Llevamos las piedras por devoción. Las juntamos desde los alrededores de esta gran montaña y las traemos con nosotros alejadas del cuerpo, pues están heladas, hasta la cima, donde está la cruz. Hay ciertamente otras grandes montañas con su paso incontrastable, y es probable que también conduzcan a otros pueblos, pero sólo a esta le llevamos las piedras, así es como sucede. Por lo demás, la devoción es muy sencilla, se recoge una piedra en el camino al siguiente pueblo y cuando se llega a la cruz, es decir, a la cúspide de la montaña, se arracima a su base apiñando la piedra. Esto ha traído como consecuencia no sólo que se encarame la cruz, sino que el notable suministro de ofrendas se agote. 

Antiguamente se podía recorrer la montaña con soltura, a pesar de su inherente dificultad, con la certeza de que la piedra estaría en el suelo, prácticamente al lado de la cruz, despeñada de una elevación cercana. Pero hubo un tiempo donde nadie notó que los rodeos al camino se volvían más tortuosos con el afán de encontrar una. De pronto, ya no había piedras en los alrededores, las cercanas ahora formaban murales que rodeaban la cruz y la elevaban hasta el cielo, inclusive los andamios para colocar las piedras —así de profunda es la devoción— ahora han pasado a formar parte de los murales. Es por ello que ahora se traen las piedras de otras montañas, ha venido ocurriendo de esta forma desde hace mucho tiempo, tanto que se piensa que montañas enteras se han aplanado producto de este traslado. Esta historia, sin embargo, no parece tan ridícula comparada a aquella otra que afirma que este lugar en principio no era una montaña, sino que con el transcurrir de la acumulación de piedras se ha convertido en una. Esto último es claramente una exageración, una montaña así no podría sostenerse sin ser depuesta en favor de la cruz, por lo que cuando se escucha cosas semejantes se debe actuar con prudencia. Sobre todo porque tales historias son contadas precisamente en la homilía del pueblo próximo a la montaña. Nosotros, los arrieros y agricultores, no entendemos esta postura del padre, siendo esta devoción consecuencia de la aceptación del cristianismo luego de la conquista. Es decir, se creía en montañas y piedras, no era tan difícil suponer que una transición admitía una relación de éstas con la cruz. No obstante, a la iglesia no le gusta, se piensa que el pastoreo y el cada vez más creciente paso entre pueblos es meramente una excusa para apiñar una piedra más a la estructura, que ahora es tan lejana que para verla hay que caerse de espaldas en su intento por divisar el final. Se piensa, en los cuartos oscuros de la sacristía, que este es un nuevo intento de construir la torre de Babel.

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