o así. Una mala elección; Peter

Taber era un tipo bajo, pero musculoso. No recuerdo por qué fue la pelea, canicas o algo así,

y finalmente Peter se levantó justiciero y lo molió a puñetazos. Eso fue en el patio de la vieja

escuela «Kennedy». Danny cayó, se golpeó la cabeza y quedó inconsciente. Todos huyeron.

Pensamos que podía estar muerto. Yo también me largué, pero antes le di una buena patada en las

costillas. Luego me sentí muy mal por lo que había hecho. ¿Y tú? ¿Le vas a pedir disculpas?

La pregunta pilló a Sue desarmada, y todo lo que pudo hacer fue argumentar débilmente:

-¿Lo hiciste tú?

-¿Ah? ¡Diablos, no! No tenía ningún interés en pasar una temporada en el Traumatológico.

Pero hay una gran diferencia, Susie.

-¿Sí?

-Ya no estamos en el séptimo año. Y yo tenía alguna razón para hacerlo, aunque era bastante

pobre. ¿Te ha hecho algo alguna vez esa pájara atontada?

No respondió porque no podía. -En toda su vida no había intercambiado más de cien

palabras con Carrie y un tercio de ellas las había pronunciado ese día. Educación Física era la

única clase que tenían en común desde. que habían terminado los primeros años de la secundaria.

Carrie seguía los cursos de Secretariado. Sue, por supuesto, se preparaba para la Universidad.

Repentinamente se encontró despreciable. Descubrió que no podía soportarlo y se volvió

contra él.

-¿Cuándo comenzaste a hacer estas grandes consideraciones morales? ¿Después que

empezaste a acostarte conmigo?

Vio que el buen humor desaparecía de su rostro y se arrepintió.

-Supongo que debí haberme quedado callado -dijo y se subió los calzoncillos.

-No es culpa tuya, se trata de mí -replicó ella, y le puso la mano en el brazo-. Estoy

avergonzada, ¿comprendes?

-Lo sé -dijo-. Pero yo no debería estar dando consejos. No sirvo para eso.

-Tommy, ¿detestas alguna vez ser tan… bueno, tan Popular?

Stephen King Carrie

-¿Yo? -preguntó con la sorpresa escrita en el rostro-. ¿Te refieres al fútbol y a ser presidente

del curso y esas cosas?

-Sí.

-No; no es muy importante. La escuela secundaria no es un lugar muy importante. Cuando

uno está asistiendo a ella se imagina que es una gran cosa, pero, cuando termina, nadie cree que

haya sido tan formidable a no ser que tenga algunas cervezas de más en el cuerpo. Por lo menos así

son mi hermano y sus compinches.

No la tranquilizó; por el contrario, sus temores se intensificaron. La pequeña Susie, «Miss

Escuela Secundaria Ewen», capitana del contingente de universitarios novatos. Con el vestido que

llevó en la fiesta de gala guardado para siempre en el armario, protegido por un envoltorio de

plástico.

La oscuridad de la noche se pegaba a las ventanillas ligeramente empañadas.

-Probablemente terminaré trabajando en el negocio de coches usados de mi padre y pasaré

las noches de los viernes y los sábados en el «Uncle Billy» o «The Cavalier» bebiendo cerveza y

hablando de ese partido en que cogí ese lanzamiento a distancia de Saunders y desbaratamos el

juego del equipo de Dorchester. Casarme con alguna mujer regañona, tener siempre el coche

último modelo, votar por los demócratas…

-Ido -interrumpió Sue, con la boca llena de un horror dulce y oscuro. Lo atrajo hacia ella-.

Ámame. Mi cabeza no funciona bien esta noche. Ámame. Ámame.

Y él le hizo el amor, y esta vez fue distinto, esta vez pareció que finalmente había espacio y

no hubo una pesada fricción, sino un roce delicioso que subía y bajaba. .Él tuvo que detenerse dos

veces, jadeante, y aguantar; pero luego proseguía

(él era virgen antes de mí y lo reconoció yo le hubiese creído una mentira) y proseguía con

fuerza, y su aliento le llegaba entrecortado y penetrante y entonces comenzó a gritar y a aferrarse a

su espalda, incapaz de controlarse, transpirando, había desaparecido ese sabor amargo, cada célula

parecía alcanzar su propio clímax, el cuerpo lleno de sol, música en sus oídos, mariposas detrás de

la cabeza en la jaula de su mente.

Más tarde, camino de casa, él la invitó formalmente al baile de primavera. Ella aceptó.

Tommy le preguntó si ya había decidido lo que iba a hacer respecto a Carrie. Le respondió que no.

El dijo que daba lo mismo, pero a ella le pareció que no era así. Empezaba a pensar que tenía una

tremenda importancia.

De Telecinesia, Análisis y Consecuencias, por el Decano K. L. McGuffin (Science Yearbook

de 1982):

Por supuesto que hoy todavía existen científicos -lamentablemente, los investigadores de la

«Duke University» están en la vanguardia de ellos- que rechazan las aterradoras implicaciones

subyacentes en el caso de Carrie White. Como la «Flatlands Society», los Rosacruces y los

«Corlies» de Arizona, que tienen la certeza de que la bomba atómica no funciona, estos

desdichados se pasean ante el rostro de la Lógica con la cabeza metida en la arena. El lector me

perdonará esta mezcla de metáforas.

Por supuesto que uno comprende la consternación, las voces que se alzan inquietas, las

cartas indignadas y las discusiones en las asambleas científicas. La idea de la telecinesia ha sido un

trago amargo para los hombres de ciencia debido a todos esos accesorios de película de horror que

la rodean: tableros de espiritismo, médiums, golpes én las mesas y cuerpos astrales, pero la

comprensión no perdona la irresponsabilidad científica.

Las consecuencias del caso White suscitan graves y difíciles interrogantes. Un terremoto ha

estremecido nuestras ordenadas nociones sobre la manera en que suponemos que el Universo

funciona y reacciona. ¿Se puede hacer responsable, incluso a un físico de prestigio como Gerald

Luponet, por alegar que todo el asunto era un truco y un fraude, aun frente a las abrumadoras

Stephen King Carrie

pruebas que presentó la Comisión White? Porque si lo de Carrie White es la verdad,

entonces, ¿qué pasa con Newton… ?

Carrie y su madre estaban sentadas en la sala, escuchando a Tennessee Ernie Ford cantar Let

the Lower Lights Be Burning en un fonógrafo «Webcor» (que mamá llamaba «vitrola» o, cuando

estaba de muy buen humor, «vitro»). Carrie estaba instalada frente a la máquina de coser y

accionaba el pedal mientras cosía la manga de un nuevo vestido. Mrs. White, sentada bajo el

crucifijo de yeso, hacía un paño de encaje y seguía con el pie el ritmo de la canción, que era una de

sus favoritas. Mr. P. P. Bliss, que había escrito ese himno y otros, aparentemente innumerables, era

uno de los notables ejemplos de la mano de Dios sobre la Tierra. Había sido marinero y pecador

(dos términos que eran sinónimos en el vocabulario de mamá), un blasfemo, uno que se reía en la

cara del Todopoderoso. Entonces se había levantado una tremenda tormenta en el mar y el bote

había estado a punto de zozobrar y Mr. P. P. Bliss había doblado sus pecadoras rodillas ante una

visión del infierno que se abría para recibirlo bajo el lecho del océano y había elevado una

plegaria. Mr. P. P. Bliss prometió a Dios que, si lo salvaba, le dedicaría el resto de su vida a P-l. La

tormenta, por supuesto, se calmó de inmediato.

La clemencia del Padre brilla.

desde su elevado faro,

pero nos deja el cuidado

de las luces de la orilla…

Todos los himnos de Mr. P. P. Bliss tenían cierto sabor marinero.

El vestido que se estaba haciendo era, en realidad, muy bonito, de un color vino oscuro -lo

más cerca del rojo que le permitía su madre-, y las mangas anchas. Trataba de mantener su mente

concentrada exclusivamente en la costura, pero, por supuesto, ésta vagaba.

La luz que colgaba del techo era. potente, intensa, amarilla, el polvoriento sofá de felpa

estaba por supuesto desierto (Carrie no había recibido nunca la visita de un chico), y en la pared

del extremo dos figuras parecidas: el Cristo crucificado y, bajo P-l, su madre.

De la escuela había llamado a la lavandería y ella había venido a casa a mediodía. Carrie la

había observado mientras subía por el sendero,- y su estómago se había contraído.

Era una mujer alta y fuerte y siempre llevaba sombrero. Recientemente se le habían

comenzado a hinchar las piernas y parecía que sus pies estaban siempre a punto de desbordar sus

zapatos. Vestía un abrigo de tela con un cuello de piel también negro. Sus ojos azules se veían

aumentados tras sus lentes bifocales sin montura. Acarreaba siempre un enorme bolso en el que

guardaba su monedero, su billetera (ambos negros), una gran Biblia (también negra) con su

nombre en letras doradas y un montón de panfletos unidos por una tira elástic a. Generalmente, los

panfletos eran anaranjados y la impresión se veía llena de manchas.

Carrie sabia vagamente que su madre y su padre habían sido baptistas en un tiempo, pero que

había abandonado la Iglesia al convencerse de que los baptistas estaban haciendo la labor del

Anticristo.

Desde ese momento, todo el culto se había llevado a cabo en casa. Su madre organizaba

servicios religiosos los domingos, los martes y los viernes. Ella los llamaba días santos. Mrs.

White era el ministro y Carrie los fieles. Las ceremonias duraban entre dos y tres horas.

Su madre había abierto la puerta y penetrado en la casa con expresión impasible. Carrie y

ella se habían mirado, separadas por las reducidas dimensiones del vestíbulo de entrada, como dos

pistoleros antes de un duelo. Fue uno de esos breves momentos que parecen

(temor es posible que hubiese temor en los ojos de mamá) mucho más largos cuando se los

recuerda.

La madre cerró la puerta tras ella.

-Eres una mujer -dijo en voz baja.

Stephen King Carrie

Carrie sintió que su rostro se retorcía contraído y no pudo evitarlo:

-¿Por qué no me lo dijiste? -gritó-. ¡Oh, mamá, estaba tan asustada! Y todas las chicas se

rieron de mí y me arrojaron cosas y…

Su madre se había estado acercando y en ese momento su mano se alzó ágil y veloz, una

mano dura, callosa, llena de músculos. La golpeó en la mandíbula con el dorso y Carrie, llorando a

gritos, cayó sobre el suelo del vestíbulo.

-Y Dios hizo a Eva de la costilla de Adán -dijo Mrs. White. Sus ojos se veían muy grandes a

través de sus gafas, como dos huevos escalfados. Golpeó a Carrie con el lado del zapato y ésta dio

un grito-. Levántate, mujer, vamos a rezar. Roguemos a Jesús por nuestras almas de mujeres,

débiles, perversas y pecadoras.

-Mamá…

Los sollozos eran demasiado violentos y no había lugar para más. La histeria latente se había

manifestado en medio de muecas y palabras ininteligibles. No podía ponerse de pie. Sólo

conseguía arrastrarse hacia la sala con el cabello colgando sobre la cara mientras profería su llanto

estrepitoso y áspero. De vez en cuando, su madre le daba una patada. Así cruzaron la sala en

dirección al altar, que se encontraba en una pequeña habitación que había servido .de dormitorio.

-Y Eva fue débil y… dilo, mujer, ¡dilo!

-No, mamá, por favor, ayúdame…

El pie osciló. Carrie dio un grito.

-Y Eva fue débil y soltó el cuervo por el mundo -continuó la madre- y el nombre del cuervo

era Pecado y el primer pecado fue el trato carnal. Y el Señor castigó a Eva con una maldición y ésa

fue la maldición de la sangre. Y Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso y penetraron en el

mundo y Eva encontró que su vientre se había hinchado, pues esperaba un hijo.

El pie alcanzó las nalgas de Carrie y ésta dio de narices contra el suelo de madera. Ya

llegaban al cuarto en que se encontraba el altar. Sobre una mesa cubierta con un paño de seda

bordado había una cruz y unas velas blancas a cada lado de ella. Detrás se veían varios cuadros de

Cristo con sus apóstoles, de esos que se han pintado por miles. Y hacia la derecha estaba el peor

lugar de todos, la cueva del terror, la prisión en la que toda esperanza, toda resistencia a la

voluntad de Dios y a la de su mamá- se desvanecía. La puerta del armario empotrado se abría con

una mueca burlona. En su interior, bajo una horripilante bombilla azul que permanecía siempre

encendida, estaba la versión de Darrault del famoso sermón Pecadores en manos de un Dios

airado, de Jonathan Edward.

-Y hubo una segunda maldición, y ésa fue la maldición del parto, y Eva dio a luz a Caín con

sangre y sudor.

En ese momento, la madre la arrastró, medio en pie medio a gatas, hasta el altar donde ambas

cayeron de rodillas. La mujer agarró con fuerza la muñeca de Carrie.

-Y después de Caín, Eva dio a luz a Abel, pues todavía no se había arrepentido del pecado de

trato carnal. Y fue así como el Señor castigó a Eva con una tercera maldición y ésa fue la

maldición del homicidio. Caín se alzó y mató a Abel con una roca.. Y, con todo, Eva no se

arrepintió, ni tampoco lo hicieron todas sus hijas y la astuta serpiente fundó sobre Eva un reino de

prostitución y pestilencia.

-¡Mamá! -aulló-. ¡Mamá, por favor, escúchame! ¡No fue culpa. mía!

-Inclina la cabeza. Oremos.

-¡Deberías haberme dicho!

La madre llevó la mano a la parte posterior del cuello de su hija y con ella estaba toda la

potencia muscular desarrollada durante once años de lanzar pesadas bolsas de ropa y acarrear pilas

de sábanas mojadas. La cara de Carrie, con sus ojos desorbitados, se vio impulsada hacia delante y

su frente se fue a estrellar con fuerza contra el altar; dejó una marca y las velas se tambalearon.

-Oremos -repitió la madre en voz baja, implacable.

Llorando y sorbiendo por la nariz, Carrie inclinó la cabeza. Un hilo de moco le colgaba

como un péndulo, y ella se lo limpió

Stephen King Carrie

(si hubiese recibido cinco centavos por cada vez que la había hecho llorar allí)

con él dorso de la mano.

-¡Oh, Dios! -exclamó la madre con intensidad, lanzando la cabeza hacia atrás-, ayuda a esta

mujer pecadora que está junto a mí para que vea el pecado en su vida y sus obras. Muéstrale que, si

se hubiese mantenido pura, la maldición de la sangre no habría caído sobre ella. Quizás haya

cometido el pecado del pensamiento lujurioso, quizás haya escuchado música de rock’n roll en la

radio, quizá la haya tentado el Anticristo. Muéstrale que,ésta es la obra de tu mano bondadosa y

vengativa y…

-¡No! ¡Déjeme en paz!

Forcejeó para ponerse de pie, pero la mano de su madre, tan fuerte e implacable como un

grillete, la hizo volver a arrodillarse.

-… y tu señal de que, desde ahora, debe caminar por la senda estrecha si quiere evitar la

candente agonía del pozo eterno. Amén.

Volvió sus destellantes ojos hacia su hija.

-Ahora vete al armario.

-¡No! -gritó y sintió que su aliento se hacia denso de terror.

-Vete al armario. Ora en secreto. Pide perdón por tu pecado.

-Yo no pequé; mamá. Tú lo hiciste. No me lo dijiste y ellas se rieron.

Nuevamente le pareció ver un destello de temor en los ojos de su madre, pero desapareció

tan rápida y silenciosamente como un relámpago de verano. La madre comenzó a llevarla por la

fuerza hacia el resplandor azul del armario.

-Ruega a Dios para que lave tus pecados.

Mamá, déjame.

-Reza, mujer.

-Voy a volver a hacer que caigan las piedras, mamá.

La mujer se detuvo.

Incluso pareció que la respiración se paralizaba en su garganta, y luego.la mano se cerró

sobre el cuello de la muchacha, se cerró hasta que Carrie vio unas horribles manchas rojas ante sus

ojos y sintió que su mente se ponía borrosa y como distante.

Los desmesurados ojos de su madre bailaban delante de ella.

-Engendro del demonio -murmuró la mujer-. ¿Por qué recibí esta maldición?

La mente de Carrie giraba en un torbellino, buscando algo que fuera lo bastante enorme

como para expresar su agonía, su vergüenza, su terror, su odio, su pánico. Parecía que toda su vida

se había reducido a ese derrotado momento de rebeldía. Sus ojos se desorbitaron enloquecidos, su

boca llena de saliva se abrió.

-¡PUTA! -chilló.

La madre hizo un ruido sibilante, como de un gato quemado.

-¡Pecado! -gritó-. ¡Oh, pecado!

Comenzó a golpear a Carrie en la espalda, el cuello, la cabeza. Carrie, tambaleándose, se

veía impulsada hacia el cerrado resplandor azul del armario. Volvió a chillar:

-¡TE ACOSTASTE CON MI PADRE!

(eso eso salió por fin porque de qué otra manera podrías haber nacido tú qué bien qué bien)

Fue lanzada de cabeza dentro del armario, se golpeó en la pared del fondo y cayó al suelo

medio aturdida. La puerta se cerró de un portazo y la llave giró en la cerradura.

Había quedado sola con el airado Dios de su madre.

La luz azul iluminaba un cuadro de un inmenso Yahvé barbudo que arrojaba multitudes de

seres humanos, que aullaban desesperados, a través de nubosas profundidades a un abismo de

fuego. Más abajo, horribles figuras negras luchaban entre las llamas mientras el Hombre Negro

permanecía sentado en un tronco enorme y llameante con un tridente en la mano. Su cuerpo era el

de un hombre, pero tenía una cola erizada de púas y cabeza de chacal.

Stephen King Carrie

Esta vez ella no cedería.

Pero, por supuesto que lo hizo. Se necesitaron seis horas, pero cedió y, llorando, llamó a su

mamá para que le abriera la puerta y la dejara salir. La necesidad de orinar era horrible. El Hombre

Negro la miraba con una mueca burlona en su cara de chacal y sus ojos color escarlata conocían

todos los secretos de la sangre de la mujer.

Una hora después de que empezó a llamar, su madre la dejó salir. Carrie corrió

desesperadamente hacia el baño.

Fue sólo en ese momento, tres horas más tarde, sentada allí con su cabeza inclinada sobre la

máquina de coser como un penitente, cuando recordó el temor en los ojos de su madre y pensó que

sabía la razón.

Otras veces ella la había hecho permanecer en el armario días enteros -cuando robó esa

sortija de 49 centavos en rShuber’s Five and Ten», la vez que le encontró la fotografía de Flash

Bobby Pickett bajo su almohada- y una vez se había desmayado por la falta de comida y el olor de

sus propios excrementos. Y nunca antes, nunca antes había contestado en la forma que lo había

hecho ese día. Incluso ese día había dicho aquella palabra con «pa. Y, sin embargo, su madre la

había dejado salir en cuanto se había quebrantado.

Ya está terminado el vestido. Quitó los pies del pedal y lo levantó para examinarlo. Era

largo. Y horrible. Lo odiaba.

Sabia por qué su madre la había dejado salir.

Mamá, ¿puedo irme a acostar?

-Sí -replicó ella sin levantar la vista.

Dobló el vestido sobre su brazo. Bajó la mirada hacia la máquina de coser. De inmediato, el

pedal se hundió. La aguja comenzó a subir y bajar, reflejando la luz con destellos acerados. El

carrete giró y se sacudió. La rueda lateral se puso a dar vueltas.

La madre irguió la cabeza bruscamente con los ojos muy abiertos. El rizado encaje que con

paciencia elaboraba en el borde del pañito, maravillosamente intrincado y a la vez parejo y preciso,

súbitamente se había desordenado.

-Sólo estoy enrollando el hilo -dijo Carrie.

Vete a la cama –dijo secamente la madre, y el temor había vuelto a sus ojos.

-Si, –

(temía que arrancara de sus bisagras las puertas del armario)

mamá

(y creo que podría creo que podría sí creo que podría)

De Explosión en las Sombras, pág. 58:

Margaret White nació y se crió en Motton, una pequeña ciudad situada junto al límite de

Chamberlain y que envía a sus alumnos a las escuelas de Chamberlain. Sus padres tenían bastante

dinero; poseían un próspero albergue de carretera en las afueras de Motton, que se llamaba «La

alegría del camino». John Brigham, el padre de Margaret, murió en un tiroteo que se produjo en el

bar, el verano de 1959.

Margaret Brigham, que en esa época tenia alrededor de treinta años, comenzó a asistir a

reuniones litúrgicas de los fundamentalistas. Su madre se había enredado con otro hombre (Harold

Allison, con el que más tarde se casó) y ambos querían ver a Margaret fuera de la casa. Ella creía

que Judith, su madre, y Harold Allison vivían en pecado, y frecuentemente daba a conocer ese

punto de vista. Judith Brigham suponía que su hija se quedaría soltera para toda la vida. Según la

mordaz fraseología del que con el tiempo seria su padrastro, «Margaret tenia la cara como el

trasero de un camión de -gasolina y un cuerpo que le hacía juego». También la llamaba «beata

hipócrita».

Stephen King Carrie

Margaret no quiso abandonar la casa hasta 1960, cuando conoció a Ralph White en una

asamblea para la renovación de la fe. En setiembre de ese año se trasladó a un pequeño

apartamento en Chamberlain Center.

El noviazgo de Margaret Brigham y Ralph White terminó en matrimonio el 23 de marzo de

1962. El 3 de abril de 1962, Margaret White ingresó de forma misteriosa, por un corto período, en

el hospital de Westover.

-No, no quiso decirnos lo que le pasaba -comentó Harold Allison-. La vez que fuimos a verla

nos dijo que vivíamos en adulterio, aunque estábamos casados, y que íbamos a ir a dar al infierno.

Dijo que Dios había puesto una marca invisible en nuestras frentes, pero que ella podía verla.

Parecía una loca, como un murciélago en un gallinero, eso es lo que yo digo. Su madre trató de ser

amable con ella, de enterarse de lo que le pasaba. Pero se puso histérica y comenzó a delirar acerca

de un ángel con una espada que pasaría por los patios de estacionamiento y los albergues de

carretera y descuartizaría a los malos. Nos fuimos.

Sin embargo, Judith Allison tenia cierta idea de lo que podría haberle ocurrido a su hija;

pensaba que Margaret había perdido un bebé. De ser así, la criatura habría sido concebida fuera del

matrimonio. La confirmación de este punto arrojaría una nueva e interesante luz sobre el carácter

de la madre de Carrie White.

En una larga y algo histérica carta a su madre, fechada el 19 de agosto de 1962, Margaret le

decía que ella y Ralph vivían sin pecar, libres de trato carnal. Instaba a Harold y Judith a que

cerraran esa «morada de maldad» e hicieran como ellos. Es, declaraba Margaret poco antes de

terminar la carta, la única manera en que tú y ese hombre podéis evitar la lluvia de sangre que está

por venir. Ralph y yo, como Marta y José, no conoceremos ni ensuciaremos nuestros cuerpos. Si

tenemos descendencia, que sea voluntad divina.

Sin embargo, el calendario nos dice que Carrie fue concebida más adelante ese mismo año…

Las muchachas se vistieron silenciosamente para su primera hora de gimnasia del lunes. No

hubo bromas ni chillidos y ninguna se mostró muy sorprendida cuando Miss Desjardin abrió de un

golpe la puerta y entró en el vestuario. El silbato de plata colgaba entre sus pequeños pechos y si

sus shorts eran los mismos que había usado el viernes, no quedaba en ellos ninguna huella de

sangre.

Las chicas siguieron vistiéndose hoscamente, sin mirarla.

-¿No son ustedes el grupo que vamos a graduar? -preguntó suavemente Miss Desjardin-.

¿Cuándo? ¿Dentro de un mes? Y mucho antes tendremos el baile. La mayoría de ustedes ya tienen

sus parejas y sus trajes, me imagino. Sue irá con Tommy Ross; Helen, con Roy Evarts. Chris, me

imagino que puedes escoger. ¿Quién es el afortunado?

-Billy Nolan -dijo Chris Hargensen, resentida.

Vaya, ¡qué suerte! -comentó la profesora-.

¿Qué le vas a dar como prenda de fiesta, Chris, un tapón ensangrentado o, tal vez, un trozo

de papel higiénico usado? Tengo entendido que son las cosas que prefieres estos días.

Chris se puso roja.

-Me voy. No tengo por qué escuchar eso.

Miss Desjardin no había conseguido quitarse la imagen de Carrie durante todo el fin de

semana. Carrie gritando, lloriqueando, con un tapón empapado en el vello de su pubis… y la

violencia de su propia reacción.

Y, en ese momento, cuando Chris intentaba furiosa pasar junto a ella para salir, tendió las

manos y la empujó violentamente contra una hilera de mellados armarios color verde oliva

situados junto a la puerta interior. Los ojos de Chris se desorbitaron con asombrada incredulidad.

Luego, una especie de furia demencial invadió su rostro.

-¡No puede golpearnos! -gritó-. ¡Esto le va a costar el puesto! ¡Ya lo verá, tía cerda!

Las otras chicas se echaron hacia atrás, contuvieron la respiración y se quedaron mirando

fijamente el suelo. La situación parecía descontrolada. Sue advirtió con el rabillo del ojo que Fern

y Donna Thibodeau se habían tomado de la mano.

Stephen King Carrie

-En realidad no me importa, Hargensen -replicó Miss Desjardin-. Si tú, o cualquiera de

vosotras, cree que estoy abusando de mi autoridad de profesora en este momento, están muy

equivocadas. Sólo quiero decirles que hicieron algo muy despreciable el viernes, algo realmente

despreciable. Sois unas buenas mierdas.

Chris Hargensen miraba el suelo con una sonrisita despectiva. Las otras chicas se sentían

muy desdichadas y trataban de evitar con la vista a su profesora de gimnasia. Sue se encontró

mirando el compartimiento de la ducha, la escena del crimen, y sacudió la cabeza para mirar a otra

parte. Ninguna de ellas había escuchado anteriormente a una profesora usar la palabra mierda.

-¿Pensaron, por un momento, que Carrie White tiene sentimientos? ¿Se les ha ocurrido

pensar en eso alguna vez? ¿Sue? ¿Fern? ¿Helen? ¿Jessica? ¿Cualquiera de ustedes? La encuentran

repelente. Pues bien, les diré que las repelentes son ustedes. Me di cuenta el viernes por la mañana.

Chris Hargensen comenzó a hablar entre dientes y decir que su padre era abogado.

-¡Te callas! -le gritó Miss Desjardin en su cara.

Chris se echó atrás tan bruscamente que se golpeó contra los armarios. Comenzó a gimotear

y a frotarse la cabeza.

-Un comentario más -continuó suavemente la profesora-, y esta vez vas a dar al otro extremo

del vestuario. ¿Quieres averiguar si te estoy diciendo la verdad?

Chris, que aparentemente había decidido que tenía que habérselas con una loca, no dijo nada.

Miss Desjardin puso los brazos en jarras.

-La dirección ha decidido el castigo que van a recibir. Siento decirles que no es el que yo

había propuesto. Mi idea era tres días de suspensión y prohibición de asistir al baile.

Varias de las chicas se miraron entre sí y refunfuñaron sintiéndose muy desgraciadas.

-Eso las hubiese golpeado donde les duele -continuó-. Lamentablemente, la dirección de este

establecimiento está compuesta sólo por hombres. Creo que no son capaces de darse bien cuenta

de lo horrible que es lo que ustedes hicieron. De modo que tienen una semana de arresto.

Espontáneos suspiros de alivio.

-Pero. Yo me voy a encargar del arresto y lo vamos a hacer en el gimnasio. Las voy a

reventar.

-No pienso venir -dijo Christine, y sus labios se adelgazaron sobre sus dientes.

-Eso es cosa tuya, Chris. Pueden hacer lo que quieran. Pero el castigo por no presentarse a

las horas de arresto será de tres días de suspensión y prohibición de asistir al baile. ¿Nos

entendemos?

Nadie dijo nada.

-Perfecto. Terminen de cambiarse y piensen en lo que les he dicho.

Salió.

Completo silencio durante un largo y apesadumbrado momento. Luego Chris Hargensen dijo

con histérica estridencia:

-¡No puede salirse con la suya! -Abrió un armario al azar, sacó un par de zapatillas y las

lanzó por el cuarto-. ¡Va a pagar por esto! ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Ya veremos! Si nos

mantenemos unidas, podremos…

-Cállate, Chris -dijo Sue y quedó perpleja al advertir en su voz un tono adulto, desmayado y

sin vida-. Cállate, por favor.

-Esto no va a terminar aquí, -dijo Chris Hargensen descorriendo de un tirón la cremallera de

su falda y cogiendo sus shorts verdes deshilachados según la moda-. Falta mucho para que esto

termine.

Y tenía razón.

De Explosión en las Sombras, págs. 60-61:

Según la opinión de este investigador, muchas de las personas que han estudiado el caso de

Carrie White -ya sea con propósitos científicos o de divulgación- han puesto un énfasis equivocado

Stephen King Carrie

en la búsqueda relativamente estéril, de hechos telecinéticos en la infancia de la muchacha.

Utilizando una comparación aproximada, podríamos decir que es como pasar años investigando las

primeras masturbaciones en la infancia de un violador.

A este respecto, el espectacular suceso de las piedras sirve, más bien, como una pista falsa.

Muchos científicos han adoptado la errónea creencia de que donde ha habido un incidente debe

haber otros. Empleando otra comparación, esto seria como enviar a un equipo de observadores de

meteoros al «Crater National Parkm sólo porque un enorme asteroide cayó ahí hace dos millones

de años.

Según las informaciones de que dispongo, no se han registrado otros ejemplos de telecinesia

en la infancia de Carrie. Si no hubiese sido hija única, posiblemente habríamos tenido

conocimiento, aunque sólo fuese de oídas, de docenas de incidentes menores.

En el caso de Andrea Kolintz (consulte el Apéndice II para una información más completa),

se dice que después de una paliza por gatear sobre el techo «el botiquín se abrió violentamente, los

frascos cayeron al suelo y pareció que se disparaban por el baño, las puertas se abrieron con fuerza

y se cerraron de un golpe y, en el clímax del suceso, un tocadiscos estéreo, que pesaba 130 kg, se

volcó y los discos volaron por toda la sala, bombardeando a sus ocupantes y estrellándose contra

las paredes.

El hecho de que este relato haya sido proporcionado por el hermano de Andrea, según la

cita que aparece en la revista Life del 4 de setiembre de 1955, resulta significativo. No podemos

decir que Life sea la fuente más erudita y menos discutible, pero existe una gran cantidad de

documentación en este mismo sentido y creo que se ha cumplido con el objetivo del testimonio

familiar.

En el caso de Carrie White, el único testigo de un posible prólogo a los sucesos del clímax

final fue Margaret White y ella, por supuesto, está muerta…

Henry Grayle, el director de la «Escuela Secundaria Ewena, lo había estado esperando toda

la semana, pero el padre de Chris Hargensen no apareció hasta el viernes; el día anterior Chris no

se había presentado a su hora de arresto con la temible Miss Desjardin.

-¿Sí, Miss Fish? -dijo en dirección al intercomunicador, aunque a través de la ventana

alcanzaba a ver al hombre que estaba en la oficina exterior y ciertamente había visto su rostro en el

periódico local.

-Mr. John Hargensen, Mr. Grayle. . -Que pase, por favor.

Maldita sea, Miss Fish, no tiene por qué parecer tan impresionada.

Henry Grayle era una de esas personas que en forma incontrolable retuercen clips, destrozan

sobres y doblan las puntas de los papeles. Para la visita de John Hargensen, la más importante de

las luminarias legales del pueblo, preparaba su artillería pesada: una caja llena de gruesos y

resistentes clips colocada en medio del secante de su escritorio.

Hargensen era un hombre alto e imponente, con una manera de desplazarse que mostraba su

confianza en sí mismo y que tenía el tipo de rasgos móviles y seguros que señalaban a un hombre

experto en el juego de las relaciones sociales que consiste en colocarse en un nivel superior.

Llevaba un traje de Savile Row con sutiles destellos de verde y oro entrela zados en la tela,

que superaba con mucho la ropa de confección local que usaba Grayle. Su portadocumentos era

delgado, de cuero auténtico, con cierres de brillante acero inoxidable. La sonrisa impecable

mostraba muchas fundas en los dientes, una sonrisa para hacer que el corazón de las mujeres del

jurado se derritiera como mantequilla. Su apretón de manos era profesional de punta a cabo: largo,

cálido, firme.

-Hace tiempo que deseaba conocerlo, Mr. Grayle.

-Siempre me alegro de ver padres interesados -dijo el director y sonrió secamente-. Por eso

siempre abrimos la escuela a los padres en el mes de octubre.

Stephen King Carrie

-Por supuesto -dijo Hargensen sonriendo-. Me imagino que usted es un hombre muy

ocupado y yo tengo que estar en el juzgado dentro de cuarenta y cinco minutos. ¿Le parece si

vamos al grano?

-Naturalmente -replicó Grayle; metió la mano en la caja y empezó a retorcer el primer clip-.

Sospecho que ha venido a verme en relación con las medidas disciplinarias tomadas contra su hija

Christine. Debo informarle al respecto que la escuela ya ha determinado su política. Como hombre

relacionado con la aplicación de la justicia, usted debe darse cuenta de que difícilmente podemos

acomodar las normas…

Hargensen alzó la mano en un ademán de impaciencia.

-Tengo la impresión de que usted ha partido de una idea equivocada, Mr. Grayle. Estoy aquí

porque mi hija fue maltratada por su profesora de gimnasia, Miss Rita Desjardin. Y, además,

insultada verbalmente. Me temo que el término que Miss Desjardin utilizó en relación con mi hija

fue «mierda».

Grayle lanzó un suspiro interior.

-Ya le hemos llamado la atención al respecto.

La sonrisa de John Hargensen se enfrió diez grados.

-Me temo que eso no sea suficiente. Tengo entendido que éste es el primer año que esta

joven ejerce como profesora, ¿no es así?

-En efecto. Y su labor nos ha parecido eminentemente satisfactoria.

-En apariencia, su definición de «eminentemente satisfactoria» incluye arrojar alumnos

contra los armarios y emplear el vocabulario de un marinero.

Grayle se defendió:

-Como abogado debe de estar al tanto de que este Estado otorga a la escuela el derecho al

principio in loco parentis: asumiendo la responsabilidad total, tenemos todos los derechos de los

padres durante las horas que pasan en la escuela. Si no lo conoce, le aconsejo que revise el caso

Monondock Consolidated School District vs. Cranepool o…

-Conozco muy bien ese principio -replicó Hargensen-. También sé que ni el caso Cranepool,

que ustedes los directores son tan aficionados a citar, ni el caso Frick están remotamente

relacionados con malos tratos e insultos verbales. Sin embargo, tenemos el caso de School District

n.° 14 vs. David. ¿Lo conoce?

Grayle lo conocía, George Kramer, el subdirector de la escuela en cuestión, solía jugar al

póquer con él. Pero George ya no jugaba mucho. Estaba trabajando en una compañía de seguros

después de haber decidido cortarle el pelo a un alumno; el distrito escolar había tenido que pagar

siete mil dólares por daños a unos mil por tijeretazo.

Grayle cogió un nuevo clip.

-Pero dejemos de citarnos casos, Mr. Grayle. Somos dos hombres muy ocupados. No quiero

pasar un rato desagradable. No quiero un lío. Mi hija está en casa y permanecerá allí el lunes y

martes. Con..eso completará los tres días de su suspensión.

Con un gesto de la mano indicó que deseaba concluir el asunto.

(si pudiera atrapar un buen chico aquí tiene una estupenda chica)

-Esto es lo que quiero -continuó-. Primero, que se autorice a mi hija para asistir al baile. La

fiesta de fin de curso es importante para una chica y Chris se siente muy desdichada. Segundo, que

no se renueve el contrato de la Desj.ardin. Eso lo pido para mí. Creo que si quisiera llevar la

escuela a los tribunales, podría conseguir que la despidieran y recibir, además, una suculenta

cantidad por daños y perjuicios. Pero no soy vengativo.

-De modo que la alternativa que me ofrece si no acepto sus exigencias son los tribunales.

-Tengo entendido que previamente habría una vista del Comité Escolar, pero sólo como

mero trámite. Pero sí, los tribunales serían la alternativa. Malo para usted.

Otro clip.

-Por agresión física y verbal, ¿no es así?

-Básicamente.

Stephen King Carrie

-Mr. Hargensen, ¿sabe usted que su hija y unas diez de sus compañeras arrojaron paños

higiénicos a una chica que experimentaba en ese momento su primer período menstrual? Una

muchacha que estaba convencida de que iba a morir desangrada.

Un leve gesto arrugó el ceño de Hargensen, como si alguien hubiese hablado en una

habitación distante.

-Me parece que su afirmación no viene al caso. Yo me estoy refiriendo a ciertas acciones…

-No se preocupe –dijo Grayle-. Esas acciones tienen muy poca importancia. Además, a esa

chica la llamaron mamarracho estúpido y le dijeron que «se lo tapara» y debió soportar una serie

de gestos obscenos. No ha vuelto a venir en toda esta semana. ¿No le parece a usted que ésa es una

agresión física y verbal? Pues a mi si.

-No pienso permanecer sentado aquí escuchando una sarta de verdades a medias o sus

discursos de director de escuela, Mr. Grayle. Conozco a mi hija lo suficiente como para…

-Tome -dijo Grayle. Acercó la mano a una de las bandejas de alambre que se hallaban junto

al secante, cogió un fajo de tarjetas color rosa y las lanzó sobre el escritorio-. Dudo que usted

conozca la mútad de lo que estas tarjetas revelan de su hija. De lo contrario ya podría haberse dado

cuenta de que ha llegado el momento de hablarle seriamente. Tiene que controlarla de cerca antes,

de que cause a alguien un perjuicio grave.

-¿Quién es usted para venir a decirme…?

-Cuatro años en «Ewen» -comenzó Grayle sin hacerle caso-. Graduación programada para

junio del 79, el mes próximo. Cociente de inteligencia: 83 como promedio en un test de 140

puntos. No obstante, veo que ha sido aceptada en Oberlin. Diría que alguien, probablemente usted

mismo, Mr. Hargensen, ha estado moviendo poderosas influencias. Ha recibido 72 arrestos. Veinte

de ellos por hostilizar a sus compañeras, a las inadaptadas, a las de segunda fila, podríamos

agregar. Tengo entendido que la camarilla de Chris las llama «sustitutas». Lo encuentran

sumamente gracioso. De esos arrestos no se presentó a 51. En la escuela de Chamberlain, una

supensión por poner un artificio pirotécnico en el zapato de una chica… En la tarjeta hay una nota

que dice que la broma estuvo a punto de costarle los dedos del pie a la pequeña Irma Swope. Si no

me equivoco, esa chica tiene labio leporino. Le estoy hablando de su hija, Mr. Hargensen. ¿Todo

esto no le dice nada?

-Sí -respondió Hargensen levantándose. Un leve rubor bañaba sus rasgos-. Me dice que nos

veremos en los tribunales. Y cuando haya terminado con usted tendrá mucha suerte si consigue

trabajo vendiendo enciclopedias de puerta en puerta.

Grayle, colérico, se levantó también y los dos hombres se enfrentaron a través del escritorio.

-Que sea el tribunal entonces -dijo Grayle.

Advirtió un leve destello de sorpresa en el rostro de Hargensen; cruzó los dedos y se lanzó en

lo que esperaba que fuera un knockout -por lo menos un knockout técnico- que salvaría el pellejo

de la Desjardin y pondría a ese hijo de puta de culo delicado en un aprieto.

-Al parecer no se ha dado cuenta de todas las implicaciones de in loco parentis en este

asunto, Mr. Hargensen. La misma ley que protege a su hija también protege a Carrie White. Y en

el momento en que usted entable un pleito por agresión física y verbal, nosotros presentaremos una

contrademanda, basada exactamente en los mismos motivos, por parte de Carrie White y contra su

hija.

Hargensen se quedó boquiabierto durante un segundo.

-No se va a salir con la suya empleando ese truco barato; usted es un…

-¿Un leguleyo tramposo? ¿Es ésta la frase que busca? preguntó Grayle con una sonrisa

inflexible-. Creo que ya sabe dónde está la salida, Mr. Hargensen. Las medidas disciplinarias

contra su hija se mantienen. Si quiere llevar el asunto más allá, está en su derecho.

Hargensen atravesó la habitación rígidamente, se detuvo como si quisiera agregar algo y

luego salió controlando apenas.su deseo de dar un portazo.

Grayle expulsó el aliento. No era difícil adivinar de dónde había sacado Chris Hargensen su

irreductible obstinación.

Stephen King Carrie

A. P. Morton entró un minuto más tarde.

-¿Cómo anduvo la cosa?

-El tiempo lo dirá, Morty -respondió Grayle. Con una mueca, miró el montón de clips

retorcidos-. En todo caso, me hizo doblar siete clips. Casi un récord.

-¿Va a llevarlo a la justicia?

-No lo sé. Se sobresaltó cuando le dije que haríamos una contrademanda.

-Me lo imagino -comentó Morton y dirigió una mirada al teléfono que había sobre el

escritorio de Grayle-. Me parece que ha llegado el momento de informar al superintendente de

todo esto, ¿no crees?

-Sí -dijo Grayle cogiendo el auricular-. Gracias a Dios, mi seguro de desempleo está pagado.

-El mío también -dijo Morton con lealtad.

