¡CÁLLATE!

Me cansé de hablar, las cuerdas vocales agotadas ya no dan más.

¿Qué sentido tiene hablar si nadie escucha?

Mis palabras se pierden en la nada,

Y hasta ella dejó de escucharme, abandonada.

No solo odiaba soltar información irrelevante

pero también hablar en ese tono chillón tan frustrante.

Antes deseaba ser muda,

Mis comentarios fuera de lugar, ideas confusas.

Anhelaba coserme la boca, sellar mis labios,

Amputarme mi lengua, gritar a escondidas contra la almohada,

Intentando amortiguar mi molesto sonido.

Todo intentado un día despertar sin voz.

¡Cállate! ¡Cállate que no te soporto!

Lo que salía de mi boca era solo basura,

Debí aprender a pensar antes de hablar con premura.

Pero no, la niña deseaba hablar hasta lograr el aburrimiento

E inconformidad de su público.

La niña inquieta buscando atención y aceptación,

Sin darse cuenta del efecto que causaba su confusión.

¡Cállate! ¡Cállate que me fastidias!

Su voz irritante, desagradable sonoridad,

Provocaba miradas despectivas, risas de falsedad.

Con solo decir su nombre lograba recibir un par de ojos rodantes.

Qué fenómeno tan desagradable.

Una disculpa vacía no era suficiente,

Su imagen, su tono, generaban comentarios ofensivos.

¿Acaso quién creía que era esa niña tonta?

Me avergüenza saber que esa fue mi tan penosa historia.

¡Cállate! ¡Cállate que me lastimas!

Sus palabras, intencionadas o no,

Lastimaban profundamente, dejaban rastro de dolor.

Era como un demonio encarnado en una niña,

Sus pensamientos oscuros, sádicos, dejaban heridas que no se limpiaban con cariño.

¡Cállate!, clamaba mi alma, para no seguir herida.

Todo lo que expulsaba mi boca era un arma de doble filo.

Esa niña no solo era torpe, era cruel, ridículamente cruel.

Pero era yo.

Y me hiere aceptar, que sigo siendo ella.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS