En el puente

En el puente

Gert

24/05/2023

Su figura avanzaba por el parque graciosa, resuelta, elegante. El vestido era verde con flores rojas bordadas. Zapatos de tacón y bolso a juego. Pelo rizado, suave, sedoso. Todo en ella emanaba belleza, no una canónica, una que no se ve, que escapa a la forma y, simplemente, está. Cuando te miraba podías ver luz. Cuando hablaba, sus palabras cobraban vida. Si ella no estaba, el universo era oscuro y cruel. Vacío de sentido. No podía llenarlo por si mismo. No sin ella.

Sin embargo, cuando ella estaba, no había razón propia. No había lógica. El mundo, simplemente, fluía. Las manecillas giraban sin fin.

No era amor lo que sentía por ella, pero lo sentía cuando con ella estaba. Por ella, solo envidia. Envidia y agonía de no ser, de nunca llegar a ser tan completo, tan cálido y tan perfecto.

Sentado en aquel banco. Poseyendo el mundo. Libre, libre de cadenas y normas. El pelo despeinado, los ojos rojos de no haber dormido. Pelo. Pelo en su cara, en su pecho, en su vientre, en su suelo. Bello sin esforzarse, sin aparentar ser otro. Salvaje, puro, sin domesticar. Cuando te miraba, sentías calor por dentro. Cuando hablaba, lo hacía sin tapujos, sin tabúes.

Sin libertad para hablar de si mismo. Libre pero en prisión. Encarcelado en su género.

Encarcelada en su cuerpo, un cuerpo atormentado para el placer de otros.

Un cuerpo machacado para otras. Para que lo vean más fuerte, más capaz. Mostrando que es válido cada día.

Mostrando que es válida cada día. ¿Válida para quién? Para ella ya había prueba suficiente. Pero el examen no concluía al demostrarlo. Nunca concluía. Nunca llegaba a conseguir su diploma. Nunca la autorización para ser ella misma, para ser él mismo.

Ensúciate. Lávate. Pega. No alces la voz.

Cientos de años de evolución dedicados a perfeccionar su rol, sus tareas concretas en este mundo. Aislados perfectamente el uno del otro, pero existiendo en cada cuerpo, formando parte de las mentes de todos. Propulsando juntos cada sentimiento.

El amor, el único elemento conexo y equidistante. Aquello que se permitía tener en ambos bandos, pero aun así, distinto para cada uno. Todo siempre distinto en él y en ella. Una torre de Babel para confundirlos, para que no sepan que en realidad son uno solo. Que no hay el otro.

Mujer mala, hombre bueno. Hombre malo, mujer buena. Acaso no estaba claro que no era bien y mal, sino sano y enfermo. La destrucción, aunque sea hacia fuera, también lo es hacia dentro.

Pero él ya no quería destruir más. No quería ser lo que le habían programado para ser. Un zombi más del sistema de roles aplicado en la tierra.

Pero ella no quería obedecer. No quería ser lo que le habían programado para ser. Una zombi más del sistema de roles aplicado en la tierra

¿Cómo alcanzaría él ese equilibrio?, ¿cómo ella esa libertad? Bebiendo del otro. Mezclándose en uno solo.

El sol se ha puesto hace ya una hora. El aire frío, ligero, despertaría a cualquier de su letargo de invierno. Luis camina lento pero resoluto. Quiere acabar con todo. Incluido él mismo. El puente está alto, lejos del suelo. Lo suficiente al menos. Una mujer se acerca desde el otro lado. Camina hacia él. “¿Sabrá lo que vengo a hacer?”. “¿Qué hace ese ahí?”, piensa ella.

Dos náufragos que se encuentran en medio del mar. Ella lleva el agua, él lleva el pan.

  • ¡Vaya frío! – resalta él lo evidente, como siempre.
  • Sí, ¿A dónde vas con este tiempo? – ella lanza el anzuelo para que se vaya el pez.
  • Pues… no tenía ningún destino. He venido aquí al puente a mirar como se deshiela el rio.
  • ¡Ah sí!, que casualidad. Yo también venia a ver el rio.
Etiquetas: amor genero machismo puente

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