Cayéndole atrás a cuatro tetas por todo Berlín

Cayéndole atrás a cuatro tetas por todo Berlín

CAYÉNDOLE ATRÁS A PAR DE TETAS POR TODO BERLÍN

El sábado último mi mujer y yo salimos a la calle a cumplir un encargo personal (de nosotros, para una mujer en Cuba) y sin dudas me he convertido en tetólogo. Juro que, salvo en alguna que otra ocasión con el propósito de desatar ajustadores para la realización de actividades non sanctas, nunca antes había tenido en mis manos una de esas íntimas prendas de vestir femeninas. Buscar ahora algunas destinadas a un familiar me hizo ver las cosas de otra manera. No sé si las mujeres con quienes coincidíamos me miraban como se mira a un pervertido sexual o a un travesti, pero aseguro que no es común ver a un ser humano del otro bando culebreando por los grandes departamentos de las tiendas alemanas con artefactos apropiados únicamente para el llamado sexo débil.

Las viejas y las jóvenes que por todos aquellos lugares andaban en la compraditis me miraban con suspicacia. En una ocasión, para joderlas, me llevé unos ajustadores preciosos al pecho y le sonreí a una gorda rubia que parecía ser su propio marido de tan poco femenina como era. Volvió el rostro de lo más brava. Y yo me pregunto: ¿Qué tiene de malo que un hombre use unos suspensorios de tetas? Los usamos de testículos, por qué no al revés. ¡Qué injusta es la vida, porque en ese largo periplo por buena parte de Berlín empecé a cogerle sabor a comprar ajustadores! De ahora en adelante acompañaré siempre a mi mujer. Resulta que Petra iba a los probadores, a probarse algunos, y yo la acompañaba por sugerencia suya para ayudarle a decidir cuál le quedaba mejor, y de esa manera he visto a través de la cortinas entrejuntas la mayor colección de tetas del mundo: planas, lechosas, abanderadas, amuelladas, rojizas, puntiagudas, peludas, gelatinosas, saltarinas, rubias, tímidas, bullangueras, enemigas por lo separadas, hermanas por lo junticas, amelonadas, apepinadas, falsarias, descomunales, colgadizas, oscuras…

En fin, con la ayuda de Petra me metí en unas cincuenta tiendas berlinesas, siempre llevando las dos manos con los dedos agarrotados (como si cargara naranjas o pelotas; ahí iba la medida que Petra me había dado), me detenía ante filas de ajustadores rojos, blancos, negros, morados, azules, marrones y si me cabían entre mis dedos convertidos en campana pues venga pa’cá. ¿Por qué hacíamos eso? ¡Ah! Las medidas conocidas por nosotros, en América, no existen en Europa. Aquí hay otros números. La tetoncita de allá es aquí una muerta de hambre… No, no, mentira. Es más complejo que tomarse un helado de vainilla o fumar tragándose el humo.

Lo primero fue cultivarme en este para mí desconocido tema. Busqué el mataburros y me enteré de que los cubanos decimos ajustadores, que los españoles les dicen sostenes, que los alemanes les dicen Büstenhalter, que los franceses les dicen soutien-gorge, que los italianos les dicen reggiseno, que los ingleseses les dicen brassieres… Y confirmé una vez más el carácter conservador de los ingleses, quienes continúan siendo uno de los pocos países con monarquía y no se adaptan los pobres a dejar de tener una reina que no los reine, seguir conduciendo sus automóviles por la izquierda, con timones a la derecha, y a llamar a esa prenda íntima femenina brassieres por el apellido del francés Brassier (si no recuerdo mal) que los inventó al estrecharlos, despojándoles de varillas metálicas y de cordones pues convirtió los incómodos y antiquísimos corsés en los modernos sostenes para hacerlos más manejable y más quitables, lo que vendría siendo en la misma Francia algo así como un ajustador-reggiseno-Büstenhalter-sostén-soutien-gorge pero nunca un brassier. ¿Curioso, eh? Es lo mismo que ocurrió en Cuba con Kresto, como sinónimo de chocolate; ACE o FAB para polvo de lavar; Pitusa para pantalones, Poppys para los modernos zapatos Tennis, y éste mismo nombre de otro par de zapatos de suela de goma y tela por arriba…

