LO QUE CALLAMOS LAS MADRES

LO QUE CALLAMOS LAS MADRES

Pasajera #15

15/11/2023

LO QUE CALLAMOS LAS MADRES

Cuando nosotras las mujeres nos llega el momento de albergar vida en nuestro vientre sentimos emoción, generamos expectativa de como será ese nuevo ser.Como serán sus ojos, sus manos,  será niña o  será varón.

Pero al mismo tiempo sentimos miedo, ese temor de no saber si habremos escogido bien a quien donó su esperma para formar el nuevo ser, el temor de si habrá algo en la cadena de ADN que hará viable su formación con total normalidad.

Aún así, nuestro cuerpo se prepara como el ave que acomoda su nido, en nuestro interior ocurren cambios hormonales, físicos, estructurales y, emocionales. 

Algo que muchas veces no entendemos, no comprendemos porque en las mañanas las náuseas y la intolerancia a algunos alimentos incluso no toleramos a nuestra pareja.

Los niveles hormonales los tenemos al tope, generando en nosotras tristezas incomprensibles, mal humor, nostalgia, alegría, y en ese vaivén de emociones nos debatimos cada día. Pasan las semanas, los cambios que hacen evidente nuestro estado gestacional cuando nos toca taparnos la boca, alistarnos para la carrera al sanitario a devolver lo poco o lo mucho que nuestro pobre estómago ha recibido.

Al pasar de las semanas en nuestro interior los cambios están surgiendo, nuestros órganos se desplazan para dar espacio a la formación de aquella indefensa criatura. Nos sentimos tan mal, que hasta la ropa nos incómoda. Aquellos pantalones que hormaba nuestras curvas van quedando de lado, ya no logramos o no soportamos la opresión que genera en nuestro vientre. Las blusas sexys son reemplazadas por las holgadas camisetas de nuestra pareja.

Durante los primeros meses pasamos del llanto a la risa, la cocina y el sanitario, viajar en cualquier transporte es casi que una tortura, no toleramos los olores, nos irrita el sol, el frío, la lluvia. Todo nos incómoda mientras los demás nos miran con ternura y con algo de consideración. Nuestro rostro refleja unas tenues manchas oscuras bajo nuestros ojos, pero nuestra mirada extrañamente toma un brillo especial. Nos vemos pálidas y algo desaliñadas pues no tenemos ánimo de embellecernos como antes.

Pero al paso de unos meses todo cambia, ya toleramos los alimentos y súbitamente se nos despierta un apetito voraz, pues dentro de nuestro cuerpo hay otro cuerpo que también exige alimento. Sentimos deseos de comer cosas extrañas, el sólo imaginar aquel alimento segregamos saliva, a esto lo llamamos «antojos». Degustamos con placer aquello así termine rápidamente en el inodoro.

Ya nuestro vientre hinchado toma formas extrañas, vemos cómo algo en su interior se mueve pausadamente, vemos y creemos que aquella protuberancia es la cabecita o el derrière de nuestro pequeño.

Ya nuestros pies son extremidades que sólo recordamos pues el volumen de nuestro vientre nos dificulta observarlos, al final de la jornada nuestros tobillos inflamados dificultan un poco nuestro andar.

Se acerca el momento, y con mucho amor y dedicación escogemos la ropa que ha de llevar el nuevo integrante, para tal fecha ya sabremos su género. Nuestros familiares de forma imprudente nos recuerdan cuanto hemos subido de peso, llegan así las incómodas recomendaciones de la tía, los consejos sabios de la abuela y los mimos de nuestra madre. 

Ya con nuestra maleta lista, aquella criatura va haciendo lo suyo, empujando su cabecita por el canal del parto, provocando de tanto en tanto un dolor que jamás pensábamos tener. Pasan las horas, médicos van y vienen, ultrasonidos monitorean la frecuencia cardíaca del bebe mientras nosotras sentimos que nos estamos partiendo en dos.

Aquellos dolores de parto extrañamente son dolores que el cerebro olvida. Si es tan intenso el dolor nos obligan a doblar nos muestra pobre humanidad sin importar si nuestro vientre explota como globo para introducir en nuestra columna por medio de una jeringa una sustancia que aliviará un poco el dolor. En ese punto no sabemos que duele más, si las contracciones que anuncian la llegada, la aguja en la espalda baja o la tortura de sentir lo que los médicos llaman «tacto». En ese punto pensamos por un instante que de haber sabido todo aquello mejor hubiera planificado o hubiera adoptado. Llegamos incluso a odiar al cómplice de que ese nuevo ser se haya formado. Invocamos a Dios y a los mismos demonios con tal que aquella tortura termine.

El momento por fin llega y en un último esfuerzo y grito sale aquella criatura que invadía nuestro interior. Se escucha su llanto y ahí ocurre lo maravilloso, el dolor de horas se olvida. Una extraña sensación de emoción y de alegría nos embarga, ansiosas preguntamos si todo está bien y automáticamente vemos aquel rostro diminuto que jamás olvidamos. Instintivamente contamos sus dedos, examinamos minuciosamente toda su figura, sus movimientos lentos, su cara hinchada, por fin podemos tener al causante de tantos malestares matutinos, de náuseas y rechazos. Llegó el responsable de que nuestro cuerpo haya tomado una forma un tanto indeseable. Su llanto nos anuncia lo que vendrá a partir de ese momento. 