De Explosión en las Sombras (Apéndice III):

Carietta White presentó los versos siguientes como tarea de poesía en séptimo año. Mr.

Edwing King, que fue su profesor de Inglés en este curso, nos dice: . «No sé por qué lo guardé.

Ciertamente que no la recuerdo como una alumna especialmente aventajada, y sus versos no son

buenos. Era muy tranquila y no creo que haya levantado la mano en mi clase. Pero en esto había

algo que parecía desesperado.»

Cristo mira desde el muro con su rostro impenetrable. Y si me ama en su bondad, como ella

me asegura, ¿por qué estoy tan sola?

El borde del papel sobre el que escribió estas líneas está decorado con una multitud de

figuras en forma de cruz que casi parecen bailar…

El lunes por la tarde, Tommy estaba en su entrenamiento de béisbol y Sue fue a esperarlo a

la «Kelly Fruit Company» en The Center. Este lugar era lo más parecido a una guarida de

estudiantes de que disponía la repantigada colectividad escolar de Chamberlain desde que el sheriff

Doyle había cerrado el centro recreativo después de un asunto de drogas. Lo manejaba un tipo

gordo y taciturno llamado Hubert Kelly, que se teñía el pelo color negro y se quejaba

constantemente de que su marcapasos electrónico estaba a punto de electrocutarlo.

El local era una combinación de tienda de comestibles, bar y gasolinera; había una oxidada

bomba de gasolina delante del establecimiento, que Hubie nunca se había molestado en cambiar

desde que la compañía se fusionó. También vendía cerveza, vino barato, libros pornográficos, y

una amplia gama de raros cigarrillos como «Murads», «King Sano» y «Marvel Straights».

El mesón estaba cubierto por una plancha de mármol auténtico y había cuatro o cinco

compartimientos para muchachos de muy mala suerte o muy pocos amigos como para no tener

donde ir a emborracharse. Una antigua máquina tragaperras, que siempre se inclinaba en la tercera

bolita, encendía y apagaba sus luces desde la pared del fondo junto al estante de los libros

pornográficos.

Al entrar, Sue vio de inmediato a Chris Hargensen. Estaba sentada en uno de los

compartimientos del fondo. Billy Nolan, su amour de ese momento, hojeaba el último número de

Popular Mechanics junto al estante de las revistas. Sue no sabía qué veía en Nolan una chica rica y

Popular como Chris; él parecía algún extraño pasajero de la máquina del tiempo embarcado en la

década de los cincuenta y que usaba brillantina en el pelo, una chaqueta de cuero negro con una

vistosa cremallera y un cacharro «Chevrolet» con un ruidoso escape.

-¡Sue! -gritó Chris a,modo de saludo–. ¡Ven!

Sue hizo una inclinación con la cabeza y alzó una mano, aunque una oleada de antipatía

subió por su garganta como una serpentina. Mirar a Chris era como ver a través de una puerta

Stephen King Carrie

entreabierta el lugar donde Carrie se acurrucaba con las manos en la cabeza. Como era de

suponer, encontró que su propia hipocresía (indisolublemente unida al gesto de la cabeza y la

mano) le resultaba incomprensible y repelente. ¿Por qué no se atrevía simplemente a ponerla en su

sitio?

Un vaso de root beer -pidió. Hubie tenía una auténtica root beer de barril y la servía con

enormes jarras heladas. Se había prometido tomarse una gran jarra mientras leía una novela de

bolsillo y esperaba a Tommy. A pesar de los estragos que la bebida hacía en su cutis, se había

convertido en una adicta; pero no se sorprendió al comprobar que se le habían quitado las ganas de

beber.

-¿Cómo está tu corazón, Hubie? -preguntó.

Ustedes -dijo Hubie, mientras cortaba la espuma de la bebida con un cuchillo y llenaba

nuevamente el jarro-, ustedes no entienden nada. Esta mañana enchufé mi máquina de afeitar

eléctrica y recibí 110 voltios en mi marcapasos. Los jóvenes no saben lo que es eso. Dígame si no

tengo razón.

-Sí, por supuesto.

-Claro que tengo razón. Dios no quiera que tenga usted que experimentarlo algún día.

¿Cuánto tiempo cree que va a soportarlo este gastado corazón? Lo van a saber cuando me compre

la granja y esos imbéciles de la remodelación urbana conviertan este lugar en un patio de

estacionamiento. Son diez centavos.

Sue deslizó la moneda sobre el mármol.

-Cincuenta millones de voltios atravesando estos viejos tubos -continuó Hubie sombríamente

y se quedó mirando el pequeño bulto que se adivinaba en el bolsillo de su camisa.

Sue se dirigió al compartimiento y se deslizó cuidadosamente al lugar desocupado junto a

Chris. Chris estaba particularmente atractiva con su pelo negro cogido con una cinta verde trébol y

una ajustada blusa que destacaba sus senos firmes y erguidos.

-¿Cómo estás, Chris?

-Estupendamenté bien -respondió ella, quizá con excesiva alegría-. ¿Sabes las últimas

noticias? Me dejaron fuera del baile. Pero te apuesto que ese besaculos de Grayle pierde el trabajo.

Sue ya se haba enterado, junto con todos los alumnos de «Ewen».

-Papá les va a poner un pleito -continuó Chris, y luego gritó por encima del hombro-: !Billy!

Ven a saludar a Sue.

Billy dejó caer la revista y se acercó con mucha calma. Llevaba los pulgares enganchados en

su cinturón militar abrochado a un costado, con los dedos colgando en dirección a la prominencia

que aparecía entre las piernas de sus tejanos ajustados hacia los tobillos. Sue sintió que la invadía

una ola de irrealidad y luchó contra un impulsivo deseo de cubrirse la cara con las manos y echarse

a reír a carcajadas.

-Hola, Suze -dijo Billy. Se instaló junto a Chris y comenzó de inmediato a acariciarle el

hombro. Su rostro estaba desprovisto de toda expresión. Podría haber estado examinando una

pierna de vaca.

-Creo que vamos a meternos en la fiesta de todas maneras -dijo Chris-. Como una protesta

por ese estúpido castigo.

-¿Realmente piensas hacerlo? -preguntó Sue alarmada.

-Bueno, no, no lo sé -replicó Chris y dejó de pensar en eso. De pronto, su rostro se contrajo

con una expresión de furia tan brusca y sorprendente como la aparición de un tornado-. ¡Esa

maldita Carrie White! ¡Ojalá cogiera toda su beatería y se la metiera por el culo!

-Pronto olvidarás todo el asunto -dijo Sue.

-Si ustedes me hubieran seguido… Demonios, Sue, ¿por qué no lo hiciste? Los tendríamos

cogidos de los huevos. Nunca me imaginé que fueras un monigote de la dirección.

Sue comenzó a sentir un ardor en el rostro.

Stephen King Carrie

-De los demás no sé, pero yo no soy un monigote de nadie. Acepté el castigo porque me

pareció que lo merecía. Hicimos algo bastante repulsivo. Eso es todo.

-Tonterías. Esa estúpida de Carrie anda diciendo que todo el mundo se va a ir al infierno con

excepción de ella y su santa madre. Y tú la defiendes. Debimos hacerle tragar todos esos trapos.

-Sí, claro. Te veré uno de estos días, Chris. Adiós -dijo Sue y se levantó.

Esta vez fue Chris la que se puso roja. La sangre se le subió al rostro con repentino ímpetu,

como si una nube roja hubiese cubierto un sol interior.

-¡No te las des de Juana de Arco! Creo recordar que tú también arrojabas cosas junto con

todas nosotras.

-Sí -replicó Sue, temblando-, pero ya he dejado de hacerlo.

-Oh, vaya, eres fantástica -se maravilló Chris-. Sí que lo eres. Llévate tu bebida; no vaya a

ser que la toque y se convierta en oro.

Sue no cogió su jarra de cerveza. Salió del local entre erguida y tambaleante. Su turbación

interior era demasiado grande, demasiado grande todavía para que pudiera convertirse en furia o en

lágrimas. Ella era una muchacha que se llevaba bien con todo el mundo y éste era el primer

enfrentamiento, físico o verbal, desde que había dejado de tirarse del pelo con sus compañeras de

la escuela primaria. Y era la primera vez en su vida en que había defendido activamente un

principio. Y por supuesto que Chris había dado en el blanco, la había alcanzado en lo más

vulnerable: se estaba portando como una hipócrita, ya no podía dejar de admitirlo, y en lo más

hondo, incrustada y odiosa, estaba la conciencia de que una de las razones por las que había

asistido a la hora de arresto con Miss Desjardin y había sudado corriendo por el gimnasio no tenía

nada de noble. Sencillamente no se iba a perder el último baile de su vida escolar por nada del

mundo. Por nada del mundo.

No se veía a Tommy por ninguna parte.

Comenzó a caminar en dirección a la escuela. Sentía el estómago revuelto. Pequeña Miss

Hermandad, Suzy Cremadequeso. La Chica Decente que sólo lo hace con el chico con quien

piensa casarse -con el anuncio en el suplemento dominical como es debido, por supuesto-. Dos

hijos. Sácales la mierda si muestran alguna señal de honestidad, es decir, si fornican, pelean, o se

niegan a sonreír cada vez que algún mítico macho cabrio chilla en la noche.

Baile de Gala de Fin de Curso. Vestido Azul. Las flores para prender en el traje

permanecerán toda la tarde en el frigorífico. Tommy con un smoking blanco, faja en la cintura,

pantalones y zapatos negros. Padres que toman fotos junto al sofá de la sala con sus deslumbrantes

«Kodak» y sus impresionantes «Polaroid». Papel crepé que oculta las vigas del gimnasio. Dos

orquestas: una de rock y otra melancólica. Que no se presenten las de segunda fila. «Sustitutas»,

por favor, no se acerquen. Sólo para candidatos al Club de Campo y futuros residentes de «Kleen

Korners».

Finalmente brotaron las lágrimas y se puso a correr.

De Explosión en las Sombras, pág. 60:

El párrafo siguiente pertenece a una carta que Christine Hargensen envió a Donna diciendo

que todo el mundo se va a ir al infierno con excepción de ella y su santa madre. Y tú la defiendes.

Debimos hacerle tragar todos esos trapos.

-Sí, claro. Te veré uno de estos días, Chris. Adiós -dijo Sue y se levantó.

Esta vez fue Chris la que se puso roja. La sangre se le subió al rostro con repentino ímpetu,

como si una nube roja hubiese cubierto un sol interior.

-¡No te las des de Juana de Arco! Creo recordar que tú también arrojabas cosas junto con

todas nosotras.

-Sí -replicó Sue, temblando-, pero ya he dejado de hacerlo.

-Oh, vaya, eres fantástica -se maravilló Chris-. Sí que lo eres. Llévate tu bebida; no vaya a

ser que la toque y se convierta en oro.

Stephen King Carrie

Sue no cogió su jarra de cerveza. Salió del local entre erguida y tambaleante. Su turbación

interior era demasiado grande, demasiado grande todavía para que pudiera convertirse en furia o en

lágrimas. Ella era una muchacha que se llevaba bien con todo el mundo y éste era el primer

enfrentamiento, físico o verbal, desde que había dejado de tirarse del pelo con sus compañeras de

la escuela primaria. Y era la primera vez en su vida en que había defendido activamente un

principio. Y por supuesto que Chris había dado en el blanco, la había alcanzado en lo más

vulnerable: se estaba portando como una hipócrita, ya no podía dejar de admitirlo, y en lo más

hondo, incrustada y odiosa, estaba la conciencia de que una de las razones por las que había

asistido a la hora de arresto con Miss Desjardin y había sudado corriendo por el gimnasio no tenía

nada de noble. Sencillamente no se iba a perder el último baile de su vida escolar por nada del

mundo. Por nada del mundo.

No se veía a Tommy por ninguna parte.

Comenzó a caminar en dirección a la escuela. Sentía el estómago revuelto. Pequeña Miss

Hermandad, Suzy Cremadequeso. La Chica Decente que sólo lo hace con el chico con quien

piensa casarse -con el anuncio en el suplemento dominical como es debido, por supuesto-. Dos

hijos. Sácales la mierda si muestran alguna señal de honestidad, es decir, si fornican, pelean, o se

niegan a sonreír cada vez que algún mítico macho cabrio chilla en la noche.

Baile de Gala de Fin de Curso. Vestido Azul. Las flores para prender en el traje

permanecerán toda la tarde en el frigorífico. Tommy con un smoking blanco, faja en la cintura,

pantalones y zapatos negros. Padres que toman fotos junto al sofá de la sala con sus deslumbrantes

«Kodak» y sus impresionantes «Polaroid». Papel crepé que oculta las vigas del gimnasio. Dos

orquestas: una de rock y otra melancólica. Que no se presenten las de segunda fila. «Sustitutas»,

por favor, no se acerquen. Sólo para candidatos al Club de Campo y futuros residentes de «Kleen

Korners».

Finalmente brotaron las lágrimas y se puso a correr.

De Explosión en las Sombras, pág. 60:

El párrafo siguiente pertenece a una carta que Christine Hargensen envió a Donna Kellogg.

Miss Kellogg abandonó Chamberlain para trasladarse a Providence, Rhode Island, en el otoño de

1978. Aparentemente, una de las pocas amigas íntimas de Chris Hargensen era, además, su

confidente. La carta está fechada el 17 de mayo de 1979:

Así que me quedaré sin ir al baile y el gallina de mi padre dice que no les dará lo que

merecen. Pero no se van a salir con la suya. Todavía no sé qué voy a hacer, pero te garantizo que

todos se van a llevar una gran sorpresa…

Era el 17. El 17 de mayo. Rayó la fecha en el calendario de su dormitorio en cuanto se hubo

puesto su largo camisón blanco. Borraba cada día que pasaba con un grueso rotulador negro, y se

imaginaba que eso revelaba una actitud muy negativa ante la vida. Pero, en realidad, no le

importaba. Lo único que la preocupaba era saber que su madre la haría volver a la escuela al día

siguiente y tendría que enfrentarse a Todos.

Se sentó en la pequeña mecedora (pagada con su propio dinero) que estaba junto a la

ventana, cerró los ojos y los barrió a Todos de su mente junto con sus confusos pensamientos

conscientes. Fue como barrer el suelo. Levanta la alfombra del subconsciente y mete toda la basura

debajo. Adiós.

Abrió los ojos. Miró el cepillo para el cabello que estaba sobre su tocador.

Doblégate.

Estaba levantando el cepillo. Era pesado. Como alzar una pesa con unos brazos muy débiles.

Oh. Gemido.

Stephen King Carrie

El cepillo se deslizó hasta el borde del tocador y más allá del punto en que la gravedad

debería hacerlo caer, y luego osciló como si colgara de una cuerda invisible.

Los ojos de Carrie se habían cerrado hasta dejar sólo un resquicio. Las venas latían en sus

sienes. Un médico se habría interesado en lo que su cuerpo realizaba en ese instante, pues no tenía

explicación racional. La respiración se había reducido a dieciséis inspiraciones por minuto. La

presión de la sangre había subido a 190/100. Los latidos habían llegado a 140 -más que en los

astronautas bajo la pesada masa g en el despegue. La temperatura había bajado a 34°. Su cuerpo

quemaba una energía que no se sabia de dónde venía ni parecía ir a ninguna parte.’ Un

electroencefalograma no habría mostrado ondas alfa, sino una gran.masa erizada e irregular.

Cuidadosamente, hizo que el cepillo volviera a su lugar. Bien. La noche anterior se le había

caído. Pierde todos los puntos, va a la cárcel.

Volvió a cerrar los ojos y se meció. Se empezó a normalizar el funcionamiento de su

organismo; su respiración se aceleró hasta llegar casi a un jadeo. La mecedora producía un ligero

crujido. Pero no molestaba; resultaba tranquilizador. Mécete, mécete. Despeja la mente.

-¿Carrie?

La voz de su madre subió ligeramente alterada.

(recibe interferencias como la radio cuando una hace funcionar la batidora bien bien)

-¿Has dicho tus oraciones, Carrie?

-Las estoy diciendo -respondió.

Sí, claro que las estaba diciendo.

Miró su pequeño sofá-cama.

Doblégate.

Un peso tremendo. Enorme. Insoportable.

La cama se estremeció y luego un extremo se levantó, quizá cinco centímetros.

Cayó de golpe. Se quedó esperando que su madre la llamara, enfadada. Una sonrisa

jugueteaba en sus labios. No lo hizo. Carrie se levantó, se dirigió a su cama y se deslizó entre las

frías sábanas. Le dolía la cabeza y se sentía mareada, como le ocurría siempre después de estas

sesiones de ejercicio. El corazón le martilleaba con una violencia que asustaba.

Alcanzó la luz, la apagó y se quedó de espaldas. Sin almohada. Su mamá no le permitía

usarla.

Pensó en los aparecidos, en los demonios y en las brujas

(soy una bruja mamá la postituta del diablo) que cabalgaban en la noche y cortan la leche,

estropean la mantequilla y arruinan las cosechas mientras Ellos se acurrucan en sus camas tras los

signos cabalísticos que han garabateado en sus puertas.

Cerró los ojos, se durmió y soñó con enormes piedras vivientes que se precipitaban en mitad

de la noche buscando a su madre, buscándolos a Ellos. Trataban de huir, de esconderse, pero la

roca no los ocultaría y el árbol seco no les daría refugio.

De Me llamo Susan Snell, por Susan Snell (Simon and Schuster, Nueva York, 1976), págs.

I-IV:

Hay algo que nadie ha entendido respecto de lo que sucedió en Chamberlain la noche del

baile de fin de curso. No lo ha entendido ni la Prensa ni los investigadores de la Duke University ni

David Congress -aunque su libro Explosión en las Sombras, es probablemente el único

medianamente decente que se ha escrito sobre el tema-. Y, por cierto, que la Comisión White, que

me utilizó como víctima propiciatoria, tampoco lo entendió.

Y ese algo es un hecho fundamental: éramos adolescentes.

Carrie, Chris Hargensen y yo teníamos diecisiete años, Tommy Ross tenía dieciocho, Billy

Nolan (que tuvo que repetir el noveno curso, posiblemente antes de que aprendiera a hacer trampas

durante los exámenes) diecinueve…

Stephen King Carrie

Los chicos mayores reaccionan de modos que socialmente resultan más aceptables que los de

los más pequeños, pero, de todos modos, siguen siendo capaces de tomar decisiones erróneas, de

actuar en forma exagerada o de subestimar las cosas.

En el primer capítulo, que sigue a esta introducción, me propongo mostrar estas tendencias

en mí misma tan objetivamente como pueda. Sin embargo, el asunto que voy a tratar está

profundamente relacionado con mi actitud respecto del báile de fin de curso, y si lo que pretendo

es rehabilitar mi nombre, debo comenzar recordando escenas que me son particularmente

dolorosas…

Ya he contado antes esta historia, principalmente ante la Comisión White, que la escuchó

con incredulidad. Cuando han muerto doscientas personas y se ha destruido una ciudad, resulta

fácil olvidar una cosa: Sólo éramos unos adolescentes, unos chicos que tratábamos de hacer las

cosas lo mejor que podíamos…

Debes de haberte vuelto loca.

La miró parpadeando, resistiéndose a creer lo que había oído. Se encontraban en la casa de él

y la televisión estaba encendida pero olvidada. Su madre había salido a visitar a Mrs. Klein, que

vivía enfrente. Su padre trabajaba en el sótano; construía una jaula.

Sue se veía disgustada pero decidida.

Así es como quiero que sea, Tommy.

-Pero yo no lo quiero así. Creo que es la locura más completa que he escuchado en mi vida.

Algo que sólo haría si perdiera una apuesta.

El rostro de Sue se puso tenso.

Vaya, me pareció que eras tú el que hacia los grandes discursos la otra noche. Pero cuando se

trata de poner en práctica lo que tu bocaza…

-Espera. No te pongas así -la interrumpió él con una sonrisa, sin sentirse ofendido-. No he

dicho que no, ¿verdad? Todavía no, en todo caso.

-Eres un…

-Espera, espera. Déjame hablar. Quieres que invite a Carrie White al baile de fin de curso.

Bien, eso lo entendí. Pero hay un par de cosas que no comprendo.

-Dímelas -dijo ella y se inclinó hacia delante.

-Primera: ¿de qué serviría? Y segunda: ¿qué te hace pensar que va a aceptar la invitación?

-¡Que no va a aceptar! Vamos… -se detuvo sin saber qué decir-. Tú…, todo el mundo te

encuentra simpático y…

-Sabemos perfectamente que Carrie no tiene ninguna razón para que la gente simpática

pueda interesarle.

-Contigo iría.

-¿Por qué?

Acosada, adoptó una actitud desafiante y orgullosa a la vez.

-Porque he visto la manera como te mira. Tú le gustas. Igual que a la mitad de las chicas de

la escuela.

El hizo girar los ojos.

-Bueno, sólo estoy mencionando un hecho -dijo Sue, a la defensiva-. No podrá rechazarte.

-Supongamos que te creo -concedió él-. ¿Qué hay de la otra cosa?

-¿Te refieres a de qué le va a servir? Bueno…, la sacará de su caparazón, por supuesto. La

hará… -empezó a decir, pero su voz se desvaneció.

-¿Participar? Vamos, Suze. Tú no crees esa tontería.

-De acuerdo -replicó ella-. Puede que tengas razón. Pero todavía creo que quizá debo pagar

algo.

-¿Te refieres a lo de las duchas?

-Es mucho más que eso. De no ser así, quizá lo habría dejado pasar, pero las bromas pesadas

no han parado desde la primaria. Hubo muchas de ellas en las que no participé, pero en algunas sí

Stephen King Carrie

lo hice. Y si hubiése estado en el grupo de Carrie, te aseguro que habría tomado parte en

muchas más. Parecía…, bueno, un enorme chiste. Las chicas somos capaces de un ensañamiento

que los muchachos no entienden realmente. Los chicos molestaban a Carrie a ratos y después la

olvidaban, pero ellas… no paraban nunca y ni siquiera recuerdo cuándo comenzó. Si yo estuviera

en lugar de Carrie, no me atrevería a mostrarme al mundo. Buscaría una gran roca para

esconderme.

-Erais pequeñas -dijo él-. Los niños no saben lo que hacen, ni siquiera saben que realmente

pueden herir los sentimientos de otra persona. No tienen, digamos, radar. ¿Comprendes?

Ella sintió que luchaba por expresar las ideas que todo esto hacía surgir en ella porque, de

pronto, le pareció que eso era lo fundamental y que iba más allá del incidente de las duchas como

el cielo va más allá de las montañas.

-¡Pero, en la práctica, nadie se entera nunca de que sus actos hieren realmente a otras

personas! La gente no mejora, sólo se hace más lista. Y cuando uno es más listo no deja de

arrancar las alas a las moscas, lo que ocurre es que, en ese momento, busca mejores razones para

hacerlo. Muchos dicen que sienten lástima por Carrie White -chicas en su mayoría y eso es para

morirse de risa-, pero te apuesto a que ninguna sospecha lo que significa ser Carrie White

veinticuatro horas al día. Realmente no les importa.

-¿Te importa a ti?

-No lo sé -gritó-. Pero alguien debería tratar de compadecerla de alguna manera correcta…,

de alguna manera que signifique algo.

-De acuerdo. La invitaré.

-¿Lo harás? -preguntó Sue, con sorprendida incredulidad. No había pensado que él accedería.

-Sí. Pero creo que me va a decir que no. Creo que sobreestimas mi atractivo. Eso de la

popularidad son tonterías. Es una obsesión que tú tienes.

-Gracias -dijo ella y sonó extraño, como si acabara de dar las gracias a un inquisidor que la

había torturado.

-Te amo -dijo él.

Ella lo miró sobresaltada. Era la primera vez que lo decía.

De Me llamo Susan Snell, pág. 6:

Hay mucha gente -hombres en su mayoría- a la que no sorprende – que yo pidiera a Tommy

que invitara a Carrie al baile de fin de curso. Pero si los sorprende que él lo hiciera, lo cual muestra

que la mente masculina espera muy poco de los miembros de su mismo sexo en lo que se refiere a

altruismo.

Tommy la llevó porque me amaba y porque eso era lo que yo deseaba. ¿Cómo, pregunta el

escéptico desde la platea, sabía usted que él la amaba? Porque me lo dijo, señor. Y si lo hubiese

conocido, esto-también habría sido suficiente para usted…

La invitó un jueves, después del almuerzo, y se dio cuenta de que se sentía tan nervioso

como un chico que asiste a su primera fiesta.

Estaba sentada cuatro hileras más allá de donde él se encontraba en la hora de estudio y,

cuando hubo terminado, se dirigió hacia ella atravesando la gran cantidad de cuerpos que se

precipitaban hacia la salida. Junto al escritorio del profesor, Mr. Stephens, un hombre alto que empezaba a engordar, doblaba sus papeles y los guardaba en un maletín color marrón pardusco.

-¿Carrie?

-¿Ah?

Levantó la vista y se echó hacia atrás con un gesto alarmado, como si esperara un golpe. El

día estaba cubierto y las luces fluorescentes del techo no favorecían, particularmente su pálido

rostro. Pero él vio por primera vez (porque, en. realidad, era la primera vez que la miraba) que

Stephen King Carrie

estaba muy lejos de parecer repelente. Su cara era más bien redonda y sus ojos eran tan

oscuros que parecían proyectar una sombra bajo los párpados, como dos magulladuras. Llevaba el

cabello, rubio pardusco, peinado hacia atrás y prendido en un moño que no le favorecía. Los labios

eran gruesos, casi exuberantes, los dientes de un tono blanco natural. Su cuerpo resultaba en gran

parte difícil de determinar. Un amplio jersey ocultaba su pecho, con excepción de dos pequeñas

protuberancias simbólicas. Llevaba una falda de bonitos colores, pero, de todos modos, su aspecto

era horrible: le caía hasta la mitad de la pierna en el estilo del año 1958 y se abría hacia los lados

en una extraña y desgarbada forma de «A». Tenía bonitas pantorrillas, fuertes y redondeadas (el

intento de ocultarlas bajo unos gruesos calcetines largos resultaba estrafalario y no conseguía su

objetivo).

Miraba con una expresión que era levemente temerosa y algo más. El comprendió; estaba

seguro de que sabía qué era ese algo más. Sue tenia razón, y este hecho le hizo pensar, por un

momento, si estaba haciendo algo amable o sólo empeorando las cosas.

-Si no te has comprometido para el baile, ¿querrías ir conmigo?

Ella parpadeó y, al hacerlo, sucedió algo extraño. Su duración pudo no haber sido más que

una fracción de segundo, pero después lo recordó con toda claridad, como sucede con los sueños o

la sensación de haber vivido antes un determinado momento. Sintió un mareo, como si su- mente

ya no controlara su cuerpo; la desagradable sensación de descontrol que asociaba con el exceso en

la bebida hasta sentir el deseo de vomitar.

Luego desapareció.

-¿Qué? ¿Qué?

Por lo menos no estaba enfadada. Él había esperado una breve ráfaga de furia y, en seguida,

un cambio radical. Pero ella no se había enfadado; parecía incapaz de hacer frente a lo que él le

había dicho. En ese momento habían quedado solos en la sala de estudio, perfectamente colocados

entre el flujo de los estudiantes que se iban y el reflujo de los que llegaban.

-El baile de fin de curso -dijo él, un poco desconcertado-. Es el próximo viernes y sé que es

un poco tarde para…

-No me gusta que me hagan bromas -replicó ella con suavidad y bajó la cabeza. Vaciló sólo

un segundo y luego pasó junto a él. Se detuvo, giró y, de pronto, él se dio cuenta de que había

dignidad en ella, una dignidad tan desprovista de afectación que él dudó de que ella se diera cuenta

de que la tenia-. ¿Creéis que me vais a tomar el pelo toda la vida? Sé con qué chica sales tú.

-Nunca salgo con quien no deseo hacerlo -dijo Tommy pacientemente-. Te estoy invitando

porque quiero hacerlo.

Sabía que, en último término, ésa era la verdad. Sue estaba haciendo un gesto de expiación,

pero sólo en forma indirecta.

Comenzaron a entrar los alumnos que asistían a la hora siguiente, y algunos los observaban

con curiosidad. Dale Ullman dijo algo a un muchacho que Tommy no conocía y ambos se rieron

disimuladamente.

-Ven -dijo Tommy. Salieron al vestíbulo.

Habían realizado la mitad del trayecto hacia el Ala IV -en dirección contraria al aula de

élcaminando juntos, aunque quizá sólo por casualidad, cuando ella dijo en una voz muy baja que

casi no se le oía.

-Me encantaría ir. Me encantaría.

El era bastante perspicaz como para darse cuenta de que no se trataba de una aceptación y,

una vez más, le asaltó la duda. En todo caso, ya lo había comenzado.

-Hazlo entonces. Será bueno. Para los dos. Dios encargaremos de eso.

-No -replicó ella. Viendo su expresión triste y pensativa, alguien podría haber pensado

equivocadamente que era hermosa-. Será una pesadilla.

-No he comprado las entradas -dijo él como si no hubiese escuchado-. Hoy es el último día

que las venden.

-Oye, Tommy. -gritó Brent Gillian-, vas equivocado; el aula está al otro lado.

Stephen King Carrie

Ella se detuvo.

-Vas a llegar retrasado.

-¿Irás?

-Tu clase -dijo ella, llena de inquietud-. Tu clase. Va a sonar el timbre.

-¿Irás?

-Sí -respondió ella con desanimada ira-. Sabías que yo lo haría.

Bruscamente se pasó el dorso de la mano por los ojos.

-No -replicó él-, pero ahora lo sé. Pasaré a buscarte a las siete y media.

-De acuerdo -murmuró-. Gracias. Pareció que se iba a desmayar.

Y entonces, con una tremenda incertidumbre, él le tocó la mano.

De Explosión en las Sombras, págs. 74-76;

Es probable que ningún otro aspecto de este episodio de la historia de Carrie White haya sido

tan mal interpretado, tan analizado a la luz de impresiones tardías y tan rodeado de misterio como

la parte que le correspondió a Thomas Everett Ross, el malogrado estudiante que acompañó a

Carrie al baile de la escuela.

Morton Cratzchbarken, en una conferencia reconocidamente sensionalista que pronunció el

año pasado durante el Coloquio Nacional sobre Fenómenos Psíquicos, manifestó que los dos

sucesos más anonadantes del siglo xx han sido al asesinato de John F. Kennedy, en 1963, y la

destrucción de Chamberlain, Maine, en mayo de 1979. Cratzchbarken señala que ambos hechos

llegaron directamente al público a través de medios de comunicación de gran alcance y ambos

habían casi gritado el hecho aterrador de que mientras algo había terminado, otra cosa se había

puesto en marcha en forma irrevocable, para bien o para mal. Si se me permite hacer la

comparación, entonces, Thomas Ross desempeñó el papel de Lee Harvey Oswald: el elemento

desencadenante en una catástrofe. Nos queda preguntarnos: ¿lo hizo a sabiendas?

Susan Snell, según propia confesión, debía haber asistido al baile anual acompañada por

Ross. Ella afirma que insinuó a Ross que llevara a Carrie como acto reparador por su participación

en el incidente de las duchas. Los que rechazaban esta historia, encabezados recientemente por

George Jerome, de Harvard, afirman que se trata de una distorsión sumamente romántica o de una

abierta mentira. Jerome sostiene en forma enfática y elocuente que difícilmente podemos

considerar típico de un adolescente el deseo de «expiar» por algo, particularmente por una ofensa

contra uno de sus iguales que ha sido condenado al ostracismo por un grupo.

«Resultaría muy edificante para todos si pudiéramos creer que la naturaleza humana en su

adolescencia es capaz de salvar, con un ge sto de ese tipo, el orgullo y la propia consideración del

pájaro que está situado más abajo en la escala ornitológica -ha dicho Jerome en un reciente número

de The Atlantic Monthly-, pero nosotros tenemos otro punto de vista. El pájaro que cae nunca se ha

visto tiernamente auxiliado por sus congéneres; más bien, por el contrario, se lo despacha en forma

rápida y despiadada.»

Jerome, por supuesto, tiene toda la razón en especial en lo que se refiere a los pájarosy es

indudable que su elocuencia es en gran parte responsable del auge de la teoría del «bromista» que

la Comisión White analizó pero no llegó a formular. Según esta teoría, Ross y Christine Hargensen

(ver págs. 10-18) eran los responsables de una vaga conspiración para llevar a Carrie White al

baile y, una vez allí, completar su humillación. Algunos teóricos (escritores de novelas policíacas

en su mayoría) también afirman que Susan Snell participó activamente en esta maquinación. Eso

da a Mr. Ross el peor de los papeles, el del autor de bromas pesadas que lleva deliberadamente a

una chica inestable a una situación de extrema tensión.

Por lo que se sabe de la personalidad de Mr. Ross, este autor no cree que eso sea probable.

Ésta es una faceta que ha permanecido en gran medida sin ser explorada por sus detractores, que lo

Stephen King Carrie

han descrito como un atleta anodino que afirmaba su personalidad en su camarilla; la

expresión «cretino en forma» resume perfectamente este punto de vista sobre Tommy Ross.

Es cierto que Ross era un atleta dotado de una capacidad superior a la del promedio. Entre

todos, se distinguía en el béisbol y pertenecía al equipo seleccionado de «Ewen» desde su segundo

año. Dick O’Connell, director general de los «Boston Red Sox», ha señalado que se habría ofrecido

a Ross una importante prima para que firmara un contrato, de haber vivido, por supuesto.

Pero Ross también era un estudiante que obtenía las más altas calificaciones (lo que

difícilmente concuerda con la imagen del «cretino en forma») y sus padres han dicho que había

decidido que el béisbol profesional tendría que esperar hasta el término de sus estudios

universitarios; esperaba obtener un título en Inglés. Entre sus intereses estaba la poesía: un poema

suyo, escrito seis meses antes de su muerte, fue publicado en una prestigiosa «revistita» llamada

Everleaf. Aparece incluido en el Apéndice V.

Los compañeros de curso que le sobrevivieron también hablan de él en forma muy elogiosa,

y esto no deja de ser significativo. Sólo hubo doce sobrevivientes de lo que la Prensa popular ha

dado en llamar «la noche funesta». Los que no asistieron fueron en gran parte los estudiantes

menos populares de la escuela. Si estos «proscritos» lo recuerdan como una persona amistosa y

afable (algunos lo describieron como «un tío fabuloso»), ¿no parece que la tesis que sostiene el

profesor Jerome pierde consistencia?

Los antecedentes escolares de Ross -que no pueden ser fotocopiados aquí, respetando una

ley estatal que lo prohibe- reunidos gracias a los recuerdos de sus compañeros de curso y de los

comentarios de parientes, vecinos y profesores, forman la imagen de un joven extraordinario. Lste

es un hecho que difiere por completo del cuadro que nos presenta el profesor Jerome: un

perdonavidas astuto con una gran dependencia de sus compañeros de pandilla. Parece que tenía

una notable tolerancia en relación con los insultos verbales y la suficiente independencia del grupo

como para invitar a Carrie, en primer lugar. De hecho, Tommy Ross parece haber sido un caso

algo insólito: un joven con conciencia social.

No trataremos aquí de decir que fue un santo, no hay por qué hacerlo. Pero mis intensas

investigaciones me han convencido en el sentido de que no era una gallina en el corral de una

escuela pública, que contribuía es túpidamente a la ruina de un ser más débil…

Yacía

(no le tengo miedo a ella no le tengo miedo) en su cama con un brazo cólocado sobre sus

ojos. Era el sábado por la noche. Si iba a hacerse el vestido que había pensado tendría que empezar

al día siguiente

(no tengo miedo mamá) a más tardar. Ya tenía el género; lo había comprado en «John’s», en

Westover. Su pesada suntuosidad de terciopelo plegado la asustaba. El precio también la había

asustado y asimismo se había sentido intimidada por las dimensiones del local, las elegantes damas

que circulaban por todos lados con sus delgados vestidos primaverales y que examinaban piezas de

tela. Había algo extraño en la atmósfera, y su eco se sentía por todos lados, algo que estaba a un

mundo de distancia del «Woolworth’s» de Chámberlain donde normalmente compraba sus telas.

Se sentía intimidada, pero no paralizada. Porque, si quisiera, podría arrojarlas a todas

chillando a la calle. Maniquíes que se caían, instalaciones eléctricas que se desprendían, rollos de

tela lanzados por el aire desenrollándose como serpentinas. Al igual que Sansón en el templo,

podía hacer llover la destrucción sobre sus cabezas, si quería.

(no tengo miedo)

El paquete estaba escondido en un estante en el sótano. Lo iba a sacar. Esa noche.

Abrió los ojos.

Doblégate.

El escritorio se elevó en el aire, se estremeció un momento y luego se alzó casi hasta tocar el

techo. Lo bajó. Lo subió. Lo bajó. Luego la cama, incluyendo su propio peso. Arriba. Abajo.

Arriba. Abajo. Como un ascensor.

Stephen King Carrie

Casi no experimentaba ningún cansancio. Bueno, un poco. No demasiado. La capacidad, casi

perdida dos semanas atrás, estaba en plena forma. Había progresado a una velocidad que era…

Bueno, casi aterradora.

Y en ese momento, aparentemente sin ser llamados -como el conocimiento de la

menstruación- habían acudido una serie de recuerdos, como si se hubiese derrumbado una represa

mental para que extrañas aguas pudieran salir a borbotones. Eran los recuerdos vagos y

distorsionados de una pequeña, pero de todos modos muy reales. Los cuadros que bailaban en las

paredes, las llaves que abrían desde el otro extremo del cuarto; su madre que le pedía

(Carrie, cierra las ventanas que va a llover) que hiciera algo y las ventanas que se cerraban

con un golpe en toda la casa; el día que desinfló simultáneamente las cuatro ruedas del

«Volkswagen» de Mrs. Macaferry; las piedras…

(¡¡¡¡¡¡no no no no!!!!!!) pero ya no podía apartar de su memoria el recuerdo, como tampoco

podía rechazar el flujo menstrual, y ese recuerdo no es difuso, no, ése no; ése se muestra con

brillante crudeza, como el contorno anguloso de un rayo: la pequeña

(mamá suéltame mamá no puedo respirar mi garganta oh mamá me arrepiento de haber

mirado oh mi lengua sangre en mi boca) la pobre pequeña

(chillando: puerca ya sé cómo eres ya sé lo que tengo que hacer contigo)

la pobre pequeña tendida en el umbral del armario, con la mitad del cuerpo fuera de él,

viendo estrellas negras que bailaban sobre las cosas, con un dulce y lejano zumbido, la lengua

hinchada asomada entre los labios, el cuello ceñido con un anillo de piel abultada y escocida donde

su madre había intentado estrangularla y que luego volvía, que volvía por ella, mamá tenía el

cuchillo carnicero de papá

(arrancarlo tengo que arrancar el mal la indecencia pecados de la carne sé lo que es eso los

ojos arrancarte los ojos)

en su mano derecha, la cara de mamá contraída, agitándose, el mentón cubierto de baba, con

la Biblia de papá en la izquierda

(nunca volverás a mirar esa desnudez perversa), y algo se desencadenó, no se desencadenó

sino se DESENCADENÓ algo enorme, sin forma, titánico, un manantial de poder que ya no era

suyo en ese momento y nunca volvería a serlo, y entonces algo se estrelló contra el techo y mamá

dio un grito y la Biblia de papá cayó al suelo y eso fue bueno y luego más golpes y ruidos y

entonces los muebles de la casa empezaron a volar en todas direcciones y mamá dejó caer el

cuchillo y se hincó y comenzó a rezar, levantando los brazos al cielo y balanceándose sobre las

rodillas, mientras las sillas se disparaban por el vestíbulo y en el piso superior se volcaban las

camas y la mesa del comedor que se atascaba al intentar pasar por una ventana y luego los ojos de

mamá que se agrandaban enloquecidos, desbordantes y su dedo apuntaba a la pequeña

(eres tú eres tú engendro del diablo bruja endemoniada tú lo estás haciendo)

y entonces cayeron las piedras y mamá se había desmayado con el crujido y el estrépito que

era como las pisadas de Dios y después…

Después ella también se había desmayado. No había más recuerdos. Mamá no habló de eso.

El cuchillo volvió a su lugar en el cajón. Mamá curó las azuladas magulladuras de su cuello y

Carrie pareció recordar que le había preguntado a su madre cómo se las había hecho y que su

madre había apretado los labios sin decir nada. Poco a poco, todo se olvidó. El ojo de la memoria

sólo se abría en algunos sueños. Los cuadros ya no bailaron en las paredes. Las ventanas no se

cerraban solas. Carrie no recordaba que las cosas pudiesen haber sido diferentes. No, hasta ese

momento.

Estaba tendida en la cama, mirando el techo, sudaba.

-¡Carrie! ¡La cena!

-Gracias,

(no tengo miedo) mamá.

Se levantó y se puso una cinta color azul oscuro en el pelo. Luego bajó.

Stephen King Carrie

De Explosión en las Sombras, pág. 59:

¿Hasta qué punto se manifestaba este «fantástico talento» y qué pensó de él, según su

exagerada ética cristiana, Margaret White? Probablemente nunca lo sabremos. Pero uno se siente

inclinado a pensar que la reacción de Mrs. White debió de ser extrema…

-No has probado la tarta, Carrie -dijo la madre, levantando la vista del panfleto que había

estado examinando mientras bebía su taza de té «Constant Comment»-. Está hecha en casa.

-Me hace salir granos, mamá.

