CRÓNICAS DE LA MALDAD 4

CRÓNICAS DE LA MALDAD 4

Josesan

11/02/2023

CRÓNICAS DE LA MALDAD

(continuación)

CAPÍTULO 4

— Le agradezco su intervención para encontrarme alojamiento. Si no le importa, podría usted acercarme a Alcàsser. Como habrá visto, he traído una maleta de tamaño mediano, una bolsa de viaje y el bolso de mano. Ya venía preparada por si acaso. Ya sabe usted, la costumbre de mis trabajos con la policía; nunca se sabe donde tiene que quedarse una – apostillé de forma un tanto vecindona de barrio, más que nada para tranquilizar los ánimos alterados del inspector, y hacerle saber que yo también podía ser tan de pueblo como la que más. Todo era proponérmelo.

Y allí, subida en el coche furgoneta de la Guardia Civil, me dispuse a enfrentarme con Alcassèr.

El inspector Ágreda se encuentra alojado en la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Alborache, a la que compete el término municipal de Macastre. El inspector está destinado en la comisaría de Torrent, un pueblo bastante grande cercano a Valencia. Ha tomado cartas en el asunto por órdenes directas desde Madrid. Me imagino que la Guardia Civil no está muy contenta de tenerlo pululando por aquí, aunque no les queda más remedio que cumplir los mandatos de sus superiores.

Y aún menos contentos están de verme a mí, una mujer, dando vueltas y metiendo las narices por todos lados. Algunos de ellos me tienen por una espía del Centro Nacional de Inteligencia y otros por una periodista camuflada, cuando no por una pilingui: la historia de mi vida entre los mortales

Enfilamos la carretera comarcal CV-415 que nos va a conducir a Alcàsser.

No hay demasiado tráfico, aunque la velocidad de circulación es más bien moderada, porque entre los tractores, los carros de mulas, las motocicletas renqueantes, las furgonetas y los turismos avejentados de los años sesenta, no hay tramo en el que no tengamos que hacer una pequeña caravana. Las carreteras comarcales españolas de los años ochenta necesitan una puesta al día.

A los lados de la calzada se suceden las huertas y el secano; los pinares y las margas de calcita, que confieren ese color blanquecino, triste y agostado a amplias zonas del Levante español.

El sol de enero brilla en lo alto y me provoca una molestia cercana a la náusea; tal vez la náusea existencial, más que otra cosa.

Atravesamos el río Buñol por un puente en mal estado que obliga a circular en fila de un sólo sentido. Esta zona es más verde, típica de una vega fluvial, que relaja ligeramente mi estado cuasi febril.

— “Turís” – leo en un cartel a la entrada del pueblo.

La travesía urbana es amplia y con nuevas casa en construcción, de mejor calidad que la de los otros pueblos, por lo que parece que la agricultura, y algo de industria, están mejorando las condiciones de vida de sus vecinos.

— “Turís” – vuelvo a repetir en voz alta.

— Qué, doña Engracia, tiene otra corazonada de las suyas.

La observación de Ágreda -no me interesa conocer su nombre de pila- me parece bastante desafortunada, aunque simulo no haberla oído. No me interesa ponerme a mal con él y además, como bruja que soy, estoy acostumbrada a ser vilipendiada de forma asidua, por lo que esas tonterías me resbalan.

“No ofende quien quiere sino quien puede”, pienso para mis adentros. Y esbozo una ligera sonrisa giocondiana.

— Seguro que por aquí hay acequias, norias, pozo artesianos y canales de riego ¿verdad? -pregunto por preguntar; no sé de qué hablar con este hombre.

— Pues claro, como que estamos en la huerta de España y hay quien dice que de Europa. Esto está lleno de todos los inventos para sacar agua, que es algo que escasea, aunque luego llega toda en tropel, que nos inunda todo, que lo deja todo hecho un cristo de los cojones …. disculpe usted, doña Engracia, que cuando pienso en las riadas me ofusco porque es un mal que tenemos que sufrir, que he visto muchas desgracias por aquí.

— Ya me imagino. Además que, con las riadas, saldrá todo a flote, desde ganado muerto hasta personas muertas y desaparecidas.

— Y hasta muertos de los cementerios que salen flotando de sus tumbas que da miedo verlo -Ágreda se persigna con su mano derecha, aferrando el volante con la izquierda.

Al cruzar el monte Cabrera, los árboles ganan en altura y frondosidad y los pinos adquieren dimensiones colosales.

— ¿Le molesta que abra un poco la ventanilla? Creo que me estoy mareando.

— Abra, abra, que a lo mejor le molesta porque huele a tabaco aquí dentro, porque en esta furgoneta fuma casi todo el mundo que sube.

Un frescor reconfortante y ozónico refresca mi rostro y mi alma, y me trasporta a mis bosques del Baztán, a los cantos rituales, las hogueras y las almas que comulgan en un todo uno y en un uno todo.

Los bosques …. los bosques …..

Siento como mis venas se escapan por la ventanilla, revoloteando como golondrinas, haciendo cabriolas y buscando contactar con la savia de los árboles.

Siento como mis dedos se elongan y serpentean por el aire, ávidos de la humedad boscosa y en busca del suelo, para convertirse en raíces que penetran en el humus del sotobosque, buscando la unión con Ama Natura.

Mis venas, mis dedos, mi cabello, todo yo se fusiona con la Madre Naturaleza, nire Ama Naturarekin.

Ya no estoy en Valencia ni tan siquiera en Navarra. He sido transportada hacia el interior de Ama Natura, la Madre Naturaleza, que me abraza y me acuna entre sus brazos, como lo ha hecho desde que el mundo es mundo. En la Madre Matriz encuentro mi razón de ser, la respuesta a todas mis preguntas y la solución a todos los enigmas. Mi ser se disuelve en un plasma primigenio en el que nada existe y todo existe al mismo tiempo.

El principio y el fin se unen: la eternidad se cierra sobre sí misma.

— Doña Engracia, que se me ha quedado usted dormidica.

— Sí, estaba un tanto cansada ¿donde estamos?

— Cerca de Picassent.

— Pare usted un momento, allí a la izquierda, en aquel edificio que parece una nave industrial.

La furgoneta maniobra a la izquierda y se detiene en una pequeña explanada a la entrada del local.

— Espere un momento, por favor.

Me paro delante de la entrada. La construcción es baja y con un aspecto un tanto rústico que se ha querido disimular con un pequeño tejadillo encima de la puerta de entrada, a modo de marquesina, y un color amarillo chillón en las paredes, que le aporta un tono entre inocente y cutre.

Un cartel luminoso -que ahora de día está apagado- anuncia el nombre del edificio.

— “Coolor, discoteca Coolor”

(continuará)

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS