Uno de los motivos principales de mi -momentáneo- sufrimiento son mis pensamientos acerca de cómo las cosas deberían ser .
La no aceptación de que las cosas son como son, y no como deseo que sean.
¿Por qué mi criterio debería ser el correcto y no el de los demás?
¿Por qué no aprendo a vivir simplemente con lo que es? ¿Por qué tantas veces no puedo disfrutarlo?
‘Debería’ y ‘tengo que’ son creencias dolorosas a las que termino apegándome. No debo hacer nada, no tengo que hacer nada. Las cosas son como son, yo soy lo que soy. Mis gustos y pasiones son los que son.

Puedo vivir y hacer las cosas como quiera, sin presionarme tanto. No le debo nada a nadie más que a mí mismo. Es mí vida.

No hay deberes, ni obligaciones, ni una única manera de hacer las cosas correctamente.
Y si hago las cosas de manera incorrecta, ¿cuál es el problema? Aprendo y sigo.

Intento controlar lo externo, controlar cómo los demás son para conmigo, intento controlar mis gustos, mis pasiones. Muchas veces dejo de hacer lo que me apasiona por una creencia errónea a pensar que no es responsable.
La imitación es el peor suicidio. Hacer lo que los demás hacen, buscar aprobación, intentar cambiar mis pasiones o mis formas para sentirme querido.
¿Y si la verdadera respuesta a todo esto se encuentra queriéndome y aceptándome como soy?
Con lo bueno y con lo malo. Con mis imperfecciones. Con mis talentos. Con las cosas para las que no tengo facilidad.

¿Cuáles de todas estas cosas nombradas anteriormente realmente fueron elegidas por mí? ¿Cuántas de todas éstas dependen de mí?

¿Cómo me siento cuando intento dejar de controlar?

La respuesta que me doy a mi mismo desde la calma de este momento presente en donde logro reflexionar con claridad es que la vida es simple pero no fácil. Sólo basta con saber diferenciar qué cosas puedo cambiar y dependen de mí, y cuales no, y éstas últimas aceptarlas tal y como son

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