-Tus granos son una manera que tiene el Señor de castigarte. Vamos, cómete la tarta.

-¿Mamá?

-¿Sí?

Carrie se lanzó al vacío.

-Tommy Ross me ha invitado al baile de fin de año…

El panfleto quedó olvidado. Su madre la miraba con ojos desmesurados cuya expresión decía

claramente: Mis oídos me engañan. Las ventanillas de la nariz se le dilataron como las de un

caballo que ha oído el, seco castañeteo de una serpiente de cascabel.

Carrie trató de tragar algo que le obstruía la garganta y sólo

(no tengo miedo oh sí lo tengo) lo consiguió en parte.

-… y él es muy buen chico. Me prometió que pasaría a saludarte antes de irnos y…

-No.

-… traerme de vuelta a las once. Yo he…

-¡No, no, y no!

-… aceptado. Mamá, por favor, comprende que tengo que empezar a… a tratar de habérmelas

con el mundo. Yo no soy como tú. Yo soy rara. Quiero decir que los chicos piensan así. No quiero

serlo. Quiero tratar de ser persona antes de que sea demasiado tarde para…

Mrs. White arrojó el té en la cara de Carrie.

Sólo estaba tibio, pero no podría haber interrumpido las palabras de Carrie con mayor

rapidez si hubiese estado caliente. Se quedó petrificada mientras el liquido ambarino chorreaba por

sus mejillas y el mentón, y caía sobre su blusa blanca formando manchas que se agrandaban. Era

pegajoso y tenía olor a canela.

Mrs. White temblaba. En su rostro paralizado sólo se movían las ventanillas dé la nariz.

Bruscamente echó la cabeza hacia atrás y gritó hacia el cielo:

-¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!

Parecía morder ferozmente las sílabas. Carrie permanecía inmóvil.

Mrs. White se levantó y se acercó, rodeando la mesa. Sus dedos se estremecían y se

encorvaban formando garras. Su rostro mostraba una expresión de locura en la que la compasión

se mezclaba con el odio.

-Al armario -dijo-. Vete al armario y reza.

-No, mamá.

-Chicos. Sí, eso es lo que viene después. Después de la sangre. vienen los chicos. Olfateando

como perros, mostrando los dientes y babeando, tratando de descubrir de dónde viene el olor.

¡Ese… olor!

Alzó todo el brazo para dar la bofetada y el sonido de la palma de su mano contra el rostro

de Carrie

(oh Dios tengo un miedo horrible) vibró como el chasquido de una correa. Carrie

permaneció sentada, aunque la parte superior de su cuerpo se tambaleó. La mancha sobre su

mejilla fue primero blanca y luego rojo sangre.

-La marca -dijo Mrs. White. Sus ojos eran enormes, pero sin expresión. Respir aba con

movimientos rápidos y desesperados. Parecía hablar consigo misma mientras la . gárra bajaba

hacia el hombro de Carrie y la empujaba fueía de la silla-. La he visto, claro que la he visto. Oh, sí.

Stephen King Carrie

Pero. Yo. Nunca. Lo hice. Sólo él. !Él. Me obligó… -Se detuvo. Sus ojos se dirigían hacia el

techo con una mirada vaga. Carrie estaba aterrada. Su madre parecía en medio de la agonía de una

gran revelación que podría destruirla.

-Mamá…

-En los coches. Oh, sé dónde te abrazan. Las afueras de la ciudad. Los albergues-de

carretera. El whisky. Olfatean… ¡oh, lo huelen en ti! -exclamó y su voz se convirtió en un grito.

Los músculos se le hinchaban en el cuello y su cabeza giraba hacia arriba en una búsqueda.

Mamá, es mejor que te calmes.

Eso pareció devolverla bruscamente a alguna difusa realidad. Sus labios temblaron con una

especie de sorpresa rudimentaria y se detuvo, como si tratara de orientarse en un mundo

desconocido.

Al armario -murmuró-. Vete al armario y reza.

-No.

Su madre levantó la mano para golpearla.

-¡No!

La mano se detuvo en el aire. Mrs. White levantó la vista para mirarla, como para comprobar

si todavía la tenía.

El plato de la tarta se separó súbitamente de la bandeja, voló por la habitación y se .fue a

estrellar junto a la puerta del living.

-Voy a ir al baile, mamá.

La taza vacía se alzó, pasó junto a Mrs. White y se hizo pedazos contra la cocina. Ella dio un

chillido y cayó de rodillas con las manos sobre la cabeza.

-Hija del diablo -gimió-. Hija del diablo, engendró de Satán… -Mamá levántate,

-Lascivia y libertinaje, los deseos de la carne…

-¡Levántate!

I.,a voz desfalleció, pero ella se levantó manteniendo las manos sobre la cabeza, como- `un

prisionero de guerra. Sus labios se movían. A Carrie le pareció que estaba rezando el Padrenuestro.

-No quiero luchar contra ti, mamá -dijo, y pareció como si su voz estuviese a punto de

disolverse. Se esforzó por recuperar el control-. Sólo deseo que me dejen vivir mi propia vida.

Yo…, a mí no me gusta la tuya.

Se detuvo y no pudo dominar su sensación de horror; había lanzado la blasfemia capital, mil

veces peor que la palabra con «p».

-Bruja -murmuró su madre-. El libro del Señor dice: «No permitirás que una bruja viva.» Tu

padre continuó la obra del Señor…

-No quiero hablar de eso -la interrumpió Carrie. Siempre se inquietaba cuando su madre se

refería a él-. Sólo pretendo que entiendas que las cosas van a cambiar, mamá. -Sus ojos brillaron-.

Será mejor que Ellos lo entiendan también.

Pero Mrs. White volvía a hablar en un susurro, como consigo misma.

Insatisfecha, con una sensación de anticlímax en la garganta y una sorda cólera en el

estómago, Carrie bajó al sótano a buscar la tela de su vestido.

Se estaba mejor que en el armario. Eso era cierto. Cualquier cosa era mejor que el armario

con su luz azul y el sofocante olor a transpiración y su propio pecado. Cualquier cosa. Todo.

Permaneció de pie con el paquete apretado contra el pecho y cerró los ojos, excluyendo así el

débil resplandor de la desnuda bombilla del sótano cubierta con telarañas. Tommy Ross no sentía

nada por ella; lo sabía. Esa era alguna extraña expiación y podía comprenderla, podía responder a

ella. Desde que tenía uso de razón había convivido con la idea de la penitencia.

Él había dicho que sería bueno, que se encargaría de ello. Bien, ella se encargaría de ello. Y

que se cuiden de no hacer nada. Será mejor que no lo hagan. No sabía si su capacidad provenía del

dios de la luz o del de las tinieblas y en ese momento, al descubrir finalmente que no le importaba,

Stephen King Carrie

se sintió invadida por un alivio casi indescriptible, como si un peso enorme, arrastrado

durante mucho tiempo, hubiese resbalado de sus hombros.

Arriba, Mrs. White seguía susurrando. No rezaba el Padrenuestro; era el Exorcismo del

Deuteronomio.

De Me llamo Susan Snell, pág. 23:

Y, por último, incluso hicieron la película.

La vi en el mes de abril. Cuando salí, sentí verdadero asco. Cada vez que sucede algo

importante en los Estados Unidos tenemos que colorearlo y ponerlo en un marco. De ese modo,

uno ya puede olvidarlo. Y olvidarse de Carrie White puede ser un error gravísimo; nadie parece

darse cuenta…

Lunes por la mañana; el director Grayle y Mr. Péter Morton el subdirector, estaban bebiendo

café en la oficina del primero.

-¿No se ha sabido nada de Hargensen todavía? -preguntó Morty. Sus labios se curvaron en

una sonrisa maliciosa al estilo John Wayne, que parecía un poco asustada hacia los bordes.

-Nada. No ha dicho ni pío. Y Christine Hargensen ha dejado de presumir con eso de que su

padre nos iba a poner de patitas en la calle -contestó Grayle con la cara larga, y sopló su café.

-No parece que estuvieras muy satisfecho.

-No; no lo estoy. ¿Sabías que Carrie White va a asistir al baile?

Morty parpadeó.

-¿Con quién? ¿Con la Urraca?

La Urraca era Freddy Holt, otro de los desplazados de la escuela. Empapado hasta los

huesos, quizá llegara a pesar 45 kg, de los cuales el observador desprevenido adjudicaría la mitad a

su nariz.

-No -respondió Grayle-. Con Tommy Ross.

Morty se atragantó con el café y sufrió un ataque de tos.

-Yo tuve la misma impresión -comentó Grayle.

-¿Y qué pasa con su novia, la chica Snell?

-Creo que ella lo metió en esto -dijo Grayle-. Ciertamente que parecía sentirse muy culpable

por lo de Carrie White cuando hablé con ella. Ahora está trabajando con el comité de decoración,

parece realizada, como si no asistir al baile de fin de curso de su último año de escuela no fuera

nada.

-Oh -dijo Morty prudentemente.

-En cuanto a Hargensen… Creo que debe de haber hablado con algunas personas y

descubierto que, en realidad, podíamos demandarlo en nombre de Carrie White si queríamos. Creo

que decidió cortar por lo sano. La hija es lo que me preocupa.

-¿Crees que va a ocurrir algo el viernes por la noche?

-No lo sé. Lo que sé es que Chris tiene un montón de amigos que van a estar allí. Además,

ella sale con Billy Nolan y ese chico ya es un lío; tiene amigos como para llenar un zoológico. De

los que se especializan en asustar a señoras embarazadas. Por lo que he oído, Chris Hargensen lo

tiene cogido por las narices.

-¿Temes algo en concreto?

Grayle hizo un gesto de inquietud.

-¿Concreto? No. Pero conozco demasiado este juego como para no darme cuenta de que la

cosa se presenta mal. ¿Te acuerdas del partido con el equipo de Stadler en 1976?

Morty asintió. Se necesitaban más de tres años para borrar el recuerdo del partido Ewen vs.

Stadler. Bruce Trevor había sido un alumno regular, pero era un jugador de baloncesto realmente

fantástico. Gaines, el entrenador, no le tenía simpatía, pero gracias a Trevor, «Ewenp iba a ser

seleccionado para el torneo del área por primera vez en diez años. Fue expulsado del equipo una

Stephen King Carrie

semana antes del último partido que debía ganar «Ewen» para clasificarse. Una inspección

rutinaria de los armarios había permitido descubrir un kilo de marihuana detrás de sus libros de

educación cívica. «Ewen» perdió el partido y su participación en el torneo- por 104-48. Pero nadie

se acordaba de todo eso; lo que todo el mundo recordaba era el motín que había interrumpido el

juego en el cuarto tiempo. El tumulto, dirigido por Bruce Trevor, quien con toda razón afirmaba

que le habían hecho una mala jugada, terminó, en definitiva, con cuatro personas en el hospital.

Una de ellas fue el entrenador del equipo de Stadler, quien había sido golpeado en la cabeza con un

botiquín. -Tengo esa sensación -dijo Grayle-. Un presentimiento. Alguien se va a presentar con un

montón de manzanas podridas o algo parecido.

A lo mejor tienes poderes extrasensoriales -dijo Morty.

De Explosión en las Sombras, págs. 92-93:

Actualmente, casi todo el mundo está de acuerdo con que el fenómeno de la telecinesia tiene

caracteres genéticos recesivos. Pero es lo opuesto de una enfermedad como la hemofilia, que se

hace manifiesta sólo en los varones. En esta enfermedad, llamada en un tiempo «el mal de los

reyes, el gen tiene carácter recesivo en la mujer, y ella no sufre ningún daño. Los descendientes

varones, en cambio, son «hemorrágicos». Esta enfermedad se propaga sólo si un hombre que la

padece se casa con una mujer que sea portadora del gen recesivo. Si el vástago de esa unión es

varón, será un niño hemofilico; si es mujer, será portadora del gen. Debemos insistir en que el gen

de la hemofilia puede existir en forma recesiva en un hombre como parte de su constitución

genética. Pero, si se casa con una mujer que porte el mismo gen proscrito, se puede producir un

caso de hemofilia si el vástago es hombre.

En las familias reales, donde los matrimonios entre parientes eran comunes, existían muchas

posibilidades de que el gen se propagara una vez que entraba en el árbol genealógico; de ahí el

nombre «Mal de los reyes». La hemofilia se dio también, en proporción significativa, en los

Apalaches, durante la primera parte del siglo, y se la advierte con frecuencia en aquellas culturas

en las que el incesto y el matrimonio entre primos son corrientes.

En la telecinesia, el varón aparece como portador; el gen también puede encontrarse en

forma recesiva en la mujer, pero el dominante se da sólo en las mujeres. Parece que Ralph White

era portador del gen. Margaret Brigham, por pura coincidencia, llevaba también el signo genético

proscrito, pero podemos tener la seguridad de que era recesivo, puesto que no se ha encontrado

ningún dato que indique que tenía poderes telecinéticos parecidos a los de su hija. Actualmente se

están haciendo investigaciones sobre la vida de la abuela de Margaret Brigham, Sadie Cochran.

Porque si la pauta de genes dominantes y recesivos rige para la telecinesia en la misma forma que

para la hemofilia, Mrs. Cochran debe de haber tenido el gen telecinético dominante.

Si el descendiente del matrimonio White hubiese sido hombre, habríamos tenido otro

portador. Existen grandes posibilidades de que la mutación hubiese desaparecido con él, puesto

que ni Ralph White ni Margaret Brigham tenían primos de una edad apropiada como para que se

casara con el teórico hijo varón del matrimonio. Y las posibilidades de casarse al azar con una

mujer que tuviese el gen son mínimas. Ninguno de los equipos que estudian este problema han

podido aislar el gen.

No cabe duda de que, a la luz del holocausto de Maine, aislar el gen debe convertirse en la

primera prioridad de la investigación médica. La hemofilia o gen H, produce un descendiente

varón que padece una insuficiencia de plaquetas en la sangre. La telecinesia o gen TC, produce

verdaderos tifones femeninos capaces de destruir casi a voluntad…

Miércoles por la tarde.

Susan y catorce alumnos más -el comité de decoración, nada menos- estaban trabajando en el

enorme mural que sería colgado detrás de las dos plataformas idénticas instaladas para las

orquestas. El tema era Primavera en Venecia. (Sue se preguntaba quién elegiría esos temas tan

Stephen King Carrie

falsos y rebuscados. Hacía cuatro años que era alumna de «Ewen», había asistido a dos

bailes y todavía no lo sabia. Y por último, ¿para qué necesitaban un maldito tema? ¿Por qué

simplemente no hacer un baile sin tanta etiqueta y acabar de una vez?) George Chizmar, el alumno

de más talento artístico de Ewen, había realizado un pequeño bosquejo con tiza, que mostraba unas

góndolas en un canal al atardecer y un gondolero con un enorme sombrero de paja apoyado sobre

la caña del timón, mientras un magnífico resplandor en tonos rojos, anaranjados y rosa brillaba en

el cielo y en el agua. Era muy hermoso, sin duda. Había repetido el contorno del dibujo sobre un

gran lienzo de 6 X 4 m y numerado las distintas secciones correspondientes a los diversos matices

de color. Y, en ese momento, el comité estaba pacientemente dedicado a colorearlo, como niños a

gatas sobre una página enorme de un gigantesco libro para pintar. «Con todo -pensó Sue mientras

se miraba las manos y los brazos cubiertos de tiza color rosa, iba a ser el más hermoso de los bailes

que se habían realizado.»

Helen Shyres, que trabajaba a su lado, se sentó en cuclillas, se estiró y cuando su espalda

produjo un leve crujido, lanzó un gemido. Se apartó un mechón de pelo de la frente con el dorso de

la mano y se dejó una mancha rosa.

-No sé cómo diablos me convenciste para que me metiera en esto.

-Quieres que todo sea muy bonito, ¿verdad? -dijo Sue imitando a Miss Geer, la solterona que

dirigía el comité de decoración (también conocida como la señorita Bigotes).

-Sí, pero ¿por qué no el comité de bebidas o el de festejos? Se usa más la mente y una no

tiene que romperse las espaldas; la mente es mi especialidad. Además, tú ni siquiera vas a…

-comenzó, pero se tragó las últimas palabras.

-¿Asistir? -completó Susan, y encogiéndose de hombros, volvió a coger la tiza. Sentía un

monstruoso calambre en la mano-. No, pero, de todos modos, quiero que salga bien. -Añadió

tímidamente-: Tommy va a asistir.

Siguieron trabajando en silencio durante un rato y luego Helen se detuvo nuevamente. No

había nadie cerca de ellas; la próxima era Holly

Marshall, que coloreaba la quilla de la góndola en el otro extremo del mural.

-¿Puedo preguntarte una cosa, Sue? preguntó finalmente Helen-. Santo Dios, todo el mundo

habla de eso.

-Por supuesto -respondió Sue. Dejó de pintar y dobló la mano-. Quizá debería contárselo a

alguien para que la historia quede clara. Yo le pedí a Tommy que llevara a Carrie. Espero que eso

la haga salir un poco de sí misma…, que eche abajo algunas de las barreras. Creo que se lo debo. ‘

-Después de eso, ¿dónde quedamos todas las demás? ,-preguntó Helen sin rencor.

Sue se encogió de hombros.

-Cada una tiene que decir qué actitud va a tomar respecto a lo que hicimos, Helen. Yo no

puedo tirar piedras. Pero no quiero que la gente crea que me estoy, eh…

-¿Haciendo el mártir?

-Algo así.

-¿Y Tommy aceptó? -preguntó Helen. Ésa era la parte que más le fascinaba.

-Sí -respondió Sue sin dar más detalles. Después de una pausa, agregó-: Supongo que los

otros chicos piensan que soy presumida.

Helen reflexionó un momento.

-Bueno…, todos hablan de eso. Pero la mayoría todavía piensa que no hay nada malo

contigo. Como tú misma me decías, tomas tus propias decisiones. Sin embargo, existe una pequeña

facción disidente. -Sonrió con tristeza.

-¿El grupo de Christine Hargensen?

-Y el de Billy Molan.

-No me tiene mucha simpatía -dijo Sue, y la afirmación era, al mismo tiempo, una pregunta.

-Susie, te odia a muerte.

Stephen King Carrie

Susan asintió, sorprendida al descubrir que la idea la angustiaba y la provocaba al mismo

tiempo.

-Oí decir que su padre iba a poner un pleito a la escuela, y luego había cambiado de parecer

-dijo.

Helen se encogió de hombros.

-No se ha hecho de muchos amigos con todo eso -comentó-. No sé qué nos pasó, no sé qué le

pasó a cada una de nosotras. Ya no sé ni lo que quiero.

Siguieron trabajando en silencio. En el otro extremo de la sala, Don Barret instalaba una

escalera y se preparaba para adornar con papel crepé las vigas de acero que cruzaban el techo.

-¡Mira! -exclamó Helen-. Ahí va Chris.

Susan levantó la vista justo a tiempo para verla entrar en. el cuchitril que servía de oficina,

junto a la entrada del gimnasio. Llevaba unos ceñidos pantalones de terciopelo color vino y una

blusa blanca que parecía de seda -sin sujetador, a juzgar por la manera en que las cosas se movían

en la parte delantera-, el sueño de un viejo verde, pensó agriamente Sue, y luego se preguntó qué

podría estar haciendo Chris en el lugar en que el comité del baile había instalado su tienda. Por

supuesto que Tina Blake estaba en el comité y ambas eran uña y carne. Basta ya, se reprendió a sí

misma. ¿Acaso quieres verla vestida de penitente y con cenizas en la cabeza? Reconoció que sí.

Una parte de ella quería exactamente eso.

-¿Helen?

-¿Hummm?

-¿Estás planeando algo?

En el rostro de Helen apareció una máscara de reserva.

-No lo sé -dijo, y su voz sonó ligera, con una inocencia exagerada.

-Ah -dijo Sue con tono neutro.

(sabes sabes algo: reconócelo, maldita sea, y ten el valor de actuar por ti misma).

Siguieron pintando y ninguna volvió a hablar. Sabia que las cosas no andaban tan bien como

Helen afirmaba. No podía ser; a los ojos de sus compañeros ya nunca volvería a ser la misma chica

que admiraban. Había hecho algo irrefrenable y peligroso: había roto la apariencia y mostrado la

cara.

El último sol de la tarde, tibio como aceite y dulce como la infancia, penetró oblicuo por las

altas y brillantes ventanas del gimnasio.

De Me llamo Susan Snell, pág. 40.

Puedo comprender algunos de los elementos que deben de haber preparado la situación que

se produjo en el baile. Aunque resulte horrible, comprendo que una persona como Billy Nolan, por

ejemplo, haya podido entrar en el juego. Chris Hargensen lo tenía cogido de las narices -por lo

menos la mayor parte del tiempo-. Y Billy arrastraba a sus amigos con la misma facilidad. Kenny

Garson, que abandonó la escuela a los dieciocho años, tenía un nivel de lectura de tercer año de

primaria, comprobado. En sentido clínico, Steve Deighan era un poco menos que un retrasado

mental. Algunos de los otros estaban fichados por la Policía; uno de ellos, Jackie Talbot, fue

detenido por primera vez a los nueve años por robar tapacubos de los coches: Si uno tiene la

mentalidad de un asistente social, puede incluso considerar a esta gente como víctimas

lamentables.

Pero, . ¿qué podemos decir de la actitud de Chris Hargensen?

Me parece que, en todo momento, su primer y único objetivo fue la destrucción completa y

total de Carrie White…

-No debo hacerlo -dijo Tina Blake sintiéndose incómoda. Era una chica pequeña, bonita, con

una cascada de pelo rojizo. Un lápiz que llevaba metido entre el cabello le daba un aire de

importancia-. Si Norma vuelve y se entera, se lo contará a las demás.

Stephen King Carrie

-Está en el aseo -dijo Chris-. Vamos.

Un poco sobresaltada, Tina no pudo controlar una risita. De todos modos, opuso una

resistencia simbólica.

-En todo caso, ¿por qué quieres verlo? Tú no puedes asistir.

-Eso no te importa -replicó. Como siempre, parecía desbordante de mal humor.

-Ahí lo tienes -dijo Tina, y deslizó. por el escritorio una hoja envuelta en plásticos-. Voy a

salir a beber una «Coca-Cola». Si la intrusa de Norma Watson vuelve y te sorprende, yo no te he

visto.

-De acuerdo -murmuró Chris, ya absorta en el plano del gimnasio que contenía la

distribución para la fiesta. No oyó cuando se cerró la puerta.

George Chizmar también había dibujado el plano, de modo que era perfecto. La pista de

baile estaba claramente indicada. Dos plataformas. El estrado donde se coronaría al rey y a la

reina,

(me gustaría coronar a esa maldita zorra de Carrie también)

hacia el final de lá fiesta. Alineadas a los tres costados de la pista se encontraban las mesas

de los asistentes. Mesas para jugar a las cartas en realidad, pero cubiertas de papel crepé y cintas;

en cada una había recuerdos de la fiesta, programas de baile y votos para la elección de rey y reina.

Deslizó una aguzada uña barnizada por las mesas de la derecha, luego por las de la izquierda.

Allí estaban: Tommy R. and Carrie W. De modo que estaban decididos a hacerlo. Apenas podía

creerlo. La indignación la hizo estremecerse. ¿Creyeron, realmente, que iban a salirse con la suya?

Sus labios se pusieron tensos con un gesto duro.

Miró por encima del hombro. Norma Watson todavía no aparecía por ninguna parte.

Chris volvió a poner el plano en su lugar y examinó rápidamente el resto de los papeles que

había sido la cubierta, llena de hoyos e iniciales, del escritorio. Facturas (la mayor parte por el

papel crepé y los clavos), una lista de los padres que habían prestado las mesas, vales por gastos

pequeños, una cuenta de «Star Printers», que había impreso los billetes para el baile, una muestra

del voto que se emplearía en la elección de rey y reina.

¡Una papeleta! La cogió bruscamente.

Nadie debía ver la papeleta antes del viernes, cuando todos los alumnos escucharan los

nombres de los candidatos anunciados por los altavoces. El rey y la reina serían elegidos por los

que asistieran al baile, pero las papeletas en blanco para elegir candidatos habían circulado por la

escuela con casi un mes de antelación. Se suponía que los resultados éran secretos de Estado.

Existía entre .los estudiantes un creciente movimiento que pretendía eliminar toda esa

historía del rey y la reina -algunas de las chicas afirmaban que era degradante para la mujer, los

chicos pensaban simplemente que era una idiotez y que, además, resultaba incómodo-. Había

muchas posibilidades de que ése fuera el último año en que el baile seria de etiqueta y con todas

sus características tradicionales.

Pero, para Chris, ése era el único año que le importaba. Miró fijamente la papeleta con ávida

intensidad.

George y Frieda. – De ninguna manera. Frieda Jackson era judía.

Peter y Myra. – Tampoco. Myra pertenecía al grupo de mujeres ideal para suplantar a la raza

caballar. No serviría ni aunque la elikieran. Además, era tan atractiva como el trasero de una

yegua.

Frank y Jessica. -Muy posible. Frank había logrado participar en el equipo de fútbol «All

New England» ese año, pero Jessica era otro de esos pedos de canario con más granos que seso.

Don y Helen. — Ni pensarlo. A Helen Shyres no la elegirían ni para sacar a pasear los perros.

Y la última pareja: Tommy y Sue. Sólo que, por supuesto, habían rayado el nombre de Sue y

habían escrito el de Carrie. ¡Esa era una pareja con la que se podía hacer algo! Una risa extraña la

invadió y se puso la mano en la boca para que no se manifestara.

Tina entró a toda prisa.

-¿Demonios, Chris, todavía estás aquí? ¡Que ya viene¡

Stephen King Carrie

-No te acalores, chica -dijo Chris y volvió a poner los papeles sobre el escritorio. Todavía

sonreía cuando salió y se detuvo a hacer un burlón saludo a Sue Snell, que movía su esquelético

culo sobre ese estúpido mural.

En el vestíbulo exterior, revolvió en su bolso en busca de una moneda, la puso en el teléfono

y llamó a Billy Nolan.

De Explosión en las Sombras, págs. 100-101:

Uno se preguntaba hasta qué punto se planificó la ruina de Carrie White: ¿hubo un plan

cuidadosamente preparado, ensayado y revisado muchas veces, o fue sólo algo que ocurrió de un

modo más bien improvisado?

… Me inclino por la segunda idea. Sospecho que Chris Hargensen era el cerebro del asunto,

pero, al mismo tiempo, creo que tenia una idea muy nebulosa sobre cómo se podía cargar a una

chica como Carrie. Sospecho que fue ella quien sugirió a William Nolan y sus amigos que hicieran

el viaje a la granja de Irwin Henty en North Chamberlain. La imagen del resultado de ese viaje

debió de ser muy atractiva para una persona con un distorsionado sentido de la justicia poética,

estoy seguro…

El coche subió chirriando por el Stack. End Road, en North Chamberlain, a una velocidad de

100 km por hora que resultaba sumamente peligrosa en ese resbaladizo camino sin pavimentar. De

vez en cuando, una rama que colgaba muy baja, cubierta de hojas primaverales, rozaba el techo del

rBiscayne» 1961, que estaba oxidado, tenía los parachoques abollados, levantado en la parte

trasera y equipado con .extraños amortiguadores. Uno de los faros no funcionaba y el otro

parpadeaba en la oscuridad de la medianoche cada vez que el coche se encontraba con un bache

muy hondo.

Billy Nolan iba al volante, recubierto con un forro de pelusa color rosa. Jackie Talbot, Henry

Blacke, Steve Deighan y los hermanos. Garson, Kenny y Lou, también se apretujaban dentro. Tres

cigarrillos de marihuana circulaban atravesando la oscuridad interior, como los lentos e

incandescentes ojos de un cancerbero.

-¿Estás seguro de que Henty no está en la granja? -preguntó Henry-. No tengo ningún deseo’

de volver a la cárcel. Te hacen comer mierda.

Kenny Garson que estaba idiotizado hasta la quinta potencia, lo encontró indescriptiblemente

divertido y lanzó una ráfaga de agudas risitas sofocadas.

-No está -dijo Billy. Incluso esas pocas palabras parecieron escapársele de mala gana, contra

su, voluntad-. Funeral.

Chris había descubierto eso por casualidad. El viejo Henty trabajaba una de las pocas granjas

florecientes en la comarca. A diferencia del granjero gruñón que tiene un corazón de oro, que es la

materia prima de gran parte de la literatura pastoril, el viejo Henty era tan despreciable como un

mojón de gato. No cargaba la carabina con sal gema en la época de las manzanas, sino con

perdigones. También había hecho procesar a varios tipos por rateros. Uno de ellos había sido

amigo de estos muchachos, un tío sin suerte que se llamaba Freddy Overlock. Freddy había sido

sorprendido con las manos en la masa en el gallinero del viejo Henty y había recibido una doble

dosis de perdigones del nº 6 allí donde la espalda pierde su nombre. Fred había pasado cuatro

horas de bruces en una sala de urgencia maldiciendo como loco, mientras un jovial int erno le

arrancaba pequeños perdigones del trasero y los dejaba caer en un recipiente de acero. Para

completar su desgracia se le impuso una multa de doscientos dólares por robo e intrusión ilegal. La

pandilla de los mugrientos de Chamberlain no sentía ninguna simpatía por Irwin . Henty.

-¿Y dónde está Red? -preguntó Steve.

-Está tratando de meterse en la cama con alguna de las nuevas camareras de «The Cavalier»

-dijo Billy. Hizo un rápido viraje y, con un estremecimiento de las ruedas de un lado, el

«Biscayne» tomó veloz el camino que llevaba a la granja de Henty. Red Trelawney, el ayudante

Stephen King Carrie

del viejo Henty, era un bebedor empedernido y manejaba los perdigones tan bien como su

patrón-. No volverá antes de que cierren.

-Maldito riesgo el que corremos sólo por una broma -refunfuñó Jackie Talbot.

La expresión de Billy se endureció.

-Te puedes ir, si quieres.

-No, no -replicó Jackie apresuradamente. Billy había hecho aparecer una onza de marihuana

para repartir entre los cinco; además, estaban a 14 kilómetros del pueblo-. Es una broma muy

buena, Billy.

Kenny abrió la guantera, sacó un pequeño – y adornado utensilio para sujetar colillas (de

Chris) y colocó allí la de un cigarrillo de marihuana. Esta operación le pareció sumamente

divertida y soltó una vez más su aguda risita.

Empezaba a pasar velozmente frente a cercos de alambres de púas, campos recién labrados y

letreros que decían «Prohibido el paso» a ambos lados del camino. En el tibio aire de mayo, el olor

de la tierra fresca se sentía intenso, grávido, dulce.

Al llegar a la cima de una colina, Billy apagó teas luces, puso la palanca de cambio en punto

muerto y cerró el contacto. Rodaron, como un silencioso bulto de metal, hacia la entrada de la

granja. Billy hizo un viraje sin ninguna dificultad, pero perdieron gran parte de la velocidad al

pasar por una pequeña elevación frente a la casa oscura y vacía. Ya podían ver el enorme establo y,

más allá, la luz de la luna, que brillaba soñadora en la charca para las vacas y el huerto de

manzanos.

En la pocilga, dos puercos introducían sus aplastados hocicos entre los barrotes. En el

establo, una vaca mugió suavemente, quizás en medio del sueño.

Billy detuvo el coche con el freno de mano -lo cual no era realmente necesario, puesto que el

contacto estaba cerrado, pero le daba una adecuada apariencia de dominio- y se bajó.

Lou Gaxson se estiró por encima del hombro de Kenny y sacó algo de la guantera. Billy y

Henry se dirigieron al portaequipajes y lo abrieron.

-Ese tío desgraciado se va a cagar en los pantalones cuando vuelva -dijo Steve con silencioso

regocijo.

-Por Freddy -dijo Henry mientras sacaba un martillo de lanzamiento.

Billy no dijo nada, pero por supuesto que no lo hacia por Freddy, que era un imbécil. Era por

Chris Hargensen, tal como todo lo demás, y había sido desde el día en que ella había bajado

majestuosamente del Olimpo de sus cursos preuniversitarios para acercarse a él y convertirse en

una mujer vulnerable. Por ella habría sido capaz de asesinar.

Henry probaba el martillo de 5 kilos balanceándolo en una mano. La pesada masa redonda

del extremo producía un sonido sibilante que tenía un eco siniestro en el aire de la noche. Los otros

se reunieron alrededor de Billy, mientras éste levantaba la tapa de la nevera portátil y sacaba los

dos baldes de acero galvanizado. Los dedos se entumecían al tocarlos y en algunas partes estaban

cubiertos por una delgada capa de escarcha.

-Listos -dijo.

Los seis se acercaron rápidamente a la pocilga. Su respiración se hacía más corta con la

excitación. Las puercas eran mansas y dóciles como gatitos y el puerco dormía tumbado en un

extremo. Henry alzó una vez más el martillo, pero esta vea sin convicción. Se lo entregó a Billy..

-No puedo -dijo con repugnancia-. Hazlo tú.

Billy lo cogió y lanzó una mirada inquisidora a Lou, que tenía el ancho cuchillo carnicero

que había sacado de la guantera.

-Tú tranquilo -dijo Lou y tocó el filo del cuchillo con la yema del pulgar.

-En el cogote -le recordó Billy.

Lo sé.

Kenny canturreaba y sonreía mientras daba a los animales los restos de una arrugada bolsa

de patatas fritas. .

Stephen King Carrie

-Tío se preocupen, cerditos, no se preocupen de nada. Bill les va a partir la cabeza y ya no

tendrán que preocuparse por la bomba atómica.

Les rascó la erizada barbilla y los animales gruñeron y siguieron mascando contentos.

Aquí voy -advirtió Billy, y el martillo cayó veloz.

El sonido le recordó la vez en que él y Henry habían lanzado una calabaza desde el paso

superior de Claridge Road, que cruza la carretera 495 al oeste de la ciudad. Una de las puercas

cayó muerta con la lengua fuera, los ojos todavía abiertos y restos de patatas fritas en el hocico.

Kenny soltó una risita.

Ni siquiera alcanzó a eructar.

Vamos, date prisa Lou -dijo Billy.

El hermano de Kenny se deslizó entre las tablas, levantó la cabeza de la puerca hacia la Luna

-los vidriosos ojos le miraron con negra atención- y le hizo un tajo. El flujo de sangre fue

inmediato y sorprendente; salpicó a varios de los muchachos y éstos saltaron hacia atrás dando

gritos de repugnancia.

Billy se inclinó, introdujo uno de los baldes y lo colocó bajo el chorro: Una vez lleno, lo dejó

a un lado. El segundo se había llenado hasta la mitad cuando el flujo disminuyó, goteó un

momento y se extinguió.

-El otro -dijo.

-¡Hombre! -gimió Jackie-.Ido te basta lo…

-El otro -repitió Billy.

-Eeeeh, marrana -llamó Kenny, sonriendo mientras hacía sonar la bolsa de patatas vacía.

Después de un momento, la puerca volvió a la verja. El martillo relampagueó. Se llenó el

segundo balde y el resto de la sangre se derramó por el suelo. Un olor cuproso, fétido, flotó en el

aire, Billy descubrió que se había ensuciado hasta los codos con sangre de puerco.

Mientras llevaba los baldes hacia el portaequipajes, su mente hizo una vaga relación

simbólica. Sangre de puerco. Eso estaba bien. Chris tenía razón. Era una buena idea. Todo adquiría

cierta solidez.

Sangre- de puerco para los puercos.

Acomodó los baldes en el hielo picado y cerró la tapa de la nevera portátil.

Vamos -dijo.

Billy se colocó al volante y soltó el freno de mano. Los cinco muchachos se reunieron detrás

del coche, se apoyaron con el hombro y el vehícu lo giró en un estrecho y silencioso círculo; lo

llevaron más allá del establo hacia la cima de la colina, frente a la casa de Henty.

Cuando, el coche comenzó a rodar solo, corrieron hacia las puertas y se subieron jadeantes.

El vehículo cogió bastante velocidad como para deslizarse un poco en el momento en que

Billy lo sacaba de la entrada de la granja hacia el camino. En la base de la colina, puso tercera y

soltó el embrague. El motor dio un tirón, hizo un ruido y empezó a funcionar.

Sangre de puerco para los puercos. Sí, eso estaba bien. Eso estaba muy bien. Sonrió y Lou

Garson tuvo un sobresalto de sorpresa y temor. Ido recordaba haber visto nunca sonreír a Billy

lsolan. Tampoco recordaba que hubiese habido rumores al respecto.

-¿De quién era el funeral al que fue el viejo? -preguntó Steve.

-De su madre -respondió Billy.

-¿Su madre? -preguntó sorprendido Jackie Talbot . Vaya, debía ser más vieja que Matusalén.

El agudo cacareo de Kenny quedó flotando en la perfumada oscuridad que temblaba al borde

del verano.

Stephen King Carrie

Segunda parte

NOCHE DE FIESTA

Stephen King Carrie

Se puso el vestido por primera vez la mañana del 27 de mayo, en su habitación. Había

comprado un sujetador especialmente para usarlo con él; levantaba sus pechos en la forma

adecuada (aunque no lo necesitaban realmente), pero dejaba descubiertas las mitades superiores.

Llevarlo le producía una sensación extraña, irreal, que era mitad vergüenza, mitad desafiante

excitación.

Era un vestido de falda amplia, pero ajustado en la cintura. Sentía contra su piel la tela

pesada y desconocida; se había acostumbrado a llevar sólo algodón y lana.

La caída del vestido parecía adecuada -o lo sería con los zapatos nuevos-. Se los puso, se

ajustó el escote y se dirigió a la ventana. Sólo podía ver un irritante reflejo casi fantasmal, pero

parecía que estaba bien. Quizá más tarde pudiera… La puerta se abrió bruscamente detrás de ella,

pero sólo escuchó el golpe seco y apagado de la cerradura.-Se dio vuelta para enfrentarse a su

madre.

Estaba vestida para ir a trabajar; llevaba su jersey blanco, y en una mano sostenía su bolso

negro y en la otra la Biblia de su marido.

Se miraron.

Casi sin darse cuenta, Carrie sintió que su espalda se erguía hasta quedar muy derecha en

medio del temprano sol de primavera que penetraba por la ventana.

-Rojo -murmuró Mrs. White-. Debí haberme imaginado que seria rojo.

Carrie no dijo nada.

-Alcanzo a verte los bultoscochinos. Todo el mundo los verá. Mirarán tu cuerpo. La Biblia

dice…

-Son mis senos, mamá. Toda mujer los tiene.

-Quítate el vestido.

-No.

-Quítatelo, Carrie. Bajaremos juntas y lo quemaremos en el incinerador y luego rezaremos

pidiendo perdón. Haremos penitencia. -Sus ojos comenzaron a brillar con ese extraño e inconexo

celo que se apoderaba de ella ante sucesos que consideraba como pruebas de fe-. Yo no iré a

trabajar y tú no irás a la escuela. Nos quedaremos en casa y rezaremos. Pediremos un signo. Nos

arrodillaremos y pediremos el fuego de Pentecostés.

-No, mamá.

Su madre levantó la mano y se pellizcó la cara. Le quedó una marca roja. Miró a Carrie en

busca de una reacción, no encontró ningpna; curvó la mano derecha hasta formar una garra y se

arañó la mejilla, aparecieron algunos hilos de sangre. Gimoteó y se balanceó hacia atrás sobre los

talones. Sus ojos ardían de exaltación.

-Deja de hacerte daño, mamá. Eso tampoco me va a detener.

Su madre dio un alarido. Empuñó la mano derecha y se golpeó en la boca. La sangre le

manchó los dedos, la miró aturdida y pasó un dedo ensangrentado por la cubierta de la Biblia.

Lavados en la sangre del Cordero -susurró-. Muchas veces. Muchas veces él y yo…

-Vete, mamá.

Levantó, la vista y miró a Carrie con sus ojos refulgentes. Había una aterradora expresión de

ira justiciera grabada en su rostro.

-Nadie se burla del Señor -murmuró-. Ten la seguridad de que tu pecado te descubrirá.

¡Quémalo, Carrie! ¡Arranca de tu cuerpo el color del demonio y quémalo! ¡Quémalol ¡Quémalol

¡Quémalo!

La puerta se abrió sola, de un golpe.

-Vete, mamá.

Mrs. White sonrió. Su boca ensangrentada hizo que su sonrisa se viera grotesca, torcida.

-Como Jezabel cayó de la torre, así sucederá contigo -dijo-. Y vinieron los perros y lamieron

la sangre. ¡Lo dice la Biblia! Lo dice…

Stephen King Carrie

Sus pies comenzaron a deslizarse por el suelo y los miró perpleja. Paria como si la madera

fuese ahora hielo.

-¡Detén eso! -aulló.

Ya estaba en el vestíbulo. Se aferró a uno de los lados de la puerta y aguantó un momento;

luego sus dedos se soltaron, aparentemente por sí solos.

-Te quiero, mamá -dijo Carrie con firmeza-. Lo siento.

Se imaginó que la puerta se cerraba y la puerta hizo exactamente eso, como movida por una

ligera brisa. Cuidadosamente, para no hacerle daño, desasió las manos mentales. con las que

habla empujado a su madre.

Momentos después, Margaret daba fuertes golpes en la puerta. Carrie la mantuvo cerrada;

sus labios temblaban.

-¡Llegará el Juicio Finall -deliraba-. ¡Yo me lavo las manos! ¡Hice lo posiblel

-Eso lo dijo Pilatos murmuró Carrie.

Su madre se alejó. Un minuto después, Carrie la vio bajar por el sendero y cruzar la callecamino de su trabajo.