Pero bromas e historicidades aparte, no crea nadie que nos fue fácil encontrar los que buscábamos. De veras. Muy al contrario. Y eso que esta ciudad es la meca del desarrollo entre las capitales europeas. Pero voy paso a paso para que se comprenda el esfuerzo y se vea que no todo lo que brilla es oro. Lo primero fue nuestro deseo de ayudar y que alguien se sintiera bien. Lo segundo es que nosotros mismos nos sintiéramos bien ayudando.

Para ello Petra arrancó sola, un día entre semana, con aquellas medidas iniciales (torax 93; copa 36) a una tienda especializada porque lo mejor era informarse antes. Allí la cosieron a preguntas. ¿Fue una intervención quirúrgica radical, total? ¿O parcial? ¿Por arriba? ¿Por abajo? ¿Por los lados? ¿Por qué lado? ¿También debajo del brazo? ¿El izquierdo o el derecho? ¿Peso corporal de la persona? ¿Estatura? ¿Edad de la persona? ¿Color de la piel? ¿Tiene vellos esa piel, son rubios, negros, trigueños…? ¿Es fina, gruesa, grasienta, seca la piel…? Dos horas en ese estira y encoge y al final le aconsejaron que trajera a la persona pues no hay nada como tomar las medidas en directo para un buen resultado del trabajo, que ellos disponen de alojamientos a precios módicos… Ahí Petra se enteró de que una prótesis hecha por esa gente vale «nur», esto es «sólo», 170 euros (unos doscientos dólares) sin considerar el ajustador especial, que se acerca a los cincuenta euros, y no estamos hablando todavía de la obligatoria consulta con el especialista, de precio estratosférico.

Me acordé de las frecuentes pruebas hechas a los establecimientos especializados (con reportajes por la tv) y lo único que tienen de especiales son los precios por las nubes. Mejor salíamos por nuestra cuenta a solucionar el asuntico.

De todas maneras se me erizó la piel pero del encabronamiento de sólo escucharle a Petra la larga relación de preguntas y consejos con que la acribillaron. Es una cosa que siempre me ocurre con los alemanes. ¡Cómo hablan, carajo! Uno va por ejemplo a comprar una tuerquita chiquitica porque el culo de la hormiga más trabajadora está flojo y puede caérsele. Pasea uno por todos los estantes del descomunal establecimiento en busca del susodicho adminículo, descubre cuánta cosa existe sin la cual has vivido hasta ahora y podrías seguir viviendo perfectamente los otros cincuenta años, metes las manos en los millones de gavetas con tuercas, no encuentras la que buscas y decides ver al trabajador encargado del área en el gigantesco almacén o tienda por departamento (que suelen tener kilómetros de largo y los mismos compradores se despachan, algunos directamente a los bolsillos o a las carteras en caso de que nadie le detecte a través de las cámaras de tv en circuito cerrado) para que te aconsejen en tono positivo y salir de allí con el sucedáneo o hacia el sitio dónde pudieras adquirirlo. ¡Pues te jodiste! ¡Caíste en la trampa de Mefistófeles! El tipo te mira con la misma dulzura con la que un león hambriento observa a la gacela dispuesta ya para ser devorada. ¿De qué raza es la hormiga, macho o hembra, con antenas largas o cortas, roja o negra, cabezona, obrera o soldado o reina, vive sola o acompañada, de patas largas o cortas, y cuántas curvas o barrigas…? Y si por casualidad se le terminan las preguntas, a las tres horas, empieza a hacerte el cuento de la vida de una pobre hormiga que él conoció a la que se le murió la jefa y de tanta tristeza no podía trabajar, la pobre…

Yo siempre digo a Petra, en idioma español: ¡Corre antes de que empiece! Ella sonríe apenada pero sabedora de que es cierto y sale a la carrera.

