El Poder de la Música

El Poder de la Música

Karol Bolaños

04/05/2023

Por. Karol Bolaños

Soy una persona miedosa, muy miedosa. Ante la violencia me paralizo y frente al gran público solo puedo iniciar la palabra con timidez, casi parquedad. Básicamente, el miedo intenta pausar mi vida. Entonces, solo me salva la música y seguido el baile.

Primero, pienso en la música y construyo en la mente mi lugar favorito. Un lugar donde los sonidos naturales, los susurros, las melodías, las vibraciones y las poesías me cautivan. Segundo, se rompe el silencio con el soplo de vida que crean mis movimientos. Finalmente, el baile me toma a su ritmo con sutilidad. La palabra sale y emergen mis relatos. Mi vida logra volver a su curso.

En este contexto, llega a la memoria algo particular que solo tiene trascendencia para mí, pero como mí vida es contar historias, ahí les va.

Recuerdo la llegada de la pandemia, estaba en la finca, viviendo nuestro sueño colectivo, dejando crecer a nuestra hija conectada a la naturaleza como resistencia ante la obligatoriedad de la escuela.

Inicialmente, tuve la sensación de resistencia, pero luego, ante la respuesta de la sociedad sentí miedo, mucho miedo. Creo que la gente que tiene necesidades de muchos tipos no sabe afrontar las crisis con humanidad.

Recuerdo que nos tocó estar casi presos y esa es una parte de la historia en la cual no quiero profundizar. En contraposición, teníamos nuestro espacio natural que nos permitía mucha libertad. Yo, mujer adulta-joven tenía que estar a la cabeza de nuestra cotidianidad material, admito que con templanza lo logré, aunque en el camino me cansé mucho.

Teníamos que recoger nuestra cosecha de café solos. Mi esposo y yo asumimos con compromiso nuestra cotidianidad agrícola. Él recolectaba en la mañana, mientras tanto, nosotras dos nos ocupábamos de la casa, del secado del café, del jardín, de hacer la escuela en casa y hacer actividades manuales. Mientras tanto, la radio pública sonaba todo el tiempo.

En la tarde, el papel se invertía, yo salía a la recolecta.

Juntos, logramos hacer de nuestra cotidianidad lo mejor que podíamos en tiempos difíciles. Nuestros momentos de ocio los dedicábamos a cocinar, jugar, hacer música, bailar, recorrer nuestra finca, aprender, pintar, trabajar y escuchar.

Y bueno, escuchábamos mucho la única emisora que sonaba bien, cada sábado estábamos conectados al mediodía con el conteo nacional. Así, conocimos una canción que nos cautivó, se llamaba Señales, esa canción nos sonaba a todo y nos generó mucha curiosidad.

Cuando tuvimos la oportunidad de saber a quién pertenecía aquella canción que sonaba a cotidianidad, escuchamos mucho más de esta persona; se trataba de Lucio Feuillet. A esta época, él ya había hecho una canción con una cantautora fenomenal llamada Marta Gómez y había hecho canciones con muchos otros cantautores excepcionales. Sus sonidos eran hermosos. Su sonido contenía la emoción del sur y eso conectaba en lo más profundo con nuestro interior.

Un día, en medio de la pandemia, él hizo una intervención con una canción llamada Sed, a partir de ese instante, nuestra admiración por él fue desbordante. Todo se debe a que necesitábamos tener mensajes positivos, poéticos, racionales y bonitos en medio de la dificultad de las circunstancias. Sentíamos que su manera de hacer música nos permitía volver a lo bonito sin perder de vista lo que teníamos que evidenciar como incorrecto.

Nunca saldrá de mi mente el tarareo de mi hija de cinco años cantando el coro de Sed. Ahí, en ese momento, en ese instante mágico, descubrí que la música no hace otra cosa que salvar vidas y cotidianidades.

Ahora, desde la distancia espacial y temporal, sigo cada uno de los pasos de este artista que me conmueve y me invita a agradecer cada instante de la vida. Canto sus canciones y las bailo como batiendo las alas para hacer viajes siderales.

A veces, cuando salgo a la vida, sin la fuerza suficiente, recuerdo que vengo del sur, que mi hija se conmueve con nuestra cultura, que el viento nos susurra, el agua acaricia nuestras mejillas, el fuego arde en nuestro interior y la música nos salva.

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