Y así el último cigarro se consumió, desprendiendo ese aroma tan característico, odiado por unos y amado por otros. Una cajeta vacía para la colección que solía indicar una visita a la tienda del cartel rojo y amarillo. Pero esta vez era distinto, ese noble compañero que había estado en las buenas y en las malas se despedía para siempre.
Ese terrible vicio que teñia de negro los rincones más oscuros, esa vela que iluminaba nuevas amistades, esa nube de humo que solía envolverme ya no volverán. Mentiría si digo que no lo echaré de menos, ese elemento que solía acompañarme de la mano a cada lugar, pero era una amistad con fecha de caducidad. Con el tiempo aprenderé a olvidarlo, olvidaré sus suaves caricias en mis labios, su olor en mis manos y su foto en mi bolsillo. Sin embargo eso no hace que la despedida sea menos dura.
Puede que un día vuelva a llamar a mi puerta y yo le miré sin recordar lo mucho que me gustaba, pero hasta entonces cada día sin él será un poco más difícil hasta que todo vuelva a ser igual de sencillo que en esos años que no le conocía.
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