SIEMPRE LLEGAS TARDE

Siempre llegas tarde. Siempre hay alguna excusa, el tráfico, un cliente de última hora, echar el euromillón, la prima de Albacete que te llama por teléfono justo en el momento que sales pitando del curro porque es tarde. Siempre dices que esta es la última vez. Pero nada es verdad, mientes más que hablas. No estás preparado para asumir responsabilidades.

Llegas a casa. Aparcas el focus, lo observas, pero decides no entretenerte en limpiar la luna sucia. Te recorres las habitaciones, miras en la cocina, en el baño, incluso debajo de la cama. No está. Normal, te presentas media hora tarde. Coges el teléfono, marcas su número. Apagado o fuera de cobertura. Intentas recordar el nombre de la clínica. Pero no consigues acordarte. Buscas en la Agenda, en las notas del móvil, en las conversaciones de whatsapp, pero no hay nada anotado. Llamas a su mejor amiga por si ella conoce el sitio donde había quedado contigo.

—No, hace días que no hablo con ella —te dice.

Vuelves a sentarte en el auto mientras haces memoria. Marcas de nuevo su móvil. Sigue apagado. Decides llamar a tu madre.

—Hola hijo —te saluda.

—Hola mamá.

—¿Cómo está Andrea? —te pregunta.

—Pues no sé, porque he llegado tarde a recogerla y ya no estaba en casa.

—¡Hijo, cómo has podido dejarla sola en un momento tan delicado!

—Ya, ya lo sé. Tenía que haber salido antes del trabajo. ¿Sabes cómo se llama la clínica?

—Pues me lo dijo hace días, pero tengo tan mala memoria…

Te despides con un beso.

Por fin arrancas el coche y te diriges a casa de su madre. Ella tampoco sabe nada.

Marcas de nuevo su teléfono. Da señal pero no contesta. No debías de haberla dejado sola, te repites una y otra vez.

Decides volver a vuestra casa. Te pones un whisky doble. Te relajas un momento en el sofá. Vuelves a coger el teléfono, pero ya no llamas, solo observas la foto que tienes de ella como fondo de pantalla. Sin duda te vuelven loco esos zapatos rojos de tacón de aguja que lleva. No pierdes más el tiempo y buscas en su mesilla, entre su ropa interior, en los bolsillos de la cazadora. Pero no encuentras la dirección de la maldita clínica donde se va a proceder a interrumpir un embarazo muy deseado por ella y poco por ti. Abres el ordenador y al restaurar la página de internet te das de bruces con la web de la clínica. Te bebes de un trago el tanque de alcohol y sales de tu casa con la esperanza de que Andrea todavía no haya sido intervenida.

Al coger las llaves del Ford observas que las del auto de ella siguen ahí. Vuelves a tomar asiento. Metes primera y aceleras haciendo un ruido ensordecedor. Claramente eres el punto de mira de todos los vecinos. Tienes suerte, todos los semáforos se abren. Te queda poco para llegar, pero crees que no lo harás a tiempo. El último disco se cierra. Decides saltártelo. Frenas en seco porque hay alguien cruzando. Te equivocas de pedal y aceleras. Un zapato rojo de tacón de aguja se clava en la luna de tu coche rompiéndola en mil pedazos.

Etiquetas: relato corto

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