CHOQUEQUIRAO

Nace el día y con él todas sus alegrías.

El gallo canta desde su balcón de estrellas

y los pájaros se desperezan a trinos,

mientras las flores esperan la luz del sol

para abrir sus coloridas oraciones.

El campo está verde. Tibia la mañana

La leña arde en el fogón del desayuno.

Unos dioses se despiertan sobre esas cumbres nevadas,

otro se arrastra gritando en el serpentear de aquel profundo río,

algunos danzan entre el follaje de esa invicta selva,

mientras que, en el lienzo de este cielo profundamente azul,

alguien ha trazado el invisible camino del todopoderoso

que levanta el verdor que sustenta a los hombres y a las bestias.

Los dioses ancestrales están aquí, y están mirándonos

sin pedirnos angustiosas plegarias o crueles sacrificios,

pero llegado el momento de otros tiempos, será.

Hoy es el tiempo de los runas, de las llactas y de la vida.

Los escogidos por las estrellas

están representando satisfechos

su trabajo de reyes, sacerdotes y soldados,

pues para eso tienen un sequito de sumisos

que pagan con sus vidas sus inútiles caprichos.

Están en sus palacios alimentando sus ocios,

pensando en la conquista de nuevos horizontes.

Solo la sangre calmará aquella infernal colmena

donde nacen y mueren todos los pecados.

Por el momento todo está en calma

como suele y debe ser la paz.

Los caminos trajinando sus distancias.

El barro durmiendo su último sueño húmedo

se prepara para las hábiles manos del alfarero

y el ardiente fuego que lo hará convertirse

en útil trasto, tinaja sagrada o copa divina.

La bruta y pesada roca se purificará hasta convertirse

en metálicas herramientas o sangrientas lanzas.

La piedra está entregando todos sus lados

al afán de los que sin descanso levantan

templos, palacios y eternas fortalezas,

o nuevas terrazas donde podrá acunarse

los benditos granos que obsequian las estaciones.

Las cabuyas están sacudiendo sus ocultas cabelleras

para mudarse en prisión de animales

o robustas maromas de gigantescos puentes.

Todo está en paz, todo está en calma,

hasta que la impaciente sangre diga: ¡Basta!

Y presa de un salvaje arrebato corra tras la victoria

hasta encontrarse cara a cara con la muerte.

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