Todo era un deambular entre el gentío, en la carretera principal donde estaban los puestos ambulantes, en la calle que baja a la Iglesia, en la plaza donde levantaban una tarima y donde actuaba la orquesta y se bailaba, en el descampado donde las atracciones iluminaban la noche y rompían ruidosas la quietud y la aburrida tranquilidad del resto del año. Eran las fiestas de mi pueblo que duraban tres días. Iba acompañada de mi amiga Silvia, aunque mis padres que estaban sentados en la terraza del bar del Alfonso, junto a mis tíos y a unos amigos, creían que estaba con Isabel y su hermana mayor. Tenía catorce años y era el primer año que no salía en las fiestas con mis padres. Mi hermano con tres años más que yo ya se iba solo con sus amigos desde hacía tiempo. Pero solo una noche; no las tres, solo una. Isabel, Silvia y yo estábamos en el mismo curso. A mis padres no les gustaba Silvia. Esa noche yo vestía un vestido sin mangas que me llegaba hasta las rodillas. La rebeca se la había dejado a mi madre que se empeñaba que no podía salir sin ella por si refrescaba. Silvia llevaba unas minifaldas; yo me moría por vestir como ella y esa noche quería comprarme unos pendientes parecidos a los que se había comprado ella la noche anterior. Era mi primera salida de mayor, sin estar fiscalizada, en libertad, sin padres, con Silvia que no estaba tan atada como yo, con su madre viendo la tele y su padre bebiendo, acodado en la barra como si fuera una ocupación o así lo veía yo. Una sensación excitante, yo me agarraba al brazo de mi amiga, estábamos juntas, contentas, nos reíamos por todo… Sin embargo, Silvia era más atrevida que yo y, sobre todo, no tenía normas como yo que convenía obedecer: no salirse de la zona iluminada y concurrida de las fiestas, solo la plaza, la zona de las atracciones y la carretera donde los puestos. Habíamos rehuido la calle que baja a la iglesia y el bar de Ramón porque por ahí estaba el novio de Silvia al que no quería ver. Estuvimos en el baile y en los puestos para comprar mis pendientes. Pero llegó un momento en el que Silvia se impacientó y quiso marcharse al pub Milton. Había estado toda la noche atenta a algo o a alguien, miraba alrededor cuando yo le hablaba y, a ratos, parecía que no me escuchaba, y fue entonces cuando me dijo que ella se iba al pub, y me enteré que allí estaba otro chico más mayor que le gustaba… Pero el pub está en la periferia, en la zona no concurrida, en las afueras, allí hay menos gente, al pub no me dejan ir, hay gente mayor, no es para nosotras. Solo pegas; me resistí, ella me arrastró, me cogió del brazo para que la acompañara, hasta que se enfadó y me gritó: «No seas niña». En ese momento se abrió una grieta en esa amistad entre adolescentes. La dejé sola y me fui a buscar a mi amiga Isabel que estaría con su hermana mayor junto a las atracciones que iluminaban el descampado y que estaban abarrotadas de gente.
OPINIONES Y COMENTARIOS