No todo es malo…

Trataba de normalizar todo, ser fuerte como lo había venido haciendo. No tenía que sentarme a llorar, debía seguir de pie pese a las perdidas inesperadas, a esos cortes de vivir por miedo, impotencia, inseguridad e inexperiencia.

Desde pequeña me enseñaron que tenía ser fuerte, independiente y si algo me causaba dolor, asumir que sería algo pasajero. No existía tiempo para llorar, quejarme o permitirme sentir alguna emoción por lo sucedido.

Había acumulado tanto dolor, frustración y algunas cosas más que basto algo sencillo para que pudiese llorar sin descanso. Los ojos se hincharon, la piel enrojeció y me sentía deshidratada. 

Construí un mundo en el que aparentemente todo era perfecto, solo tenía una dirección para caminar de la mano de alguien que, sin darme cuenta, había sido una sombra en el día. El «juntos por siempre» en aquella época debería estar prohibido, cuando digo época me refiero a esa etapa en la que uno es demasiado perfeccionista en una relación y cree que nunca terminara.

En la escuela se fantasea con que se conocerá al príncipe azul, se llevara a cabo una boda magnífica en donde el mismo cielo pudiera despejar por arte de magia, las nubes y los rayos del sol tocarían directo el lugar donde uno pose junto a la pareja. Luego y no siendo muy tarde, uno construiría un hogar lleno de hijos, un perro y un trabajo excepcional.

Hoy que miro años atrás y con todo lo sucedido, lo único que dire es que, el príncipe azul de pronto tiene como color favorito el morado. Las responsabilidades como hija me hace pensar una y otra vez si tener hijos sería lo correcto, me hace ilusión ser mamá, pero también pienso en ser agradecida con quien dio su vida por mí. 

Quisiera decir que el trabajo es el mejor lugar, excepcional, como decía antes, pero no. Pues no, todo es color de rosa; sin embargo, allí encontré a todos los que debían enseñarme a ser mejor persona y profesional. Cuando se es joven se torna algo difícil hacer que alguien de más edad cumpla lo que se le pide, y quienes tienen menos edad tomen en serio las cosas.

Dicen que nada ni nadie es indispensable, y eso es muy cierto. Hay tantas cosas que se experimenta como niño, adolescente y ya de adulto tienen más sentido. No sé cuantas veces profundice en lo que vivo, pero cada vez que se arrugue mi corazón al perder a alguien porque murió, al enterarme de que padece una enfermedad con un largo tratamiento, se fue del país, o simplemente aprendimos lo suficiente el uno del otro como para alejarnos trataré de que no sea haga más pequeño que una bola de golf.

Si el corazón fuese una hoja de papel, de tanto borrar y corregir podría estar roto. No todo es malo, pues en el camino está ese amigo que con sus ocurrencias es capaz de hacernos llorar, de tanto reír, no todos los días son lluviosos, existe el chocolate, conocí a una persona que me enseño lo que significa amar, tengo a mi madre y mi hermana y lo mejor de todo, tú al leerme.

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