-Mamá -dijo suavemente y apoyó la frente en el vidrio.

De Explosión en las Sombras, pág. 129:

Antes de comenzar un análisis detallado de lo que ocurrió la misma noche de la fiesta,

valdría la pena resumir lo que sabemos de Carrie White como persona.

Sabemos que era víctima de la obsesión religiosa de su madre. Sabemos que tenía una

capacidad telecinésica latente, comúnmente de signada con las iniciales TC. Sabemos que este así

llamado «talento insólito es, en realidad, un rasgo hereditario producido por un gen normalmente

recesivo y que rara vez se lo encuentra. Se sospecha que la capacidad telecinésica pueda tener

naturaleza glandular.

Sabemos que Carrie hizo por lo menos una demostración de su capacidad cuando era una

pequeña, al encontrarse en una situación extrema de culpa y tensión. Sabemos que una segunda

situación de este tipo se originó en un confuso incidente en las duchas de -la escuela. Algunos han

presentado la teoría (especialmente William G. Throneberry y Julia Givens, de la Universidad de

Berkeley) de que el resurgimiento de la capacidad telecinésica en ese momento tuvo su origen

tanto en factores psicológicos (la reacción de las otras chicas y la de la misma Carrie ante su

primer periodo menstrual) y fisiológico (la llegada de la pu-bertad).

Y, finalmente, sabemos que la noche del baile de fin de curso, se produjo una tercera

situación de tensión que originó los terribles sucesos que empezaremos a analizar ahora.

Comenzaremos con…

(no me siento nerviosa no me siento nerviosa en lo más mínimo)

Tommy había ,pasado más temprano a dejarle las flores para su vestido y en ese momento

las estaba prendiendo ella misma en el hombro de su traje. Ido estaba su madre, por supuesto, para

hácerlo por ella y cerciorarse de que quedaban bien colocadas. Su madre se había encerrado en Ia

capilla y había permanecido allí durante las últimas dos horas, rezando en forma histérica. Bu voz

subía y bajaba en ciclos aterradores, incoherentes.

(lo siento mamá, pero no lo lamento)

Cuando quedó satisfecha con la forma en que habían quedado las flores, dejó caer los brazos

y permaneció un momento inmóvil con los ojos cerrados. No había ningún espejo de cuerpo entero

en la casa,

(vanidad de vanidades todo vanidad) pero pensó que todo estaba bien. Tenia que estarlo.

Tenía…

Abrió los ojos. El reloj de cuco de la Selva Negra, comprado con cupones, indicaba las siete

y diez.

Stephen King Carrie

(vendrá dentro de veinte minutos)

¿Vendría?

Quizá todo fuera sólo una complicada broma, la última burla, el chiste definitivo. Dejarla

sentada allí la mitad de la noche con su vestido dé gala de terciopelo labrado de corte de princesa,

mangas julieta y una sencilla falda recta… y las rosas de té prendidas a su hombro izquierdo.

En la otra habitación, la voz subía en ese momento:

-… en la tierra santificada. Sabemos que tú envías el ojo que vigila, el horrible ojo trilobulado

y el sonido de las negras trompetas. Nos arrepentimos de todo corazón…

Carrie sabia que .nadie podría comprender el coraje brutal que había necesitado para aceptar

eso, hacerse vulnerable a cualquiera de las cosas espantosas que podía traerle la noche..

Definitivamente, que la dejaran plantada no era lo peor. De hecho, casi con’un deseo furtivo pensó

que tal vez seria mejor que…

(no, basta de eso)

Por supuesto que le resultaría más fácil quedarse allí con su madre. Estaría a salvo. Sabia lo

qué Ellos pensaban de su madre. Bueno, quizá fuera una fanática, una anormal, pero, por lo menos,

una sabía a qué atenerse. Lo mismo ocurría con la casa; allí nunca se había encontrado con un

montón de chicas que se rieran, gritaran y le arrojaran cosas.

¿Y- si él no venia y si ella se echaba atrás y abandonaba la idea? Terminaría sus estudios

dentro de un mes. ¿Y después qué? Una existencia subterránea arrastrada y monótona en esa casa,

mantenida por su madre; los encuentros deportivos y los novelones de la televisión que vería en

casa de Mrs. Harrison cuando fuera a visitarla (Mrs. Harrison tenía ochenta y seis años); las

caminatas hasta el Centro después de la cena para beberse un batido en el «Kelly Fruit» cuando

estuviera vacío; engordar, perder las esperanzas, ¿perder incluso la capacidad de pensar?

No. Oh Dios mío, por favor no.

(por favor, que haya un final feliz)

-… protégenos de aquél que tiene la pata hendida y,que espera en los callejones y en los

patios de estacionamiento de los albergues de carreteras, Oh Salvador…

Las siete y veinticinco.

Inquieta, sin pensarlo, comenzó a levantar cosas con la mente y a volver a ponerlas’ en su

lugar, del mismo modo que una mujer que espera nerviosa en un restaurante doblaría y desdoblaría

una servilleta. Podía balancear en el espacio medía docena de objetos a la vez sin sentir cansancio

ni dolor de cabeza. Se quedó esperando que el poder disminuyera, pero éste se mantuvo con toda

su fuerza sin dar señales de debilitamiento. Una noche al volver a casa de la escuela.

(dios mío, por favor, que no sea una broma) había empujado un coche que estaba aparcado

en la calle principal y lo había hecho rodar seis metros junto al borde de la acera sin ningún

esfuerzo. Los ociosos que había frente al Palacio de

Justicia se quedaron mirándolo con los ojos a punto de salírseles de las órbitas y ella, por

supuesto, había hecho lo mismo, pero sonreía para sus adentros.

El cuco se asomó de repente y cantó una vez. Las siete y media.

Había empezado a usar su poder con cautela a causa del tremendo esfuerzo que parecía

exigir a su corazón, sus pulmones y su termostato interno. Sospechaba que seria muy posible que

su corazón literalmente reventara con la tensión. Era como estar, en otro cuerpo al que se obliga a

correr, a correr y correr y correr. Uno no pagaría las consecuencias, pero el cuerpo sí. Comenzaba

a darse cuenta de que tal vez su poder no fuese tan distinto del que posee el faquir indio que

camina sobre carbones encendidos, se clava agujas en los ojos o se entierra alegremente durante

seis semanas. Cualquier forma de control de la mente sobre la materia acarrea consigo un

tremendo desgaste de los recursos del organismo.

Las siete y treinta y dos minutos.

(no va a venir)

(no pienses en eso no por mucho madrugar amanece más temprano vendrá)

Stephen King Carrie

(no no vendrá en este momento se está riendo de ti con sus amigos y dentro de poco pasarán

por aquí en uno de sus ruidosos y veloces coches y escucharás bocinazos gritos y risotadas)

Tristemente comenzó a hacer subir y bajar la máquina de coser y la balanceó en el aire en

arcos cada vez más grandes.

-… y protégenos de las hijas rebeldes imbuidas con la testarudez del Malvado…

-¡Cállate! -gritó bruscamente Carrie.

Se produjo un silencio de sorpresa durante un momento y luego el murmullo de la salmodia

se inició de nuevo.

Las siete y treinta y tres minutos.

No viene.

(entonces lo destrozaré todo)

La idea se le ocurrió con toda naturalidad y mucha nitidez. Primero lanzaría la máquina de

coser contra una de las paredes de la sala. El sofá desaparecerla por una ventana, volarían las

mesas, las sillas, los libros y los panfletos. Las cañerías se agitarían al descubierto como arterias

liberadas de la carne. En el techo, si estuviera dentro del alcance de su poder, las tejas volarían en

un estallido hasta perderse en la noche como palomas- asustadas…

Una luz paseó su brillante reflejo por la ventana.

Habían pasado otros coches que habían hecho que su corazón diera un vuelco, pero éste

avanzaba con mayor lentitud.

(oh)

Corrió hacia la ventana, incapaz de contenerse; era él, Tommy, que en ese momento se

bajaba de su coche y que incluso bajo la iluminación de la calle se vela hermoso y vivo y casi…

crujiente. La extraña palabra la hizo querer soltar una risita.

Su madre había dejado de rezar.

Cogió el delgado chal de seda que había dejado ,sobre el respaldo de la silla y se lo puso

sobre sus hombros desnudos. Se mordió el labio, se tocó el cabello y hubiese dado su alma por un

espejo. En el vestíbuló el timbre hizo oír su sonido discordante.

Se obligó a esperar la segunda llamada. Controló lqs nerviosos movimientos de sus manos y

acudió lentamente, con un suave crujido de seda. Abrió la puerta y ahí estaba él, deslumbrante en

su smoking blanco y sus pantalones negros. Se miraron y ninguno dijo una palabra.

Ella sintió que se le rompería el corazón si él llegaba a producir siquiera un sonido de

desaprobación, y si se reía, ella se moriría. Sintió -en forma real, física- que toda su desdichada

vida se estrechaba hasta llegar a un punto que podía ser el final o el comienzo de un rayo de luz.

Finalmente, impotente, preguntó:

-¿Te gusto?

-Eres muy bella. Y lo era.

De Explosión.en las Sombras, pág. 131:

Mientras los que asistían al baile de gala empezaban a llegar a la escuela o acababan de

abandonar alguna de las cenas frías que se habían ofrecido antes de la fiesta, Christine Hargensen y

William Nolan se reunían en una habitación en el piso superior de una taberna, situada en los

limites de la ciudad, llamada «The Cavalier». Sabemos que hacía ya algún tiempo se reunían allí;

está señalado en los informes de la Comisión White. Lo que no sabemos es si acaso sus planes

habían sido preparados en forma irrevocable o si los llevaron a cabo por un capricho

momentáneo…

-¿Es la hora ya? preguntó ella en la oscuridad.

El consultó su reloj.

-No.

Stephen King Carrie

A través del piso de madera llegaba débilmente el estrépito del tocadiscos automático. Ray

Price cantaba She’s Got to Be a Saint. «The Cavalier», pensó Chris, no había cambiado sus discos

desde la primera vez que ella estuvo allí con una tarjeta de identidad falsificada, hacía dos años.

Por supuesto, entonces ella había estado en el bar, no en uno de los «cuartos especiales» de Sam

Deveaua.

El cigarrillo de Billy parpadeaba a intervalos en la oscuridad, como el ojo de un. demonio

inquieto. Ella lo observó pensativa. No le había dejado acostarse con ella hasta el lunes anterior,

cuando le prometió que él y algunos de sus sucios amigos la ayudarían a darle su merecido a

Carrie, si realmente se atrevía a asistir al baile con Tommy Ross. Pero ellos ya habían estado allí

antes y habían tenido unas ardientes sesiones de besuqueo (lo que ella describía como amor a la

escocesa y que él, con su inagotable capacidad para señalar precisamente lo vulgar, llamaba

joderse en seco).

Ella había pensado hacerlo esperar hasta que hubiese hecho algo concreto.

(claro que había hecho algo tenía la sangre) pero todo el asunto había empezado a

escapársele de las manos, y eso la preocupaba. Si ella no hubiese cedido de buena gana el lunes, él

la habría poseído por la fuerza.

Billy no había sido su primer amante, pero era el primero que no conseguía manejar a su

antojo. Los muchachos anteriores habían sido marionetas inteligentes sin granos en la cara y con

padres bien relacionados y tarjetas del Club de Campo. Conducían sus propios «Volkswagen» o

«Javelins» o «Dodge Chargers». Iban a la Universidad de Massachusetts o al Bostón College.

Llevaban chaquetas cortas en otoño y camisetas sin mangas, a rayas de colores brillantes, en el

verano. Fumaban marihuana con mucha frecuencia y hablaban de las extrañas cosas que les

ocurrían cuando estaban «volando». Comenzaban tratándola con un compañerismo protector

(todas las chicas de secundaria, por muy bonitas que fuesen, eran consideradas unas nalgas locas) y

siempre terminaban trotando detrás de ella con una jadeante lujuria canina. Si trotaban bastante y

gastaban lo suficiente en el proceso, normalmente los dejaba acostarse con ella. Con frecuencia

adoptaba una actitud pasiva durante el acto, sin ayudar ni entorpecer el desarrollo, hasta que todo

había terminado. Más tarde, ella llegaba sola al clímax mientras veía el incidente como un episodio

aislado, incrustado en su memoria.

Se había encontrado con Billy Molan poco después de un allanamiento en un apartamento de

Cambridge. Cuatro estudiantes, incluyendo el muchacho que acompañaba a Chris esa noche,

habían sido detenidos por posesión ilegal de drogas. Chris y las otras chicas fueron acusadas de

participación ilicita. Su padre se hizo cargo del asunto con discreta eficacia y le preguntó si sabia

qué le ocurriría a su prestigio y al ejercicio de su profesión si una hija suya se veía implicada

judicialmente en un asunto de drogas. Ella le respondió que dudaba de que hubiese algo que

pudiera causarle daño en esos aspectos, y él le quitó el coche. .

Una semana después, una tarde a la salida de la escuela, Billy le ofreció llevarla a casa, y ella

aceptó.

É1 era lo que los otros chicos llamaban un zángano, un grasiento de medio pelo. Sin

embargo, algo en él la había atraído y en ese momento, en que yacía soñolienta en esa cama ilícita

(aunque, al mismo tiempo, sentía que se despertaba en ella cierta excitación y un temor que le

resultaba agradable), pensó que podría haber sido su coche… por lo menos al comienzo.

Estaba a kilómetros de distancia de los anónimos vehículos fabricados en serie que

conducían sus acompañantes y que tenían ventanas de una sola pieza, volantes plegables y un olor

a forros de plástico y disolvente para el parabrisas vagamente desagradable.

El coche de Billy era viejo, oscuro, en cierto modo siniestro. El parabrisas tenía un aspecto

lechoso en los bordes, como si empezara a formar una catarata. Los desvencijados asientos no

estaban fijos en ninguna parte. Botellas de cerveza vacías entrechocaban y rodaban en la parte de

atrás (sus acompañant es de los clubes estudiantiles bebían la marca «Budweiser»; Billy y sus

amigos, «Rheingold»), y ella tenia que colocar los pies a los lados de, una enorme caja de

herramientas cubierta de grasa y sin tapa. Las herramientas que contenía eran de distintas marcas,

Stephen King Carrie

y sospechaba que muchas de ellas eran robadas. El coche olía a aceite y gasolina. El ruido de

los tubos llegaba estrepitoso y estimulante a través de las delgadas tablas del piso. Una hilera de

esferas colgadas bajo el tablero indicaban: «amperios», «presión de aceite», «tacómetro» (sea eso

lo que fuere). Las ruedas traseras estaban medio salidas y el capó parecía llegar hasta el suelo.

Y, por supuesto, conducía a gran velocidad.

La tercera vez que la llevó a casa, uno de los gastados neumáticos delanteros reventó cuando

iba a cien kilómetros por hora. El coche dio un chirriante resbalón y ella gritó, súbitamente segura

de que iba a morir. Una imagen cruzó por su mente: su cuerpo quebrado y cubierto de sangre que

había sido lanzado contra la base de un poste de teléfonos, la fotografía en un periódico mostraba

sus restos y parecían un montón de trapos. Billy soltó una palabrota y llevó rápidamente el volante

hacia uno y otro lado.

Finalmente, el coche se detuvo en el borde izquierdo de la carretera. Ella se bajó y sus

rodillas amenazaban doblarse a cada paso. Habían dejado una serpenteante huella de goma

quemada a lo largo de veinte metros.

Billy ya abría el portaequipajes y sacaba el gato mientras refunfuñaba para sus adentros. No

se le había movido un pelo.

Pasó junto a ella. Un cigarrillo le colgaba del extremo de la boca.

-Tráeme la caja de las herramientas, ricura.

Ella quedó estupefacta. Abrió y cerró la boca dos veces, como un pescado fuera del agua,

antes de que le salieran las palabras.

-¡Ido…, no pienso hacerlo! Casi me… eres un… casi… ¡bestia! !Y además está sucio!

El sé dio vuelta y la miró de manera inexpresiva.

La traes, o mañana no te llevo a las peleas.

-!Me revientan las peleas!

Nunca había estado en una, pero su indignación le exigía pronunciar frases terminantes. Sus

otros acompañantes la llevaban a conciertos de música rock, que ella odiaba. Siempre terminaban

sentados junto a alguien que no se había barrado hacía varias semanas.

Él se encogió de hombros, se dirigió hacia la parte delantera del coche y comenzó a elevarlo.

Ella le llevó el cajón de las herramientas, con lo cual cubrió de grasa su jersey nuevo. El

gruñó sin darse vuelta. La camiseta se había salido del pantalón tejano. La piel de su espalda era

lisa, bronceada, había vida en sus músculos. Se sintió fascinada y advirtió que su lengua se

deslizaba hacia un extremo de su boca. Le ayudó a sacar la rueda y le quedaron las manos negras.

El coche se balanceó peligrosamente sobre el gato. La rueda de repuesto estaba gastada.

Cuando volvió a subirse al coche, una vez terminada la operación, tenía grandes manchas de

grasa en el jersey y en la falda roja que llevaba.

-Si te imaginas… -comenzó ella, en cuanto él se puso al volante.

Billy se. acercó y la besó mientras movía pesadamente sus manos sobre sus pechos y su

cintura. Su aliento olía a tabaco, también sintió olor a sudor y a brillantina. Ella finalmente apartó

el rostro y bajó la vista mientras trataba de recuperar el aliento. Las manchas del jersey eran ahora

de tierra y grasa de la carretera. Le había costado veintisiete dólares con cincuenta centavos en

Jordan Marshy, y ahora ya no iba a servir sino para tirarlo a la basura. Sentía una excitación

intensa, casi dolorosa.

-¿Cómo vas a explicar eso? -le preguntó, y volvió a besarla.

Chris sintió el contacto de su boca y le pareció que sonreía.

-Tócame le dijo al oído-. Tócame entera. Fasúciame.

El lo hizo. Una de sus medias se rajó con, un ruido semejante al crujido de una mandíbula.

Billy le subió violentamente la falda hasta la cintura. La manoseó vorazmente, sin delicadeza

alguna. Y algo -quizás eso, quizá porque había visto la muerte muy cerca- le provocó un orgasmo

repentino, estremecedor. Había ido a las peleas con él.

-Las ocho menos cuarto -dijo Billy. Se sentó en la cama, encendió la lámpara y comenzó a

vestirse.

Stephen King Carrie

Su cuerpo todavía la fascinaba. Pensó en la noche del lunes anterior y cómo había sido. El

había…

(no)

Habría tiempo suficiente para pensar en eso más adelante, quizá cuando hiciera por ella algo

más que causar excitaciones inútiles. Lanzó las piernas por encima del borde de la cama y se

colocó unas delgadísimas bragas.

-Tal vez sea una mala idea -dijo ella, sin saber si lo estaba poniendo a prueba a él o a sí

misma-. Quizá lo que deberíamos hacer es volver a la cama y…

-La idea es buena -replicó él, y una sombra de humor cruzó su rostro-. Sangre de.puerco para

dos puercos.

-¿Qué?

-Nada. Vamos, vístete.

Se vistió y, cuando salieron por la escalera trasera, sintió una enorme, excitación que crecía

en su vientre como una vid nocturna y rapaz.

De Me llamo Susan Snell, pág. 45:

No lamento tanto todo lo que pasó, como la gente parece pensar que debería hacerlo. No es .

que me lo digan directamente; ellos son los que siempre me están diciendo cuánto lo sienten. Lo

que generalmente hacen un poco antes de pedirme un autógrafo. Pero esperan que una lo sienta.

Esperan que una llore por cualquier cosa, que se vista con muchos trapos negros, que beba un

poquito más de la cuenta o que consuma drogas. Dicen cosas como: Oh, eso fue una pena. Pero

ustedes. saben lo que le pasó… etc., etc.

Pero ese «lo siento» es la gaseosa desvaída de las emociones humanas: lo que uno dice

cuando derrama una taza de café o cuando da el mazo jugando a la canasta en el club. El pesar

auténtico es tan escaso como el amor auténtico. Ya no siento dolor por la muerte de Tommy. Para

mí se parece, cada vez más, a algo que soñé despierta alguna vez. Probablemente, piensan que eso

es cruel, pero mucho ha llovido desde aquella noche del baile de gala. Y no me arrepiento de lo

que dije ante la Comisión White; era la verdad…, toda la parte de verdad que yo sabía.

Pero lo siento por Carrie.

La han olvidado, ¿saben? La han convertido, en. alguna especie de símbolo y olvidado que

era un ser humano, tan real como tú, lector, que lees estas líneas, con esperanzas, sueflos, etc., etc.

Supongo que será inútil decirte estas cosas. Nada puede hacer ahora que algo que fue una creación

dé la Prensa vuelva a convertirse en una persona. Pero ella existió y sufrió, probablemente mucho

más de lo que sabemos.

Y por eso lo siento y espero que ese baile haya sido una experiencia positiva para ella.

Antes de que comenzara el horror, espero que haya sido bueno, hermoso, maravilloso,

mágico…

Tommy se detuvo en el patio de estacionamiento junto a la nueva ala de la escuela, dejó

marchar el motor un segundo y luego cerró el contacto. Carrie permaneció. en su asiento. Sus

manos sostenían el chal que le cubría los hombros. De pronto le pareció que estaba viviendo una

pesadilla de intenciones ocultas y que acababa de darse cuenta de ello. ¿Qué podía estar haciendo

allí? Había dejado sola a su madre.

-¿Nerviosa? -preguntó él, y ella dio un salto. -Si.

Bl se, rió y se bajó. Ella iba a abrir su puerta cuando se la abrió él.

Ido tienes por qué estar nerviosa. Eres como Galatea.

-¿Quién?

-Galatea. Lefmos algo sobre ella en el curso de Mr. Evers. Una chica desdichada que se

convirtió en una hermosa mujer y nadie la reconoció.

Ella pensó un momento.

Stephen King Carrie

-Quiero que me reconozcan -dijo finalmente.

-Te comprendo. Vamos.

George Dawson y Frieda Jackson estaban junto a la expendedora de «Coca-Cola». Frieda

llevaba una curiosa invención de tul anaranjado y parecía una tuba. Donna Thibodeau junto con

David Bracken recogían las entradas. Ambos eran miembros de la «National Honor Society»,

formaban parte de la Gestapo personal de Miss Geer y estaban vestidos con pantalones blancos y

chaquetas deportivas rojas -los colores de la escuela-. Tina Blake y Norma Watson repartían los

programas y sentaban a la gente según la distribución que aparecía en el plano. Ambas estaban

vestidas de negro, y Carrie supuso que se creerían muy chic, pero para ella parecían dos

vendedoras de cigarrillos de una vieja película de gángsters.

Todos se volvieron a mirar a Tommy y Carrie cuando entraron y por un momento se produjo

un silencio denso, incómodo: Carrie sintió un intenso deseo de humedecerse los labios, pero se

controló. En ese momento, George Dawson dijo:

-Vaya, qué aspecto tienes, Ross.

Tommy sonrió.

-¿Por qué abandonaste las copas de los árboles, Bomba?

Dawson avanzó tambaleándose con los puños en alto y, por un momento, Carrie fue presa

del terror. Sobresaltada, estuvo a punto de cogerlo y lanzarlo por el vestíbulo. Luego se dio cuenta

de que para ellos era sólo un antiguo juego, practicado a menudo, recordado con afecto.

Ambos fintearon girando en un circulo y gruñendo. Luego, George, que había sido alcanzado

dos veces en las costillas, comenzó a lanzar chillidos y a gritar:

-¡Maten a los Congs! ¡Que no se escapen, Gooks! ¡Atraviésenlos con las lanzas! ¡A la jaula

-de los tigres!

Tommy se rió y bajó la guardia.

-No te espantes -dijo Frieda, mientras inclinaba su nariz de abridor de cartas y se acercaba-.

Si se matan, yo bailaré contigo.

-Parecen demasiado tontos como para eso -aventuró Carrie-. Como dos dinosaurios.

Y cuando Frieda sonrió, sintió que algo muy antiguo y enmohecido se aflojaba dentro de ella.

Y con ello sintió cierto calor. Alivio. Tranquilidad.

-¿Dónde compraste el vestido? preguntó Frieda-. Me encanta.

Lo hice yo.

-¿Lo hiciste tú misma? –exclamó Frieda. Sus ojos se abrieron con sorpresa desprovista de

afectación-. ¡Anda!

Carrie sintió que enrojecía violentamente.

-Si, lo hice yo. Yo…, me gusta coser. Compré la tela en «John’s», en Westover. Realmente es

un modelo muy fácil de hacer.

Vamos -dijo George, dirigiéndose al grupo-. La orquesta va a empezar. -Hizo girar los ojos y

comenzó una ágil y jocosa danza tribal-. Vibra, vibra, vibra. A nosotros, los Gooks, nos encantan

las vi-i-ibraciones.

Mientras entraban, George imitaba a Flash Bobby Pickett y hacía fintas, Carrie le hablaba a

Prieda de su vestido y Tommy sonreía con las manos metidas en los bolsillos. Vas a arrugar tu

smoking, le habría dicho Sue en ese momento, pero al diablo, parecía que la cosa iba, a salir bien.

Hasta ese momento, todo iba muy bien.

A él, a George y a Frieda les quedaban menos de dos horas de vida.

De Explosión en las Sombras, pág. 132:

La posición de la Comisión White respecto al elemento desencadenante del suceso -dos

baldes de sangre de cerdo colocados en una viga sobre el escenario- parece ser sumamente débil y

vacilante, incluso a la luz de las escasas pruebas concretas de que dispone. Si uno decide aceptar el

testimonio verbal del circulo de amigos más íntimos de Nolan (para decirlo con despiadada

Stephen King Carrie

franqueza, no parecen tener la inteligencia suficiente como para mentir en forma tan

convincente), entonces Nolan se hizo cargo de esta parte de la conspiración y dejó totalmente fuera

de ella a Chris Hargensen; actuó según su propia iniciativa…

No hablaba cuando conducía; le gustaba conducir. Esa actividad le daba una sensación de

poder que nada era capaz de superar, ni siquiera hacer el amor.

El camino pasaba ante ellos como una serie de fotografías en blanco y negro y el velocímetro

indicaba con un temblor que superaban los cien kilómetros.

Él procedía de lo que las asistentes sociales Baman un hogar deshecho. Su padre había

desaparecido cuando Billy tenía doce años, después de fracasar en una empresa relacionada con

una gasolinera mal administrada, y su madre tenía cuatro amantes la última vez que los había

contado. Brucie era el favorito en ese momento. Un hombre dedicado al «Seagram’s 7». Ella

también se estaba convirtiendo en un mamarracho horrible.

Pero el coche, el coche le transmitía gloria y poder de sus propias místicas líneas de fuerza.

Lo convertía en alguien a quien había que tener en cuenta, alguien con mana. No era una

casualidad que la mayoría de las veces que se acostaba con una chica lo hiciera en el asiento de

atrás. El coche era su esclavo y su dios. Otorgaba, pero también podía arrebatar. Muchas veces,

Billy lo había utilizado para arrebatar. En largas noches de insomnio en que su madre y Brucie se

peleaban, Billy se preparaba palomitas de maíz y salía a perseguir perros extraviados. Algunas

mañanas guardaba el coche -lo hacía rodar con el motor apagado- en el garaje que había construido

detrás de la casa, con el parachoques delantero chorreando sangre.

A esas alturas, ella conocía bien sus costumbres y no se molestó en iniciar una conversación

que, de todos modos, hubiese sido ignorada. Se había sentado sobre una pierna y se mordisqueaba

los nudillos. Las luces de los coches que los adelantaban a gran velocidad en la 302 destellaban

suavemente en su cabello y le daban visos plateados.

Él se preguntaba cuánto duraría su historia con ella. Quizá no más allá de esa noche. En

cierto modo, todo había conducido a eso, incluso el comienzo, y, cuando todo hubiese terminado,

aquello que los había mantenido unidos podría debilitarse y disolverse; y se preguntarían cómo

había llegado a suceder todo eso. Pensó que ella empezaría a dejar de parecerse a una diosa y a

asemejarse a la típica zorra de sociedad, y eso lo incitaría a vapulearla un poco. O quizá mucho.

Restregárselo por las narices.

Pasaron Brickyard Hill y divisaron la escuela allá abajo, los patios de estacionamiento

repletos de los brillantes y aparatosos coches de los papás -Sintió que el asco y el odio subían por

su garganta. Les daremos algo

(una noche para el recuerdo)

que no olvidarán. Nos encargaremos de eso.

Las alas de las salas de clases estaban oscuras, desiertas, en silencio; en el vestíbulo había la

luz amarilla de siempre. El lado este del gim. nasio era una pared de vidrio que brillaba con tma

suave luz anaranjada, etérea y casi fantasmal. Le acometió nuevamente su hondo resentimiento y

la necesidad de arrojar piedras.

-Ya se ven las luces -murmuró-, las luces de la fiesta.

Ella se volvió hacia él, arrancada con un sobresalto de sus propios pensamientos.

-¿Qué?

-Nada -dijo él, y le acarició la nuca-. Creo que te voy a dejar tirar de la cuerda.

Billy lo hizo solo, porque sabia perfectamente que no podía confiar en nadie. Era una lección

que le había costado aprender, mucho más que bs que le enseñaban en la escuela, pero la había

rendido bien. Los muchachos que lo habían acompañado a la granja de Henty la noche anterior ni

siquiera sabían para qué quería la sangre.

Probablemente sospechaban que tenía algo que Ter con Chris, pero tampoco estaban seguros

de eso.

Stephen King Carrie

Se había dirigido a la escuela pocos minutos después de que la noche del jueves se

convirtiera -en mañana del viernes. Pasó dos veces delante de ella en el coche para cerciorarse de

que no había nadie y de que ninguno de los dos vehículos de la Policía se encontraban en el sector.

Entró en el patio de estacionamiento con las luces apagadas y giró hasta colocarse detrás del

edificio. Más atrás, el campo de fútbol brillaba con una luz tenue bajo la delgada capa de niebla

que se arrastraba sobre la superficie.

Abrió el portaequipajes y quitó el pestillo a la nevera. La sangre era una masa helada y

sólida, pero estaba bien; tendría veinticuatro horas para derretirse.

Puso los baldes en el suelo y sacó algunas herramientas del cajón, se las metió en el bolsillo

trasero y cogió una bolsa de papel del asiento. Los tornillos produjeron un ruido seco en el interior.

Trabajaba sin prisa, con la tranquila concentración del que es incapaz de concebir una

interrupción. El gimnasio en el que se iba a realizar el baile era también el auditorio de la escuela,

y la pequeña hilera de ventanas que daban al lugar en que había aparcado el coche correspondían a

la sección de almacenaje situada detrás del escenario.

Eligió una herramienta plana que tenía un extremo en forma de espátula y la deslizó por una

pequeña grieta entre los vidrios superior e inferior de una de las ventanas de guillotina. Era una

buena herramienta; la había hecho él mismo en el taller de fundición de Chamberlain. La movió

rápidamente hasta que descorrió el pestillo. Subió la ventana y se deslizó hacia el interior.

Estaba muy oscuro. Predominaba el olor a pintura de los bastidores del Club de Arte

Dramático. Las delgadas siluetas de los atriles y las cajas de los instrumentos se erguían como

centinelas. El piano de Mr. Downer estaba en un rincón.

Billy sacó de la bolsa una pequeña linterna, se dirigió hacia el escenario y pasó entre las

cortinas de terciopelo rojo. El piso del gimnasio, con su rayado para la práctica del baloncesto y su

superficie barnizada, brilló ante él como una laguna de ámbar. Paseó la luz por el escenario, frente

a la cortina. Allí, con fantasmales líneas de tiza, alguien había señalado la ubicación de los tronos

del rey y la reina para el día siguiente. Todo el escenario estaría sembrado de flores de papel…

vaya, sólo Dios sabia.

Echó la cabeza hacia atrás y dirigió el rayo de luz hacia las tinieblas de la parte superior.

Arriba, las vigas entrelazaban sus difusos contornos. Las que quedaban sobre la pista de baile

habían sido cubiertas con papel crepé, pero no habían decorado las que estaban directamente sobre

el escenario. Una pequeña cortina ocultaba esas vigas, y no se las podía ver desde el piso del

gimnasio.

La cortina también escondía un haz de luces que Iluminarían el mural veneciano.

Billy apagó la linterna, se dirigió hacia el lado Izquierdo del escenario y subió por una

escalera de peldaños de acero que estaba atornillada a la pared. El contenido de su bolsa de papel,

que había metido en su camisa para asegurarla, tintineó con sordo y extraño regocijo en el

gimnasio desierto.

En el extremo superior de la escalera había una pequeña plataforma. Al volverse hacia el

escenario, las bambalinas quedaron a su derecha y el gimnasio a la izquierda. En la parte superior

se amontonaba el atrezo, parte del cual se conservaba allí desde los años veinte. Un busto de ‘Palas,

utilizado en alguna antigua versión dramáfica de El cuervo, de Poe, lo miraba con ojos ciegos,

huidizos, desde un enmohecido somier. Delante de él había una viga de acero que cruzaba el

escenario. Las luces que iluminarían el mural estaban atornilladas en su parte inferior. Con un paso

estuvo sobre ella y se desplazó sin mayor esfuerzo y sin ningún temor sobre el escenario. En voz

baja tarareaba una melodía de moda. La viga estaba cubierta por una gruesa capa de polvo, y dejó

largas huellas al arrastrar los pies. A mitad de camino se detuvo, se arrodilló y miró hacia abajo.

Sí. Con ayuda de la linterna podía distinguir el dibujo de tiza exactamente debajo de donde se

encontraba. Soltó un silbido apagado.

(lancen las bombas)

Stephen King Carrie

Hizo una marca sobre el polvo en el lugar preciso y luego volvió a la plataforma. Nadie

subiría a ese lugar entre ese momento y el baile; la iluminación del mural y la del lugar del

escenario donde se coronaría

(ésa sí que iba a ser coronación) al rey y la reina se controlaban desde un cubículo en la parte

posterior del escenario. Esas mismas luces cegarían a quien mirara desde abajo ocultándolo todo.

Sólo verían sus preparativos si alguien subía a la parte superior a buscar algo. No creía que pudiera

ocurrir. Era un riesgo aceptable.

Abrió la bolsa y sacó un par de guantes, se los puso y luego cogió una de las dos poleas que

había comprado el día anterior. Por precaución, las había adquirido en una ferretería de Boxford.

Con un gesto rápido se colocó algunos clavos en la boca, como si fueran cigarrillos, y cogió el

martillo. Sin dejar de tararear, a pesar de que tenía la boca llena de clavos, fijó la polea

cuidadogamente en el rincón a unos 30 cm de la plataforma.

Junto a ella colocó un pequeño tornillo de ojo.

Bajó hasta el escenario, lo atravesó y subió por otra escalera, no lejos del lugar por donde

había entrado. Se encontró en el desván de la escuela, una especie de ático donde iban a parar los

trastos. Allí había pilas de viejos anuarios, uniformes deportivos comidos por las polillas y

antiguos textos escolares roídos por los ratones. Se volvió hacia la izquierda, dirigió el rayo de luz

hacia las bambalinas y localizó la polea que acababa de instalar. Desde la derecha le llegaba el

fresco aire de la noche que penetraba por un respiradero. Sin dejar de tararear, sacó la segunda

polea y la clavó en la pared.

Volvió a bajar, salió por la ventana que había forzado y examinó los dos baldes de sangre; a

pesar de que había transcurrido una media hora desde el comienzo de la operación no daba señales

de que fuera a deshelarse. Cogió los recipientes y volvió en dirección hacia la ventana; su silueta

parecía la de un granjero que vuelve de ordeñar sus primeras vacas. Los colocó en el irtetior y

luego se introdujo por el hueco.

Resultaba más fácil caminar por la viga con n balde en cada mano; se conseguía un mejor

equilibrio. Cuando llegó a la X que había marcado sobre el polvo, colocó los baldes sobre la viga,

volvió a examinar las marcas de tiza en el escenario, hizo un gesto de asentimiento y volvió a la

plataforma. Había pensado limpiar los baldes cuando tuviese que volver hasta ellos por última vez

-tenían las huellas digitales de Kenny y tamién las de Don y Steve-, pero era mejor no haer1o.

Quizá se llevaran una pequeña sorpresa el sábado por la mañana.

El último artículo que contenía la bolsa era un rollo de cuerda de yute. Volvió junto a los

baldes y ató las asas de ambos con un nudo corredizo. Hizo pasar la cuerda por el ojo del tornillo y

por la polea, luego arrojó el resto del rollo hacia el desván e hizo lo mismo con el tornillo y la

polea de ese lado. Probablemente no le hubiese resultado divertido saber que, en las tinieblas de la

parte superior del auditorio, cubierta con el polvo de sucesivas décadas, y rodeado de pequeñas

mariposillas que volaban imprecisas en torno de su desordenado caballo, parecía un Rube

Goldberg (1) jorobado y medio loco, absorto en la creación de la mejor de las trampas para

ratones.

Amontonó lo que quedaba de la cuerda sobre una pila de cajones, de modo para que se

pudiera alcanzar desde el respiradero. Bajó por última vez y se sacudió las manos. Ya estaba

hecho.

Miró por la ventana, luego se deslizó por el alféizar y cayó al suelo con un ruido sordo.

Cerró la ventana, volvió a introducir la palanqueta y cerró el pestillo hasta donde pudo. Volvió a su

coche.

Chris decía que había muchas posibilidades de que Tommy Ross y la zorra de la White se

encontraran bajo esos baldes; había llevado a cabo una discreta promoción entre sus amigos. Sería

bueno, si llegara a suceder. Pero, para Billy, cualquiera daría lo mismo. Estaba comenzando a

(1) Dibujante norteamericano nacido a fines del siglo pasado. (N. del T.)

Stephen King Carrie

pensar que incluso le daría igual que fuese la misma Chris.

Hizo andar el coche y se alejó.

De Me llamo Susan Snell, pág. 48: .

Carrie habló con Tommy el día anterior al }Y baile. Lo esperó a la salida de una de sus

clases y, según él, se sentía realmente desgraciada, como si pensara que él le iba a gritar que dejara

de molestarlo y que desapareciera de una vez.

Le dijo que tenía que estar de vuelta a más tardar a las once, o de lo contrario su madre

estaría preocupada. Agregó que no quería estropearle la fiesta ni nada parecido, pero no sería justo

inquietar a su madre.

Tommy sugirió que a la salida pasarían por el rKelly Fruit» para tomar una root beer y una

hamburguesa. Todos los demás chicos irían a Westover o a Lewinston, y tendrían todo el lugar

para ellos solos. El rostro de Carrie se iluminó por lo que dijo Tommy. Ella le contestó que le

parecía estupendo, sencillamente estupendo.

Ésta es la chica que todo el mundo sigue considerando un monstruo. Quiero que graben eso

en sus mentes. La chica que se contentaba con una hamburguesa y una root beer de veinte

centavos después del único baile estudiantil de su vida para que su. madre no se inquietara…

Lo primero que impresionó a Carrie cuando entraron fue el Glamour. No el glamour, sino el

Glamour. Hermosas figuras se paseaban de un lado a otro vestidas de gasa, encaje, seda, raso. El

roce de sus vestidos producía un suave crujido. Se sentía en el aire el perfume de las flores; el

olfato Comenzó a hacer una burlona imitación de un arlestón siguiendo el `ritmo de estilo antiguo

que marcaba la orquesta, y alguien lo silbó. Geor,ge lloriqueó, sonrió maliciosamente y, cruzando

dos brazos, se lanzó en un breve y desaforado baile 4posaco que estuvo a punto de dejarlo sentado

en el suelo.

Carrie sonrió.

-Ese George es un tipo simpático -dijo.

-Sí que lo es, una buena persona. Hay muchas buenas personas aquí. ¿Quieres que nos

sentemos? -dijo Tommy con suavidad.

-Si -respondió ella, agradecida.

Se dirigió a la puerta y volvió con Norma Watson, que para esa ocasión se había cardado el

:pelo, de modo que formaba una especie de enorme explosión sobre su cabeza.

-Vosotros estáis al OTRO lado -les informó, y sus ojos brillantes y codiciosos examinaron a

Carrie de arriba abajo en busca de algún tirane fuera de lugar, una erupción de granos, cualquier

noticia qué pudiese llevar de vuelta a la puerta, una vez terminada su misión-. Ese vestido es

PRECIOSO, Carrie. ¿De DÓNDE lo sacaste?

Carrie se lo explicó mientras rodeaban la pista en dirección a la mesa. Norma exudaba olor a

abón «Avon», perfume de «Woolworth’s» y goma de mascar «Juicy Fruit».

La mesa estaba adornada con el inevitable papel crepé, de los colores de la escuela, y las

sillas, plegables, tenían cintas y lazos del mismo matetial. Sobre la cubierta había una vela

colocada en una botella, un ejemplar del programa de la fiesta y dos recuerdos del baile de gala;

dos góndolas llenas con almendras, se asombraba constantemente. Las muchachas llevaban

vestidos de espaldas rebajadas, corpiños ajustados que mostraban una verdadera hendidura, trajes

estilo Imperio, faldas largas, elegantes zapatos de fiesta, deslumbrantes esmóquines blancos, fajas,

zapatos negros que brillaban como espejos.

Había unas pocas personas en la pista de baile, no muchas todavía, y en la suave y cambiante

oscuridad parecían espectros. Ella no quería realmente verlos como sus compañeros de curso;

quería que todos fuesen bellos desconocidos.

Stephen King Carrie

Sentía la mano de Tommy firme sobre su hombro.

-El mural está bastante logrado -comentó él.

-Sí -asintió ella con voz débil.

Una suave luz se desprendía de los lugares en que había sido pintado color naranja mientras

el gondolero se apoyaba con eterna indolencia en la caña del timón. El crepúsculo resplandecía a

su alrededor, y los edificios conspiraban sobre las aguas. Ella comprendió, en forma súbita y

tranquila, que ese momento estaría siempre presente en su memoria. Se preguntó si los demás

tendrían una sensación parecida -ellos eran gente de mundo-, pero incluso George se quedó en

silencio durante un minuto mientras miraban y la escena, los perfumes, incluso el sonido de la

orquesta que tocaba una melodía de una película en una versión que apenas permitía reconocerla,

todo eso quedó para siempre dentro de ella y se sintió en paz consigo misma. Su alma experimentó

un momento de calma, como si hubiese sido estirada bajo una plancha y quedado suave y tersa.

-Viiibraciones -gritó de repente George, y arrastró a Frieda a la pista de baile.

-Todavía no me REPONGO -decía Norma-. Estás tan DIFERENTE. -Le dirigió una extraña

mirada furtiva que hizo que Carrie se pusiera nerviosa-. Estás ESTUPENDA. ¿Cuál es tu

SECRETO, Carrie?

-Soy la amante secreta de Don MacLean.

Tommy se rió con disimulo, pero rápidamente se contuvo. La mandíbula de Norma bajó un

centímetro, y Carrie quedó asombrada de su propio ingenio y de su audacia. De modo que ése era

el aspecto que tenía una cuando era víctima de una broma, como si una abeja le hubiese picado el

trasero. Carrie descubrió que le gustaba que Norma tuviera esa expresión. Era muy poco cristiano.

-Bueno, tengo que volver a mi puesto -dijo ella-. Tommy, ¿no es EMOCIONANTE?

Su sonrisita era compasiva: ¿No sería más emocionante si…?

-Ríos de sudor helado corren por mis muslos -dijo Tommy solemnemente.

Norma se alejó con una curiosa sonrisa de perplejidad. Las cosas no habían salido como

esperaba. Todo el mundo sabía cómo debían salir las cosas con Carrie.

Tommy volvió a sonreír y preguntó:

-¿Bailamos?

Ella no sabía bailar, pero no estaba preparada para confesar eso todavía.

-¿Por qué no nos quedamos sentados un momento?

Mientras él le retiraba la silla, vio la vela y le pidió que la encendiera. Así lo hizo. Sus ojos

se encontraron por encima de la llama. Él alargó el brazo y le cogió la mano. La orquesta seguía

tocando.

De Explosión en las Sombras, págs. 133-134:

Quizás algún día lleve a cabo un estudio exhaustivo de la personalidad de Margaret White,

un día en que Carrie se haya coivertido en un tema más académico. Quizá yo mismo lo intente,

aunque sólo fuese para..poder investigar el árbol genealógico de la familia Brigham. Resultaría

sumamente interesante descubrir los fenómenos extraños que podrían haberse dado en dos o tres

generaciones…

Y sabemos, por supuesto, que Carrie volvió a casa la noche del baile. ¿Por qué? Es difícil

determinar el grado de cordura de los motivos de Carrie en ese momento. Puede que fuera en

busca de absolución y perdón, o con el propósito expreso de cometer un matricidio. En todo caso,

parece desprenderse del informe forense que Margaret White la estaba esperando…

En la casa, el silencio era completo. Se había ido.

De noche. No estaba. Margaret White salió lentamente de su cuarto en dirección a la sala. Lo

primero había sido el flujo de la sangre y las sucias fantasías que el demonio despierta con ella.

Luego ese Poder infernal que el Diablo le había dado. Había venido junto con la sangre y junto con

el vello en el cuerpo, por supuesto. Oh, ella conocía el Poder del Demonio. Su propia abuela lo

Stephen King Carrie

había tenido. Ella podía encender el fuego de la chimenea sin moverse de su mecedora.

Hacía que sus ojos centellearan con

(no permitirás que una bruja viva)

una especie de luz maléfica. Y a veces, durante la cena, el azucarero se ponía a girar

locamente como un poseído. Cuando sucedía, la abuela lanzaba unas risotadas agudas como una

demente y babeaba y hacía la señal contra el Mal de Ojo a su alrededor. Algunas veces jadeaba

como un perro en un día de calor. Cuando murió de un ataque al corazón a los sesenta y seis años,

incluso a esa temprana edad la vejez la había debilitado hasta convertirla en una idiota. Carrie ni

siquiera tenía un año. No habían pasado cuatro semanas después del funeral de la abuela cuando

Margaret había encontrado a su pequeña hija tendida en su cuna, entre risas y gorjeos, entretenida

mirando una botella que oscilaba en el aire sobre su cabeza.

Margaret había estado a punto de matarla en ese momento. Su madre la había detenido.

No debería haberle permitido impedírselo.

Margaret se había quedado inmóvil en medio de la sala. El Cristo en el Calvario la miraba

con ojos heridos, sufrientes, acusadores. La manecilla del reloj de la Selva Negra se movió. Eran

las ocho y diez.

Había sentido, había sentido realmente el Poder del Demonio que actuaba en Carrie. Había

recorrido todo su cuerpo, la había levantado y empujado en medio del cosquilleo diabólico de unos

dedos invisibles. Nuevamente había intentado cumplir su deber cuando Carrie tenía tres años y la

había sorprendido pecando con la vista al mirar a la zorra del Demonio en el patio vecino. Luego

habían caído las piedras y había flaqueado. Y el poder había surgido de nuevo después de trece

años. Nadie puede burlarse de Dios.

Primero la sangre, luego el poder

(escribe tu nombre, escríbelo con sangre) y ahora un muchacho y un baile la llevaría después

a un albergue de carreteras y al patio de estacionamiento y al asiento trasero y…

Sangre, sangre fresca. La sangre estaba en la raíz de todo aquello, y sólo la sangre podía

expiarlo.

Era una mujer alta y fuerte, con brazos marizos que habían convertido sus codos en dos

hoyuelos, pero su cabeza se veía curiosamente pe»queña en el extremo de su poderoso cuello.

Había sido un rostro hermoso alguna vez. Conservaba todavía una belleza extraña, apasionada.

Pero sus ojos habían adquirido una curiosa expresión distraída y las arrugas se habían ahondado

cruelmente alrededor de su boca, firme aunque extrafeamente débil. Su cabello, casi

completamente negro un año atrás, aparecía ahora casi blanco.

La única manera de matar el pecado, el verdadero y negro pecado, es ahogarlo en la sangre

de

(tiene que ser sacrificada)

un corazón que se arrepiente. Sin duda era eso ,que Dios quería y la había señalado con el

dedo. ¡No había sido el mismo Dios el que había pedido a Abraham que quitara la vida a su hijo

sobre la montaña?

Se dirigió a la cocina arrastrando sus viejas y deformadas zapatillas. Abrió el cajón de los

utencilios. El cuchillo carnicero era largo y aguzado, y en el centro mostraba la curva que le había

producido el constante afilado. Se sentó en un taburete junto a la mesa, sacó el trozo de piedra de

afilar de su pequeño envase de aluminio y comenzó a restregarlo por el centelleante filo de la hoja,

con la atención concentrada y apática de los condenados.

El tictac del cucú de la Selva Negra continuó imperturbable hasta que, finalmente, el pájaro

salió impulsado hacia delante para dar un solo. gritito y anunciar que eran las ocho y media.

Margaret sintió en la boca un sabor a aceitunas.

Stephen King Carrie

LOS ALUMNOS DEL ÚLTIMO CURSOPRESENTAN EL BAILE DE GALA 1979

27 de mayo de 1979

Música a cargo de la Orquesta de Billy Bosnan y de Josie y sus Lunáticos

ESPECTÁCULO

Cabaret

Piruetas con bastón ejecutadas por Sandra Stenchfield

500 millas

El limonero

Mr. Tambourine Man

Canciones folklóricas a cargo de John Swithen y Maureen-Cowan La calle donde vives

Gotas de lluvia sobre mi cabeza Puente sobre aguas turbulentas

Coro de la escuela

PROFESORES INVITADOS

Mr. Stephens, Miss Geer, Mr. y Mrs. Lublin y Miss Desjardin.

Coronación a las 10 P. M.

Recuerda que es T U fiesta. ¡Contribuye a hacerla digna de recordarl

Cuando la invitó por tercera vez, Carrie tuvo que confesar que no . sabia bailar. No añadió

que ahora que la orquesta de rock se había hecho cargo de la música por la media hora siguiente,

se sintiera fuera de lugar girando por la pista,

(y cometiendo un pecado) sí, cometiendo un pecado.

Tommy hizo un gesto de asentimiento y sonrió. Se inclinó hacia ella y le dijo que detestaba

bailar. ¿Le gustaría dar una vuelta para saludar a los que estaban en las otras mesas? Sintió una

turbación que subía rápidamente por su garganta, pero aceptó con una inclinación de cabeza. SI,

seria una buena idea. El se encargaba de ella. Ella debería encargarse de él (incluso si él realmente

no lo esperaba); era parte del trato. Y se sintió envuelta por la magia de la fiesta. Y,

repentinamente, tuvo la esperanza de que nadie estiraría un pie a su paso ni le pegaría

disimuladamente en la espalda un cartel que dijera patee fuerte», que nadie le lanzaría un chorro de

agua la cara desde un clavel para luego retroceder corriendo mientras se escuchaban las carcajadas

y los silbidos de los demás.

Y, si había magia, no era divina, sino pagana.

(mamá no puedo seguir cosida a tus faldas, he crecido)

Y así era como ella quería que fuese.

-Mira -le dijo Tommy cuando se levantaba.

Dos o tres de los alumnos deslizaban los tronos del rey y de la reina desde las bambalinas,

mientras Mr. Lavoie, el encargado, hacia gestos para indicarles el lugar exacto previamente

señalado sobre el escenario, Carrie pensó que los tronos parecían sacados de algún castillo del rey

Arturo; estaban forrados en un blanco deslumbrante y sembrados de flores naturales y adornados

con unas enormes banderas de papel crepé.

-Soy muy bonitos -comentó Carrie.

-Tú eres muy bonita -dijo Tommy, y ella tuvo la seguridad de que esa noche no le podía

ocurrir nada malo… Quizás incluso los eligieran rey y reina del baile. Una idea disparatada, pensó,

y sonrió.

Eran las nueve.

Stephen King Carrie

-¿Carrie? -preguntó una voz ligeramente indecisa.

Había estado tan absorta contemplando la orquesta, la pista de baile y las otras mesas, que no

había visto acercarse a nadie. Tommy había ido a buscar unos vasos de ponche.

Se volvió y vio a Miss Desjardin. Durante un momento sólo se miraron y el recuerdo

recorrió el espacio que las separaba, se comunicaron

(me vio desnuda me vio desnuda gritando cubierta de sangre)

sin palabras ni pensamientos. Todo estaba en los ojos.

Luego, Carrie finalmente dijo:

-Está usted muy atractiva, Miss Desjardin.

Era cierto. Vestía un traje ajustado de un brillante color plateado, el complemento perfecto

para su cabello rubio, que llevaba recogido en un peinado alto. Un medallón muy sencillo colgaba

de su cuello. Se veía muy joven, tan joven como para ser una alumna y no una de las profesoras

acompañantes.

-Gracias -dijo. Vaciló y luego puso una mano enguantada sobre el brazo de Carrie-. Eres una

chica muy bonita -añadió, y dio a cada palabra un énfasis peculiar.

Carrie sintió que se ponía colorada y bajó los ojos.

-Ha sido muy amable al decir eso. Sé que no lo soy…, no realmente… Pero gracias de todas

maneras.

-Es verdad -dijo Miss Desjardin-. Carrie, lo que ocurrió antes… Bueno, todo ha sido

olvidado. Quería que lo supieras.

-Yo no puedo olvidarlo -replicó Carrie. Las palabras que acudieron a sus labios fueron: Yo

no culpo a nadie. Pero se mordió los labios y no dijo nada. Era una mentira. Los culpaba a todos y

siempre lo haría y lo que más quería era ser honesta consigo misma-. Pero ya pasó, ya pasó.

Miss Desjardin sonrió, y sus ojos parecieron capturar la suave mezcla de luces en un

centelleo casi líquido. Miró hacia la pista de baile y Carrie siguió la dirección de su mirada.

-Recuerdo muy bien mi propio baile de fin de curso -dijo suavemente Miss Desjardin-. Con

mis tacones, yo era cinco centímetros más alta que el chico que me acompañaba. Me regaló un

ramillete que no combinaba con mi vestido. Al coche se le había estropeado el tubo de escape y el

motor hacia…, bueno, un ruido infernal. Pero fue maravilloso.aNo sé por qué. Nunca he vuelto a

experimentar lo mismo al salir con un chico. -Miró a Carrie-. ¿Te está ocurriendo eso a ti?

-Es muy agradable -dijo Carrie.

-¿Sólo eso?

-No; es más. Pero no podría decirlo, no podría decírselo a nadie.

Miss Desjardin sonrió y le apretó el brazo.

-Nunca lo olvidarás. Nunca.

-Creo que tiene razón.

-Que te diviertas, Carrie.

-Gracias.

Tommy llegó con dos vasos de ponche en el momento en que Miss Desjardin se alejaba

rodeando la pista de baile, en dirección a la mesa de los profesores.

-¿Qué quería? -preguntó Tommy, mientras depositaba cuidadosamente los vasos de papel

sobre la mesa.

Carrie, que la seguía con la mirada, respondió:

-Creo que quería decirme que lo lamentaba.

Sentada en la sala de su casa, Susan- Snell cosía tranquilamente el borde de un vestido

mientras escuchaba Long John Silver por el conjunto «Jefferson Airplane». Era un disco antiguo y

muy rayado, pero resultaba tranquilizador.

Sus padres habían salido aquella noche. Sabían lo que ocurría, estaba segura, pero habían

querido enviarle las jactanciosas alusiones respecto a lo orgullosos que se sentían de Su Hija y de

lo felices que estaban porque, finalmente, estaba Madurando. Se alegraba de que hubiesen

Stephen King Carrie

decidido dejarla sola porque todavía no tenía claros sus propios motivos y temía analizarlos

en profundidad por miedo de descubrir un fulgor de egoísmo parpadeando allá en la oscuridad de

su subconsciente.

Lo había hecho; era suficiente. Se sentía satisfecha.

(a lo mejor se enamora de ella)

Levantó la cabeza como si alguien le hubiese hablado desde el pasillo; una sonrisa

sobresaltada curvaba sus labios. Ése sí que sería un final de cuento de hadas. El Príncipe se inclina

sobre la Bella Durmiente y besa sus labios.

Sue, no sé cómo decírtelo, pero…

La sonrisa se desvaneció.

Su período se había atrasado. Llevaba ya casi una semana. Y ella había sido siempre tan

exacta como un calendario.

Se oyó un ruido seco, y luego cayó un nuevo disco. Durante el breve y repentino silencio,

sintió que algo en su interior daba un vuelco. Quizá fuese sólo su alma.

Eran las nueve y quince.

Billy condujo el coche hasta el final del patio de estacionamiento y aparcó en uno de los

sitios que quedaban frente a la rampa de asfalto que desembocaba en la carretera. Chris comenzó a

bajarse, pero él la volvió bruscamente,a su lugar. Los ojos de Billy brillaban feroces en la

oscuridad.

-¿Qué pasa? -preguntó ella con enfadado nerviosismo.

-Hay toda una ceremonia para anunciar los nombres del rey y la reina -dijo-. Luego, una de

las orquestas tocará el himno de la escuela. Eso quiere decir que están sentados en el trono, justo

en el blanco.

-Ya sé todo eso. Suéltame, me haces daño.

Le apretó la muñeca con mayor fuerza, y sintió que los huesos más pequeños se rozaban. Le

producía un implacable placer. Con todo, ella no gritó. Lo estaba aguantando muy bien.

-Y, ahora, escúchame. Quiero que sepas en qué te estás metiendo. Tira con fuerza. La parte

entre las poleas estará un poco floja, pero no demasiado. Cuando sientas que los baldes caen, corre.

No te quedes por ahí para escuchar los gritos ni nada parecido. Esto ya no es una broma de

colegio; estamos cometiendo una agresión criminal, ¿te enteras? Por eso no te ponen una multa; te

meten en la cárcel y,hacen desaparecer la llave.

Había sido un tremendo discurso para él.

Los ojos de Chris brillaban con una furia desafiante.

-¿Captas?

-Sí -respondió ella.

-Bien. Cuando los baldes caigan, yo voy a correr y cuando llegue al coche lo voy a poner en

marcha y desapareceré de aquí. Si estás aquí puedes venir conmigo; si no, te dejaré. Si te dejo y

alguien se entera, de esto, te mato. ¿Me crees?

-Sí. Y quítame esa maldita mano de encima.

Le soltó el brazo y la sombra de una involuntaria sonrisa cruzó su rostro.

-De acuerdo. Esto va a resultar bien.

Se bajaron del coche.

Ya eran casi las nueve y media.

Vic Mooney, el presidente del último curso, decía con entusiasmo por el micrófono:

-Bien, señoras y señores. Tomen asiento, por favor. Ha llegado el momento de la votación.

Elegiremos al rey y la reina.

-¡Esta elección es un insulto para la mujer! -gritó Myra Crewes con inquieto buen humor.

-¡También es un insulto para los hombres! -replicó George Dawson, y todo el mundo se rió.

Stephen King Carrie

Myra se quedó callada; ya había manifestado su protesta simbólica.

-Tomen asiento, por favor -continuó Vic y sonrió y se puso intensamente colorado mientras

se tocaba un grano que tenía en el mentón. El enorme gondolero veneciano miraba soñadoramente

por encima del hombro de Vic-. Ha llegado el momento de votar.

Carrie y Tommy se sentaron. Tina Blake y Norma Watson repartían papeletas xerocopiadas,

y cuando Norma dejó caer una sobre la mesa y susurró: ¡SUERTE!, Carne la cogió y la examinó.

Se quedó boquiabierta.

-¡Tommy, estamos entre los candidatos!

-Sí; ya me di cuenta. Por lo visto, a uno lo embarcan sin preguntarle nada. Bien venida a

bordo. ¿Rechazamos la nominación?

Ella se mordió el labio y lo miró.

-¿Tú quieres hacerlo?

-Vaya, no -replicó de buen humor-. Si ganas, todo lo que tienes que hacer es quedarte

sentado allí arriba mientras tocan el himno de la escuela, bailar una vez, agitar un cetro y poner

cara de imbécil, vamos. Te toman una fotografía para el anuario a fin de que todo el mundo pueda

ver la cara de imbécil que tenias.

-¿Por quién votamos? -preguntó, mientras su vista iba dudosa dé la papeleta al lápiz que se

encontraba junto a la góndola llena de almendras-. Son más de tu grupo que del mío. -Soltó una

risita-. En realidad, no tengo grupo.

El se encogió de hombros.

-Votemos por nosotros mismos. Al diablo con la falsa modestia.

Ella lanzó una carcajada y luego se cubrió la boca con las manos. El sonido le resultó casi

totalmente desconocido. Sin pensarlo siquiera, hizo un círculo alrededor de sus nombres, el tercer

lugar desde arriba. El pequeño lápiz se quebró entre sus dedos y sofocó un grito. Una astilla le

había hecho daño en un dedo y se había formado una pequeña gota de sangre.

-¿Te has hecho daño?

-No -respondió ella sonriendo, pero, de pronto, ya no era fácil sonreír. La vista de la sangre

le desagradaba. La secó y la cubrió con la servilleta-. Pero rompí el lápiz y era un recuerdo. Qué

tonta soy.

-Todavía tienes la góndola -dijo él, y la empujó hacia ella, imitando el ruido de una bocina.

La garganta se le cerró y sintió que iba a llorar y que después se iba a sentir avergonzada. Se

contuvo, pero sus ojos brillaron como prismas y ella bajó los ojos para que él no lo notara.

La orquesta tocaba una pegadiza música de fondo mientras los encargados de la «Honor

Society» recogían las papeletas, previamente dobladas. Las llevaron a la mesa de los profesores

que estaban junto a la puerta y allí Vic, Mr. Stepheris y los Lublin las contaron. Miss Geer lo

supervisaba todo con mirada penetrante e inexorable.

Carrie sintió que una involuntaria tensión comenzaba a apoderarse de ella y apretaba los

músculos de su estómago y su espalda. Estrechó con fuerza la mano de Tommy. Era absurdo, por

supuesto. Nadie iba a votar por ellos. Por el potro quizá, pero no si estaba enganchado junto a una

vaca. Elegirían a Frank y Jessica o, tal vez, Don Farnham y Helen Shyres o… ¡al diablo!

Dos de los montones aumentaban más que los demás. Cuando Mr. Stephens hubo terminado

de separar las papeletas, los cuatro por turno contaron los montones más grandes, que parecían

tener la misma altura. Las cabezas se juntaron, se produjo un breve conciliábulo y volvieron a

contar. Mr. Stephens hizo un gesto de asentimiento, revisó las papeletas una vez más, como un

hombre que va a repartir las cartas en una partida de póquer y se las devolvió a Vic. Éste volvió a

subir al escenario y se acercó al micrófono. La orquesta de Billy Bosnan ejecutó una fanfarria. Vic

sonrió nervioso, se aclaró la garganta junto al micrófono. El sonido le llegó a través de los

altavoces y cerró un momento los ojos. Estuvo a punto de dejar caer las papeletas al suelo, que

estaba cubierto de gruesos cables eléctricos, y alguien soltó una risita.

-Hemos tropezado con una dificultad -anunció Vic, sin mayor preámbulo–. Mr. Lublin dice

que ésta es la primera vez en la historia de nuestros bailes de gala de fin de año…

Stephen King Carrie

-¿Desde cuándo está asistiendo él? -murmuró alguien detrás de Tommy-. ¿El siglo pasado?

-Hay un empate.

Se produjo un murmullo entre los asistentes.

-¿De qué tamaño? -gritó Georges Dawson, y se escucharon algunas risas. Vic mostró una

sonrisita nerviosa y, una vez más, estuvo a punto de dejar caer las papeletas.

-Sesenta y tres votos paró Frank Grier y Jessica MacLean, y sesenta y tres votos para

Thomas Ross y Carrie White.

El anuncio fue seguido por un momento de silencio, y luego se produjo repentinamente un

estruendoso aplauso. Tommy miró a su pareja. Ella había bajado la cabeza como si estuviese

avergonzada, pero él tuvo una súbita sensación

(carrie carrie carrie)

que no se diferenciaba de la que había sentido al invitarla al baile. Sentía que algo ajeno a él

mismo se movía en su mente, algo que pronunciaba el nombre de Carrie una y otra vez. Como si…

-¡Atención! -decía la voz de Vic por los altavoces-. Tengan la bondad de prestar atención,

por favor. -Los aplausos se acallaron-. Vamos a hacer una votación de desempate. Por favor,

escriban los nombres de la pareja que prefieren, en las hojas de papel que les serán entregadas.

Se alejó del micrófono con expresión de alivio.

Se repartieron las papeletas; eran hojas de papel que habían arrancado rápidamente de

algunos programas sobrantes. La orquesta seguía tocando, aunque nadie le prestaba atención; todo

el mundo conversaba excitadamente.

-No nos estaban aplaudiendo a nosotros -dijo Carrie y levantó la vista. Aquello que él había

sentido (o que le pareció haber sentido) había desaparecido-. No podría haber sido para nosotros.

-Quizá te estaban aplaudiendo a ti.

Ella lo miró enmudecida.

-¿Por qué tardan tanto? -susurró ella-. Los escuché aplaudir. Quizás ése fuera el momento. Si

lo has estropeado…

La cuerda de yute colgaba entre ellos. No había sido tocada porque Billy la había sacado por

el respiradero empleando un destornillador.

-No te preocupes -dijo él calmadamente-. Tocarán el himno de la escuela; siempre lo hacen.

-Pero … .

-Cállate de una vez. Hablas demasiado.

El extremo de su cigarrillo osciló en la oscuridad.

Ella se calló. Pero

(oh cuando esto haya terminado me las vas a pagar, chico, a lo mejor esta noche te acuestas

con un nudo en los huevos)

su mente repitió furiosamente las palabras que había escuchado y las almacenó. La gente no

le hablaba así. Su padre era abogado.

Faltaban siete minutos para las diez.

Tommy tenía el lápiz partido entre los dedos, listo para escribir, cuando ella le tocó la

muñeca en forma ligera, insegura.

-No…

-No, ¿qué?

-No votes por nosotros -dijo finalmente.

El levantó las cejas, burlón.

-¿Por qué no? Cuando uno se mete en algo,, hay que llegar hasta el fin. Es lo que siempre

dice mi madre.

(madre)

Stephen King Carrie

Al instante se presentó una imagen en su memoria: su madre recitaba monótonamente unas

plegarias interminables ante un Dios inmenso, sin rostro, pétreo, que rondaba por los patios de

estacionamiento de los albergues de carreteras con una espada de fuego en la mano. Un terror

negro la invadió y tuvo que luchar con toda su alma para rechazarlo. Se sentía incapaz de

explicarse su terror, su sensación de premonición. Sólo pudo sonreír impotente y repetir:

-No. Por favor.

Los encargados de la «Honor Society» estaban recogiendo las hojas dobladas y ya avanzaban

en dirección a ellos. El vaciló un momento, luego, repentinamente, garabateó en la hoja de papel:

Tommy y Carrie.

-Para ti -dijo-. Esta noche tiene que ocurrirte todo lo mejor.

No pudo responder porque el presentimiento no la abandonaba: el rostro de su madre.

El cuchillo resbaló de la piedra de afilar y, al instante, le hizo un corte en la palma de la

mano junto al pulgar.

Miró la herida. La sangre salía lenta y espesa de entre los labios de la misma. Rodó por la

mano y fue a manchar el gastado linóleo de la cocina. Eso estaba bien, era bueno; la hoja había

vertido sangre y conocía su sabor. No vendó la herida, sino. que dirigió el flujo hacia el filo del

cuchillo, para que la sangre oscureciera el afilado destello de la hoja. Luego comenzó a afilarlo de

nuevo sin prestar atención a las gotas de sangre que salpicaban su vestido.

Si tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo lejos de ti.

Las palabras de la Escritura eran severas, pero también dulces y buenas. Una cita apropiada

para aquellos que acechan en los sombríos umbrales de los hoteles de una noche y en los arbustos

detrás de las boleras.

Sácatelo

(oh y la asquerosa música que tocan)

Arrójalo lejos

(las chicas muestran la ropa interior cómo suda cómo suda sangre)

de ti.

El reloj de cucú comenzó a dar las diez y

(córtale las entrañas y desparrámalas por el suelo)

si tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sdcatelo y arrójalo lejos de ti.

Había terminado de coser el vestido y no se sentía capaz de mirar la televisión, leer un libro

o llamar por teléfono a Nancy. No había nada que pudiera hacer, excepto permanecer sentada en el

sofá, frente a la oscuridad de la ventana de la cocina, y sentir una especie de miedo indecible que

crecía en ella como una criatura que llega a un espantoso término.

Suspiró y comenzó a frotarse los brazos distraídamente. Los sintió fríos y ásperos. Eran las

diez y doce minutos y no había ninguna razón para pensar que el mundo se acababa.

Los montones eran más altos esta vez, pero se veían exactamente iguales. Nuevamente, hubo

que contarlos tres veces para cerciorarse. Luego Vic Mooney se acercó al micrófono. Hizo una

pausa mientras saboreaba la tensión suspendida en el aire azulado, y anunció simplemente:

-Tommy y Carrie ganan por un voto.

Se produjo un silencio de muerte durante un segundo. Luego los aplausos volvieron a llenar

el gimnasio, pero algunos de ellos tenían un tono satírico. Carrie, sobresaltada, contuvo un grito

ahogado y Tommy sintió nuevamente (pero sólo durante un segundo) ese extraño vértigo

(carrie carrie carrie carrie)

Stephen King Carrie

que parecía expulsar de su mente todo pensamien-to excepto el nombre y la imagen de esa

extraña muchacha con la que se encontraba. Por el fugaz espacio de un segundo se sintió presa del

pánico.

Algo cayó al suelo con un sonido metálico y en el mismo instante la vela se apagó.

Josié y sus Lunáticos ya tocaban una versión rock de Pompa y Circunstancias. Los

encargados aparecieron junto a su mesa (casi por arte de magia; todo había sido meticulosamente

ensayado por Miss Geer quien, según los rumores, devoraba encargados lentos y torpes para

almuerzo) y pusieron en la mano un cetro envuelto en papel de aluminio y colocaron una capa con

un exuberante cuello de piel de perro sobre los hombros de Carrie, y un chico y una chica vestidos

con chaquetas blancas los condujeron por el pasillo central. La música de la orquesta se convirtió

en un estruendo. Los asistentes aplaudían. Miss Geer sentía justificada su existencia. Tommy Ross

sonreía aturdido.

Fueron conducidos por los escalones hasta el escenario, llevados hasta los tronos y,

finalmente, sentados. Los aplausos atronaban. Había desaparecido el sarcasmo; eran francos,

profundos, un poco aterradores. Carrie se alegró de poder sentarse. Todo estaba ocurriendo

demasiado rápido. Le temblaban las piernas y, de pronto, incluso bajo el escote relativamente

subido de su vestido, sus senos

(bultoscochinos)

parecían terriblemente expuestos. El sonido de los aplausos en sus oídos la hizo sentirse

atontada, casi borracha. Una parte de ella estaba realmente convencida de que todo eso no era sino

un sueño, del que despertaría muy pronto con contradictorias sensaciones de pérdida y alivio.

Vic tronó ante el micrófono:

-¡El rey y la reina del baile de gala de 1979! ¡Tommy ROSS y Carrie WHITE!

Los aplausos continuaban atronadores como disparos. Tommy Ross, que en ese instante

vivía uno de los momentos borrosos, imprecisos de su vida, cogió la mano de Carrie y le sonrió

mientras pensaba que la intuición de Suzie no había fallado. Ella se las arregló para devolverle la

sonrisa. Tommy

(tenía razón ella y la amo y amo a esta chica también a esta Carrie es bella y está bien y las

amo a todas la luz la luz de sus ojos)

y Carrie

(no puedo verlos me ciegan las luces los oigo pero no puedo verlos las duchas recuerda las

duchas oh mamá he subido demasiado quiero bajar oh es que se están riendo y se preparan para

lanzarme cosas para señalarme y estallar de risa no los puedo ver no los puedo ver hay demasiada

luz)

y la viga encima de ellos.

Ambas orquestas, en una súbita y vibrante coalición de rock y bronces, se lanzaron en la

interpretación del himno de la escuela. El público se puso en pie y comenzó a cantar sin dejar de

aplaudir.

Eran las diez y siete minutos.

Billy acababa de flexionar las rodillas hasta hacer sonar las articulaciones. Chris Hargensen

permanecía junto a él, dando señales de creciente nerviosismo. Sus manos recorrían las costuras de

sus tejanos y se mordía el labio inferior, apretándolo un poco.

-¿Crees que van a votar por ellos? -preguntó Billy en voz baja.

-Lo harán -dijo ella-. Dejé todo preparado. Ganarán por mucho. ¿Por qué siguen

aplaudiendo? ¿Qué pasa por ahí dentro?

-No me preguntes, chica, yo no…

El himno de la escuela se escuchó como un rugido fuerte y compacto en el suave aire de

mayo y Chris dio un salto como si la hubiera picado un insecto. Se le escapó un grito de sorpresa.

Con la frente altaaaaaaa, de nuestra Escuela Ewen…

Stephen King Carrie

-Adelante -dijo él-. Ya está allí.

Sus ojos brillaron suavemente en la oscuridad. Una extraña semisonrisa había cruzado sus

facciones.

Ella humedeció sus labios. Siguieron con la vista el largo de la cuerda.

Llevaremos la bandera hasta el cielooooo…

-Silencio -susurró Chris.

Estaba temblando, y él pensó que su cuerpo nunca le había parecido tan deseable, tan

excitante. Cuando eso terminara le iba a hacer el amor de tal manera que todas sus experiencias

anteriores le iban a parecer cosquillas hechas con el dedo de un marica. La iba a penetrar.

-¿Te faltan agallas, ricura?

El se inclinó hacia delante.

-No lo voy a hacer por ti, amiguita. Pueden quedarse donde están hasta que se congele el

infierno.

Alzaremos con orgullo el blanco y el rojoooo:..

Repentinamente de su boca salió un sonido ahogado que podría haber sido una especie de

grito, se inclinó hacia delante y tiró de la cuerda con ambas manos. Durante un momento se deslizó

en falso y ella pensó que Billy le había estado tomando el pelo todo ese tiempo, que la cuerda no

estaba atada en ninguna parte, que colgaba en el aire. Luego se tensó, aguantó un segundo y

después subió ásperamente entre las palmas de sus manos, dejando una delgada raspadura.

-Yo -comenzó.

En el interior, la música se detuvo en forma discordante. Durante un momento, algunas

ásperas voces continuaron sin darse cuenta, y luego se acallaron. Hubo un compás de silencio y,

acto seguido, alguien gritó. Nuevo silencio.

Quedaron mirándose en la oscuridad, paralizados por la realidad del hecho; no habían

imaginado el impacto que les produciría. Chris sintió que el aliento se convertía en vidüo en su

garganta.

Entonces comenzó la risa en el gimnasio.

Eran las diez y veinticinco y la sensación se hacía cada vez peor. Sue estaba frente a la

cocina, parada sobre una pierna, esperando que la leche comenzara a hervir para echarle el cacao.

Dos veces había intentado subir a ponerse la camisa de dormir, y en ambas ocasiones se había

detenido, atraída sin razón aparente a la ventana de la cocina desde la que se veía Brickyard Mall y

la espiral de la ruta n ° 6, que llevaba a la ciudad.

Pero, en ese momento, cuando la sirena instalada en la torre del Ayuntamiento, en la calle

principal, comenzó súbitamente a aullar en mitad de la noche, subiendo y bajando en oleadas de

pánico, no se volvió de inmediato hacia la ventana, sino que sólo se limitó a apagar el fuego para

que no se derramara la leche.

Todos los días a mediodía sonaba la sirena del Ayuntamiento, y eso era todo, excepto cuando

llamaba a los voluntarios de la compañía de bomberos durante la época de verano en que se

producían incendios en los pastizales. Sólo sonaba en caso de grandes desastres. Y en ese

momento, en medio de la casa vacía, su aullido resultaba aterrador, irreal.

Se dirigió hacia la ventana, pero con gran lentitud. El ulular de la sirena subía y bajaba, subía

y bajaba. En alguna parte se empezaba a oír sonar unos bocinazos, como si se tratara de una boda.

Veía su imagen en el vidrio oscuro: los labios separados, los ojos muy abiertos y, casi

inmediatamente, la condensación de su aliento la oscureció.

Un recuerdo semiolvidado se hizo presente. De niña, en la escuela secundaria, había

participado en un entrenamiento para un supuesto ataque aéreo. Cuando la profesora golpeaba con

las manos y decía: «Está sonando la sirena», una tenía que meterse a gatas debajo del banco,

ponerse las manos sobre la cabeza y esperar, ya fuera la señal de que había pasado el peligro, o los

proyectiles enemigos que las harían polvo. En ese momento, con la claridad de una hoja

conservada en un envoltorio de plástico

Stephen King Carrie

(está sonando la sirena) sintió que las palabras se adherían a su mente.

Allá abajo, hacia la izquierda, donde se encontraba el patio de estacionamiento -el círculo de

luces de sodio lo convertía en un lugar fácil de localizar, aunque el edificio de la escuela no se veía

en la oscuridad-, brilló una chispa, como si Dios hubiese hecho funcionar un encendedor.

(ése es el lugar donde se encuentran los estanques de combustible)

La chispa vaciló y luego se convirtió en un estallido anaranjado. Ahora podía ver la escuela y

se estaba incendiando.

Ya se dirigía al armario para coger su abrigo cuando el estampido sordo de la primera

explosión sacudió el suelo bajo sus pies e hizo tintinear la vajilla en los armarios.

De Soy una sobreviviente de la fiesta macabra, por Norma Watson (publicado en el número

de agosto de 1980 de The Reader’s Digest, en la sección «Un drama de la vida real:

… y todo fue tan rápido que nadie se dio cuenta realmente de lo que estaba sucediendo.

Estábamos todos de pie, aplaudiendo y cantando el himno de la escuela. Y entonces -yo estaba

situada en la mesa de las acomodadoras, junto a la entrada principal, y miraba hacia el escenariose vio un destello producido por un objeto metálico que reflejaba la intensa iluminación del

escenario. Yo me encontraba al lado de Tina Blake y Stella Houghton, y creo que ellas lo vieron

también.

De inmediato se produjo lo que pareció una enorme salpicadura de rojo en el aire. Parte de

ella se estrelló contra el mural y chorreó en espesas gotas. Supe de inmediato, incluso antes de que

los tocara a ellos; que era sangre. Stella pensó que era pintura, pero yo tuve un presentimiento,

igual que esa vez que mi hermano fue atropellado por un remolque cargado de heno.

Quedaron empapados. Carrie fue la que recibió más. Se veía exactamente como si hubiese

sido sumergida en un balde de pintura roja. Permaneció allí inmóvil. No hizo un solo movimiento.

La orquesta de Josie y sus Lunáticos, que estaba más cerca del escenario, recibió una rociada. El

primer guitarrista tenía un instrumento color blanco, y quedó cubierto de sangre.

-¡Dios mío, si es sangre! -exclamé.

Cuando dije eso, Tina dio un grito. Fue muy fuerte y se, escuchó en todo el gimnasio.

La gente había dejado de cantar y reinó el silencio. Yo no podía moverme; estaba clavada en

el lugar. Levanté la vista y vi dos baldes que se balanceaban y entrechocaban sobre los troncos.

Todavía goteaban. De repente cayeron, seguidos por una larga cuerda floja. Uno de ellos golpeó a

Tommy Ross en la cabeza. Produjo un sonido fuerte, vibrante, como un gong.

Con eso alguien se rió. No sé quién fue, pero no era la risa de una persona que ha visto algo

divertido. El sonido era áspero, histérico, horrible.

En ese mismo instante, Carrie abrió los ojos y pareció que se le iban a desorbitar.

Ese fue el momento en que todos se pusieron a reír. Yo también, que Dios me perdone.

Resultaba tan… tan estrafalario.

Cuando yo era pequeña tenía un libro de cuentos de Walt Disney que se llamaba Canción del

Sur y traía esa historia del tío Remus sobre el niño de alquitrán. Había un dibujo del niño sentado

en medio de un camino y parecía uno de esos cómicos antiguos que se pintaban la cara de negro y

mostraban unos grandes ojos blancos. Cuando Carrie abrió los ojos, tuve la misma impresión. Era

la única parte de ella que no estaba completamente roja. Y como les daba la luz, tenían un aspecto

vidrioso. Que Dios me perdone, pero se veía igual a Eddie Cantor haciendo ese número de los ojos

saltones.

Eso fue lo que hizo que la gente se riera. No pudimos evitarlo. Era una de esas situaciones en

las que o una se ríe o se vuelve loca. Carrie había sido siempre el blanco de todas las bromas, y esa

noche todos sentíamos que éramos parte de algo especial, como si estuviéramos viendo a una

persona reincorporándose a la raza humana, y yo fui una de las que dio gracias a Dios por eso. Y

luego ocurrió eso. Ese horror.

Stephen King Carrie

De modo que no había nada más que hacer. Se trataba de reír o llorar, ¿y quién iba a llorar

por Carrie después de todos esos años?

Simplemente se quedó sentada allí, mirándonos a todos fijamente mientras la risa aumentaba

y se hacía cada vez más estrepitosa. La gente ya empezaba a llevarse las manos al vientre y a

doblarse en dos mientras la señalaban. Tommy era el único que no la miraba. Se había desplomado

sobre la silla, como si se hubiese quedado dormido. Claro que no se podía saber si estaba herido;

estaba cubierto de sangre.

Y luego el rostro de Carrie… se desencajó. No se me ocurre otra manera de describirlo. Se

llevó las manos a la cara y, casi tambaleándose, se puso de pie. Estuvo a punto de enredarse en sus

propios pies y caerse, y eso hizo qué la gente se riera más. Luego abandonó el escenario con una

especie de… salto. Fue como ver a una gran rana roja que se precipitaba en una charca.

Nuevamente estuvo a punto de caerse, pero se mantuvo de pie.

Miss Desjardin salió corriendo en dirección a Carrie. Ya había dejado de reírse y extendía

los brazos hacia ella. Pero, de repente, giró bruscamente y fue a dar contra una pared al lado del

escenario. Fue la cosa más rara del mundo. No había tropezado ni nada parecido. Fue como si

alguien la hubiese empujado, pero no había nadie allí para hacerlo.

Carrie corrió en dirección a la salida, cubriéndose la cara con las manos, y alguien le puso

una zancadilla. No sé quién sería, pero el hecho es que Carrie se fue de bruces al suelo y dejó una

larga huella roja. Recuerdo que exclamó: « ¡Uf! y Y la manera como lo dijo nos hizo reír mucho

más. Comenzó a andar a gatas por el suelo, y luego se levantó y salió corriendo. Pasó junto a mí.

Se le sentía el olor de la sangre, un olor a vómito y putrefacción.

Bajó los escalones de dos en dos y después desapareció por la puerta.