Lo mismo nos pasa con los vecinos, quieren ser tan amables que atosigan. Ése es para mí uno de los grandes defectos de los alemanes, hablar sin parar a pesar de la cara de apuro que uno pone, a pesar del apuro y el odio con que te miran a ti y al vendedor los otros clientes que están tan apurados como tú, a pesar de que ellos hacen lo mismo si te agarran.

El otro gran defecto (que yo veo) es no correr jamás a efectuar la entrega, a no telefonear ahora mismo, a no hacer la comunicación en este instante, a dejar para mañana la cita, a hablar mucho pero concretar poco o nada, a planificar y planificar y planificar… Pero como yo vivo aquí no me queda más remedio que asimilar el efecto de ese modo de ser sin poder ser como ellos, en realidad. A muchos les extraña (y estoy seguro de que les maravilla) que yo salte cuando hay una proposición y no diga jamás «Quizás», «Otro día», «Mañana», «La semana que viene», «El otro mes», sino ¡Vamos a hacerlo! ¡Ya! ¡Ahora mismo! Los cubanos que conozco aquí son de la misma opinión, pero no podemos hacer nada. Estamos rodeados.

En fin, el sábado comenzó para nosotros con una cita al médico. La semana anterior habíamos llevado al gato Gris (el otro se llama Bembón, los dos que trajimos de Cuba) porque según nos enteramos con el veterinario padece estrés y se agrede el mismo arrancándose buena parte del pelo de la espalda. Tres años atrás llegó a hacerse un hueco en la piel, con sangramiento incluido y una llaga profunda. Iba el pobre maullando de lo más acongojado, dentro de un transportador portátil, hasta que puso las cuatro patas en la mesa niquelada de la consulta y se calló para curiosear alrededor. La semana anterior lo habían auscultado, encontrándole la doctora un sonido inusual en el corazón. Significa que una de sus válvulas no le cierra bien. Quizás sea por la vejez y la gordura. Tiene 13 años y más de 8 kilogramos. Pues bien, ahora se trata de un doctor que también lo auscultó, confirmó el sonido anómalo del corazón, le inyectó con algo que actúa como sedante y trabaja contra unos parásitos que se fortalecen cuando hay estrés, lo que le hace lamerse hasta llagarse la piel.

De nuevo en el edificio donde está nuestro apartamento, Gris voló hasta el quinto piso. El pobre, llevaba el culo ardiendo. Ricardo lo cargó y lo metió en el calorcito de la calefacción (afuera había cinco grados bajo cero) y nosotros (caminando como robots por los abrigos gruesos) fuimos hasta un inmenso centro comercial a kilómetro y medio de la casa. Como pasaríamos horas y kilómetros andando de un lado para otro en todo Berlín pues compramos un ticket de viaje para mí. Para Petra no, ella tiene un ticket anual con el que se ahorra unos ciento veinte Euros al no comprarlos cada día. Los ticket diarios valen dos Euros y uno puede moverse durante par de horas, siempre alejándose de la estación donde fue marcado el cartoncito que es como un dólar por el tipo de material con el que lo hacen. No sirve para el regreso. ¿Cómo funciona? Hay unos aparatos para la adquisición automática de los tickets, a los que debes marcar con la hora, la fecha, el número de la semana y la estación de dónde vienes. Si no lo hicieras así, aunque tuvieras encima el ticket, comprado pero sin marcar, y viene un controlador, pues te buscas tremendo problema. Además de la vergüenza pública está la multa, que son cuarenta Euros y entran tu nombre en un registro federal que recorre toda Alemania por si te vuelven a agarrar en lo mismo para terminar siendo catalogado como reincidente y «criminal» y entonces podría venir hasta juicio.

