El viento se arremolinaba de manera casi violenta contra los peñascos a medida que ascendía. El frio le calaba en los huesos a pesar de todas las capas de protección y aislamiento que llevaba pero no le molestaban, cada paso la acercaba más a su objetivo, esa meta que se había puesto hace tantos años y que finalmente estaba cerca de concretar.
A lo lejos podía oír los murmullos del puente y dejó que la guiaran hasta su destino.
Un paso más, la nieve cedió ante su peso y se hundió hasta la rodilla. El vendaval había depositado nieve fresca en el sendero y apenas podía verla, los marcadores naturales que la guiaban en el ascenso eran apenas visibles, pero no iba a dejar que eso la detuviera. Avanzaba lento, pero avanzaba. El suelo crujía a su alrededor con cada paso, el bastón que la ayudaba y la mantenía en pie se atascaba en las profundidades del polvo blanco.
Su rostro estaba cubierto por las gafas de protección y el pasamontaña más cálido que pudo encontrar, aun así, el viento le cortaba la piel como cientos de cuchillas afiladas que la montaña le tiraba para impedir su ascenso.
Una ráfaga de viento gélido particularmente fuerte la hizo trastabillar, se asió del bastón con fuerza y pudo impedir la caída. Estaba demasiado cerca como para detenerse ahora. Levantó la mirada con un poco de dificultad y pudo divisar unos metros mas adelante el marcador que había estado buscando. El mástil resistía la embestida de los vientos con una testarudez envidiable mientras aferraba la banderita roja y evitaba que se volara.
Resumió si ascenso con renovado vigor. La bandera marcaba el punto en que su trayecto tomaba un giro brusco hacia su derecha para luego descender. Le pareció extraño, después de tantas horas de ascenso, el comenzar a bajar por esas estrechas escaleras que habían sido talladas en las grietas de las montañas, pero eso solo significaba que estaba mas cerca.
El viento que la había azotado hasta ahora había menguado a solo una ventisca que no molestaba. Ante ella, la montaña se abría a través de grietas profundas y oscuras, como su un dios había tomado el martillo mas poderoso para castigar a la imponente montaña, partiéndola en cientos de pedazos que aún se mantenían erguidos y orgullosos.
Las grietas la guiaron por pasadizos naturales, iluminados por traviesos rayos de luz grisácea que se oscurecían cuando las nubes mas densas poblaban el cielo plomizo de invierno.
La noche se acercaba, tendría que hacer campamento entre la protección de las grietas, pero iba a intentar llegar antes. Quería verlo antes de que la poca luz que llegaba a ese lugar hiciera imposible apreciarlo.
El ruido se había hecho cada vez mas intenso mientras descendía, pero ahora, caminando entre las grietas laberínticas el sonido era aturdidor.
Hasta ese momento se le había hecho difícil respirar, la altura y el encierro de las grietas habían disminuido la cantidad de oxígeno que llegaba a sus pulmones, hasta que de repente, una ráfaga de aire fresco le indicó que el pasadizo por el que caminaba se abría a una grieta mucho mayor. Había llegado.
Aceleró el paso todo lo que pudo, los músculos de su cuerpo se quejaron por el esfuerzo, pero ya casi no lo sentía. El pasadizo se abrió a la grieta más grande y profunda que había visto jamás, se extendía de lado a lado de la montaña haciendo el pasaje una hazaña casi imposible. Casi. Un pequeño puente de piedra se revelaba ante la naturaleza salvaje y caprichosa y unía ambos extremos de la grieta. El viento circulaba por la grieta ya través del puente a gran velocidad, produciendo los sonidos mas inquietantes que había escuchado. Chirridos y silbidos que asemejaban el lamento de miles que voces que ascendía por las grietas, rebotando en densas paredes de hielo, para perderse en cielo gris de la montaña.
Para muchos, el sonido era abrumador, insoportable. Para ella, era representaba la más profunda calma. El lugar donde su alma comulgaba de una manera primitiva con la naturaleza. Su cuerpo vibraba en sintonía con cada lamento del viento.
Cerró los ojos… y saltó.
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