El Síndrome de la Capa Roja (2)

El Síndrome de la Capa Roja (2)

Fati Romasanta

02/11/2018

CAPITULO II

Papá es escritor, o así se vendía él. No recuerdo haber leído libro alguno de papá. No sé, supongo que será bueno. Sin embargo, no creo que destacara tanto en las letras como lo hacía consiguiendo contactos. Al parecer se dedicaba en sus artículos a adular y colmar de virtudes a los peces gordos del país. Papá decía que la inspiración y el sentimiento guiaban sus líneas. Yo, como hija suya que soy, que era, quería creerle, pero era como si tratara de aceptar ,a estas alturas de mi vida, que los bebés vienen volando arropados por blancas cigüeñas o quizás que, a día de hoy, alguien fuese capaz de enamorarse de Stephen Hawkin. Que sí, que muy inteligente y tal, que el hombre es un genio de los pequeños universos y agujeros negros, pero siendo sinceros, pienso que a nadie le gustaría que este personaje fuera la primera imagen que viera al abrir los ojos.

El caso es que Papá, con sus escritos interesados dio con el Doctor Casas. El Doctor Casas es uno de los hombres del momento, mano derecha del Ministro de Sanidad. Personalidades importantes requerían sus servicios en partos y revisiones periódicas. Todavía guardo en mi cabeza la imagen del susodicho sonriendo con ese gesto sucio. Por supuesto, Papá estaba encantado, su existencia de pronto comenzó a nombrarse de tanto en tanto en la «jet set». Era feliz, eso me dijo en el bar de Paco al que fuimos a desayunar. Era tan feliz, que ni reparó en mi cambio de imagen, en mi cabeza rapada. Y si Papá supiera, si tan solo fuera consciente del daño que me hizo el susodicho Doctor Casas, de cómo ha destrozado mi vida, de cómo lo odio, sabría que ya no soy su hija. La Vivi de antes ya no está, ha desaparecido. Si tan solo me hubiera escuchado un poco más, sabría que este café lechoso y humeante estaba firmando nuestra despedida.

-¡Joder Feli llegas tarde!- La cara de Dori iniciaba los preeliminares de ese horrible Tic.-Lo siento amiga, estaba con las niñas..y ya sabes,-no no, perdóname tu a mi, que llevo unos días un poco nerviosa- me dio una abrazo sentido mientras yo fingía cara de pena. Lo cierto es que me retrasé un poco comprando Maria al negro de la esquina, Dexter. Se podría decir que Dexter ha sido mi salvavidas desde mis comienzos como divorciada, por la Maria y por su cama. Nunca pensé que me gustaría tanto probar a otro hombre por el que no existían sentimientos. Recuerdo bajar a su tienducha sucia en la esquina de la Plaza Mandela y entre humo, risas y subidones de éxtasis, hacíamos el amor en la trastienda. Y es que el Negro sabia como tocar a una mujer, y yo, no sin falta de remordimientos al principio, me dejaba querer. Dexter me abrió las puertas a una vida libre y sin complejos, y por qué no decirlo, me enseñó a disfrutar del sexo como nunca antes. Después de mi divorcio mi vida sexual ha sido un sin parar, primero el Negro, luego el vecino de arriba, el de abajo, el del portal de enfrente. Salía a la calle y todo varón que me cruzara aparecía ante mis ojos como potencial fuente de placer.

En la consulta del Hospital olía a ese tufo asqueroso que los caracteriza de enfermedad mezclada con lejía. Ese olor horrible que te hace sentir calentura y fiebre, y no es que yo fuese hipocondríaca, pero el contagio se percibía por doquier. Los pacientes tosían, estornudaban, y hacían ruidos guturales poniendo esa cara de moribundos como si el catarro común, propio de esta época, estuviera ganándoles la batalla por la vida.

– ¡ Doña Felicidad qué alegría verla por aquí! No verla aquí en el Hospital, no me malinterprete, que a usted le quedan muchos años de vida todavía- Marcos, mi alumno deprimido, se había levantado de forma impulsiva de una de las sillas mugrientas de la sala de espera. Su cara estaba marcada por profundas ojeras y un tono grisáceo señal de que no dormía desde hacía tiempo. Marcos me inspiraba ternura, pero me resultaba un ser repulsivo, tanto es así que hice ademán de buscar algo en el bolso para evitar estrecharle la mano. Todas las precauciones son pocas cuando hablamos de posibles contagios.

– Marcos, qué casualidad, ¿qué le trae a usted por aquí? Espero que nada grave- En ese momento reparé en su otra mano que con mucho esmero trataba de esconder, si no fuera por las manchas de sangre que habían pasado de impregnar su camisa a pintar el suelo de un intenso color rojo.- Pero si te estás desangrando!-La cara de Dori era un poema, creí que le faltaba poco para desplomarse allí mismo.

-No, verá traté de pelar una mandarina pero se me resbaló el cuchillo y ya ve, se me desvió un poco. Por suerte ni toqué la monda , siempre me ha dado mucha fatiga con todos esos agujeros sabe usted- Sin embargo, a medida que va relatando su patética hazaña, su rostro comenzó a empalidecer de forma exagerada. La sangre brotaba de su palma de manera descontrolada.-¡ Enfermera por favor venga rápido hay un hombre herido! ¡Por favor venga!- Las enfermeras se paseaban charlando como cotorras y solo ojeaban por encima del hombro la escena para continuar enseguida su importante conversación sobre el hijo de tal que ha dejado a la novia y la pena que tenía ésta porque era muy buena niña, la moza sabía cocinar. -Déjelo Doña Felicidad, es inútil- murmuró marcos con resignación. En ese instante se me asemejó a un pobre perro apaleado .Y es que, tan inútil fue que con las mismas mandaron al pobre hombre a casa sangrando a borbotones mientras llamaban por el megáfono a la supuesta mujer preñada por su novia.

-Adoración de las Maravillas Yung Li, acuda a consulta siete.

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