¡Y después dicen que los del CDR no se pierden una y que allá en Cuba hay control!

Te advierto que esto no es más que la puntica del iceberg, pues todo en este país está hecho para controlar a las personas. Las cámaras de televisión, con grabaciones automáticas, proliferan por doquier. No hay una sola esquina de la ciudad o estación de autobuses o de ferrocarriles que no tenga varias. Para uno, por ejemplo, traer un gato, un pájaro, un perro o lo que sea al apartamento debe comunicarlo por escrito a la firma a la que pertenecen los edificios donde uno vive. Si no lo hicieras así y viene, por ejemplo, el tipo que mide el líquido de la calefacción o los de la señal televisiva o los que limpian con sospechosa frecuencia los aspiradores colocados en las paredes, cerca del techo, y ven animales o algo extraño siempre reportan lo que ven y por allá, por las oficinas, confirman en sus computadoras si declaraste la tenencia del bicho o a otra persona. Si no lo hiciste pueden incluso sacarte del apartamento. Pero ahí no para la cosa pues la policía y hasta la autoridades gubernamentales de la ciudad (el Senado) tienen información de cuántos son en tu casa, con edades, procedencias y hasta granitos en las nalgas. Ya nos ha sucedido, que nos preguntan o rectifican el número de gatos sin que nosotros hayamos hablado de ellos en determinados lugares. En fin, que en el transporte urbano la multa es bastante más de 50 dólares. Mejor es comprar y marcar el ticket. Así lo hice para mí. Y fuimos a Hansa Center. Hay allí lo que quieras y lo que no quieras. Conozco de personas que van por un botón y regresan con un camión lleno de cosas innecesarias, inservibles y botables. Esto puede parecer mentira pero el lugar de la basura es un sitio cerrado (todos tenemos llaves) y al abrirlo muchas veces recibo sorpresas mayúsculas: sombrillas, bicicletas, mesas, lavadoras, microondas, sillas, lámparas, coches, zapatos, ropas, monitores de computadoras, televisores… ¡Ah, cuidadito con que el Hausmeister , encargado del edificio, lo agarre a uno dejando esas cosas en el Müllplatz, lugar de la basura, que termina pagando los platos rotos de todo el mundo por la multa que debe saldar.

En el edificio de Hansa Center, a su entrada y en una gran tienda de ropa propiedad de vietnamitas, Petra compró el primer Büstenhalter, creo que uno de color rojo y de la talla 90A. Era el único de su tipo allí y parecía que el pobre hubiera estado esperando por nosotros. Ya en el interior de Hansa Center, al lado de las revistas, las toallas, los zapatos y los pijamas rebajados, y cerca de los ositos de baterías que hablan, toman leche y lo abrazan a uno, vi por primera vez un ajustador-sostén-reggiseno con bolsillo. Es un sitio detrás de la copa que sirve para colocar rellenos (en caso de poco busto) y los pedazos de espuma no se deslicen en ninguna dirección. Nos pareció muy buena idea para que Mercy haga algo parecido en Cuba con los ajustadores que ahora te enviamos, en caso de que no tengas algo práctico ya. Lo malo de estos bolsillos es que son pequeños y no ocupan toda la copa, pero la idea es en si misma muy buena. Creo que era una tela elástica y suave.

