cada vez que escribo, un demonio me observa con una mirada penetrante para saber que he hecho, para saber si hice algo importante, para saber si me conserva, me puso en su techo, en su mano derecha.
los demás demonios que me cosechan me dan consejos para ocasionar rimas, quieren que me suba en la tarima del infierno y diga tantas liricas para que cambie el clima.
Me utilizan como peones en ajedrez, para poder llegar al final del tablero y terminar sus propios dilemas de una vez.
Me hacen escribir tantos títulos que no alcanzaré a terminar, me pesan demasiado y me cuesta caminar, y si no los termino me aceleran el corazón.
en mi mente empezaron a gobernar sin razón alguna tratando de mirar la luna, no puedo dormir porque todas las noches piden que escriba, me da un punzón en el corazón para que siga escribiendo, y si notan que estoy huyendo me arrastran para que deje de estar corriendo.
Ya escribí un poema de un demonio un día y quiere que escriba más, soy el combustible de su corazón que me vuelve incapaz dejarlos.
pero como no amarlos si son la razón por la cual escribo estás poesías, como aquel demonio que me decía que amar a la chica es como amar al mismísimo mesías.
pero los demonios no creen en esas profecías, pero en el «amor» sí.
cuando llego a amar a alguien me intentan ayudar y me hacen sobrepensar tantas cosas hasta que termino escribiendo.
lloran conmigo y me dan compañía hasta cuando está lloviendo
me dicen que no me preocupe, que mientras yo siga viviendo alguna mujer querrá de verdad al niño de las poesías que poco a poco se está rompiendo.
después de todo no son totalmente malos, solo buscan entenderme y de vez en cuando me dan uno que otro regalo.
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