Las aguas están calmadas, serenas. Parecen más claras que nunca. No hay oleaje ni agua que corra con fuerza alguna. Ni hay rastro de ningún movimiento ni vida bajo ellas. Puedo apreciar las piedras del fondo, algunas más grandes que otras. Algunas más oscuras que otras. Pero todas tienen algo en común a pesar de ser tan diferentes. Y es que todas han presenciado la muerte.
Dejo caer mis rodillas ante la siniestra orilla. El día es frío, de mi boca rezuma vaho que se mezcla con la espesa niebla de la primera hora de la mañana. Froto mis manos, cubiertas por unos guantes con boquetes y descosidos, contra mis brazos. Hundo la cara en mi bufanda raida color carmesí y cierro los ojos.
A pesar del frío de esta mañana de invierno, a pesar de querer entrar en calor aunque sé que todo esfuerzo es en vano y a pesar de tener ese impulso que me quiere llevar ante un fuego caliente, en mis pensamientos solo hay cabida para una sola cosa que deseo con todas mis fuerzas. Quiero adentrarme en el río.
Cuenta la leyenda que bajo él, bajo sus aguas y bajo sus rocas, existe una ciudad. Una ciudad que lleva conviviendo con este otro lado del río desde que el mundo es mundo. Una ciudad que anhela ser poblada y cuanto más mejor. Una ciudad habitada por espíritus. Espíritus de personas que han deseado dejar sus vidas atrás porque no podían seguir viviendo, porque habían cometido algun delito imperdonable, porque no habían sido fieles a su amor, porque el poder los había corrompido, porque pensaban que sus vidas ya no merecían la pena.
Una larga lista a la que se suma mi entrañable hermano.
Solo era un crío de 14 años. Aun lo recuerdo trabajando de sol a sol para hacernos salir adelante ya que con mi «salario» de prostituta no podíamos comer todos los días. Quiso trabajar desde bien niño para que pudiéramos seguir adelante junto a nuestra anciana abuela, quien apenas podía moverse. Para intentar que no faltara un plato sobre nuestra mesa. Mi pequeño, mi rey, mi héroe. Mi querido Jonas.
Solo era un niño inocente que no conocía malicia alguna. Todo en su vida estaba bien, él era el bien personificado. Pero fue precisamente su inocencia la que lo sentenció.
Hace unos meses caí enferma. No dormía. No comía. Vivía en una fiebre continua. Hacía semanas que había dejado de trabajar ya que los clientes no deseaban acostarse con una mocosa que apenas podía tenerse en pie. Y poco despues de que me echaran de la casa de compañía no me moví de mi cama. Me dolía el cuerpo a horrores. Sudaba como si de un caldero de sopa se tratase. Apenas podía mediar palabra o entender qué era real y qué no, ya que debido a la alta fiebre comencé a tener alucinaciones.
Jonas estaba tan preocupado que buscó ayuda por todo el pueblo, pero nadie quiso ofrecerla. Para ellos yo solo era una ramera que ofrecía placer por una cantidad de dinero que ni siquiera era mía en su totalidad.
Preguntó y rogó hasta recorrer cada puerta del pueblo. Y cuando estuvo a punto de desistir, un hombre llamó a nuestra puerta.
Un peregrino, un extraño en nuestras tierras. Decía venir de un lugar muy cercano a la vez que lejano. Un lugar que aseguraba que mucha gente del pueblo había visitado. Nos contó que en su andadura en busca de posada escuchó la historia del pequeño Jonas, y él, como hombre de bien, quería ayudar en tal emprenda.
Trajo consigo una bolsa de tela sucia de la que sacó varias hierbas que ni Jonas ni mi abuela habían visto jamás. Llamaban la atención por sus colores apagados y su olor a tierra mojada.
«Son originarias del lugar de donde provengo» dijo. «Sirven para curar males tan atroces como el que le sucede a tu preciosa hermana».
Jonas le indicó que no podríamos pagarle nada, que éramos pobres y que no poseíamos nada de valor que darle a cambio.
«Oh, te equivocas, joven. Con solo aceptar estas hierbas sanadoras ya estáis dándome más de lo que pensáis».