Ahí en Hansa Center fue donde me enteré que la aventura con la medida para tus ajustadores no es tan fácil como había imaginado. La medida 93-36 equivale aquí, más o menos, a 90A, según Petra que estuvo allá en Cuba y ahora está aquí en Alemania. La B es una copa más ancha y más ancha aún es una C, y por ahí para allá todo el abecedario. ¿Te imaginas el reguero de tetas de una Z? Petra iba con una cinta métrica y en cualquier tienda halaba por el aparato para medir. Yo estiraba las dos bandas del ajustador y si llegaba a 93 nos poníamos de lo más contentos, porque increíblemente no hay manera de encontrar ajustadores por encima de los ochenta. Ya ochenta y cinco es una rareza. No comprendo, con franqueza, cómo hacen entonces esos brutales totomoyos alemanes (de los que te pasan al lado veinte por segundo) que nacieron hembras porque tienen pipi cóncavo pero exhiben promontorios de tetas difíciles de escalar. ¿Dónde compran sus Büstenhalter si, sin duda alguna, sus medidas pasan ampliamente de cien? Aquí en Hansa Center no encontramos ningún 90A que tuviera además una copa ligeramente dura pero suave a la vez, la cual nos pareció la más conveniente para tí. Decidimos seguir hacia el centro de Berlín y para ello montamos en el Strassenbahn, esto es el tranvía de la línea 4 que nos lleva directamente a Alexander Platz. Aquí descendimos por escaleras mecánicas a las estaciones de los U-Bahn, esto es el metro. Montamos en un vagón que carece de divisiones y ha de tener unos cien metros de largo. Si te paras al final o al principio puedes ver cómo avanza serpenteando por debajo de la tierra; eres el alimento de la descomunal anaconda que acaba de tragarte y cuando lo desees te expele. En los techos internos de estos largos y veloces vehículos subterráneos hay también ocultas cámaras de televisión que lo ven todo y montones de pantallas en las que te van informando de las últimas noticias en Alemania y el mundo y del último tipo de compu, de muebles o de condones saborizados que puedes adquirir.

Volvimos a la superficie de la tierra en la parada de Charlotenburgo. Millones de personas de un lado para otro. La única alegría del invierno cruel son los abigarrados colores de la ropa que envuelve a la gente y las luces de los establecimientos, que ya desde afuera parecen cálidas e invitadoras para que entres a gastar. Estaban cayendo copitos de nieve como un fino cernido pero más fríos que las patas de una rana aplastada por un camión de los de reparto de leche. La temperatura había descendido otro grado, ahora teníamos seis bajo cero pero todavía había luz en el cielo y hasta el sol, semiacostado en el horizonte, se colaba por entre las nubes grises. En una esquina vimos a un tipo achinado pero no chino, casi con toda seguridad del Nepal, las altísimas montañas del Himalaya, sentado en el suelo congelado, rapado a la manera de los monjes de ese país extraño y con una rara vestimenta de paños rojos en la que un hombro y el brazo derecho quedaban fuera, al aire, al viento helado, a los copos de nieve cayendo. Golpeaba un tambor plano pero ancho y «cantaba» con sonido monótono semejante a un grillo macho en el atardecer, pero con tan grave tono que daban deseos de pagarle mucho o pegarle igual para que se callara. El tipo llenaba el ambiente helado con su voz gutural y los golpes secos y espaciados al tambor y esperaba con paciencia monjil a que le echaran alguna moneda en una especie de escupidera de cobre.

Nosotros teníamos frío, huíamos de los copos de nieve y corríamos detrás de los Büstenhalter que empezaban a ser fantasmas porque no los encontrábamos en ningún lugar y no teníamos tiempo para el curioso arte del nepalés. En todas las tiendas que íbamos dejando atrás, los ajustadores de la talla 90A eran una ilusión, un absurdo incomprensible en una ciudad donde se supone hay de todo y en abundancia.

Al fin encontramos Woolworth, una de las tiendas de la súper-transnacional norteamericana en la que todo el mundo dice que hay de todo y relativamente barato. Nos fuimos directo al lugar donde colgaban los soutien-gorge. No es nada fácil andar por aquí, entre la gente que llena los pasillos y los estantes atestados de cuanta cosa pueda uno imaginar para sacarles el dinero de los bolsillos a todos. Después de media hora de búsqueda, y porque lo soltó otra mujer, creo que una rusa, dimos con el parador de tetas 90ª, de color azul oscuro. Nos pusimos tan contentos que empezamos a saltar y a reír como niños ante el asombro de la gente alrededor. Estábamos seguros de que entre cientos y cientos de reggisenos encontraríamos otros 90A… ¡Pero mierda! He llegado a la conclusión de que todo el mundo aquí usa esa medida y por eso se acaban rápido… Pero no es cierto. La cantidad de gordas que nos pasan al lado desmienten esa opinión.