La risa empezó a disminuir. Algunos todavía se estremecían y se reían por las narices.

Lennie Brock había sacado un gran pañuelo blanco y se enjugaba los ojos. Sally McManus estaba

muy pálida, como si fuera a vomitar, pero se sacudía con una risita tonta y no parecía poder

controlarla. Billy Bosnan se limitaba -a permanecer en su lugar con su batuta en la mano mientras

movía la cabeza con un gesto negativo. Mr. Lublin estaba junto a Miss Desjardin y pedía un

«Kleenex». Le sangraban las narices.

Tienen que comprender que todo esto sucedió en menos de dos minutos. Nadie lograba

entender nada. Estábamos aturdidos. Algunos recorrían los grupos y hablaban un poco, pero no

demasiado. Helen Shyres estalló en llanto, y eso hizo que algunas de las otras la imitaran. Luego,

alguien gritó:

-¡Llamen un médico! ¡Un médico! ¡Pronto!

Era Josie Vreck. Estaba sobre el escenario, arrodillado junto a Tommy Ross, y tenía la cara

blanca como papel. Trató de levantarlo y el trono se volcó y Tommy rodó por el suelo.

Nadie se movió; todos miraban fijamente. Yo me sentía petrificada. Dios mío, era todo lo

que podía pensar. Dios mío. Dios mío. Dios mío. Y luego ese otro pensamiento penetró en mi

mente, y me pareció como si no fuese mío en realidad. Pensaba en Carrie. Y en Dios. Todo se

mezclaba confusamente y era horrible. Stella miró hacia donde yo estaba, y dijo:

-Carrie ha vuelto.

-Sí, tienes razón -repliqué.

Todas las puertas del vestíbulo se cerraron de un golpe. Sonaron como manos que se

golpean. Alguien en el fondo dio un grito y eso desencadenó la fuga precipitada. Todo el mundo

corrió desordenadamente hacia las puertas. Yo me quedé allí sola, inmóvil, sin poder dar crédito a

mis ojos. Y, cuando miré, un momento antes de que llegaran los primeros y comenzaran a

empujar, vi a Carrie mirar hacia adentro, con el rostro manchado, como un indio pintado para la

guerra.

Estaba sonriendo.

Empujaban las puertas, las golpeaban, pero no se movían. Como aumentaba el número de los

que presionaban contra ellas, alcancé a ver que los primeros que habían llegado eran aplastados

Stephen King Carrie

contra ellas, y jadeaban y gruñían. Pero; no se abrían. Y esas puertas jamás habían estado

cerradas. La ley lo prohíbe.

Mr. Stephens y Mr. Lublin arremetieron contra el grupo y comenzaron a tirarlos hacia atrás,

cogiendo chaquetas, faldas, lo que fuera.; Todos chillaban y se escurrían como ganado. Mr.

Stephens abofeteó a un par de chicas y dio un puñetazo en un ojo a Vic Mooney. Les gritaban que

salieran por la puerta de emergencia de la parte de atrás. Algunos lo hicieron. tsos fueron los

únicos que sobrevivieron.

Fue entonces cuando comenzó a llover…, por lo menos eso fue lo primero que pensé. Caía

agua por todas partes. Levanté la vista y vi que todos los irrigadores estaban abiertos. El agua caía

sobre la cancha de baloncesto y salpicaba en todas direcciones. Josie Vreck gritaba a los

muchachos de su orquesta que ; apagaran los amplificadores eléctricos y los micrófonos, pero

todos habían desaparecido. Bajó del escenario de un salto.

Cesó el pánico frente a las puertas. La gente empezó a retroceder mirando hacia el techo. Oí

que alguien -creo que Don Farnhamdecía:

-Esto va a arruinar la cancha.

Otras personas se acercaron a ver a Tommy Ross. Me di cuenta en el acto de que lo único

que quería era salir de allí. Cogí la mano de Tina Blake y le dije:

-Corramos. De prisa.

Para llegar a la salida de emergencia, había que atravesar un corto corredor a la izquierda del

escenario. Allí también había irrigadores, pero no estaban funcionando. Y las puertas estaban

abiertas; alcanzaba a ver algunas personas que salían corriendo. Pero la mayoría de los asistentes

permanecían de pie en pequeños grupos, mirándose y parpadeando. Algunos observaban la huella

de sangre que había quedado en el lugar en que Carrie se había caído. El agua empezaba a borrarla.

Cogí el brazo de Tina y comencé a empujarla hacia la salida. En ese mismo instante se

produjo un enorme destello de luz, un alarido y un ruido espantoso por los. altavoces. Me volví y

vi a Josie Vreck aferrado al pie de uno de los micrófonos. No podía soltarlo. Parecía que se le iban

a saltar los ojos, tenía el pelo erizado y daba la impresión de que estaba bailando. Sus pies

resbalaban por el agua y comenzaba a salir humo de su camisa.

Se desplomó sobre uno de los amplificadores -eran grandes, quizá de un metro y medio o

más- y cayó al agua. El ruido a través de los altavoces subió hasta convertirse en un grito

desgarrador y luego se produjo otro crepitante destello y cesó el estrépito. La camisa de Josie

estaba ardiendo.

-¡Corre! -me gritó Tina-. Ven, Norma. !Por favor!

Salimos corriendo hacia el vestíbulo y algo estalló detrás del escenario -supongo que serían

los conmutadores centrales-. Volví la vista durante un segundo. Alcancé a divisar el lugar donde se

encontraba Tommy, porque habían descorrido la cortina. Todos esos gruesos cables se ondulaban

en el aire, sacudiéndose y retorciéndose como serpientes escapadas del canasto de un faquir.

Luego, uno de ellos se partió en dos. Se produjo un fogonazo color violeta cuando tocó el agua y,

en ese momento, todo el mundo gritó al mismo tiempo.

Y luego ya estábamos fuera, corriendo por el aparcamiento. Creo que yo iba gritando, no lo

recuerdo muy bien. No recuerdo con claridad nada de lo que ocurrió después de que comenzaron a

gritar, después de que esos cables de alto .voltaje cayeran sobre el piso cubierto de agua…

Para Tommy Ross, que sólo tenía dieciocho años, el fin llegó rápida y misericordiosamente,

y casi sin dolor. En ningún momento pudo darse cuenta de que ocurría algo de importancia. Se

produjo un ruido metálico que él asoció momentáneamente con (se cayeron los baldes de la leche)

un recuerdo de infancia ocúrrido en la granja de su tío Galen y luego con (alguien dejó caer algo)

la orquesta que se encontraba más abajo. Alcanzó a vislumbrar el rostro de Josie Vreck que miraba

un punto sobre su cabeza (qué pasa tengo una aureola) y, en ese momento, lo golpeó el balde que

contenía todavía la cuarta parte de la sangre. El borde exterior del fondo lo golpeó en la cabeza y

Stephen King Carrie

(eh eso me dolió) perdió rápidamente el conocimiento. Todavía estaba tumbado sobre el

escenario cuando el fuego, que comenzó en el equipo eléctrico de Josie y sus Lunáticos, alcanzó el

mural y luego se extendió por esa madriguera de ratones llena de viejos uniformes, libros y

papeles, que se encontraba detrás del escenario, en la parte superior.

Ya estaba muerto cuando estalló el depósito de combustible, media hora más tarde.

Del indicador eléctrico automático de la gAssociated Pressm de Nueva, Inglaterra, a las

10,46 P.M.:

CHAMBERLAIN, MAINE (AP)

SE HA DECLARADO UN INCENDIO EN LA ESCUELA SECUNDARIA EWEN.

HASTA EL MOMENTO NO SE HA PODIDO CONTROLAR EL FUEGO. AL INICIARSE EL

SINIESTRO, SE REALIZABA UN BAILE ESCOLAR EN EL ESTABLECIMIENTO. SE

ESTIMA QUE LA CONFLAGRACIÓN TUVO SU ORIGEN EN UN FALLO DE LAS

INSTALACIONES ELÉCTRICAS. TESTIGOS AFIRMAN QUE EL SISTEMA DE

IRRIGACIÓN CONTRA INCEN DIOS DE LA ESCUELA COMENZÓ A FUNCIONAR

INESPERADAMENTE, ORIGINANDO UN CORTOCIRCUITO EN EL EQUIPO DE UNA

ORQUESTA DE ROCK. OTROS TESTIGOS INFORMAN QUE SE PRODUJERON

DESTROZOS EN Los CABLES ELÉCTRICOS CENTRALES. SE CREE QUE UNAS CIENTO

DIEZ PERSONAS PUEDEN ESTAR ATRAPADAS EN EL GIMNASIO EN LLAMAS. LOS

CUERPOS DE BOMBEROS DE LOS VECINOS PUEBLOS DE WESTOVER, MOTTON Y

LEWISTON COMUNICAN QUE HAN RECIBIDO PETICIONES DE AYUDAS Y SE

ENCUENTRAN, O LO ESTARÁN DENTRO DE POCO, EN CAMINO. POR EL MOMENTO

NO SABEMOS QUE HAYA vfcriMAs. FIN.

27 de mayo, 10,46 P.M. 69041) AP.

Del indicador eléctrico automático de la «Associated Press» de Nueva Inglaterra, a las 11,22

P.M.:

URGENTE

CHAMBERLAIN, MAINE (AP)

UNA TREMENDA EXPLOSIÓN HA SACUDIDO LA ESCUELA SECUNDARIA

THOMAS EWEN EN LA PEQUEÑA CIUDAD DE CHAMBERLAIN, EN EL ESTADO DE

MAINE. TRES BOMBAS DE INCENDIOS QUE HABIAN SALIDO ANTERIORMENTE

PARA COMBATIR EL FUEGO QUE SE HABÍA DECLARADO EN EL GIMNASIO

MIENTRAS SE REALIZABA UN BAILE, VIERON FRUSTRADOS SUS ESFUERZOS

PORQUE TODAS LAS BOCAS DE INCENDIOS HABÍAN SIDO ESTROPEADAS. NOS

INFORMAN QUE LA PRESIÓN DEL AGUA EN LA CAÑERÍA CENTRAL DEL SECTOR

QUE VA DESDE LA CALLE SPRING HASTA LA PLAZA GRASS ES NULA. UN OFICIAL

DE BOMBEROS DIJO: «LES ARRANCARON LAS BOQUILLAS Y FUE IMPOSIBLE

CONECTAR LAS MANGUERAS. EL AGUA DEBE DE HABER BROTADO COMO EN

SURTIDORES MIENTRAS TODOS ESOS CHICOS ARDÍAN. » HASTA EL MOMENTO SE

HAN RECUPERADO TRES CADÁVERES. UNO DE ELLOS HA SIDO IDENTIFICADO

COMO THOMAS B. MEARS, UN BOMBERO DE LA LOCALIDAD. APARENTEMENTE,

LOS OTROS DOS PERTENECEN A ALUMNOS QUE ASISTÍAN A LA FIESTA.

TRES BOMBEROS HAN SIDO LLEVADOS AL HOSPITAL DE MOTTON A CAUSA

DE LAS QUEMADURAS RECIBIDAS Y DE UN PRINCIPIO DE ASFIXIA. SE CREE QUE

Stephen King Carrie

LA EXPLOSIÓN TUVO LUGAR CUANDO EL FUEGO LLEGÓ A LOS TANQUES DE

COMBUSTIBLE DE LA ESCUELA, QUE ESTABAN SITUADOS CERCA DEL GIMNASIO.

TODO HACE PENSAR QUE EL INCENDIO TUVO ORIGEN EN UN EQUIPO ELÉCTRICO

INSUFICIENTEMENTE AISLADO. DESPUÉS DE PRODUCIRSE UN FALLO EN EL

SISTEMA DE IRRIGACIÓN CONTRA INCENDIOS. FIN.

27 de mayo, 11,22 P.M. 70119E AP.

Sue sólo tenia un permiso de conducir para principiantes, pero cogió las llaves del coche de

su madre, que colgaban junto al frigorífico, y corrió al garaje. El reloj de la cocina indicaba

exactamente las once.

Ahogó el motor en el primer intento y tuvo que forzarse a esperar antes de probar de nuevo.

Esta vez, el coche hizo un ruido y partió. Sue salió estrepitosamente del garaje y abolló un

guardabarros, pero no se dio cuenta. Giró, y las ruedas traseras hicieron saltar las piedrecillas del

camino. El «Plymouth 77» torció bruscamente y salió al camino. Estuvo a punto de estrellar la

parte de atrás contra el pretil de la carretera, y eso le produjo una sensación de asco en el

estómago. Sólo en ese momento se dio cuenta de que estaba gimiendo desde el fondo de su ser,

como un animal atrapado.

No se detuvo en el stop que señalaba la intersección de la ruta 6 y el Back Chamberlain

Road. Las sirenas de incendios llenaban la noche desde el Este, donde Chamberlain lindaba con

Westover y desde Motton, al Sur, a sus espaldas.

Estaba a punto de llegar a la base de la colina cuando estalló la escuela.

Apretó el freno con ambos pies y se -vio lanzada contra el volante, como una muñeca de

trapo. Los neumáticos produjeron un ruido chirriante sobre el pavimento. Torpemente, consiguió

abrir la puerta y salió protegiéndose la vista con las manos a causa del resplandor.

Un estallido de fuego se había disparado hacia el cielo, arrastrando un nimbo. de escombros

en el que revoloteaban estructuras metálicas, madera y papeles. Había un fuerte olor a combustible.

La calle principal parecía iluminada por un fogonazo. Vio que toda el ala de la escuela que

correspondía al gimnasio era una ruina que se desplomaba llameante.

La explosión se produjo un momento más tarde y la empujó hacia atrás. La basura del

camino pasó junto a ella en una ráfaga enorme y repentina y sintió una corriente de aire tibio que le

recordó fugazmente

(el olor en los metros) un viaje que había hecho a Boston el año anterior. Las ventanas del

«Bill’s Home Drugstore» y de la «Kelly Fruit Company» tintinearon y cayeron hacia dentro.

Había caído sobre un costado. El fuego iluminaba la calle con un mediodía infernal. Lo

siguiente ocurrió como si hubiese sido proyectado a cámara lenta mientras su mente seguía

funcionando

(muertos están todos muertos carrie por qué pensar en carrie)

a su propio ritmo. Los coches pasaban . a gran velocidad hacia el lugar del siniestro. Algunas

personas corrían en pijamas, camisones o batas. Vio a un . hombre que salla de la comisaría de

Policía de Ch4mberlain, que también servía de tribunal. Se movía con lentitud. Los coches

avanzaban lentamente. Incluso la gente que corría lo hacía lentamente. Vio que el hombre

colocaba las manos alrededor de la boca y gritaba algo; no se oyó con claridad en medio del ulular

de la sirena del Ayuntamiento, de las bombas y el crujir de la monstruosa boca de fuego. Parecía

decir:

-Oiga, currillo, no lo tire a la cocina.

La calle estaba mojada en ese sector. La luz bailaba en el agua, junto a la ,gasolinera

«Amoco». -… currillo…

Y luego el mundo voló en pedazos.

Stephen King Carrie

Del testimonio bajo juramento presentado por Thomas K. Quillan ante la Comisión

Investigadora del Estado de Maine, en relación con los sucesos ocurridos la noche del 27 al 28 de

mayo en Chamberlain, Maine (la versión resumida que presentamos pertenece al libro Baile para

un holocausto, El informe de la Comisión White, Signet Books, Nueva York, 1980):

P. Mr. Quillan, ¿tiene usted su domicilio en Chamberlain?

R. Sí, señor.

P. ¿Cuál es su dirección?

R. Tengo una habitación encima del salón de billar. Yo trabajo ahí. Friego los pisos, limpio

las mesas, trabajo en las máquinas…, máquinas de ésas para entretenerse marcando puntos, ya

sabe.

P. ¿Dónde se encontraba usted la noche del 27 de mayo a las 22,30, Mr. Quillan?

R. Bueno…, en realidad estaba en una celda, en la comisaría. A mí me pagan los jueves,

comprende. Y siempre salgo y me emborracho. Voy al «Cavalier», bebo algo de cerveza, juego un

poco al póquer en la parte de atrás. Pero, cuando bebo, me salen todos los malos instintos. Siento

como si tuviera una carrera de coches metida en la cabeza. Ocioso, ¿no cree? Una vez le di a un tío

en la cabeza con una silla y…

P. ¿Tenia la costumbre de irse a la comisaría cuando sentía que iba a tener uno de esos

ataques?

R. Sí, el gordo Otis es amigo mío.

P. ¿Se refiere usted al sheriff Otis Doyle?

R. Sí, claro. Me dijo que fuera a verlo cada vez que sintiera esos instintos. La noche anterior

al baile yo había estado jugando al póquer chino con unos amigos en el cuarto trasero del

«Cavalier» y me dio por pensar que Warcel Dubay estaba haciendo trampas. No habría pensado

eso de haber estado sobrio, porque cuando un francés le quiere jugar una mala pasada a uno le

basta con mirar sus propias cartas, pero ese me descontroló. Me había bebido un par de cervezas,

sabe, así que tiré las cartas y me fui a la comisaría. Plessy estaba de guardia y me encerró de

inmediato en la celda número 1. Plessy es un buen tipo. Yo conocí a su madre, pero ya hace mucho

de eso.

P. ¿Mr. Quillan, cree que podemos hablar de lo que pasó la noche del 27 a las 22,30?

R. ¿No lo estamos haciendo?

P. Así lo espero. Continúe.

R. Bueno, Plessy me encerró alrededor de las dos de la mañana del viernes y me quedé

dormido ahí mismo. Aturdido, podríamos decir. Desperté alrededor de las cuatro de la tarde del día

siguiente, me tomé tres «Alka-Seltzers» y me volví a dormir. Tengo maña para eso. Puedo dormir

hasta que la mona ha desaparecido completamente. El gordo Otis dice que debería patentarlo, que

ayudaría a mucha gente.

P. No me cabe duda, Mr. Quillan. Pero veamos, ¿cuándo volvió a despertar?

R. El viernes por la noche, como a las diez. Estaba muerto de hambre, así que decidí bajar al

bar a comer algo.

P. ¿Lo dejaron solo en una celda abierta?

R. Por supuesto. Soy un tipo fantástico cuando estoy sobrio. De hecho, una vez…

P. Limítese a referir al comité lo que sucedió cuando abandonó la celda.

R. Empezó a sonar la sirena de incendios, eso fue lo que sucedió. Me llevé un susto que…

vaya… No había escuchado esa sirena desde que terminó la guerra de Vietnam. Así que subo

corriendo y, maldita sea, no hay nadie en la oficina. Me digo: Mierda, a Plessy le va a llegar por

esto. Siempre tiene que haber alguien de guardia por si hay alguna llamada. Así que me fui a mirar

por la ventana.

P. ¿Podía ver la escuela desde allí?

R. Por supuesto. Está al otro lado de la manzana, a una calle y media de distancia. La gente

gritaba y corría de un lado a otro. Y entonces fue cuando vi a Carrie White.

Stephen King Carrie

P. ¿La había visto antes alguna vez?

R. No.

P. Y, entonces, ¿cómo supo que era ella?

R. No sé; no lo puedo explicar.

P. ¿Alcanzaba a verla con claridad?

R. Estaba parada bajo un farol, junto a la boca de incendios que hay en la esquina de la calle

Spring con Main.

P. ¿Ocurrió algo?

R. Ya lo creo. Toda la cabeza de la boca voló en tres direcciones: a la izquierda, a la derecha

y derecho hacia el cielo.

P. ¿A qué hora ocurrió este… eh… este desperfecto?

R. Como a las once menos veinte. No sería más tarde.

P. ¿Qué pasó después?

R. Avanzó hacia el centro. Tenía un aspecto horrible, señor. Llevaba una especie de traje de

fiesta, o lo que quedaba del traje, y se había empapado con el agua de la toma y estaba cubierta de

sangre. Parecía como si acabara de salir arrastrándose de un accidente de coche. Pero estaba

sonriendo. Nunca había visto una sonrisa así. Era como de una calavera. Y todo el tiempo estaba

mirándose las manos y tratando de limpiárselas en el vestido, intentando quitarse la sangre

mientras pensaba que nunca lo conseguiría y cómo iba a hacer correr sangre por toda la ciudad y

cómo los haría pagar a todos. Era algo espantoso.

P. ¿Cómo podía sospechar usted lo que ella estaba pensando?

R. No lo sé. No logro explicármelo.

P. Durante el resto de su declaración preferiría que se limitara a describir solamente lo que

vio, Mr. Quillan.

R. Muy bien. Había una boca en la esquina de la plaza Grass y también estalló. Eso lo pude

ver mejor. Las tuercas de los costados se estaban desatornillando solas. Con mis propios ojos vi

cómo sucedía. Estalló igual que el otro. Y ella estaba feliz. Se estaba diciendo: «Ahí tienen para

ducharse, ahí… » Oh, perdón. Empezaron a pasar las bombas y la perdí de vista. Se detuvieron

cerca de las bocas y vieron que no iban a conseguir agua. El oficial Burton comenzó a dar voces y

en ese momento voló la escuela. ¡Dios mío!

P. ¿Abandonó la comisaría?

R. Sí; quería encontrar a Plessy y contarle lo de esa loca y las bocas de incendio. Miré hacia

la gasolinera «Amoco» y vi algo que me heló la sangre. Las mangueras de las bombas estaban

desenganchadas. Teddy Duchamp murió en 1968 y Dios lo tenga en su Santo Reino, pero su hijo

ponía candado a esas bombas todas las noches tal como lo hacía su padre. Todos los candados

«Yale» estaban rotos y colgaban del pasador. Los pitones estaban tirados sobre el asfalto y en

todos ellos funcionaba el mecanismo automático. La gasolina salía a chorros y corría por la acera

hacia la calle. Por los mil demonios, cuando vi eso se me encogieron los huevos. Luego apareció

ese tipo que iba corriendo con un cigarrillo encendido.

P. ¿Qué hizo entonces?

R. Me puse a gritarle. Le dije algo como

¡Oiga, cuidado con ese cigarrillo! ¡No lo tire, que es gasolina! No me oyó. Con las sirenas

de las bombas y la sirena del Ayuntamiento y los coches que subían y bajaban como locos, no me

extraña. Vi que lo iba a tirar y yo corrí hacia el interior del edificio para protegerme.

P. ¿Qué pasó después?

R. ¿Después? Bueno, eso ya es obra del

Demonio…

Cuando cayeron los baldes, en un primer momento sólo oyó un fuerte ruido metálico que se

abría paso a través de la música y luego sintió que la bañaba una tibia humedad. Cerró los ojos

Stephen King Carrie

instintivamente. Escuchó un gemido junto a ella y en la parte de su mente que hacía tan poco

tiempo se había despertado percibió un breve dolor.

(tommy)

La música se detuvo con un estrépito discordante y unas pocas voces quedaron en el aire

como cuerdas rotas. En la súbita inercia de la expectación, que llenaba el vacío entre el hecho y la

realización, como una condena a muerte, oyó claramente que alguien decía:

-¡Dios mío, si es sangre!

Un momento después, como para revelar la verdad en toda su dimensión, para señalarla con

horrible claridad, alguien dio un alarido.

Carrie permaneció sentada con los ojos cerrados y sintió la masa negra del terror que crecía

en su mente. Su madre tenía razón, después de todo. Habían vuelto a burlarse, la habían engañado,

una vez más era la víctima de la broma. El horror de la. situación debería haber sido algo conocido

para ella, pero no lo era; se habían burlado allí, delante de todos, y habían repetido la escena de la

ducha… sólo que -la voz había dicho

(dios mío si es sangre)

algo demasiado horrible como para atreverse a contemplarlo. Si abría los ojos .y era verdad,

¿qué haría entonces? ¿Qué haría?

Alguien comenzó a reír, el sonido solitario y asustado de una hiena, y ella abrió los ojos, los

abrió para ver quién era, y era cierto, la pesadilla definitiva, estaba cubierta y chorreaba, la habían

empapado con el velado secreto de la sangre ante todos ellos y su pensamiento

(oh… me han… CUBIERTO) tenía el horrible color púrpura de su repulsión y su vergüenza.

Podía sentir su olor y era el hedor de la sangre, ese espantoso olor húmedo y metálico. En un

vacilante caleidoscopio de imágenes vio la sangre que corría espesa por sus muslos desnudos, oyó

el incesante golpeteo de las duchas sobre las baldosas, sintió el suave roce de los tapones, y los

paños contra su piel mientras unas voces la urgían diciéndole que se lo TAPE, saboreó la espesa e

inagotable amargura del horror.

Finalmente, habían conseguido darle la ducha queellas tanto deseaban.

Una segunda voz se unió a la primera, y luego se oyó una tercera -la aguda risita de soprano

de una chica-, una cuarta, una quinta, seis, una docena, todos, todos se reían. Vic Mooney se reía.

Podía verlo. Tenía el rostro paralizado por la impresión, pero la risa salía de todas maneras.

Permaneció inmóvil dejando que el ruido le llegara en oleadas. Todavía eran hermosos y

había encanto y magia, pero ello había ido más allá y el cuento de hadas tenía el color verdoso de

la putrefacción y el mal. Y, en esa última historia, ella mordería la manzana envenenada, recibiría

el ataque de los duendes y moriría devorada por los tigres.

Una vez más se estaban riendo de ella.

Y de pronto vio con claridad. Se apoderó de ella la conciencia de que había sido cruelmente

burlada y un horrible grito sin ruido

(me están MIRANDO) luchó por salir de su garganta. Se cubrió el rostro con las manos para

ocultarlo y, tambaleándose, se levantó de la silla. Su único pensamiento era correr, salir de la luz,

dejar que se la tragaran las tinieblas y la ocultaran.

Pero era como tratar de correr con el agua hasta la cintura. Su mente traidora había retardado

el tiempo y parecía que todo se arrastraba, como si Dios hubiese cambiado la velocidad de la

escena de 78 revoluciones a 33 1/3. Incluso la risa parecía tener un sonido más profundo y se había

reducido a un rumor sordo, lento y siniestro.

Sus pies se enredaron, y estuvo a punto de caerse del escenario. Recobró el equilibrio, se

inclinó y saltó al suelo. Subió el volumen de esa risa rechinante. Parecía que restregaban piedras

unas contra otras.

No quería ver, pero no pudo evitarlo; las luces eran demasiado brillantes y alcanzó a ver

todos sus rostros: las bocas, los dientes, los ojos. Podía ver sus propias manos ensangrentadas ante

sus ojos.

Stephen King Carrie

Miss Desjardin corría hacia ella y su cara estaba inundada de falsa compasión. Bajo la

superficie Carrie podía ver cómo la verdadera Miss Desjardin sofocaba una risita obscena. Miss

Desjardín abrió la boca y su voz se escuchó lenta, profunda, horrible:

-Déjame ayudarte, querida. Lo siento tant…

Concentró en ella su fuerza

(doblégate)

y Miss Desjardin se precipitó contra la pared del costado del escenario, cayó al suelo y quedó

allí hecha un montón informe.

Carrie se lanzó a correr. Corrió por en medio de ellos. Tenía las manos sobre la cara, pero

podía ver a través de la prisión de sus dedos, podía verlos a ellos, ver que eran hermosos y estaban

envueltos en la luminosa vestimenta de la Aceptación. Los zapatos brillantes, las pieles tersas, los

complicados peinados, los fulgurantes vestidos. Se apartaban de ella como si llevara la plaga, pero

no dejaban de reír. Luego, disimuladamente, alguien estiró un pie

(sí claro eso es lo que viene ahora claro) y cayó hacia delante; quedó apoyada en las manos y

las rodillas y comenzó a andar a gatas con el pelo ensangrentado colgando ante sus ojos, a

arrastrarse como san Pablo en el camino de Dama sco, cuando sus ojos habían sido cegados por la

luz. Ahora tenía que esperar que alguien le diera una patada en el trasero.

Pero nadie lo hizo y, torpemente, se puso de pie. Se empezó a acelerar el ritmo de las cosas.

Había salido al vestíbulo y ya bajaba las escaleras por las que ella y Tommy habían subido

elegantemente dos horas atrás.

(tommy está muerto ése es el precio ése es el precio por traer la plaga al lugar de la luz)

Bajó con torpes zancadas mientras sentía que las risas revoloteaban como pájaros alrededor

de su cabeza.

Luego la oscuridad.

Cruzó el ancho césped que había frente a la escuela, perdió los zapatos y siguió corriendo

descalza. El cuidado césped era como terciopelo, ligeramente cubierto de rocío. La risa había

quedado atrás y comenzó a calmarse un poco.

Esta vez sus piernas sí que se enredaron y cayó de bruces cerca del asta de la bandera.

Permaneció quieta, respirando entrecortadamente, con su rostro ardiendo enterrado en la frescura

del césped. Lágrimas de vergüenza rodaron por sus mejillas, calientes y espesas como el primer

flujo de sangre menstrual. La habían vencido, había perdido de una vez para siempre. Todo había

terminado.

Se recuperaría dentro de un momento y se iría furtivamente a su casa, atravesando calles

alejadas, pegadas a las sombras por si alguien salía a buscarla, se encontraría con su madre y

reconocería que se había equivocado…

(¡¡HO!!)

Su valor -que era bastante- la hizo rebelarse súbitamente y gritar la palabra con fuerza. ¿El

armario? ¿Las interminables y delirantes oraciones? ¿Los panfletos y la cruz y sólo el pájaro

mecánico del reloj de cucú para medir el resto de las horas, días, años y décadas de su vida?

De pronto, como si hubiese comenzado la proyección de un vídeo en su mente, vio que Miss

Desjardin corría hacia ella y luego era lanzada contra la pared como una muñeca de trapo cuando

empleó su mente contra ella, sin siquiera pensarlo conscientemente.

Se volvió de espaldas. En su rostro pintado sus ojos enloquecidos miraban las estrellas. Se

había olvidado de

(¡ ¡EL PODER!!)

Era el momento de darles una lección, el momento de poner las cosas en su lugar. Rió en

forma histérica. Era una de las frases favoritas de su madre.

(mamá vuelve a casa deja su bolso sobre la mesa y dice con un destello de sus gafas bueno

ese tipo se metió conmigo pero yo puse las cosas en su lugar)

Stephen King Carrie

Allí estaba el sistema de irrigación. Ella podía abrirlo, podría hacerlo fácilmente. Lanzó una

risita aguda y se levantó, caminó descalza .hasta las puertas del vestíbulo. Hacer funcionar el siS-,

tema contra incendios y cerrar todas las puertaaMirar hacia adentro y dejar que ellos vieran que los

estaba mirando y riéndose de ellos mientras el agua estropeaba sus vestidos y sus peinados y le

quitaba el brillo a los zapatos. Sólo sentía que no pudiese ser sangre.

El vestíbulo estaba desierto. Se detuvo un m0merito cuando subía las gradas y

DOBLEGATI, las puertas se cerraron con un golpe bajo la coilcentrada fuerza que dirigió hacia

ellas y se desprendieron los mecanismos neumáticos para mWtenerlas cerradas. Oyó que algunos

gritaban, Y para ella fue como una música, una dulce música soul.

Durante un instante todo siguió igual y luego pudo sentir cómo las empujaban queriendo

abrirlas. La presión era mínima. Estaban atrapados

(atrapados)

y la palabra resonó en su mente con un eco enlAquecedor. Los tenía en un puño, en su poder.

¡Poder! ¡Qué palabra ésa!

Recorrió el resto del trayecto y miró hacía adentra. George Dawson estaba pegado al vidrio y

luchaba y empujaba con el rostro distorsionado por el esfuerzo. Había otros detrás de él, y todos

parecían peces en un acuario.

Levantó la vista y sí, ahí estaban las cañerías de los irrigadores con sus pequeñas llaves de

paso como margaritas de metal. Las cañerías atravesaban las verdes paredes de hormigón por unos

pequeños orificios. Había muchas en el interior, recordaba. Una ley para la prevención de

incendios o algo así.

Encendios. En un instante, su mente recordó

(gruesos cables negros como serpientes) los cables eléctricos que se extendían sobre el

escenario. Los asistentes no los alcanzaban a ver porque estaban ocultos por las candilejas, pero

ella había tenido que pasar cuidadosamente sobre ellos cuando se dirigía al trono. Tommy la

sostenía del brazo.

(fuego y agua)

Llevó su mente hacia arriba, sintió las cañerías, siguió su contorno. Frías, llenas de agua.

Sintió un sabor a hierro en su boca, a metal mojado y frío, como el sabor del agua que uno bebe

del pitón de una manguera.

Doblégate.

Durante un momento no sucedió nada. Luego comenzaron a apartarse de las puertas y a

mirar en torno. Se acercó al pequeño rectángulo de vidrio que había en la puerta central y miró

hacia adentro.

Estaba lloviendo en el gimnasio.

Carrie comenzó a sonreír.

Sólo había abierto algunos. Pero descubrió que, mirando directamente a los irrigadores,

podía seguir con mayor facilidad su curso en la mente. Empezó a abrir más y más. Sin embargo,

no era suficiente. Todavía no estaban llorando, así que no era bastante.

(hazles daño entonces hazles daño)

Había un chico junto a Tommy; hacía gestos desesperados y gritaba algo. Mientras ella lo

miraba, bajó del escenario y corrió hacia el equipo de la orquesta de rock. Agarró el pie de uno de

los micrófonos y quedó paralizado. Carrie lo observó perpleja mientras su cuerpo iniciaba una

danza estremecida, casi sin movimiento. Sus pies resbalaban en el agua, sus cabellos se habían

erizado como púas y la boca se le abría por impulsos, como si fuera la de un pez. Se veía cómico.

Carrie comenzó a reír.

(vamos que todos se vean cómicos)

Y, en un impulso ciego y repentino, reunió todo el poder que podía sentir.

Algunas de las luces empezaron a echar humo. Hubo un destello deslumbrante en alguna

parte cuando un cable eléctrico cayó sobre un charco de agua. Se producían sordos golpes en su

Stephen King Carrie

mente cuando los cortocircuitos operaban inútilmente. El muchacho que estaba aferrado al

pie del micrófono cayó sobre .uno de los amplificadores y se produjo un estallido de chispas color

morado y luego el empavesado del papel crepé que cruzaba el escenario empezó a arder.

Justo bajo los tronos, un cable .eléctrico de 220 voltios crepitaba en el suelo. Junto a él,

Rhonda Simard, vestida con su traje de gala de tul verde, ejecutaba el espasmódico baile de un

títere. Repentinamente, su traje ardió en llamas y ella cayó hacia delante sin dejar de moverse.

Quizás ése fue el momento en que Carrie Perdió el control. Se apoyó contra las puertas. Su

corazón latía frenéticamente, pero su cuerpo estaba helado como un témpano. En su. rostro lívido

se destacaban dos afiebradas manchas rojas que coloreaban sus mejillas. Su cabeza palpitaba

intensamente y había desaparecido todo pensamiento consciente.

Se alejó de las puertas tambaleante y las mantuvo cerradas, aunque sin propósito ni plan

alguno. En el interior las llamaradas se hacían más brillantes y se dio cuenta borrosamente de que

el umbral había sido alcanzado por el fuego.

Se dejó caer sobre el escalón superior y puso la cabeza entre las rodillas, tratando de reducir

el ritmo de su respiración. Nuevamente estaban tratando de salir por las puertas, pero podía

mantenerlas cerradas fácilmente: eso solo no le exigía ningún esfuerzo. Un oscuro sentido le indicó

que algunos de ellos se estaban escapando por la salida de emergencia, pero los dejó hacer. Ya se

los encontraría más tarde. No se le escaparía ninguno, ni uno solo.

Bajó las gradas lentamente y atravesó las puertas exteriores sin dejar de mantener cerradas

las del gimnasio. Resultaba fácil. Todo lo que tenia que hacer era verlas en su mente.

La sirena aulló de repente y le hizo dar un grito y llevarse las manos a la cara,

(la sirena es sólo la sirena de incendios) por un momento. Su mente perdió de vista las

puertas del gimnasio y algunos de ellos casi 1ograron salir. No, no. Soy una chica traviesa. Las

cerró de un portazo y alguien quedó con la mano cogida, tuvo la sensación de que era Dale

Norbert, la presión le cortó uno de los dedos.

Tambaleándose, cual un espantapájaros de ojos desorbitados, cruzó el césped en dirección a

la calle Main. A su derecha estaba el centro de la ciudad, los grandes almacenes, la «Kelly Fruit»,

el salón de belleza y peluquería, las gasolineras, la comisarla, el cuerpo de bomberos…

(apagarán mi incendio)

Pero no lo conseguirían. Lanzó una risita aguda y el sonido tenía algo de demencial, algo

triunfante, perdido, victorioso, aterrado. Llegó a la primera boca de incendios y trató de hacer girar

la enorme tuerca pintada de uno de los costados

(vaya)

Era pesada. Era muy pesada. Un metal apretado con fuerza para hacerla desistir. No

importaba.

Lo torció con mayor fuerza y sintió que cedía. Luego el otro lado. Después la parte superior.

En seguida retrocedió un poco e hizo girar los tres al mismo tiempo. Se desatornillaron en un

instante. Se produjo un estallido de agua, una parte del chorro caía hacia los lados y la otra era

lanzada hacia arriba. Una de las tuercas pasó volando a mortífera velocidad a un metro de ella.

Golpeó el pavimento y desapareció haciendo una carambola. El poderoso chorro, blanco por la

presión del agua, surgía en forma de cruz.

Sonriendo, a tropezones, con el corazón dando más de doscientos latidos por minuto,

empezó a andar hacia la plaza Grass. No se daba cuenta de que restregaba sus ensangrentadas

manos contra su vestido, como Lady Macbeth, o que estaba llorando incluso cuando se reía o que

una oculta parte de su mente buscaba ansiosamente la total y definitiva autodestrucción.

Porque se los iba a llevar con ella e iba a haber una gran hoguera hasta que toda la Tierra

estuviera impregnada de su hedor.

Abrió. la boca de incendios de la plaza Grass y luego empezó a bajar hacia la gasolinera

«Amoco». Casualmente fue la primera que encontró, pero no iba a ser la última.

Stephen King Carrie

Del testimonio bajo juramento presentado por el sheriff Otis Doyle ante la Comisión

Investigadora del Estado de Maine (de El informe de la Comisión White), págs. 29-31:

P. Sheriff, ¿dónde se encontraba usted la noche del 27 de mayo?

R. Estaba en la ruta 179, conocida como el Old Benton Road, investigando un accidente de

coche. En realidad, se encontraba fuera de los límites de Chamberlain y correspondía a Durham,

pero yo estaba ayudando a Mel Cra ger, el jefe de Policía de Durham.

P. ¿En qué momento recibió las primeras informaciones respecto de los sucesos que ocurrían

en la Escuela Ewen?

R. El agente Jacob Plessy me lo comunicó por radio a las 22,21 horas.

P. ¿Cuál fue el contenido de la comunicación?

R. El agente Plessy me informó que había problemas en la escuela, pero que no sabía si era

algo serio. Dijo que se escuchaba un griterío y que alguien había hecho funcionar la alarma contra

incendios. Agregó que se dirigía al lugar para investigar los hechos.

P. ¿Dijo que se había declarado un incendio en la escuela?

R. No, señor.

P. ¿Le pidió que volviera a informarle?

R. Sí.

P. ¿Cumplió sus instrucciones?

R. No; murió en la explosión de la gasolinera «Amocob, situada en la esquina de Main y

Summer.

P. ¿Volvió a recibe una comunicación radiofónica relacionada con Chamberlain?

R. Sí; a las 22,42. En ese momento volvía a Chamberlain con un sospechoso en el asiento

trasero de mi coche -un conductor borracho-. Como ya he dicho, el caso correspondía a Mel

Crager, pero Durham no tiene cárcel. Cuando llegué con él a Chamberlain no quedaba mucho de la

nuestra.

P. ¿Qué comunicación recibió a las 22,42?

R. Recibí una llamada de la Policía estatal, que había sido retransmitida desde el cuerpo de

bomberos de Morton. El despacho decía que había un incendio y, aparentemente, algunos

disturbios en la Escuela Secundaria Ewen, y probablemente una explosión. En ese momento nadie

estaba seguro de nada. Recuerde que todo sucedió en un espacio de cuarenta minutos.

P. Estamos ‘al tanto de eso, sheriff. ¿Qué sucedió a continuación?

R. Volví a Chamberlain haciendo funcionar la sirena y la luz intermitente. Trataba de

comunicarme con Jake Plessy, pero no obtenía respuesta. Fue en ese momento cuando escuché la

voz de Tom Quillan por la radio. Me decía confusamente que toda la ciudad estaba en llamas y que

no había agua.

P. ¿Sabe a qué hora fue eso?

R. Sí, señor. A esa altura ya había empezado a llevar control del tiempo. Eran las 22,58.

P. Quillan afirma que la gasolinera «Amocoa. estalló a las 23,00.

R. Yo me decidiría por un momento intermedio. Digamos las 22,59.

P. ¿A qué hora llegó a Chamberlain?

R. A las 23 horas.

P. ¿Cuál fue su primera impresión, sheriff Doyle?

R. Me sentí aturdido. No podía creer lo que estaba viendo.

P. ¿Y qué estaba viendo exactamente?

R. Toda la mitad superior del sector comercial de la ciudad estaba en llamas. La gasolinera

«Amoco» había desaparecido. Los almacenes «Woolworth’s» eran sólo una estructura llameante.

