Limpiamos la casa. Tomé el balde verde que usaba para lavarme la cara por las noches y lo llené de agua para limpiar la casa. Mi hermana observó mis movimientos y supo lo que debía hacer: tomó una escoba y empezó a refregar el piso en las zonas donde yo ponía el agua. De vez en cuando lloraba, pensando que esas imágenes se iban a quedar en mi mente por un largo tiempo.
Mi madre consolaba a mi hermano, quien, a pesar de saber lo que había pasado, lloraba porque ningún pensamiento racional podía opacar la emoción. Al final, creo que todos compartíamos un mismo sentimiento de tristeza, esa carga que sientes cuando la rabia y la impotencia no se van como esperas.
Minutos después del primer suceso, le preguntaba a mi madre: «¿Qué hizo? ¿Por qué lo molestó otra vez?» Fueron preguntas que hice sin pensar, es lo que pasa cuando se guarda un coraje por años. Sin embargo, escuchar a mi hermano decirme: «¿Por qué le dice eso? ¿Por qué le dice esas cosas después de que fue golpeada?» Y verlo abrazarla mientras lloraban juntos, fue un golpe que me puso en la realidad.
Ahí supe que he odiado tanto que ella permitiera tanto, he visto tanto valor en ella que mi única manera de manejar mi rabia ha sido odiar cada cosa que hace, para que no sea tan fuerte lo que le sucede. El monstruo siempre ha sido otro, otro que nos confunde y nos hiere, otro que ama en un minuto y al siguiente lastima sin pensar.
Minutos después del segundo suceso, mientras limpiábamos la sangre, lloraba, lloraba mucho. La escena de las tijeras, los gritos, la locura. Pensaba que mi profesión no había servido para nada, que era una idiota por atacar a quien necesitaba un abrazo, por no saber qué decir, por querer salir corriendo, tirarme al suelo y llorar.
Terminamos y me senté sola fuera de casa. Oré, le recé a Dios y como siempre parecía no ser suficiente, era la misma situación de mi niñez, orar y ser ignorada por lo único que sentía que me acompañaba. Le pedí a cualquier ser que estuviera escuchándome, que detuviera todo lo que nos había pasado, porque cuando lo que sucede no parece real no importa si le pides ayuda a lo inexistente. Entre lágrimas, grité hacia dentro que se detuviera, que no pasara nada más. Estaba cansada.
Como tercer suceso, nos encontramos los cuatro en un cuarto, temiendo que alguien rompiera la puerta, atentos a cada sonido. Hablamos de lo mucho que odiábamos la situación, de lo mucho que deseábamos algo diferente y de cuánto lamentábamos cada suceso. Después de una charla y algunos chistes para calmar la situación, nos dividimos en dos cuartos para no sentirnos solos. No sé si lograron dormir, solo sé que yo no lo hice. Pasé un tiempo escribiendo esto para terminar de liberar el dolor que cargo.
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