GABY Y LOS ESPEJOS

Desde pequeña siempre me gustaron los espejos. Tenía fascinación por un objeto plano que era capaz de generar un doble mio con tan solo posarme frente a él. Si me asomaba tratando de encontrar atrás de él en dónde se escondía ese misterioso personaje, la imagen lo hacía también. Repetía todos y cada uno de mis movimientos, aunque lo hacía a la inversa: si yo levantaba la mano derecha, él levantaba la izquierda. Cerraba el ojo derecho y él el izquierdo. Me salía de su área de visión y corría con todas mis fuerzas frente a él, tratando de ganarle alguna vez ocasionando que se equivocara, y nunca lo logré. Incluso cuando yo hablaba, repetía cada uno de mis gestos guturales. Esto hacía que, en ocasiones, me pasara varias horas tratando de atraparlo en algún error, por pequeño que este fuera, hasta que, desilusionada, decidía cambiar de juego. Llegué, incluso, a odiar los espejos, pues no comprendía qué tipo de ser podía vivir en ellos; uno sin iniciativa ni vida propia, que solo esperaba a ver qué hacía yo para repetir todos y cada uno de mis movimientos. 

Todo cambió cuando conocí a Chuy; mi amigo que vivía en un espejo…

—Gaby, date prisa que se hace tarde. Debes comer algo antes de salir a la escuela. Sabes que no me gusta que te vayas con el estómago vacío. 

—Ya voy, mamá. Solo termino con el rímel y quedaré como una verdadera Geisha.  

Entonces me acuerdo de la mamá de Danielito. Ella sí que ama los espejos, pues se pasa varias horas maquillándose frente a uno. En cambio, su esposo los odia, yo creo que tiene celos de ellos, pues  son capaces de acaparar, por completo, y durante mucho tiempo,  la atención de una mujer, lo que ningún hombre logra hacer.  

—Es cuestión de educación —me dijo una vez que le pregunté a ella  cómo lo hacía.      

¡Claro!, pensé, siendo hija de una verdadera Geisha, no podía ser de otra forma. Ellas sí que saben maquillarse. 

Recuerdo aquel día que nos pasamos platicando sobre su vida en Japón, antes de conocer al papá de Danielito y que, después de casarse, decidieran venirse a vivir a México. Por suerte Danielito nació allá, por lo que ahora tiene la doble nacionalidad: Nipon y Mexica, jeje. 

El otro día, durante la clase de literatura, nos pusieron como tarea escoger, dentro de una lista, una palabra. Teníamos que analizarla desde sus raíces para saber cuál era su real significado y, de esta manera, usarla de forma correcta. La palabra “espejo” se encontraba en la lista, por lo que, sin pensarlo mucho, la escogí. Encontré algo muy interesante; si  se divide en dos es-pejo, resulta en un verbo y una palabra desconocida para la mayoría “pejo”, que tiene que ver con “vergüenza”. ¿Esto quiere decir que espejo tiene sus orígenes en algo que debe dar vergüenza? No lo creo , yo pienso que ya estoy elucubrando. 

—Gaby, por Dios, que llegamos tarde. 

— Ya voy, mamá, dame tres…

Definitivamente yo no hubiera servido para Geisha. En fin, mejor me apuro, pues si hay algo que los japoneses no toleran es la impuntualidad. 

Hoy toca Arte. Será un buen día.                  
Continuará…

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