El fuego se había extendido – hacia las fachadas de madera de tres negocios que estaban cerca: el

«Duffy’s Bar», la «Kelly Fruit Company» y el salón de billar. El calor era atroz. Las chispas caían

sobre los techos de la «Agencia de Propiedades Maitland» y el negocio de automóviles de Doug

Brann. Seguían llegando camiones de bomberos, pero era muy poco lo que podían hacer. Todas las

bocas de esa calle habían sido destrozadas. Las únicas que podían hacer algo eran dos viejas

Stephen King Carrie

bombas cisterna del cuerpo de Bomberos Voluntarios de Westover, y prácticamente tenían

que limitarse a mojar los techos de los edificios más próximos. Y por supuesto que la escuela,

bueno, sencillamente…, ya no estaba allí. Claro que se ha llaba bastante aislada y no había nada

cerca que se pudiese quemar, pero Dios mío, todos esos chicos allí dentro…, todos esos chicos…

P. ¿Encontró a Susan Snell. cuando entraba en la ciudad?

R. Sí, señor. Me hizo señales para que me detuviera.

P. ¿A qué hora ocurrió eso?

R. Justo en el momento que entraba… No más de las 23,12.

P. ¿Qué le dijo ella?

R. Estaba deshecha. Había tenido un pequeño accidente, su coche había patinado, y hablaba

en forma incoherente. Quería saber si Tommy había muerto. La pregunté quién era Tommy, pero

no me respondió. Me preguntó si ya habíamos cogido a Carrie.

P. La Comisión tiene un especial interés en esta parte de su declaración, sheriff Doyle.

R. Sí, señor. Lo sé.

P. ¿Cómo respondió a esa pregunta?

R. Bueno, que yo supiera, sólo había una Carrie en el pueblo, y ésa era la hija de Marga ret

White. Le pregunté si Carrie tenía algo que ver con los incendios. Miss Snell me contestó que

Carrie los había provocado. Sus palabras fueron: «Carrie provocó el incendio. Carrie provocó el

incendio.» Lo dijo dos veces.

P. ¿Agregó algo más?

R. Sí, señor. Dijo: «Se burlaron de Carrie por última vez.»

P. Sheriff, ¿está seguro de que no dijo: ríos burlamos de Carrie por última vez?

R. Estoy completamente seguro.

P. ¿Ciento por ciento? ¿Sin ninguna duda?

R. Señor, estábamos rodeados por una ciudad que se incendiaba. Yo…

P. ¿Había estado bebiendo?

R. ¿Cómo?

P. Le pregunto si Miss Snell había estado bebiendo. Usted dijo que había chocado.

R. Creo que dije que su coche había patinado.

P. ¿Y no está completamente seguro de que

no dijo «nos burlamos. en vez de «se burlaron»?

R. Supongo que podría haberlo dicho, pero…

P. ¿Qué hizo entonces Miss Snell?

R. Se echó a llorar. Le di una bofetada.

P. ¿Por qué lo hizo?

R. Me pareció que tenía un ataque de histeria.

P. ¿Llegó a tranquilizarse?

R. Sí, señor. Se calmó y recuperó el control bastante bien al enterarse de que, probablemente,

su novio había muerto.

P. ¿La interrogó?

R. Bueno, no como uno interrogaría a un criminal, si se refiere a eso. Le pregunté si sabía

algo sobre lo que había sucedido. Repitió lo que ya había dicho, pero con más calma. Le pregunté

dónde se encontraba cuando comenzaron los disturbios, y me respondió que se hallaba en su casa.

P. ¿Continuó el interrogatorio?

R. No, señor.

P. ¿Le dijo algo más?

R. Sí, señor. Me pidió, me rogó que encontrara a Carrie White.

P. ¿Cómo reaccionó usted ante esa petición?

R. Le dije que se volviera a su casa.

P. Gracias, sheriff Doyle.

Stephen King Carrie

Vic Mooney emergió tambaleándose de las sombras, cerca del autobanco del «Banker Trust.

Había una sonrisa dibujada en su rostro, una sonrisa enorme, espantosa, casi siniestra, una sonrisa

que flotaba ausente en la llameante oscuridad como un esquivo rasgo de locura. Su cabello, que

había sido cuidadosamente alisado para desempeñar sus funciones de maestro de ceremonias,

estaba ahora erizado, revuelto como un nido. Pequeñas gotas de sangre, originadas por alguna

caída que ya no recordaba, durante su enloquecida fuga del gimnasio, marcaban su frente. Tenía un

ojo amoratado y cerrado, como si se lo hubiesen atornillado. Se acercó al coche patrulla del sheriff

Doyle, chocó contra él, rebotó como una bola de billar y~ sonrió al borracho que dormitaba en el

asiento trasero. Luego se volvió hacia Doyle, quien acababa de despedirse de Susan Snell. El fuego

lo cubría todo con vacilantes sombras de luz y daba a las cosas el tono marrón de la sangre seca.

Cuando Doyle se volvió, Vic Mooney se aferró a él. Lo abrazó como un enamorado, lo rodeó

con ambos brazos y lo apretó, mientras lo miraba con sus ojos desorbitados y su sonrisa

extraviada.

Vic… -comenzó Doyle.

-Cortó todos los cables -dijo Vic y sonrió con aire ausente-. Cortó todos los cables y abrió el

agua y paf, paf, paf…

-Vic…

-No podemos dejarlos. Oh, no. NoNoNo. No podemos. Carrie cortó los cables. Rhonda

Simard se quemó. ¡Oh Dios míííííoooooo…!

Doyle le dio un par de bofetadas. La callosa palma de su mano produjo un chasquido sordo

al golpear la cara del muchacho: El grito se extinguió con un repentino sobresalto, pero la sonrisa

permaneció, como un eco maligno, una sonrisa incierta, horrenda.

-¿Qué sucedió? -preguntó Doyle con aspereza-. ¿Qué sucedió en la escuela?

-Carrie -murmuró Vic-. Carrie fue lo que sucedió en la escuela. Ella…

Su voz se desvaneció y se quedó mirando estúpidamente el suelo.

Doyle lo sacudió bruscamente. Los dientes de Vic entrechocaron con un ruido de

castañuelas.

-¿Qué pasa con Carrie?

-La reina del baile -dijo Vic entre dientes-. La . empaparon de sangre, a ella y a Tommy.

-¿Qué?

Eran las 23,15. La gasolinera «Citgop, en la calle Summer, estalló con bronco estruendo. La

calle se iluminó como un mediodía, y ambos se apoyaron vacilantes en el coche, protegiéndose los

ojos con las manos. Una enorme nube de fuego rojo apareció sobre los olmos de Courthouse Park

e iluminó con un color escarlata el estanque de los patos y el campo de béisbol para niños. En

medio de la voraz crepitación que siguió, Doyle pudo distinguir el repiqueteo de los trozos de

vidrio, las tablas y los pedazos de hormigón de la gasolinera que volvían al suelo. Una segunda

explosión los hizo nuevamente echarse hacia atrás. Todavía no lograba entender

(mi ciudad todo está sucediendo en mi ciudad) que eso estaba ocurriendo en Chamberlain, en

Chamberlain, por el amor de Dios, donde bebía limonada en la soleada terraza de su madre y hacía

de árbitro en los encuentros amistosos de baloncesto y donde todas las noches hacía un último

recorrido por la ruta 6, hasta llegar más allá de «The Cavalier», antes de acostarse a las 2,30 todas

las madrugadas. Su ciudad estaba en llamas.

Tom Quillan salió precipitadamente de la comisaría y corrió hasta el coche de Dóyle. Su

cabello erizado apuntaba en todas direcciones, vestía unos pantalones de trabajo de un verde sucio,

una camiseta y llevaba los zapatos cambiados, pero Doyle pensó que nunca en su vida se había

alegrado tanto de ver a alguien. Tom Quillan era parte de Chamberlain como todos los demás y ahí

estaba… intacto.

-Santo Dios -dijo jadeando-. ¿Viste eso?

-¿Qué ha sucedido? -preguntó Doyle bruscamente.

Stephen King Carrie

-Me he hecho cargo de la radio -dijo Quillan-. De Motton y Westover querían saber si debían

mandar ambulancias y les dije que por Dios sí, que mandaran de todo. Incluso coches fúnebres.

¿Hice bien?

-Sí -respondió Doyle, y se alisó los cabellos-, ¿Has visto a Harry Block?

Block era el Comisario de los Servicios Públicos y eso incluía el agua.

-No; pero el agente Deighan dice que consiguieron agua en el viejo Rennet Block, al otro

lado de la ciudad. Están extendiendo las mangueras ahora. Reuní a algunos chicos y están

instalando un hospital en la comisaría. Son buenos muchachos, pero el piso se te va a llenar de

sangre.

Otis Doyle sintió que lo invadía una sensación de irrealidad. Esa conversación no tenia lugar

en Chamberlain. No podía ser.

-Está bien, Tommy. Era lo que tenias que hacer. Vuelve allí y comienza a llamar a todos los

médicos que encuentres en la guía telefónica. Yo voy a la calle Summer.

-De acuerdo, Otis. Si te encuentras con la loca esa, ten cuidado.

-¿Con quién? -preguntó Doyle. No era un hombre violento, pero en ese momento estaba

ladrando.

Tom Quillan se echó hacia atrás. -Carrie. Carrie White. -¿Quién? ¿Cómo lo sabes? Quíllan

parpadeó lentamente. -No sé. Sólo que… se me vino a la cabeza.

Del indicador eléctrico automático nacional de la «Associated Press», a las 23,46 horas:

CHAMBERLAIN, MAINE (AP)

– UN DESASTRE DE GRANDES PROPORCIONES SE HA ABATIDO SOBRE LA

CIUDAD DE CHAMBERLAIN, MAINE, ESTA NOCHE. UN INCENDIO QUE, SEGÚN SE

CREE, SE ORIGINÓ EN LA ESCUELA SECUNDARIA «EWEN» DURANTE UNA FIESTA

ESCOLAR, SE HA EXTENDIDO HACIA EL CENTRO DE LA CIUDAD, CAUSANDO

MÚLTIPLES EXPLOSIONES QUE HAN ARRASADO GRAN PARTE DEL SECTOR, NOS

INFORMAN QUE UN BARRIO RESIDENCIAL SITUADO AL OESTE DEL CENTRO

TAMBIÉN SE ENCUENTRA EN LLAMAS, SIN EMBARGO, EN ESTE MOMENTO LA

MAYOR INQUIETUD ESTÁ CENTRADA EN LA ESCUELA, DONDE.SE EFECTUABA UN

BAILE DE FIN DE CURSO. SE CREE QUE MUCHOS DE LOS ASISTENTES QUEDARON

ATRAPADOS EN EL INTERIOR, UN OFICIAL DE BOMBEROS DE WESTOVER, QUE

ACUDIÓ AL LUGAR, DIJO QUE HASTA EL MOMENTO HABÍA 67 MUERTOS, LA

MAYORÍA DE ELLOS ALUMNOS DE LA ESCUELA. CUANDO SE LE PREGUNTÓ A

CUÁNTO PODÍA ASCENDER EL TOTAL, RESPONDI6: «NO LO SABEMOS, NOS DA

MIEDO CALCULARLO. ESTO VA A SER PEOR QUE LO DEL COCONUT GROVE».

SEGÚN ÚLTIMAS INFORMACIONES, EN

ESTE MOMENTO HAY TRES INCENDIOS QUE SE EXTIENDEN SIN CONTROL.

LOS RUMORES EN EL SENTIDO DE QUE ESTOS SINIESTROS HAN SIDO PROVOCADOS

INTENCIONADAMENTE NO HAN SIDO CONFIRMADOS. FIN.

27 de mayo, 11,46 P. M. 8943E AP.

No hubo más informaciones desde la «Associated Press de Chamberlain. A las 00,06, se

abrió la cañería central del gas, en Jaeson Avenue. A las 00,17, el auxiliar de una ambulancia de

Motton lanzó una colilla cuando el vehículo se dirigía a toda velocidad hacia la calle Summer. La

explosión destruyó casi la mitad de una manzana de un golpe, incluyendo las oficinas del periódico

The Chamberlain Clarion. A las 00,18, Chamberlain quedaba aislado del resto del país, que

dormía plácidamente.

Stephen King Carrie

A las 00,10, siete minutos antes de la explosión de la cañería de gas, la central telefónica

sufrió una pequeña catástrofe: el bloqueo de todas las líneas telefónicas de la ciudad que todavía

funcionaba. Las tres atareadas muchachas que estaban de guardia permanecieron en sus puestos,

pero eran totalmente incapaces de controlar la situación. Con una expresión de horror reprimido en

los rostros, intentaban establecer comunicaciones que no recibían respuesta.

Y así fue cómo Chamberlain se lanzó a las calles.

Aparecieron como una invasión salida del cementerio situado en el recodo que formaba la

intersección de Bellsqueeze Road y la ruta 6; aparecieron en camisones blancos y en batas, como si

estuviesen envueltos en mortajas; salieron con pijamas y con rizadores (Mrs. Dawson, la madre del

muchacho, ya fallecido, que era un tipo tan divertido, llevaba una mascarilla de barro como si se

dirigiera a tomar parte en algún espectáculo cómico): salieron a ver qué había sucedido con su

ciudad, a ver si estaba en realidad arrasada por el fuego, a ver si sangraba. Muchos de ellos

también salieron a encontrar la muerte.

Cuando Carrie salió de la iglesia Congregacional, donde había estado rezando, Carlin Street

estaba atestada; una marea de gente se movía en dirección al centro de la ciudad a la luz de la

febril iluminación del cielo.

Sólo hacía cinco minutos que había entrado, después de abrir la cañería de gas (había sido

fácil; en cuanto se la imaginó tendida allí bajo la calle había sido fácil), pero le habían parecido

horas. Había orado larga y profundamente, primero en voz alta, luego en silencio. Su corazón latía

penosamente, con golpes sordos. Se le habían hinchado las venas de la cara y el cuello. Su mente

estaba llena con el tremendo conocimiento de los PODERES y de un ABISMO. Oró arrodillada

frente al altar, con su ensangrentado vestido mojado y hecho jirones y sus pies descalzos que

sangraban después de haber pisado una botella rota. Su respiración se agitaba en un sollozo, y laiglesia estaba llena del sonido de las cosas que crujían, oscilaban, se rasgaban a causa de la energía

psíquica que surgía de ella. Caían los reclinatorios, volaban los himnarios y un cáliz y una patena

de plata surcaban silenciosos el aire, en medio de la abovedada oscuridad de la nave, para ir a

estrellarse contra una pared distante. Rezaba y no recibía respuesta. Allí no había nadie…, o si

había alguien, Él/Eso no se atrevía a responder a su plegaria. Dios le había vuelto el rostro y, ¿por

qué no?, ese horror también era obra de él. De modo que abandonó la iglesia, la abandonó para irse

a casa y encontrarse con su madre y hacer que la destrucción fuese completa.

Se detuvo en la última de las gradas y miró el tropel de gente que fluía hacia el centro de la

ciudad. Animales. Que se quemen entonces. Que las calles se llenen con el olor del sacrificio. Que

el nombre de este lugar sea llamado raca, hiel.

Doblégate.

Y los transformadores de corriente sobre los postes del alumbrado estallaron con una luz

púrpura, nacarada, y escupieron chispas como una rueda de fuegos artificiales. Los cables de alta

tensión cayeron sobre el pavimento y se amontonaron desordenadamente. Algunos corrieron y fue

malo para ellos, porque en ese momento toda la calle estaba sembrada de cables y comenzó el olor

y comenzó la quemazón. La gente empezó a gritar y a retroceder y tocó los alambres y se vio presa

de una espasmódica danza eléctrica. Algunos ya estaban tumbados sobre la calzada con sus batas y

sus pijamas ardiendo lentamente.

Carrie se dio media vuelta y miró fijamente la iglesia que acababa de abandonar. La pesada

puerta se cerró con súbita violencia, como impulsada por un huracán.

Se volvió y caminó en dirección a su casa.

Del testimonio bajo juramento presentado por Mrs. Cora Simard ante la Comisión

Investigadora del Estado (de El informe de la Comisión White), págs. 217-218:

P. Mrs. Simard, tenemos entendido que usted perdió a su hija la noche del baile, y lo

sentimos profundamente. Trataremos de que esto sea lo más breve posible.

R. Gracias. Quiero ayudar si puedo, por supuesto.

Stephen King Carrie

P. ¿Se encontraba usted en la calle Carlin, aproximadamente a las 00,12, cuando Carietta

White salió de la iglesia Congregacional que se encuentra en esa calle?

R. Sí.

P. ¿Qué hacía usted allí?

R. Mi marido se había ido a Boston a pasar el fin de semana, un asunto de negocios, y

Rhonda estaba en el baile de la escuela. Yo me había quedado sola en casa, viendo la televisión,

mientras. la esperaba. Estaba viendo la película que dan los viernes cuando sonó la sirena del

Ayuntamiento, mas no lo relacioné con la fiesta. Pero luego la explosión… No sabía qué hacer.

Traté de llamar a la Policía, pero la línea estaba comunicando. Yo…, yo…, entonces…

P. Cálmese, Mrs. Simard. Tiene todo el tiempo que quiera.

R. Empecé a ponerme frenética. Hubo una segunda explosión, la de la gasolinera «Amoco»,

ahora lo sé, y decidí bajar al centro a ver qué ocurría. Había un resplandor en el cielo, un

resplandor horrible. En ese momento, Mrs. Shyres comenzó a dar golpes en mi puerta.

P. ¿Mrs. Georgette Shyres?

R. Sí; ellos viven a la vuelta de la esquina, en la calle Willow 217, muy cerca de la calle

Carlin. Golpeaba y gritaba: «¿Coca, estás ahí? ¿Estás ahí?» Abrí la puerta. Ella llevaba una bata de

baño y zapatillas. Parecía tener los pies helados. Me dijo que habían llamado a Auburn para

averiguar si sabían algo y le – habían dicho que había un incendio en la escuela. Yo dije: «Dios

mío, Rhonda está en el baile.»

P. ¿Fue ése el momento en que decidió ir al centro de la ciudad con Mrs. Shyres?

R. No decidimos nada. Sencillamente fuimos. Me puse un par de zapatillas… Unas de

Rhonda, creo. Tenían unos pomponcitos blancos. Debí haberme puesto mis zapatos,. pero, en ese

momento, era incapaz de pensar. Creo que tampoco lo estoy haciendo ahora. ¿Qué puede

interesarle esta historia de los zapatos?

P. Dígalo a su modo, Mrs. Simard.

R. Gracias. Saqué una chaqueta vieja de alguna parte, se la pasé a Mrs. Shyres y salimos.

P. ¿Había mucha gente bajando por la calle Carlin?

R. No sé. Estaba demasiado alterada. Quizás unas treinta personas. A lo mejor. más.

P. ¿Qué sucedió?

R. Georgette y yo caminábamos hacia la calle Main tomadas de la mano como dos pequeñas

que tienen que cruzar un campo de noche. A Georgette le castañeteaban los dientes, lo recuerdo.

Quería pedirle que dejara de hacerlo, pero me pareció que sería de mala educación. Una calle y

media antes de llegar a la iglesia Congregacional, vi la puerta abierta y me dije a mí misma:

Alguien ha entrado a pedir ayuda a Dios. Pero, un segundo más tarde, comprendí que no era así.

P. ¿Cómo lo supo? Lo más lógico sería suponer lo primero, ¿no le parece?

R.-Lo supe, simplemente.

P. ¿Conocía usted a la persona que salía de la iglesia?

R. Sí. Era Carrie White.

P. ¿Había visto a Carrie White alguna vez en su vida?

R. No. No era amiga de mi hija.

P. ¿Había visto alguna vez una fotografía de ella?

R. No.

P. Y en todo caso estaba oscuro y usted se encontraba a una calle y media de la iglesia.

R. Sí, señor.

P. Mrs. Simard, ¿cómo supo que era Carrie White?

R. Lo supe simplemente.

P. Este saber, Mrs. Simard, ¿fue como una luz que se encendía en su mente?

R. No, señor.

P. ¿Cómo fue?

R. No puedo describirlo. Se desvaneció como desaparece un sueño. Una hora después de

levantarse, usted ya no recuerda lo .que ha soñado. Pero lo supe.

Stephen King Carrie

P. ¿Se vio acompañado este conocimiento de alguna reacción emocional?

R. Sí. Horror.

P. ¿Qué hizo entonces?

R. Me volví a Georgette y le dije: «Ahí está.» Georgette me respondió: «Sí, es ella.» Empezó

a decir algo más y entonces toda la calle se iluminó con un brillante resplandor, pareció que todo

crujía y luego empezaron a caer los cables sobre la calzada, algunos de ellos echaban chispas

eléctricas. Uno de ellos alcanzó a un hombre que estaba frente a nosotros y se consumió en llamas.

Otro hombre comenzó a correr y pisó uno de ellos y su cuerpo simplemente… se arqueó hacia atrás

como si hubiese tenido la espalda de goma. Y luego se desplomó. Había otras personas que

gritaban y corrían a ciegas, y los cables seguían cayendo. Estaban tirados por todos lados, como

serpientes. Y ella estaba feliz. ¡Feliz! Podía sentir lo feliz que estaba. Supe que tenía que conservar

la ‘calma. La gente que corría moría electrocutada. Georgette me dijo: «Rápido, Cora. Oh, Dios

mío, no quiero morir quemada viva.» Le dije: «Nada de eso. Tenemos que usar la cabeza,

Georgette, de lo contrario nunca volveremos a usarla.» O alguna tontería por el estilo. Pero no me

hizo caso. Me soltó la mano y se puso a correr por la acera. Le grité que se detuviera, había uno de

esos cables más gruesos tirado delante de nosotras, pero no me hizo caso. Y ella…, ella… Oh, sentí

el olor cuando empezó a quemarse. Sus ropas parecieron reventar con el humo y yo pensé: así debe

de ser cuando electrocutan a alguien. El olor era dulce, como de cerdo. ¿Lo han sentido alguna

vez? A veces yo lo huelo en sueños. Me quedé petrificada mirando cómo Georgette Shyres se

ponía negra. Hubo una gran explosión en el West End, la de la cañería del gas, supongo, pero

apenas me di cuenta. Miré a mi alrededor y vi que me encontraba sola. Todos los demás habían

huido o estaban ardiendo. Debo de haber visto unos seis cadáveres. Parecían montones de trapos

viejos. Uno de los cables había caído en el portal de una casa, a mi izquierda, y empezaba a arder.

Podía oír cómo las anticuadas tejas de madera reventaban como palomitas de maíz. Tengo la

impresión de que permanecí mucho rato allí sin dejar de decirme que debía conservar la calma.

Parecieron horas. Empecé a temer que me diera un desmayo y cayera sobre uno de los cables o que

el pánico me hiciera correr. Como… como… Georgette. Así que comencé a caminar. Paso a paso.

La calle se vio más iluminada a causa de la casa que se estaba incendiando. Pasé por encima de los

cables y rodeé un cadáver que no era más que un charco. Yo…, yo…, yo tenía que mirar por dónde

iba. Ese cuerpo tenía una sortija de matrimonio en la mano y estaba completamente negra.

Completamente negra. Jesús, repetía en mi mente, oh Dios mío. Pasé sobre otro cable y luego

había tres seguidos. Me quedé parada allí mirándolos. Pensaba que si saltaba sobre ésos estaría a

salvo, pero… Ido me atrevía. ¿Saben en qué estaba pensando? En ese juego de niños: el paso de

gigante. Dentro de mí misma, una voz me decía: Cora, da un paso de gigante sobre esos cables. Yo

pensaba: ¿podré? ¿podré? Uno de ellos todavía echaba chispas, pero los otros dos parecían estar

sin corriente. Pero nunca se sabe. Con mirarlos una no se entera de nada. Así que me quedé parada

allí, esperando que viniera alguien, pero no apareció nadie. La casa seguía ardiendo y las llamas se

habían extendido al césped, a los árboles y al seto vivo que la rodeaba. Pero no llegaba ningún

camión de bomberos. Por supuesto que no llegaban. Todo el lado oeste se estaba quemando en ese

momento. Y yo me sentía tan débil. Y finalmente comprendí que si no daba el paso de gigante me

iba a desmayar, así que di el paso, el paso de gigante más grande que pude y el tacón de mi

zapatilla quedó a un centímetro del cable. Me repuse, rodeé el extremo de un último cable y

comencé a correr. Y eso es todo lo que recuerdo. A la mañana siguiente me encontré envuelta en

una manta, en la comisaría, con mucha otra gente. Algunos de ellos, unos pocos, eran chicos que

habían estado en la fiesta y comencé a preguntarles si habían visto a Rhonda. Y me dijeron; me

di-di-jeron…

(se suspende brevemente el interrogatorio)

P. Personalmente, ¿está segura de que Carrie White lo hizo?

R. Sí.

Stephen King Carrie

P. Gracias, Mrs. Simard.

R. Me gustaría hacerle una pregunta, si me lo permite.

P. Por supuesto.

R. ¿Qué pasa si existen otras como ella? ¿Qué va a ser del mundo?

De Explosión en las Sombras, pág. 151:

A las 00,45 de la noche del 28 de mayo la situación en Chamberlain era desastrosa. La

escuela se había quemado hasta los cimientos en un lugar aislado, pero todo el centro de la ciudad

estaba en llamas. Casi toda el agua del sector se había perdido, pero se podía conseguir la

suficiente (a baja presión) de las cañerías de la calle Deghan para salvar los edificios comerciales

situados más abajo de la intersección de las calles Main y Oak.

La explosión de la gasolinera «Citgo» en la parte superior de la calle Summer provocó un

voraz incendio que no pudo ser controlado hasta cerca de las diez de la mañana siguiente. En la

calle Summer había agua; sólo que no había bomberos ni equipo para usarla. En ese momento el

auxilio venía en camino desde Lewiston, Auburñ, Lisboa y Brunswick, pero no llegó antes de la

una de la madrugada.

En la calle Carlin había comenzado un incendio de origen eléctrico, causado por unos cables

que se habían desprendido. En cuestión de horas se iba a extender y arrasar toda la parte norte de la

calle, incluyendo el bungalow en el que Margaret White dio a luz a su hija.

En el sector oeste de la ciudad, un poco más abajo del lugar comúnmente llamado Brickyard

Hill, tuvo lugar el peor de los desastres: la explosión de una cañería central de gas y el

consiguiente incendio, que estuvo sin control durante la mayor parte del día siguiente.

Si examinamos los lugares incendiados, en un mapa de la ciudad, podemos trazar la ruta de

Carrie: un serpenteante sendero de destrucción a través de la ciudad, que lleva claramente a un

destino: su casa…

Algo se volcó en la sala, y Margaret White se enderezó y ladeó la cabeza. El cuchillo

carnicero lanzó un reflejo apagado a la luz de las llamas. Ya hacía un buen rato que se había

cortado la electricidad y la única luz que había en la casa llegaba desde el incendio que había en la

calle.

Uno de los cuadros se desprendió de la pared y cayó con un golpe sordo. Un momento

después, el reloj de cucú se precipitó al suelo. El pájaro mecánico dio un pequeño chillido

estrangulado y se quedó inmóvil.

Desde el centro de la ciudad llegaba el incesante ulular de las sirenas, pero pudo oír los pasos

que subían por el sendero.

La puerta se abrió con violencia. Pasos en el vestíbulo.

Oyó cómo los cuadros de yeso (CRISTO, EL HUÉSPED INVISIBLE; QUÉ HARTA JESÚS

EN TU LUGAR; LA HORA SE ACERCA: SI EL JUICIO FINAL LLEGARA ESTA NOCHE,

¿ESTARÍAS PREPARADO?) estallaban uno tras otro, como pájaros de yeso en el tiro al blanco

de una feria.

(oh he estado allí y he visto a las rameras sacudiendo las nalgas en un tinglado de madera)

Se irguió en su taburete con la actitud del alumno inteligente que se prepara para hablar con

el profesor. Pero sus ojos tenían una mirada extraviada.

Las ventanas de la sala volaron impulsadas hacia fuera.

La puerta de la cocina se abrió de un portazo y Carrie entró.

Su cuerpo parecía haberse encogido y encorvado como el de una vieja. Su traje de fiesta

colgaba hecho jirones y la sangre de cerdo se había comenzado a coagular y formaba estrías. Tenía

una mancha de grasa en la frente y ambas rodillas raspadas y en carne viva.

-Mamá -susurró.

Stephen King Carrie

Sus ojos tenían un brillo preternatural, como de halcón, pero su boca temblaba. Si alguien las

hubiese estado observando, le habría impresionado el parecido que había entre ellas.

Margaret White permaneció sentada en el taburete con el cuchillo escondido entre los

pliegues del vestido.

-Debí haberme matado cuando me lo introdujo -dijo con voz clara-. Después de esa primera

vez antes de que nos casáramos, prometió que nunca más. Dijo que sólo habíamos sido… débiles.

Yo le creí. Me caí y perdí el bebé y ése fue el juicio de Dios. Sentí que había expiado mi pecado.

Por la sangre. Pero el pecado nunca muere. El pecado… nunca… muere. -Los ojos le brillaban.

-Mamá, yo…

-En el comienzo, todo anduvo bien. Vivíamos sin pecar. Dormíamos en la misma cama, a

veces vientre contra vientre y oh, podía sentir la presencia de la Serpiente, pero nunca. lo. hicimos.

hasta. -En su rostro comenzó a dibujarse una sonrisa dura y terrible-. Y esa noche me di cuenta de

que miraba de Ese Modo. Nos arrodillamos para rezar pidiendo fuerza y él… me tocó. En ese lugar.

Ese lugar de la mujer. Y lo eché de la casa. Desapareció durante horas y yo recé por él. Lo veía en

mi mente caminando por las calles en plena noche, luchando con el Demonio como Jacob con el

Ángel del Señor. Y cuando volvió, mi alma estaba llena de agradecimiento.

Hizo una pausa y entreabrió su boca seca y sonrió mirando las cambiantes sombras en la

habitación.

-¡Mamá, no quiero escucharlo!

Los platos comenzaron a estallar en los armarios, como pequeñas granadas.

-Sólo cuando entró en la habitación olí el whisky en su aliento. Y él me poseyó. ¡Me poseyó!

Con el apestoso olor en su boca del sucio whisky de los albergues de carretera me poseyó… ¡y a mí

me gustó! -Gritó las últimas palabras en dirección al cielo-. ¡Gocé con toda esa asquerosa

fornicación y sus manos que me recorrían el cuerpo POR TODAS PARTES!

-¡MAMÁ!

(¡¡MAMÁ!!)

Se interrumpió, como si hubiese recibido una bofetada, y parpadeó mirando a su hija.

-Estuve a punto de matarme -continuó en un tono de voz más normal-. Y Ralph lloró y dijo

que debíamos expiar y no lo hice y luego él se murió y entonces pensé que Dios me había

castigado con el cáncer, que estaba convirtiendo mis partes femeninas en algo tan negro y podrido

como mi alma pecadora. Pero eso hubiese sido demasiado fácil. Los caminos del Señor son

misteriosos y su poder ilimitado. Ahora lo veo claro. Cuando comenzaron los dolores fui a buscar

un cuchillo, este cuchillo -exclamó, alzándolo de entre los pliegues de su falda-, y esperé que tú

llegaras para poder realizar mi sacrificio. Pero fui débil y reincidente. Cogí el cuchillo nuevamente

cuando tenías tres años y otra vez mi flaqueza pudo más. Y ahora el demonio ha llegado a casa.

Mantuvo el cuchillo en alto con los ojos hipnóticamente fijos en la destellante curva de la

hoja.

Carrie dio un lento y torpe paso adelante.

-Vine a matarte, mamá. Y tú estabas aquí esperándome para matarme a mí, mamá, yo… No

está bien, mamá. No está…

-Recemos -dijo la madre en voz baja. Sus ojos estaban fijos enwlos de Carrie y había en ellos

una expresión espantosa, demencial. La luz que proyectaba el incendio se hacía más brillante y

bailaba sobre las paredes como un – demonio-. Por última vez, recemos.

-¡Mamá, ayúdame! -gritó Carrie, y cayó de rodillas con la cabeza inclinada y las manos

levantadas en una súplica.

Su madre se inclinó hacia delante y el cuchillo bajó describiendo un arco centelleante.

Carrie, que quizás alcanzó a verlo por-el rabillo del ojo, se. echó hacia atrás violentamente y

en vez de introducirse en su espalda, el cuchillo se le hundió en el hombro hasta la empuñadura.

Los pies de Mrs. White se enredaron en el taburete, cayó y quedó sentada en el suelo.

Permanecieron mirándose como en un cuadro silencioso.

Stephen King Carrie

La sangre empezó a juntarse alrededor de la empuñadura del cuchillo y a gotear sobre el

suelo.

Luego Carrie dijo suavemente:

-Te voy a hacer un regalo, mamá.

Margaret trató de levantarse, resbaló y cayó con las manos y las rodillas en el suelo.

-¿Qué vas a hacer? -gruñó ásperamente.

-Me estoy imaginando tu corazón, mamá -dijo Carrie-. Resulta más fácil cuando una ve las

cosas en la mente. Tu corazón es un gran músculo rojo. El mío late con más fuerza cuando uso mi

poder. El tuyo va un poquito más despacio ahora. Un poquito más despacio.

Margaret intentó levantarse, no lo consiguió y agitó la mano ante su hija haciendo un gesto

contra el mal de ojo.

-Un poco más despacio, mamá. ¿Sabes cuál es el regalo, mamá? Lo que siempre has querido.

Las tinieblas. Y el Dios que vive allí, cualquiera que sea.

Margaret White susurró

-Padre nuestro, que estás en los cielos…

Más lento, mamá, más lento.

-… santificado sea tu nombre…

-Siento cómo la sangre se aleja de tu corazón. Más lento.

-… venga a nos tu reino…

-Tienes los pies y las manos como el . mármol, como el alabastro. Blancos.

-… hágase tu voluntad…

-Mi voluntad, mamá: Más lento.

-… así en la Tierra…

-Más lento.

-… como… como..: en…

Se desplomó hacia delante retorciéndose las manos.

-… en el cielo.

Carrie susurró:

-Punto final.

Se miró y empuñó débilmente el mango del cuchillo.

(no oh no qué dolor me duele demasiado)

Trató de levantarse, pero no pudo; finalmente se incorporó apoyándose en el taburete. Sintió

un mareo y la invadió una sensación de náusea. Podía sentir el sabor de la sangre, roja y viscosa,

en la parte de atrás de su garganta. El humo acre y sofocante, arrastrado por el viento, comenzaba a

entrar por las ventanas. Las llamas habían alcanzado la casa vecina; incluso en ese momento,

algunas chispas estarían encendiendo pequeñas llamas en el techo.

Carrie salió por la puerta trasera, cruzó el césped tambaleándose y se apoyó

(dónde está mi mamá) en un árbol. Había algo que tenía que,saber. Algo relacionado con

(patios de estacionamiento en los albergues de carretera)

el Ángel de la Espada. La Espada Ardiente.

No importaba. Ya se acordaría.

Cruzó los patios traseros en dirección a Willow Street y luego, arrastrándose, subió al

terraplén que llevaba a la ruta 6.

Era la 1,15.

Eran las 23,20 cuando Christine Hargensen y Billy Nolan llegaron de vuelta a «The

Cavalier». Subieron por la escalera de servicio, cruzaron el vestíbulo y antes de que ella alcanzara

a hacer algo más que encender la luz, Billy le estaba dando tirones a la blusa.

-Por amor. de Dios, déjame desabotonarla…

-Al diablo con eso.

Stephen King Carrie

La rasgó bruscamente en la parte de atrás. La tela se abrió con un ruido seco. Un botón salió

disparado y cayó con un destello sobre el desnudo suelo de madera. La chabacana música llegó

débilmente hasta ellos y el edificio vibró imperceptiblemente con el baile torpe y entusiasta de los

granjeros, los conductores de camiones, los obreros de la fábrica de tejidos, las camareras y las

peluqueras: de los grasientos de Westover y Motton que bailaban con sus chicas de la ciudad.

-Oye…

-Calla -dijo Billy, y le dio una bofetada que le lanzó la cabeza hacia atrás.

Los ojos de Chris adquirieron un brillo inexpresivo, mortal.

-Esto se acabó, Billy -dijo ella, y se apartó de él. Sus pechos llenaban el sujetador, su vientre

liso latía y sus largas piernas dejaban ver sus contornos en los tejanos. Pero retrocedió hacia la

cama-. Se acabó.

-Por supuesto -dijo él.

Se abalanzó sobre su cuerpo y ella le lanzó un puñetazo sorprendentemente fuerte que le dio

en la mejilla.

Se enderezó y sacudió la cabeza.

-Me vas a dejar un ojo morado, zorra.

-No será lo único.

-Claro que no.

Se quedaron mirándose jadeantes, con expresión de ferocidad. Luego él comenzó a

desabotonar su camisa, una sonrisita empezaba a formarse en su cara.

-Lo hicimos, Charlie. Vaya si lo hicimos.

B1 la llamaba Charlie cuando estaba contento. Parecía, pensó ella con un frío destello de

humor, un término genérico para una buena vagina. Sintió que en sus labios aparecía una pequeña

sonrisa y se relajó un poco. En ese momento él le azotó la cara con la camisa, se agachó y la

golpeó en el vientre con la cabeza, como un macho cabrío. Cayó sobre la cama con un crujido de

resortes. Impotente, lo golpeó furiosa con los puños en la espalda.

-_¡Quítate de encima! ¡Quítate! ¡Suéltame, cerdo grasiento! ¡Déjame!

Él la miraba sin dejar de sonreír y con un rápido tirón abrió la cremallera y desnudó sus

caderas.

-¿Vas a llamar a tu papito? -gruñía-. ¿Eso es lo que vas a hacer? ¿Ah? ¿Ah? ¿Es eso, tía

zorra? ¿Llamar al cerdo leguleyo de tu padre? ¿Ah? Te lo habría hecho a ti, ¿sabes eso? Lo habría

lanzado todo sobre tu maldita cabeza. ¿Sabías eso? ¿Ah? ¿Lo sabías? Sangre de cerdo para los

cerdos, ¿verdad? Derecho sobre tu maldita cabeza. Eres…

Súbitamente ella había dejado de resistir. El se detuvo y la miró. Había una extraña sonrisa

en el rostro de Chris.

-Siempre quisiste que las cosas fueran así, ¿no es cierto, vago de mierda? Siempre lo

quisiste, ¿verdad?, verga remojada, asno castrado, deficiente mental.

Billy mostró los dientes en una lenta sonrisa enloquecida.

-leo importa -dijo.

-No -replicó ella-. No importa.

La sonrisa se desvaneció súbitamente del rostro de Chris. Los músculos se destacaron en su

cuello cuando impulsó la cabeza hacia atrás para luego escupirle a la cara.

Se revolcaron en una profunda y roja inconsciencia.

En los labios, la música latía con ritmo jadeante («Trago píldoras blancas y tengo los ojos

muy abiertos. Seis días en el camino y esta noche dormiré en casa») a voz en cuello, estridente, un

conjunto de cinco tíos que llevaban camisas dé cowboy con lentejuelas y tejanos con brillantes

remaches, que de vez en cuando se pasaban el dorso de la mano por la frente para enjugar el sudor

mezclado con brillantina. Había un primer guitarrista, un rítmico, un bronce, un segundo

guitarrista y un batería: nadie escuchó la sirena de la ciudad ni la primera explosión ni la segunda;

Stephen King Carrie

y cuando estalló la cañería de gas y la música se detuvo y un coche llegó hasta el

aparcamiento y alguien empezó a gritar, Chris y Billy estaban dormidos.

Chris despertó repentinamente. Sobre la mesita de noche, el reloj indicaba la una menos

cinco y alguien daba fuertes golpes en la puerta.

-¡Billy! -gritaba la voz-. Levántate! ¡Billy!

Billy se agitó, se dio vuelta y volcó el despertador.

-¿Qué mierda pasa? -dijo con voz apagada, y se incorporó. Sintió un escozor en la espalda.

La zorra lo había cubierto de arañazos. Apenas se había dado cuenta en el momento, pero ahora iba

a tener que mandarla a casa con las piernas abiertas. Así iba a saber quién era él…

El silencio fue como un impacto. Silencio. «The Cavalier» no cerraba antes de las dos; de

hecho, alcanzaba a ver el anuncio de neón que se encendía y se apagaba al otro lado del

polvoriento cristal de la ventana. Aparte los incesantes golpes en la puerta

(algo ocurría) ese lugar se había convertido en un cementerio.

-Oye, Billy, ¿estás ahí?

-¿Quién es? -susurró Chris. Sus ojos brillaban vigilantes a la luz interminable del neón.

-Jackie Talbot -dijo con expresión ausente, y luego alzó la voz-. ¿Qué pasa?

-Déjame entrar, Billy. ¡Tengo que hablar contigo!

Billy se levantó y, desnudo, se dirigió a la puerta sin hacer ruido. Levantó el gancho del

anticuado cerrojo y la abrió.

Jackie Talbot entró precipitadamente. Había en sus ojos una expresión perturbada y tenía la

cara .manchada con hollín. Estaba bebiendo con Steve y Henry cuando se supo la noticia, a las

doce menos diez. Habían vuelto a la ciudad en el viejo «Dodge» descapotable de Henry y habían

visto la explosión de la cañería de gas de Jackson Avenue con toda claridad desde la altura de

Brickyard Hill. Cuando Jackie le pidió el «Dodge» a Henry, a las 00,30, ~ y partió de vuelta a

«The CavaIier», en la ciudad sólo había pánico y escombros.