Con cuidado como quien teme romper un huevo tomamos en nuestros brazos a nuestro hijo, envuelto en suaves mantas para mantener su calor y ahí señoras y señores viene el segundo raund. Lo que muchos no saben es que amamantar un hijo no es tan fácil, pues el proceso es doloroso, depende la fisionomía del seno, hay unos con poco pezón lo cual aquella criatura si o si hará brotar. Decimos que todo sea por amor pero sentir que una y otra vez una herida es abierta por la succión sólo quienes lo hemos padecido lo sabemos. De ahí comienza nuestra amorosa labor.

Al paso de los días nuestro cuerpo se empieza a desinflamar pero aún así nuestra figura esbelta tardará aproximadamente 2 años en volver a su estado normal. Hay criaturas que invierten el horario de sueño haciendo que nuestras noches sean largas y de desvelo. Instintivamente aprendemos a diferenciar entre el llanto de dolor, el llanto de mimo, el llanto de incomodidad. Pero mientras afinamos nuestro sexto sentido pasamos de la angustia a la desesperación por no encontrar el motivo de tan aturdidor llanto. Recurrimos entonces a nuestra más sabía enciclopedia de la casa, si, nuestra madre. Si ella no despeja nuestras dudas tal vez nadie lo hará a menos que queramos vivir en un hospital pensando que nuestro crío pronto morirá.

Pasan los meses, la alegría por el balbuceo es empañado por la angustia que genera el tener que retornar a nuestro trabajo, ¿Con quién lo dejaré? ¿Y si le hacen algo? ¿Y si no me lo tratan bien? Esas son las preguntas que hacen que en muchas ocasiones prefiramos renunciar a nuestro empleo ( esto, si se cuenta con el padre del retoño ) pero hoy por hoy la mayoría somos padres y madres a la vez., lo cual hace imposible esa opción. Entonces de nuevo recurrimos a la que nunca nos falla, la abuela del pequeño.

Las mujeres tenemos una desventaja sobre los hombres ya que si el hijo enferma es motivo de amenazas de perder el empleo, pedir permisos primero para las citas médicas y al paso del tiempo para asistir a las diferentes reuniones del jardín hacen que nos pongan en el ojo del huracán.

Luego vemos a ese pequeño que ya corre como un cohete sin dirección, empezamos a tomar precauciones por la seguridad del infante , su entrada al jardín, ahí nos volvemos costureras y diseñadoras para crear los trajes exuberantes que exigen las instituciones, sus obras de arte expuestas, sus habilidades artísticas nos llenan de orgullo. Esos momentos hacen que se nos olvide las horas de sueño en la cabecera de la cama, compresas de agua para bajar la fiebre, o simplemente las caídas y raspones que son la antesala de los golpes de la vida que sufrirá nuestro retoño.

Cuando reprendemos a nuestros hijos, se nos quiebra la voz, sentimos el dolor, queremos abrazarlo y cubrirlos de besos pero sabemos que aquel niño será también el joven del mañana por lo tanto hay que corregir con amor. Pasan los años y cuando pensamos que ya todo será más fácil, la vida nos dice no no no esto apenas comienza, los amigos, el colegio, la exploración a nuevas cosas nos llenan de temores.

Pasa así los años y con ellos los bueno y lo triste, ver las lágrimas del primer amor y su primera decepción. Y nos damos cuenta que la rueda de la vida nunca se detiene. Y que aquel infante ya está hecho todo un hombre o una mujer y que las responsabilidades crecen junto con ellos. El desvelo ya no es por la fiebre, es por la rumba que se prolonga y sólo pedimos al creador que retorne sano y salvo a casa. Día tras día oramos por nuestros hijos, lloramos en silencio, sufrimos por sus caidas y sus fracasos. Sentimos primero que ellos el dolor. Así va orden de la vida, luego cuando por fin encuentran el amor ideal deseamos que tomen su camino pues sabemos que les hemos inculcado los valores que harán de ellos las mejores personas. Pero….como duele cuando el nido queda solo. El vacío que se siente, nos dividimos en dos o tres y para cada quien existe una oración, pasamos de ser la arquitecta de sueños, la enfermera de cabecera, la psicóloga incondicional, el banco ambulante, la bruja con pócimas de amor a ser simplemente la “vieja” la “cucha” o la ABUELA y de nuevo comienza el ciclo natural de la vida.

Así pasa nuestra vida, entre risas, llanto, alegría, decepción, orgullo, desvelos y rezos. Pero ante nuestros hijos somos las heroínas, las incansables, las que todo lo sabemos y las que todo lo soportamos pero solo nuestra almohada sabe LO QUE CALLAMOS LAS MADRES.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS