Camina con sus sandalias de rafia por la arena húmeda desafiando el borde del rompiente. No puede evitar su naturaleza de niña retadora. De repente una lengua de mar se extiende por donde pasa y golpea sus piernas. Da un respingo en la huida y se me acerca riendo. Pero su risa se me antoja un tanto afectada; seguramente, se siente ridícula ante mí y necesita de cierta impostura. Ventea su toalla, la extiende a mi lado y se deja caer, acodándose de espaldas. Sin cruzar nuestras miradas, quedamos en silencio, en un largo silencio en el que tal vez se abisman nuestros sentimientos inconfesados, removiendo cada segundo mutuamente compartido. Me va a explotar el corazón. Aún no se ha quitado sus desgastados pantalones vaqueros. «No se ha dado cuenta. Está también nerviosa», quiero pensar, para darme cierta ventaja. Entonces toma el filo mojado de la pernera izquierda y, lentamente, la recoge hacia la rodilla. Lo mismo con su par derecho. Parece ensimismada. Unas gotas de mar perlan sus torneadas pantorrillas. El blanco crudo de su blusa de lino plisada resalta su belleza natural, su falta de pretensión. Se lleva una mano al sombrero de ala ancha que el viento insiste en hurtarle y vuelve su rostro ovalado hacia mí. Ahora parece decidida. Unas tenues guedejas negras oscilan juguetonas tras su mirada expectante, azorada. Las aparta y las prende a sus finas orejas. «Está clarísimo» me digo con forzada convicción.

Entonces, en un susurro de emoción contenida, casi imperceptible, va y me suelta: «Ayer volví con él»

Fue uno de esos momentos en la vida en que sentí el peso intolerable de ese aforismo de Nietzsche que reza: «Las mujeres pueden muy bien entablar amistad con un hombre; más para mantenerla, es preciso tal vez el concurso de una pequeña antipatía física». Cierto, pero se olvidó decir que a falta de esta, mucha ha de ser la obligación moral que ha de concurrir en un hombre si anda perdidamente enamorado de la mujer.

Esa obligación que en mí, siempre se vuelve condena.

David Galán Parro

4 de agosto de 2022

Etiquetas: relato corto

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