-Se está incendiando Chamberlain -le dijo a Billy-. Toda la maldita ciudad. La escuela ya

desapareció, del Centro no queda nada, voló todo el West End y la calle Carlin está en llamas. ¡Y

dicen que lo hizo Carrie White!

-Dios mío -dijo Chris. Comenzó a salir de la cama y a buscar a tientas su ropa-. ¿Qué

hizo…?

-Cállate -le dijo Billy con calma-, o te doy una patada en el culo.

Miró a Jackie y le hizo un gesto para que continuara.

-La han visto. Mucha gente la ha visto. Billy, dicen que va cubierta de sangre. Ella estuvo en

esa maldita fiesta de la escuela… Steve y Henry no lo relacionaron pero… Billy, tú…, esa sangre de

cerdo…, era para…

-Sí -dijo Billy.

-Oh, no -exclamó Jackie. Retrocedió dando un traspié y quedó apoyado en el marco de la

puerta. Su rostro tenía una lividez enfermiza a la luz de la bombilla del vestiibulo-. Santo Dios,

Billy, toda la ciudad…

-¿Carrie arrasó toda la ciudad? ¿Carrie White? Vamos, no digas tonterías -replicó con voz

tranquila, casi serena.

Detrás de él, Chris se vestía rápidamente.

-Ve a mirar por la ventana -dijo Jackie.

Billy se acercó y contempló el. horizonte; toda la parte Este se había vuelto escarlata e

iluminaba el cielo. En ese momento tres camiones de bomberos pasaron ululando. A la luz del

farol que señalaba el aparcamiento de «The Cavalier» pudo leer lo que llevaban escrito.

-¡Mierda! -exclamó-. Esos camiones vienen de Brunswick.

-¿Brunswick? –preguntó Chris-. Eso está a sesenta kilómetros de aquí. Tiene que ser…

Billy se volvió hacia Jackie Talbot.

-Bueno, ¿qué fue lo que pasó?

Stephen King Carrie

-Nadie lo sabe, nadie lo sabe todavía. Comenzó en la escuela. Tommy Ross y Carrie fueron

elegidos rey y reina, y luego alguien les lanzó un par de baldes de sangre encima, y ella salió

corriendo. Después, la escuela comenzó a incendiarse y dicen que nadie pudo salir. Luego estalló

la gasolinera «Amoco» y después la gasolinera «Bobil» de la calle Summer…

-«Citgo» -le corrigó Billy-. Es una «Citgo».

-¿A quién mierda le importa? -chilló Jackie-. ¡Fue ella, ella estaba en todos los lugares

donde sucedió algo! Y esos baldes… Ninguno de nosotros usó guantes…

-Ya me encargaré de eso -dijo Billy.

-No te das cuenta, Billy. Carrie está…

-Fuera.

-Billy…

-Vete o te rompo un brazo y te lo hago tragar.

Jackie retrocedió con cautela y se detuvo al otro lado de la puerta.

-Vete a tu casa. No hables con nadie. Yo me encargaré de todo. .

-Está bien -dijo Jackie-, de acuerdo. Sólo pensé que…

Billy cerró la puerta con. violencia.

En un segundo, Chris estuvo junto a él.

-Billy, qué vamos a hacer con esa cerda de Carrie. ¡Oh, Dios mío, qué vamos a hacer…

Billy le dio una bofetada con toda la fuerza de su brazo, y ella fue a dar al suelo. Se sentó

con las piernas separadas en aturdido silencio durante un momento y luego se llevó las manos a la

cara y comenzó a sollozar.

Billy se puso los pantalones, la camiseta y las botas. Luego se dirigió al desconchado lavabo

que había en un rincón, encendió la luz, se mojó el pelo y comenzó a peinarse con la cabeza

inclinada para ver su reflejo en el viejo y manchado espejo. Detrás de él, estremecida y con rostro

distorsionado, Chris, sentada en el suelo, se limpiaba la sangre que corría de su labio partido.

-Te diré lo que vamos a hacer -comenzó Billy-. Vamos a ir a la ciudad a ver los incendios y

luego volveremos a nuestras casas. Le vas a decir a tu querido papito que estabas bebiendo cerveza

en «The Cavalier» cuando todo ocurrió. Yo voy a decirle lo mismo a la vieja de mi madre.

¿Comprendes?

-Billy, tus huellas digitales -dijo ella, con voz apagada en la que había cierto respeto.

-Las de ellos -replicó-; yo usé guantes.

-¿Te delatarían? -preguntó Chris-. Si la Policía los coge y los interroga…

-Por supuesto que hablarían.

Los rizos y los remolinos estaban casi en su lugar. Brillaban a la mortecina luz de un globo

manchado por las moscas, como torbellinos en aguas profundas. En su rostro había una expresión

de calma, de reposo. El peine que usaba era un viejo y gastado nAcem en el que rebosaba la grasa.

Su padre se lo había regalado al cumplir los once años y no se le había quebrado ni un solo diente.

Ni uno solo.

-A lo mejor nunca llegan a encontrar los baldes -dijo-. Y, si lo hacen, quizá las huellas hayan

desaparecido quemadas. No sé. Pero si Doyle agarra a alguno de ellos, yo me largo a California.

Tú haz lo que te parezca.

-¿Me llevarías contigo? -preguntó Chris.

Le miró desde el suelo, el labio había adquirido dimensiones negroides, había una súplica en

sus ojos.

-Quizá -respodió él y sonrió. Pero no lo haría. Nunca más-. Ven. Vamos a la ciudad.

Bajaron y cruzaron el vacío salón de baile. Las desvaídas cervezas todavía estaban sobre las

mesas y las sillas conservaban la posición en la que las habían dejado los que las abandonaron.

Cuando salían por la puerta trasera, Billy dijo:

-Este sitio apesta.

Stephen King Carrie

Se metieron en el coche y él lo puso en marcha. Cuando encendió las luces, Chris comenzó a

gritar y se llevó las manos cerradas a las mejillas.

Billy lo sintió al mismo tiempo: Algo en su mente,

(carrie carrie carrie carrie) una presencia.

Carrie estaba de pie frente a ellos, quizás a unos veinte metros.

Las luces altas destacaron su figura con el espectral blanco y negro de las viejas películas de

terror. Estaba cubierta de sangre coagulada, pero en algunas partes chorreaba; en gran cantidad, la

sangre era ahora la suya. El mango del cuchillo sobresalía todavía de su hombro y su vestido

estaba manchado de tierra y grasa. Había recorrido apenas la distancia desde Carlin Street y a

veces había estado a punto de desmayarse, pero tenia que destruir ese albergue de carreteras…

Quizá precisamente el mismo en que la condenación de su propio destino había comenzado.

Permanecía de pie, oscilando, con las manos hacia delante como un hipnotizador. Comenzó

a avanzar trastabillando.

Ocurrió en menos de un segundo. Chris no alcanzó a dar un grito. Billy tenia muy buenos

reflejos y su reacción fue instantánea. Puso primera, soltó el embrague y aceleró.

Los neumáticos del «Chevrolet» chirriaron en el asfa lto y el coche saltó hacia delante como

un viejo y feroz tigre. La figura se.agrandó en el parabrisas y al mismo tiempo la presencia se hizo

más intensa

(CARRIE CARRIE CARRIE)

y más fuerte

(CARRIE CARRIE CARRIE)

como una radio a la que se ha dado todo el volumen. El tiempo pareció cerrarse alrededor de

ellos y, por un momento, quedaron paralizados incluso dentro del movimiento: Billy.

(CARRIE tal como a los perros CARRIE como a los malditos perros CARRIE brucie ojalá

CARRIE fueras tú CARRIIE)

y Chris

(CARRIE Dios no pensé matarla CARRIE no era mi intención CARRIE billy no CARRIE

quiero CARRIE verlo CA) y Carrie.

(veo la rueda del coche la rueda el acelerador veo la RUEDA oh dios mi corazón la RUEDA

mi corazón mi corazón)

Y Billy sintió, de pronto, que su coche lo traicionaba, que adquiría vida propia y resbalaba de

sus manos. El «Chevrolet» giró en un humeante semicírculo, en medio de un estruendo de latas, y

de súbito las tablas del costado de «The Cavalier» se agrandaron y se agrandaron y se agrandaron y

(esto es) y se estrellaron contra ellos a 60 km por hora, sin dejar de acelerar, y la madera voló

en una detonación teñida por la luz del anuncio de neón. El cuerpo de Billy fue impulsado hacia

-delante y quedó atravesado por la columna de la dirección. Chris se golpeó contra el tablero.

El depósito de la gasolina.se partió, y el combustible empezó a formar un charco en la parte

trasera del coche. Parte de una tubería cayó sobre él y la gasolina ardió en llamas.

Carrie estaba tirada en el suelo, apoyada en un costado, con los ojos cerrados; jadeaba

pesadamente. Sentía que tenía fuego en el pecho.

Comenzó a arrastrarse por el aparcamiento en dirección a ninguna parte.

(mamá siento que todo haya fallado oh mamá oh por favor me duele tanto mamá qué hago)

Y, de repente, ya nada pareció importar, nada importaba si sólo conseguía darse vuelta, darse

vuelta, darse vuelta y mirar las estrellas, darse vuelta, mirar una vez y morir.

En ese estado la encontró Sue a las dos de la mañana. Después de hablar con el sheriff

Doyle, Sue bajó por la callé y se sentó en los escalones de la lavandería automática. Miraba

el cielo en llamas sin verlo. Tommy estaba muerto. Sabía que era cierto y lo aceptaba con una

tranquilidad que resultaba espantosa.

Y Carrie era la culpable.

No se podía imaginar cómo lo sabía, pero su convicción era tan clara y precisa como una

operación aritmética.

Stephen King Carrie

El tiempo pasaba. No importaba. Macbeth había asesinado el sueño y Carrie había asesinado

el tiempo. No estaba mal. Una buena comparación. Sue sonrió tristemente. ¿Sería ése el fin de

nuestra heroína, la dulce Miss Graduada de dieciséis años? Se acabarían sus preocupaciones por el

Club de Campo y « Kleen Korners ». No más. Todo eso había desaparecido, extinguido por el

fuego. Alguien pasó corriendo y dijo algo de que la calle Carlin se estaba incendiando. Mejor para

la calle Carlin. Tommy había muerto y Carrie había ido a asesinar a su madre.

Se irguió tensa y miró las sombras.

Ignoraba cómo lo sabia. No tenía ninguna relación con lo que había leído sobre la telepatía.

No vio imágenes, en su mente no hubo destellos reveladores, sólo el prosaico conocimiento; de la

misma manera que uno sabe que el verano sigue a la primavera, que puedes morir de cáncer, que la

madre de Carrie ya había muerto que…

(mu)

El corazón latió agitadamente en su pecho. ¿Muerto? Examinó su conocimiento del suceso,

tratando de ignorar el hecho insólito e insistente de que su conocimiento no se originaba en nada.

Sí. Margaret White había muerto. Algo relacionado con el corazón. Pero ella había dado una

cuchillada a Carrie. Carrie estaba muy malherida y había sangrado. Estaba…

No había más.

Se levantó y volvió corriendo al coche de su madre. Diez minutos más tarde aparcaba en la

esquina de las calles Branch y Carlin, donde tenía lugar el incendio. No habían llegado los

camiones todavía para combatir el fuego, pero habían puesto vallas en los extremos de la calle y

unas lamparillas grasientas y humeantes iluminaban un letrero que decía:

¡PELIGRO! !CABLES DE ALTA TENSION!

Sue hizo un rodeo, cruzó dos patios traseros y atravesó un alto seto vivo que la arañó con

sus ramitas rígidas. Salió a un patio más allá de la casa de los White y cruzó hacia ella.

El apartamento’ estaba en llamas, el techo era una brasa. No se podía ni siquiera pensar en

acercarse lo suficiente para mirar hacia dentro. Pero, a la intensa luz de las llamas, vio algo mejor:

las salpicaduras de sangre que señalaban las huellas de Carrie. Las siguió con la cabeza inclinada,

más allá de las manchas más grandes junto al sitio donde Carrie había descansado, a través de un

nuevo seto, cruzando el patio posterior de una casa de la calle Willow y luego una maraña de

pequeños pinos y robles. Más allá, un corto camino sin pavimentar, casi un sendero, subía

-serpenteando por el terraplén de la derecha.

Se detuvo bruscamente porque una duda la asaltó con una fuerza corrosiva y cruel. ¿Y si la

encontraba? ¿Qué ocurriría entonces? ¿Un ataque al corazón? ¿Moriría quemada? ¿Controlarla su

mente y la obligaría a lanzarse al paso -de un coche o de una bomba de incendios? Su extraño

conocimiento le dijo que Carrie era capaz de todo eso.

(busca a un policía)

Soltó una risita ante la idea y se sentó en el césped cubierto de rocío. Ya había encontrado un

policía. E incluso suponiendo que Otis Doyle le hubiese creído, ¿de qué habría servido? A su

mente acudió una imagen en la que cien cazadores desesperados rodeaban a Carrie y le pedían que

entregara sus armas y se rindiera. Ca rrie obedecía y levantando las manos se quitaba la cabeza de

los hombros. El sheriff Doyle la recibía solemnemente y la colocaba en un canasto de mimbre

sobre el que se leía «Zoológico Humano».

(y Tommy está muerto)

¿Qué hacer? Comenzó a llorar y se cubrió la cara con las manos. Una suave brisa se filtró

entre los enebros de la cumbre de la colina. Nuevos camiones de incendio pasaron aullando por la

ruta 6, como enormes sabuesos rojos en la mitad de la noche.

Stephen King Carrie

(la ciudad se está incendiando vaya)

No sabía cuánto tiempo había estado sentada allí, en un intranquilo semisueño. Ni siquiera

sabía que estaba siguiendo los pasos que llevaban a Carrie a «The Cavalier», como tampoco se

daba cuenta de que estaba respirando, a menos que pensara en ello. Carrie estaba muy malherida y

en ese momento una determinación animal la forzaba a seguir. Estaba a cuatro kilómetros de «The

Cavalier», incluso yendo a campo traviesa, como lo estaba haciendo Carrie, Sue

(¿vio? ¿sintió? no importa)

cómo Carrie caía en un arroyo y luego salía arrastrándose, helada y temblorosa. Era

asombroso cómo seguía su camino. Pero, por supuesto, lo hacía por su madre. Su madre quería que

ella fuera la. Ardiente Espada del ángel para la destrucción…

(va a destruir esto también)

Sue se levantó y echó a correr torpemente, sin preocuparse de seguir el rastro de sangre. Ya

no lo. necesitaba.

Dé Explosión en las Sombras, págs. 164-165:

Pensemos lo que pensemos, la historia de Carrie White pertenece al pasado. Ha llegado la,

hora de que miremos al futuro. Como señala Dean McGuffin en su excelente artículo del Science

Yearbook, si rehusamos hacer esto, es casi un hecho que tendremos que buscar y pagar un

flautista… y es muy posible que el precio sea muy alto.

Se nos presenta un espinoso problema moral. El avance de la ciencia se halla en camino

hacia el completo aislamiento del gen TC. Existe cierto consenso en el mundo científico (consulte,

por ejemplo, el artículo «Puntos de vista sobre el aislamiento del gen TC con recomendaciones

específicas respecto de sus parámetros de control, de Bourke y Hannegan, aparecido en el

Microbiology Annual, Universidad de Berkeley, 1982) en el.sentido de que cuando se establezca

un test para dedetectar su presencia, todos los niños en edad escolar serán sometidos a ese test del

mismo modo que actualmente todos se someten al test de la tuberculina. Sin embargo, el TC no es

un germen ni un virus; es un elemento constitutivo de la persona que lo posee igual que el color de

sus ojos.

Si el potencial telecinético se manifiesta como parte de la pubertad y si este hipotético test se

aplica a los niños que van por primera vez a la escuela, ciertamente que podremos estar

prevenidos. Pero, en este caso, ¿podemos decir que un hombre prevenido vale por dos? Si el test

de la TB resulta positivo, el niño puede ser tratado o aislado. Si el test TC resulta positivo, no

disponemos de ningún tratamiento, excepto dispararle un tiro en la cabeza. Porque, ¿cómo vamos a

encerrar a una persona que, con el tiempo, adquirirá un poder que le permitirá derribar todas las

paredes?

Incluso si encontráramos un sistema de aislamiento perfecto, ¿permitiría el pueblo de los

Estados Unidos que una hermosa chica fuese separada de sus padres a los primeros signos de la

pubertad para ser encerrada en una bóveda por el resto de su vida? Lo dudo. Especialmente si

consideramos que la Comisión White se ha esforzado por convencer al público de que la pesadilla

de Chamberlain fue algo absolutamente fortuito.

En realidad, da la impresión de que hemos vuelto al punto de partida…

Del testimonio bajo juramento presentado por Susan Snell ante la Comisión Investigadora

del Estado de Maine (de El informe de la Comisión White), págs. 306-472:

P. Miss Snell, la Comisión quisiera oír su testimonio referente a su pretendido encuentro con

Carrie White en el aparcamiento de rThe Cavalier»…

R. ¿Por qué me hace las mismas preguntas una y otra vez? Ya se lo he dicho dos veces.

P. Queremos cerciorarnos de que hemos registrado exactamente…

Stephen King Carrie

R. Quiere cogerme en una mentira, ¿no es eso lo que me quiere decir? Usted no cree que

estoy diciendo la verdad, ¿no es cierto?

P. Usted decía que se encontró con Carrie…

R. ¿Podría responderme?

P. a las dos de la mañana del 28 de mayo. ¿Es eso, verdad?

R. No responderé más preguntas hasta que usted me responda la que le acabo de hacer.

P. Miss Snell, este organismo tiene atribuciones, para hacerla comparecer por desacato si

rehúsa responder por cualquier motivo ajeno a los que contempla la Constitución.

R. No me importan las atribuciones que tenga. He perdido a alguien a quien amaba.

Mándeme a la cárcel. No me importa. Yo… yo… Oh, váyanse al diablo. Váyanse al diablo. Están

tratando de… de… no sé, crucificarme o algo así. ¡Déjenme en pazl

(Se suspende brevemente el interrogatorio)

P. Miss Snell, ¿desea continuar su declaración en este momento?

R. Sí. Pero no permitiré que me presionen, señor presidente.

P. Por supuesto .que no, jovencita. Nadie quiere presionarla. Veamos, usted afirma que se

encontró con Carrie en el aparcamiento de este bar a las dos de la mañana. ¿Es eso?

R. Sí.

P. ¿Sabía que eran las dos?

R. Llevaba el mismo reloj que ahora ve en mi muñeca derecha.

P. Muy bien. ¿«The Cavalier» no está situado a más de nueve kilómetros de donde dejó el

coche de su madre?

R. Sí, por la carretera. Pero está a menos de cinco en línea recta.

P. ¿Recorrió esa distancia a pie?

R. Sí.

P. Ahora bien, en su testimonio anterior usted declaró que «sabía. que se estaba acercando a

Carrie. ¿Puede explicar eso?

R. No.

P. Podía olerla?

R. ¿Qué?

P. ¿Se guió por el olfato?

(Risas en la tribuna)

R. ¿Se están riendo de mí?

P. Responda a la pregunta, por favor.

R. No, no me guié por mi olfato.

P. ¿Podía verla?

R. No.

P. ¿Oírla?

R. No.

P. Entonces, ¿cómo es posible que supiera que se encontraba allí?

R. ¿Cómo lo supo Tom Quillam?, ¿o Cora Simard?, ¿o el pobre Vic Mooney? ¿Cómo lo

supieron ellos?

P. Responda a mi pregunta, señorita. No es el momento ni el lugar para ponerse im,

pertinente.

R. Pero ellos sí dijeron que lo habían «sa= bido simplemente., ¿no es cierto? ¡Leí las

declaraciones de Mrs. Simard en el periódico! ¿Y qué pasa con las bocas de incendios que se

abrieron solas?, ¿y las mangueras de la bomba de gasolina que empezaron a funcionar solas? ¿Y

los cables que se desprendieron de los postes? ¿Y…?

P. Miss Snell, por favor…

R. ¡Todas esas cosas figuran en las actas de esta Comisión

Stephen King Carrie

P. No es ése el punto que estamos tratando de esclarecer en este momento.

R. ¿Entonces cuál es? ¿Están buscando la verdad, o sólo una cabeza de turco?

P. ¿Niega haber tenido un conocimiento previo del lugar donde se encontraba Carrie White?

R. Por supuesto que si. La idea es absurda.

P. ¿Sí? ¿Y por qué es absurda?

R. Bueno, si está sugiriendo que hubo alguna especie de conspiración, es absurdo, porque

Carrie estaba agonizando cuando la encontré. No podemos decir que eso fue.una manera fácil de

morir.

P. Si no tenía un conocimiento previo de su paradero, ¿cómo pudo dirigirse exactamen

te hacia donde se encontraba?

R. ¡Pero qué pregunta más estúpida! ¿No ha escuchado todo lo que se ha dicho aquí? !Todo

el mundo sabía que era Carrie! Cualquiera podría haberla encontrado si lo hubiese intentado

mentalmente.

P. Pero no la -encontró cualquiera. Fue usted. ¿Puede decirnos por qué la gente no apareció

de todos lados como limaduras de hierro atraídas por un imán?

R. Se estaba debilitando rápidamente. Supongo que tal vez… la zona de su influencia estaba

disminuyendo.

P. Creo que estará de acuerdo con que su suposición tiene una base muy débil.

R. Por supuesto que sí. Sobre el tema de Carrie White, todas nuestras suposiciones tienen

una base muy débil.

P. Como usted quiera, Miss Snell. Hablemos ahora de…

En el primer momento, cuando subió al terraplén que está situado entre el prado de Henry

Drain y el aparcamiento de «The Cavalier», pensó que Carrie estaba muerta. Su cuerpo yacía en

medio del patio y se veía extrañamente encogido. Sue se acordó de los animales muertos que había

visto en la carretera 495; marmotas y mofetas que habían sido aplastadas por camiones que

pasaban a gran velocidad.

Pero la presencia seguía en su mente, vibrando obstinadamente, repitiendo una y otra vez los

signos claves de la personalidad de Carrie White. La esencia de Carrie, una gestalt. A veces muda,

a veces estridente, sin anunciarse con trompetas, sino creciendo y menguando en oscilaciones

constantes.

Inconsciente.

Cruzó el cerco que rodeaba el patio de estacionamiento, sintiendo el calor del incendio

contra su rostro. «The Caválier» era una construcción de madera y se, quemaba rápidamente. Los

carbonizados restos del coche mostraban su contorno en llamas a la derecha de la puerta posterior.

Entonces Carrie había hecho eso también. No se acercó a mirar si había habido alguien dentro. En

todo caso, en ese momento ya no importaba.

Se acercó hacia donde se encontraba Carrie tendida de costado. No.podía escuchar sus

propios pasos en medio del feroz crepitar del fuego. Miró la retorcida figura cóh una piedad

amarga, confusa. El mango del -cuchillo se destacaba cruelmente en el cuello y estaba tendida, en

un pequeño- charco de sangre; parte de ella brotaba de su boca. Parecía que la inconsciencia la

había sorprendido en el momento en que intentaba darse vuelta. Había sido capaz de provocar

incendios, derribar cables eléctricos, matar casi con el solo pensamiento y ahí estaba, tirada sin

poder darse vuelta.

Sue se arrodilló, la cogió de un brazo y del hombro sano y la puso suavemente de espaldas.

Carrie gimió pesadamente y sus ojos parpadearon. En la mente de Sue la percepción se hizo

más intensa, como una imagen desenfocada que empieza a aclararse.

(quién está ahí) .

Y Sue, sin pensarlo, respondió de la misma manera:

(yo sue snell)

Stephen King Carrie

Aunque no necesitaba pensar en su nombre. La idea de ella como sí misma no correspondía a

palabras ni a imágenes. La comprensión de este hecho hizo que todo se aproximara, se con-..

virtiera en algo real, y la compasión por Carrie atravesó el aturdimiento que le había

provocado la impresión.

Y Carrie, con un lejano y mudo reproche:

(se burlaron de mí todos se burlaron de mí)

(carrie ni siquiera sé lo que ocurrió a tommy)

(se burlaron de mí eso es lo que ocurrió se burlaron se burlaron suciamente)

La mezcla de imagen y emoción resultaba pasmosa, indescriptible. Sangre. Tristeza. Temor.

La última de las:bromas de una larga serie: todas pasaron velozmente, en un recuento vertiginoso

que hizo que la mente de Sue diera vueltas y vueltas sin esperanza, sin esperanza. Compartían la

espantosa totalidad del conocimiento perfecto.

(carrie no no que me hace daño)

Ahora las chicas arrojaban paños higiénicos en medio de risas y burla. El rostro de ‘Sue se

reflejaba en su propia mente: feo, caricatúrizado con una boca desproporcionada, cruelmefite

hermoso.

(mira las sucias bromas mira toda mi vida una larga sucia broma)

(mira carrie mira dentro de mi)

Y Carrie miró.

La sensación fue aterradora. Su mente y su sistema nervioso se habían convertido en una

biblioteca. Alguien la recorría con una necesidad desesperada, con los dedos deslizándose.

suavemente sobre los estantes de libros. Sacaba alguno, lo hojeaba, lo volvía a su lugar, dejaba

caer otros y hacia que las páginas se agitaran enloquecidas

(escenas vislumbradas yo cuando pequeña le odio papá mamá labios gruesos oh los dientes

bobby me empujó oh mi rodilla el coche quiero ir en el coche vamos a visitar a la tía cecilia mamá

ven hice pis)

en el viento de la memoria; incansable hasta llegar finalmente hasta un estante que tiene

como titulo TOMMY y como subtitulo BAILE DE GALA. Libros que se abren con violencia,

experiencias vislumbradas, anotaciones al margen con todos los jeroglíficos de las emociones, más

complejos que la piedra Rosetta.

Examinaba. Encontraba más de lo que la misma Sue sospechaba, amor por Tommy, celos,

egoísmo, necesidad de subyugarlo y obligarlo a invitar a Carrie, repulsión por Carrie,

(podría cuidarse un poco más realmente que parece una MALDITA RANA)

odio por Miss Desjardin, odio hacia sí misma. Pero no había malas intenciones respecto de

Carrie, no había planeado avergonzarla delante de todos.

La febril sensación que le provocaba esta violación de sus más secretos escondrijos comenzó

a extinguirse. Sintió que Carrie se retiraba, debilitada y exhausta.

(por qué simplemente no me dejaste en paz)

(ese yo)

(mamá viviría la maté y la necesito oh qué dolor me duele el pecho el hombro oh que venga

mi madre)

(Carrie yo)

Y no sabía cómo terminar ese pensamiento,

nada con que completarlo. Sue se sintió de pronto abrumada por el terror, el peor de todos

porque no sabia qué nombre darle: ese ser estrafalario que sangraba sobre el sucio y grasiento

asfalto parecía de pronto insignificante y horrible en su dolor y su agonía.

(oh mamá tengo miedo mamá MAMÁ)

Sue intentó retirarse, desasir su mente, permitir a Carrie por lo menos la intimidad de su

propia muerte, pero no pudo. Sintió que moría ella misma y no quería ver esa anticipación de su

propia agonía.

(carrie DÉJAME)

Stephen King Carrie

(Mamá Mamá Mamá aaaaaaaa AAAAAA)

El alarido mental logró un crescendo de un arranque increíble y luego de pronto se

desvaneció. Durante un momento, Sue sintió como si estuviese viendo desaparecer una llama por

un túnel largo y oscuro a una vertiginosa velocidad.

(se muere dios mío estoy sintiendo cómo se muere)

Y luego la luz había desaparecido y su último pensamiento consciente fue

(mamá lo siento dónde) y se extinguió y Sue quedó conectada con la vacía frecuencia de las

terminaciones nerviosas que tardarían horas en morir.

Tambaleándose, se alejó del 4ugar con las manos extendidas hacia delante, como una ciega,

en dirección al borde del aparcamiento. Tropezó con la valla y cayó sobre el terraplén. Se

incorporó y avanzó vacilante por el campo, que empezaba a llenar baches con místicos charcos de

niebla. Los grillos cantaron tontamente y un papahígo

(papahígo alguien se está muriendo)

lanzó un chillido en la quietud de la mañana.

Echó a correr. Respiraba hondo. Corría para huir de Tommy, de los incendios y las

explosiones, de Carrie, pero sobre todo huía del horror, final; la luz del último pensamiento

arrastrada velozmente hacia el negro túnel de la eternidad, seguido por el vacío y estúpido

zumbido de la prosaica electricidad.

A. pesar de que se resistía, la imagen comenzó a desvanecerse y dejó en su mente una

oscuridad fresca y bendita, se detuvo y se dio cuenta de que algo había comenzado a suceder.

Estaba allí, en la mitad del campo, esperando la revelación.

Su agitada respiración se hizo más lenta, más lenta, como’ si de pronto hubiese quedado

cogida en una espina…

Y súbitamente se desbordó en un alarido, el grito del que ha sido burlado.

Y sintió el lento flujo de la sangre menstrual que corría por sus muslos.

Stephen King Carrie

Tercera parte

DESPUÉS DEL NAUFRAGIO

Stephen King Carrie

Del indicador eléctrico automático nacional de la rAssociated Press», viernes 5 de junio de

1979:

CHAMBERLAIN, MAINE (AP)

FUENTES OFICIALES NOS INFORMAN DESDE

CHAMBERLAIN QUE LAS VÍCTIMAS ASCIENDEN A 4OO Y -QUE HAY 49

PERSONAS DESAPARECIDAS. CONTINÚAN LAS INVESTIGACIONES RELACIONADAS

CON CARIETTA WHrrE Y EL LLAMADO FENÓMENO «TCs. CIRCULAN INSISTENTES

RUMORES EN EL SENTIDO.DE QUE LA AUTOPSIA DE LA CHICA WHITE HABRÍA

REVELADO CIERTAS INSÓLITAS FORMACIONES EN EL CEREBELO. EL

GOBERNADOR DEL ESTADO HA NOMBRADO UNA JUNTA DE ESPECIALISTAS PARA

QUE ESTUDIEN EL PROCESO QUE ORIGIMV ESTA TRAGEDIA. FIN.

5 de junio, último despacho, 0303N AP.

CERTIFICADO DE DEFUNCION

Nombre: White, Carietta

Dirección: Carlin 47 Chamberlain, Maine 02249

Sala de Urgencia N.°: — Ambulancia N.°: 16

Tratamiento: —Ingresó cadáver: x sí no

Fecha de fallecimiento: 28-5-1979, 2a.m. (aprox. )

Causa del fallecimiento: Hemorragia, estado de shock, oclusión coronaria y/o trombosis

coronaria (posiblemente) Iden el cadáver: Susan D. Snell

Back Chamberlain Road 19

Chamberlain, Maine 02249

Parientes más próximos: No tiene

El cadáver fue entregado a: Estado de Maine

Médico encargado:

Patólogo:

Stephen King Carrie

De The Lewiston Daily Sun, domingo 7 de setiembre, pág. 3:

El legado de la Telecinesia

Fierras devastadas, corazones abrasados

CHAMBERLAIN. El baile de fin de curso ya pertenece a la historia. Durante siglos los

sabios han dicho que el tiempo cura todas las heridas, pero el golpe que recibió esta pequeña

ciudad del oeste de Maine puede ser mortal. Los barrios residenciales todavía están allí,

custodiados por hermosos robles de doscientos años. Las construcciones de- líneas modernas y las

que conservan el antiguo estilo de Nueva Inglaterra, de la calle Morin y de Brickyard Hill, no han

sufrido daños y se ven tan cuidados como siempre. Pero todo ese idílico paisaje está situado junto

a un campo ennegrecido y arrasado, y en muchas de estas elegantes casas hay un letrero que dice

SE VENDE, colocado sobre el césped. Sobre la puerta de las que todavía están ocupadas cuelga

una corona negra. Los vecinos de la ciudad ya se han acostumbrado a ver todo tipo de camiones de

mudanza circular por sus calles.

La principal industria de la ciudad, la Fábrica de Tejidos Chamberlain, no fue tocada por el

incendio que arrasó gran parte de la población durante esos dos días de mayo. Pero ha estado

trabajando con un solo turno desde el 4 de julio y, según afirma Mr. William A. Chamblis, director

de la fábrica, es muy posible que se produzcan mayores reducciones. «Tenemos pedidos

-manifestó Mr. Chamblis-, pero no se puede hacer funcionar una industria sin obreros que echen a

andar las máquinas. No los tenemos. Desde el 15 de agosto, se han retirado treinta y cuatro

hombres. Lo único que podemos hacer, por el momento, es cerrar la sección de teñidos y enviar el

material a otra industria. No quisiéramos despedir a nuestros obreros, pero se trata de un problema

de supervivencia económica.»

Roger Fearon vive en Chamberlain desde hace veintidós años, y ha trabajado en la fábrica de

tejidos durante dieciocho de esos años. Comenzó como ensacador y ganaba setenta y tres centavos

por hora. Actualmente es encargado de la sección de teñidos y, sin embargo, no parece

impresionado por la posibilidad de quedarse sin trabajo. «Perdería un buen salario -dijo Fearon-.

No es para tomarlo a la ligera. Ya lo he conversado con mi mujer. Podríamos vender la casa, vale

fácilmente unos veinte mil dólares, y aunque probablemente no nos den ni la mitad de eso, lo más

seguro es que la pongamos en venta. No nos importa. En realidad, no queremos seguir viviendo en

Chamberlain. Llámelo como quiera, pero la ciudad ya no es buena para nosotros.»

Fearon no es el único. Henry Kelly, propietario de una cigarrería y cafetería llamada «Kelly

Fruit», que la noche del baile quedó destruida por el fuego, no piensa volver a edificar. «Los

chicos han desaparecido -dice con un encogimiento de hombros-. Si la abriera otra vez, me

encontraría con demasiados fantasmas en los rincones. Voy a retirar el dinero del seguro y me- voy

a ir a vivir a St. Petersburg.»

Una semana después de que el tornado del 54 pasara por Worcester, dejando su huella de

destrucción y muerte, el aire se vio invadido por el ruido de los martillos, el olor de la madera

nueva y una sensación de optimismo y de fe en la capacidad del hombre para recuperarse. No

existe nada de eso en Chamberlain este otoño. Solamente han quitado los escombros de la carretera

principal. Los rostros que uno encuentra están llenos de una sombría desesperanza. En el «Frank’s

Bar», en la esquina de la calle Sullivan, los hombres beben cerveza en silencio, y en los patios de

las casas las mujeres se cuentan historias de horror y sufrimiento. Chamberlain ha sido declarada

zona catastrófica y existen fondos destinados a levantar la ciudad y reconstruir el sector comercial.

Pero, durante estos últimos cuatro meses, la principal actividad de Chamberlain han sido los

funerales.

Stephen King Carrie

Los muertos ya son 440 y todavía quedan -.dieciocho personas desaparecidas. De las

víctimas, 67 pertenecían al último curso de la Escuela Ewen y estaban a punto de graduarse. Quizá,

más que otras consideraciones, sea esto último lo que ha quitado valor moral a sus habitantes.

Fueron enterrados el 1 y el 2 de junio en tres ceremonias masivas. El día 3 se efectuó en la

plaza un acto religioso en memoria de los desaparecidos. Fue la ceremonia más emotiva que le ha

tocado presenciar a este periodista. Asistieron miles de personas y toda la asamblea escuchó con

conmovido silencio a la banda de la escuela, con dieciséis componentes menos, ejecutar el himno

de «Ewen».

Hubo una sombría ceremonia de graduación a la semana siguiente, en la vecina rMotton

Academy». Pero sólo quedaban 52 alumnos del último curso. Henry Stampel, el encargado del

discurso de despedida, prorrumpió en lágrimas en la mitad de la lectura y no pudo continuar. No

hubo fiesta después de la ceremonia; los alumnos simplemente cogieron sus diplomas y después se

marcharon en silencio a casa.

A pesar de todo, a medida que transcurría el verano, los coches fúnebres recorrían la ciudad

para ir a enterrar los últimos cadáveres que se iban descubriendo. Para algunos de sus habitantes

parecía que cada día les arrancaban la costra para que la herida sangrara de nuevo.

Si usted es uno de los muchos curiosos que aparecieron en Chamberlain la semana pasada,

ha visto una ciudad que puede estar sufriendo un mortal cáncer del espíritu. ‘Unas pocas personas,

que parecen extraviadas, vagan por los pasillos del supermercado. La iglesia Congregacional de la

calle Carlin fue devastada por el fuego y no queda nada de ella, la iglesia Católica de la calle Elm

no ha sufrido daños y la cuidada iglesia Metodista en un extremo de la calle Main, aunque

chamuscada por el fuego, se encuentra en perfecto estado. Sin embargo, la asistencia ha sido

escasa. Los ancianos aún se sientan en los bancos de la plaza de los Tribunales, pero ya no tienen

interés en echar una partida de damas o entáblar una conversación.

La impresión general hace pensar en un pueblo que espera la muerte. En estos días, no basta

decir que Chamberlain no volverá a ser el mismo. Decir simplemente que no volverá puede estar

más cerca de la verdad.

Extracto de una carta del 9 de junio, enviada por Mr. Henry Grayle, rector de la Escuela

«Ewen», a Mr. Peter Philpott, Superintendente de Educación:

… y, por lo tanto, creo que no puedo continuar en mi cargo, sintiendo que esa tragedia se

podría haber impedido si yo hubiese tenido un poco más de previsión. Me permito rogarle que

acepte mi renuncia a partir del 1 de julio, si usted lo tiene a bien…

Extracto de una carta del 11 de junio, enviada por Rita Desjardin, profesora de Educación

Física, a Mr. Henry Grayle :

… y no renovaré el contrato. Creo que preferiría suicidarme antes que volver a enseñar. Por

las noches me quedo pensando: Si sólo me hubiese acercado a esa chica, si sólo, si sólo…

Frases que aparecieron pintadas sobre el césped del sitio donde estuvo el apartamento de la

familia White:

CARRIE WHITE ARDE EN EL INFIERNO POR SUS PECADOS CRISTO NUNCA

FALLA

De «Telecinesia: Análisis y Consecuencias», por el decano D. L. McGuffin (publicado por

Science Yearbook, 1981):

Stephen King Carrie

Para concluir, quisiera señalar el grave riesgo que están corriendo las autoridades al enterrar

el caso de Carrie White bajo una montaña de papeleo burocrático, y me estoy refiriendo

específicamente a la llamada Comisión White. El deseo de algunos políticos, de considerar la

telecinesia como un fenómeno aislado e irrepetible, me parece comprensible pero no aceptable. En

términos genéticos, la posibilidad de un nuevo caso es de un 99 por ciento. Ha llegado el momento

de planificar y prepararse para lo que…

De Expresiones idiomdticas explicadas: Una guía para los padres, por John R. Coombs

(Nueva York, The Lighthouse Press, 1985), pág. 73:

soltar a Carrie: causar violencia o destrucción; confusión, carnicería (2) provocar incendios

(de Carrie White, 1963-1979).

De Explosión en las Sombras, pág. 201:

En otra parte de este libro se ha hablado de una página de un cuaderno de Carrie White en el

que unos versos de Bob Dylan, el famoso poeta del rock de los años sesenta, aparecían escritos

repetidas veces, casi con desesperación.

Podría resultar apropiado terminar este libro con unos versos de otra canción de Dylan,

versos que podrían servir de epitafio a Carrie: Quisiera escribirte una melodía tan simple / que te

impidiera, querida amiga, enloquecer / que te tranquilizara y extinguiera el dolor / de tu

conocimiento inútil y sin sentido…

De Me llamo Snell, pág. 98:

El libro ya está terminado. Espero que se venda bien para poder irme a un lugar donde nadie

me conozca. Quiero revisar todo lo ocurrido, decidir qué voy a hacer entre este momento y la hora

en que mi luz se aleje por un largo túnel hacia la oscuridad…

De las conclusiones de la Comisión investigadora del Estado de Maine, en relación con los

sucesos ocurridos el 27 y 28 de mayo, en- Chamberlain, Maine:

… y, por lo tanto, debemos concluir que, aunque la autopsia practicada reveló algunos

cambios celulares que pueden indicar la presencia de algún poder paranormal, no existe ninguna

razón para creer en la posibilidad de que el caso se repita…

Fragmento de una carta del 3 de mayo de 1988, enviada por Amelia Jenks, Royal Knob,

Tennessee, a Sandra Jenks, Maiken, Georgia:

… y tu sobrinita crece cuarta por noche y para tener dos años está muy grande y Tiene los

ojos azules como su papi y el pelito rubio mío pero seguramente se le ba poner oscuro pero de

todos modos es muy bonita y cuando está durmiendo aveces cuanto se parece a nuestra mama.

El otro dia la tenia. sentada en la tierra al lado de la casa yo measomé y vi la cosa mas rara

estaba jugando con las volitas de su hermano pero se estaban mobiendo solas ella semoria de risa

pero yo estaba un poco asusta algunas de las volitas subian y bajaban. Me izo acordarme de la

abuela te acuerdas cuando vino la policia buscando a Pete y las pistolas les salieron volando de las

manos y la abuela no paraba de reirse y podia hacer que la mecedora se mobiera sola aunque no

estuviera senta. Me quedao muy preocupa ojala que la niña no sufra esos ataques que le daba a la

abuela te acuerdas?

Stephen King Carrie

Bueno tengo mucho que labar a si que dale saludos a Rich y mandanos algunas fotos cuando

puedas. Como te decia la niña es muy bonita y tienes unos ojitos de lista… Estoy segura de que ba

allegar a ser alguien cuando grande.

Etiquetas: stephen king

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