De corazones peludos

De corazones peludos

Marianne CP

21/05/2023

De repente tienes seis años y has regresado del colegio, abrazas a mamá y te anuncia que papá les tiene una sorpresa. Encuentras por el camino unas sábanas viejas en el suelo frío de Bogotá, pero no le prestas atención, estás muy pequeña para cuestionarte. Abres la puerta y un schnauzer gris, de mucha energía, salta sobre ti y te lame la cara. Es la primera mascota de la familia.

Tienes 8 años y vives en los llanos, a Beethoven se le ha sumado Shuna, una golden que nació con defecto de fábrica; pues en su lengua traía una mancha negra. Por más que te esfuerzas, solo recuerdas cuando se durmió sobre su plato de comida.

Papá te regala un pez a tus diez años y, víctima de tu corta imaginación, le colocas fishi. Antes de eso, adoptaron dos gatas, no sabes muy bien cómo, pero en algún momento se han descuidado y siete gatos dormían en casa. Ahora quedan dos.

También estaba Pipe, el loro. Solamente quería a mamá. En realidad, no logras culparlo.

Eran épocas felices.

Fishi fue el primero en abandonarlos. Estabas disfrazada con peluca rosa, cuando mamá te cuenta, con tranquilidad, que tu pez se ha ido al cielo de los animales. Curiosamente, no te genera alivio y sientes presión en el pecho.

A Shuna su enfermedad la deterioró y la solución médica no era otra que darle el descanso eterno. Tu hermano te hizo sentir débil por llorar, así que fingiste una valentía que no has sentido nunca.

Te duele pensar que no la viste envejecer.

Pipe no sobrevivió una noche.

Beethoven se fue luego de 14 años, sus huesos se debilitaron; ojos y oídos se apagaron y no volviste a oírlo latir ni roncar al lado de tu habitación, que era donde dormía.

Esa vez sí lloraste.

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