No Lucy, no Lu, no Lucha. Por su nombre, Lucía, la llamé.
Era Lucía en el enojo, era Lucía en el momento culminante del amor, era Lucía Atencio en los registros oficiales. Para todo lo demás era Lucha, Lucy, Lu.
Por su nombre la llamé. Si no había enojo ni pasión, ¿por qué la llamé así?
Eso fue: decir el nombre, el que era antes de mí, lo que después de decirlo me extrañó.
Había en el nombre una distancia. La convicción, al pronunciarlo, de una soledad y una libertad inexpugnables. Ahora lo sé: el minucioso conocimiento superficial que traen los años es inútil. Hay en el nombre un núcleo irreductible que afirma la extrañeza, la fatal impropiedad.
Lucía y detrás del nombre lo insondable. Que a nadie se le ocurra alguna vez sacar el corcho de la botella donde, por siglos, mantenemos encerrado al genio.
OPINIONES Y COMENTARIOS