La noche era fría y lluviosa en ese invierno tan oscuro y Adrián estaba dormido en su diván. Pasaba seguido, más que antes cuando podía decidir cuándo dormir. Sabía que su ansiedad le estaba royendo la cabeza, su insomnio no paraba de atormentarlo y su depresión no lo dejaba descansar. No podía dejar de imaginarlo a Él todo el tiempo. Odiaba dormir y verlo dormir.

Dos horas después de comenzar, su sueño finalizó. Se levantó de su oficina y se preparó un café mientras miraba ese reloj de pared blanco que colgaba de la cocina. La aguja estaba apuntando al único número que aparecía: un tres, quizá un poco más arriba. Para esperar a su primer paciente, Adrián intentó leer un libro que le tenía esperando hace tiempo, pero no pudo evitar desconcentrarse con la foto de su ex pareja y su hijo. Podía recordar esos momentos. Todo era más fácil cuando Él estaba ahí.

Recordaba esa mañana. Todo era normal en ese amanecer de verano caluroso y soleado, Adrián estaba dormido en su cama con su esposa. No podía evitar pensar cuánto habían cambiado los dos desde ese primer beso, o desde el casamiento, o desde el nacimiento de Él. Adrián despertó antes y fue a preparar café para su esposa e hijo. El café era negro y generaba patrones hipnóticos en la superficie como si intentarse augurar la tormenta viniente. Veinte minutos después, como un reloj, la casa entera estaba despierta y juntada en el comedor para ir a sus respectivos compromisos. Él parecía más cansado de lo habitual, pero fue irrelevante; era una mañana normal.

Las siguientes semanas transcurrieron y Él ya no estaba en casa. En esta mañana normal diferente, Adrián también se levantó. No podía dejar de preguntarse qué le deparaba lo que venía. Todavía era de noche, al ver el gran reloj blanco notó que había madrugado más de lo común, el suficiente tiempo para que pueda hacerle un desayuno más elaborado de lo usual a su esposa. Sin embargo, cuando el reloj marcó la hora de irse, lo encontró tirado en la silla del comedor, mirando al café ya frío que se había preparado. A Adrián le extrañó que su esposa no despertara hasta que recordó que ella había dormido en La habitación blanca. Adrián tenía trabajo, pero era un día normal y no podía atenderlo, tenía que ir con su mujer.

Una semana antes de El día, no había nadie en la casa. El reloj de la cocina no tenía a nadie que lo notara hace semanas. La cafetera tenía preparado café frío desde la última vez que Adrián había preparado para tres, pero sólo para uno. Nadie podía contemplar el patrón hipnótico del café.

Adrián no paraba de pensar en el futuro, en lo que iba a hacer sin Él. No podía comer ni dormir. Las sillas blancas le resultaban incómodas y no era raro que, cuando estaba en La habitación, se encuentre pensando en ellas para evadir la realidad. Su esposa le sostenía la mano, pero esto no calmaba a sus nervios. Ver a Él acostado, sin conciencia, en un sueño imposible mientras El día se acercaba.

El frío aumentaba y los recuerdos lo seguían atormentando. Canceló con su paciente a causa de esto. Siguió mirando la foto de los tres en el escritorio. No podía dejar de pensar. No podía dejar de pensar en cuánto extrañaba a su familia. No podía dejar de pensar en todo lo que daría para volver. No podía dejar de pensar en que el futuro para él era sólo una ilusión. No podía dejar de pensar lo triste que su vida era. No podía dejar de pensar cómo sería no vivirla. No podía dejar de pensar, hasta que pudo.

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