Amador Fuentes era un hombre enigmático, cuya presencia despertaba la curiosidad incluso del más escéptico. Al menos ese era mi caso; apenas lo había visto un par de veces, pero su imagen permanecía grabada en mi mente con nitidez. Un momento; creo que le veo. Ahí está, sentado en el sofá de mi salón, como si hubiera estado allí todo el tiempo. Me acerqué a él y le pregunté qué hacía allí, pero no obtuve respuesta. Parecía como si no pudiera verme ni oírme. Todo era muy extraño, pero la situación se tornó aún más extraña cuando una semana después, Amador seguía viviendo en mi casa, donde yo no podía ver a nadie más que a él.
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