Existen universos paralelos… —O, tal vez, debería decir simétricos. “Simétrico” se parece más a lo que trato de expresar pero “paralelo” se interpreta mejor en cuanto a universos. Además, lo simétrico con respecto a un eje no deja de ser también paralelo. Así que sí—. Existen universos paralelos y simétricos, esos que trae la lluvia y que convierten la ciudad en espejo de sí misma. Por un tiempo la población se duplica, las calles se duplican, los edificios enteros se duplican, todo patas arriba. Hasta el cielo se duplica y los pájaros que lo surcan, ahora cruzándolo por debajo del asfalto, se duplican. Y el sol que asoma ya entre los nubarrones duplicados se duplica. Se duplican las historias, los amores, las tragedias, las risas y los llantos. Las vidas se duplican. Y las muertes también se duplican. Un universo paralelo, simétrico y efímero, gracias a Dios —también Dios se duplica—, que camina, corre, fluye calle abajo sorteando los adoquines hasta ser tragado al fin por esos sumideros de universos que son las bocas del alcantarillado público y terminar su existencia sin nada que reflejar en la oscuridad del subsuelo que —eso sí, y no la mar como decía el poeta— es el morir. Así que sí, existen, pero están muertos. Ahí, en el subsuelo, hay un cementerio de universos, esos universos paralelos, simétricos, efímeros y duplicados traídos un día por la lluvia.

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