Salimos de la súper-transnacional con el sabor de la derrota en los labios. Afuera, el sol había desaparecido tras el horizonte de los edificios (no eran todavía las cuatro de la tarde pero la noche se cerraba sobre nuestras cabezas) y la temperatura había descendido otro grado, además de que ya nevaba con regularidad. Nos vimos entonces en la necesidad de comprarnos otro paraguas… Digo otro porque detrás de la puerta de entrada al apartamento nuestro tenemos ¡¡catorce de distintos colores y tamaños, entre comprados, regalados y encontrados!! También me vi en la necesidad de aumentar mi atuendo de invierno porque en la casa pensé que el viaje sería de par de horas y salí inconvenientemente abrigado, pero teníamos sólo dos ajustadores en las manos y queríamos tres para enviar a Cuba, de modo que debíamos seguir, mas el frío empezaba a colárseme por el cuello. Y me compré otra bufanda, ahora de color azul casi negro. Por cierto, ese tipo de equivocación es aquí frecuente: sales a la calle con una temperatura y al rato sube o baja estrepitosamente; en un caso te asas del calor, sudas y te sobran los abrigos; en otro caso te quedas corto de abrigos y pasas frío o te ves en la necesidad de gastar dinero comprándote cualquier cosa para vestirla ante la indiferencia de la gente. Una vez por ejemplo, en otro invierno, me vi en la necesidad de meterme en una tienda a comprar a toda velocidad un lange unterhose, esto es un calzoncillo de patas largas, y ponérmelo también a toda velocidad.

Las tiendas turcas, alemanas, vietnamitas, polacas iban quedando atrás, para desilusión nuestra, sin la talla 90A. Cansados y hambrientos empezamos a alegrarnos de tener por lo menos par de reggisenos de la talla que buscábamos, siendo tan difíciles de encontrar, cuando entramos en una de las últimas. Era una tiendecita de vietnamitas. Tenían un millón de cosas inútiles y muchos Büstenhalter de todos los colores, materiales, formas y tamaños. Los que son de cuero y con argollas, los que tienen huecos en el lugar de los pezones, los que son unas simples líneas horizontales y verticales, los que son como medias jícaras ahuecadas, los que son de puntas largas y duras como viejos coladores de café, los que son del tamaño de limones, los que son calabazas… Y ahí, coño, ahí encontramos un brassiere de color blanco 90A. Estuve a punto de saltar sobre el mostradorcito y besar al viejo y dientuso vietnamita. Se parecía muchísimo a otro vietnamita que tiempo atrás me dijo sonriendo “¡Maricón!” y yo deseé saltar sobre el mostrador para sacarle par de varas de lengua. Entonces, sin dejar de sonreír, contó que “había aprendido con cubano palabra bonita para cosa fea”. Decidí pues averiguar cómo se dice lo mismo en su idioma y gritárselo en la cara a ver si la encuentra linda.

En el regreso hacia el apartamento, en el noroeste de Berlín, necesitábamos algo caliente en la barriga y nos detuvimos en Hauptbahnhof, esto es la «estación principal de ferrocarriles». Buscamos allí un restaurante vietnamita, que tiene la comida más saludable de esta ciudad por la cantidad de hierbas que les ponen, y nos echamos par de platos de fideos fritos (una especialidad asiática deliciosa) y plátanos empanizados fritos y con miel por arriba. Riquísimos. Pero sabrosuras aparte, jamás imaginé que unos ajustadores de mierda dieran tanto trabajo. Coño.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS