Texto de Sabina León

Amar a un narcisista puede ser una batalla complicada, cada día se construye de un color distinto. Hay días con hexagonales azules o triángulos blancos, incluso hay días con círculos rojos. La brisa quema cuando amas a un narcisista, la piel se vuelve más delicada de lo habitual, el desgaste es inevitable.
Mientras el amor transcurre, el café se vuelve amargo, la comida pierde sabor, el sexo no llena, el alma se hace pequeña. Cada día que te enfrentas al amor por un narcisista las manos se vuelven ásperas, la consciencia se torna blanda, los ojos se dilatan y la sed no acaba.

Nos volvemos observadores y esclavos, se decide perder la batalla, pues David no siempre vence a Goliat. Pienso que en el pasar de mi existencia he admirado distintos tipos de ego, unos muy robustos, de voz aguardientosa y cabello suave, capaz de robarte un beso o una mirada.
Otros son más interesantes, pues tienen la capacidad de doblegar a una audiencia con palabras justas, no hay melena suave pero sí caricias que deleitan y sucumben. Hay otros con más drama, y con la capacidad de que el universo infinito te haga el amor.

Es justo eso, nadie habla de lo apasionante que es amar a una narcisista, desde el comienzo cuando lo ves y ellos te miran, la piel se eriza y el corazón te quema, los genitales se humedecen y el cuerpo llama a gritos.
Te rindes y ellos te llenan de momentos que la memoria resguarda con recelo y ahí nace el constante vicio de descifrarlos. Nunca sabes qué puedes recibir de ellos, y eso excita.

Lo más vertiginoso quizá es que a través de los ojos de su ego me puedo contemplar a mí misma.
A través de sus miradas, me observo y me reconozco como la hazaña más perturbadora. Y ahí estoy mirándome, entendiendo que la atracción no es más que un reflejo de mis propias ruinas. Quizá por eso es excitante, pues cada caricia de un narcisista es el inicio de mi propia destrucción.

Tortura que se disfraza de placer, eclipse de sol besando la aurora, veneno con manos de vino tinto.
No hay larga vida a lado de ellos, no hay plazo perpetuo, todo es perentorio. La pasión no se mide en minutos, se mide en cenizas.

Amar a un narcisista es como ser un cordero con disfraz de monstruo que pretende pasearse enfrente de su depredador; en lo personal, amar a un narcisista me lleva a hacia mi propia agonía.
Amor entre egos, que queman, consumen y matan. Amor que penetra el pecho y apuñala el sexo. Manos blancas, morenas, brazos fuertes o con pecas, miradas suaves o miradas penetrantes. Cabello sedoso o escaso, vista miope o visión de águila y todo ha quedado en mi memoria, como el secreto más cuidado o como la llaga más dolorosa.

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