En ese momento no supe si era real o no, pero me pareció notar cómo se ensombrecía su rostro y torcía su sonrisa.
Mi hermano aceptó y agradeció en demasía al viajero. Este me deseó una pronta recuperación y desapareció de la casa.
Gracias a las indicaciones de mi abuela, Jonas pudo preparar un brebaje para que pudiera tomarlo. Parecía estar caliente ya que de él salía humo en exceso, pero al tragarlo lo noté frío bajando por la garganta, casi gélido.
Como las aguas de este río.
Jonas y mi abuela no se movieron de mi lado sujetados a mis manos para hacerme entrar en calor. Y de repente, sentí cómo me ahogaba. Cómo el aire dejaba de entrar en mis pulmones y sentí en la sien el último latido de mi corazón.
Sé por boca de la abuela que Jonas entró en cólera, que estalló el cuenco del brebaje contra el suelo, que rompió todo lo que encontró a mano y que gritó como si estuviera poseído. Ambos lloraron mi muerte y lamentaron haber hecho caso a un hombre de tierras extrañas al que no habían visto antes.
Sabían que me encontraba en ese estado a causa de su brebaje.
Y Jonas salió corriendo. La gente lo vio vagar por el pueblo destrozando todo a su paso, golpeando con sus pies todo bicho viviente que se encontrara e insultando a todo aquel que no quiso ayudarme cuando les había rogado llorando.
Y en la madrugada lo vieron ir camino al río.
Dijo mi abuela que mi pulso volvió a estallar bien entrada la madrugada. Yo sentí de nuevo ese frío en mi interior, cómo mis entrañas se congelaban y jadeé como si me hubiera estado ahogando en estas aguas heladas todo ese tiempo.
En el mismo momento en que mi hermano perdió la vida yo volví a la mía.
Por eso estoy aquí, en este río, en estas aguas que se llevaron la vida de un corazón puro. Quiero volver con él. La vida no es la misma desde que Jonas y mi abuela me faltan. La vida no es la misma sin nadie por quien vivir.
Pero aunque una parte de mí anhele volver con él, la otra me quiere viva. La otra sobrevivió a la muerte a pesar de que el corazon se me parara. La otra lo entiende como un milagro, como la recompensa del río al haberse llevado a Jonas. Y no quiere morir en vano, faltando a su recuerdo.
Doy un largo suspiro y para cuando abro los ojos noto una presencia a mi lado.
– ¿Vuelves a enfermar, preciosa?
El peregrino. El hombre que sentencio mi sino y la vida de mi hermano.
– Devuélveme a mi hermano- susurro, tiritando de frío.
– No te he oído- dice entre risas.
– ¡Devuelveme a mi hermano, maldito ser del infierno!- grito poniéndome en pie, dejándome llevar por la ira.
El peregrino se pasea a mi alrededor mirándome, silbando una cancioncilla infantil. Eso me pone más nerviosa. Me llena de ira.
– Querida, querida… Un trato es un trato. Tu querido hermanito, Jonas, vino aquí buscando clemencia a la ciudad bajo el agua. Ofreció su vida a cambio de que tú vivieras- se para frente a mí y sonrie de oreja a oreja- No podía negarme, estaba tan desesperado.
– No puede ser…- digo derrotada.
El peregrino me agarra del brazo y comienza a caminar llevándome con él, casi sin darme cuenta.
– Verás, preciosa, esa enfermedad que tenías- chasquea la lengua- y que vuelves a tener… es mortal. Seguirías muerta en este momento de no haber sido por el sacrificio de tu hermano.-tropiezo con una piedra y él me sujeta para no dejarme caer. A continuación, me agarra de la cara y mirándome directamente a los ojos me dice:- Él te salvó la vida.
– No es justo- sollozo dejando caer un sin fin de lagrimas que calientan mi rostro.
– Vamos, sí que lo es. ¿Cómo crees entonces que he poblado la Ciudad Bajo el Agua? Nosotros tambien merecemos almas caritativas y gente de buen corazon, no sólo suicidas que siguen haciendo el mal al otro lado.
– No hay derecho a que hagas eso- me deshago de su brazo y doy varios pasos atrás- No puedes quitarle la vida a alguien sin más sólo porque eres un ser egoísta.
Su semblante cambia. Sus ojos se oscurecen, como sucedió la noche en que morí. Ahora está serio y no sé cómo sentirme frente a este cambio. Me pongo tan alerta como el frió y el dolor me permiten.
– No soy egoísta, querida. Yo me encargo de mantener el equilibrio entre este lado del río y el otro. ¿Crees que es justo que la Ciudad Bajo el Agua esté llena de criminales, pecadores y gente inmunda? Tiene que haber un balance ¡y yo decido a quién llevarme de este maldito lado del río!
– ¡Pues llevame contigo!
Ahora sin embargo cambia su semblante, vuelve a sonreir y su rostro me infunde terror.
– ¿A tí? ¿A una prostituta de pacotilla?- se da la vuelta y sigue adentrándose en el río- No aportarías nada bueno a la Ciudad Cajo el Agua.
– Te equivocas. Si ejercí como prostituta lo hice para mantener a mi familia. A mi abuela y a mi hermano. Soy la hija de un matrimonio pobre que cayó en desgracia. Mi madre murió a manos de mi padre y mi padre murió en este mismo río.
– Sí, creo recordarlo. Un hombre fuerte y arrogante. Tu hermano tenía sus ojos, ahora que lo pienso- dice girando su sonriente rostro hacia mí.
– Por favor, te lo suplico. Llévame contigo… Sólo quiero estar con mi abuela y conJonas para sentir sus abrazos de nuevo.
– No sé…- se acerca a mí y me examina golpeando su barbilla con el dedo índice- ¿Qué podrías hacer por mí? Tu hermano se ofreció a cambio de que vivieras, es decir, pagó tu vida con su muerte, pero… ¿Qué me das tú a cambio?
– Yo…
El peregrino lanza un grito lleno de locura y dándose la vuelta, se adentra cada vez más en las aguas.
– No tienes nada que darme- vuelve a reír a carcajadas y se me crispa la piel.
No sé qué hacer. Me pongo a pensar rápidamente y sólo se me ocurre una cosa, un último intento.
– Me ofrezco a mí misma.
El peregrino para de reír.
– ¿Cómo?
– Me ofrezco a mí misma… Como tu ayudante. Fui prostituta, sé persuadir a la gente. Sé cómo hacer que me cuenten sus secretos y los de los demás. Podrías llevarte a buenas personas a la Ciudad Bajo el Agua con mi ayuda, para equilibrar la balanza.-trago saliva y pido al cielo que esto funcione- Yo les guiaré.
En ese momento su cara cambia. Comienza a gritar y a reír estrepitosamente. Ya no tiene rasgos humanos, ahora su piel se torna de un color verdoso que recuerda al moho y se le arruga, sus dientes caen y su boca se abre tanto al reír que termina desencajándose de la mandíbula. Su piel cae como si de barro se tratase y se le desencajan los ojos.
Y de esa forma desaparece en el agua. Sin más.
Segundos después es cuando oigo una voz en mi cabeza, la voz del peregrino.
– Ven conmigo, preciosa. Voy a llevarte a la ciudad bajo el agua junto con Jonas, para que puedas disfrutar de su compañía antes de convertirte en mi sierva para siempre.
Y es en ese momento cuando corro hacia el agua. Me tropiezo y me vuelvo a levantar ansiando llegar a lo mas hondo y ahogarme en sus aguas para así viajar a mi nuevo destino, a los brazos de mi hermano pequeño de nuevo.
Y es en ese mismo momento en el que me adentro y dejo de hacer pie, cuando empiezo a tragar agua y mis pulmones se llenan de ese líquido transparente y frío. Siento que se me va la vida, que ya no volveré a tenerla. No veo la Ciudad Bajo el Agua, solo oscuridad y unos ojos que me miran brillando en el fondo del río. Quiero gritar, quiero subir a la superficie, quiero salir corriendo.
Pero finalmente me dejo llevar rezando porque esto no sea cierto. Rezando porque no me haya equivocado al aceptar.
Y es en momento en el que escucho la risa del peregrino en mi cabeza. Es ahí cuando me doy cuenta de que en realidad he caído en su trampa para siempre.
Al igual que hizo Jonas.
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